Como nos recuerda el filósofo chino Sun Tzu, “en medio del caos también hay oportunidad”. Es una perspectiva importante cuando nos enfrentamos a uno de los peores periodos de caos e incertidumbre en la relación bilateral entre México y los Estados Unidos de los últimos sesenta años por lo menos. Aunque México no causó el problema, debe afrontarlo, y debe hacerlo con un alto grado de habilidad, fortaleza y valentía moral.
En este momento hay dos problemas relacionados entre sí pero distintos. El primero es el llamado que hizo el presidente Trump a construir un “muro masivo” que dividirá físicamente a las dos naciones. El segundo es la insistencia de la administración Trump en renegociar, si no es que desechar por completo, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, el “peor tratado jamás negociado”, y el cual, según Trump, ha beneficiado unilateralmente a México y ha dañado la economía estadounidense. El primero echa mano de un cierto sentimiento nacionalista promovido por el presidente que ha provocado una nueva era de amenazas a migrantes que horroriza a la mayoría de los estadounidenses (y al mundo). El segundo atiza las llamas del proteccionismo económico y amenaza con una retirada del sistema de comercio e inversión mundial que durante generaciones Estados Unidos se esforzó en promover. Los dos asuntos convergen, claro, de manera general y específica, en especial en la persistencia de la interrogante primordial de quién y cómo pagará el muro.
Por su parte, el gobierno mexicano ha hecho un buen papel manteniendo la calma y un grado apropiado de decoro a pesar del acoso público –y, según algunas fuentes, privado también– que muy pocas naciones de la talla de México estarían dispuestas a tolerar. La estrategia negociadora mexicana ha ido tomando forma: el país insiste, de manera acertada, en una evaluación holística de la relación bilateral, se ha negado categóricamente a pagar por el muro y ha dejado claro que, respecto al TLCAN, no tener un tratado es mejor que uno nuevo y malo. Desde mi punto de vista, México ha jugado sus cartas tan bien como se puede esperar. Pero creo que hay más que puede y debe hacer para contrarrestar la ofensiva de Trump.
Para empezar, México tiene un capital moral al que no ha hecho referencia ni mucho menos ha usado. Hasta la fecha, México parece conceder que Estados Unidos tiene el derecho de construir el muro, pero se indigna ante la insultante idea de que es México quien debe pagarlo. Pero hay una respuesta más persuasiva que puede emplear y fortalecerá la mano de David frente a Goliat y también puede elevar el sitio que ocupa México en la comunidad internacional. La propuesta del señor Trump de construir un muro al estilo del de Berlín para dividir a dos aliados occidentales que comparten una rica historia cultural, social, política y económica no tiene precedentes. También es moralmente indignante. Aunque ninguna frontera es impermeable, la migración neta de México oscila en torno a cero desde hace varios años. La naturaleza de quienes cruzan la frontera refleja el papel de México más como una nación de tránsito, ya que son los refugiados centroamericanos quienes huyen de las peores condiciones de seguridad en el mundo. La sola idea de que Estados Unidos, que tuvo a un presidente republicano que famosamente llamó a que el Imperio soviético “derribara ese muro”, ahora proponga construir un símbolo así de draconiano es inconcebible. La imagen de Reagan en la Puerta de Brandeburgo es una de las imágenes más icónicas e inequívocamente occidentales del siglo XX. México debe recordar a Estados Unidos, y al mundo, que esta aproximación es errónea, pero también inmoral. Nadie cuestiona la facultad de una nación soberana de proteger, regular y defender sus fronteras, pero en el siglo XXI la tecnología permite alcanzar ese objetivo sin echar mano de una herramienta tan burda (y claramente ineficaz). México, por tanto, debe aprovechar la oportunidad para asumir una postura moral superior, llevar su caso ante el tribunal de la opinión pública mundial y recordar a su vecino del norte –y al mundo– la estupidez y el peligro que esa medida puede traer. Este momento le ofrece a México, cuya imagen ha sido manchada por los repetidos testimonios de corrupción y, más importante aún, de impunidad, la oportunidad de defender una serie de valores que pueden alzar la imagen del país e incrementar su capital político, así como reenfocar su liderazgo y su papel en la comunidad mundial. La historia y el mundo están claramente del lado de México; debe aprovechar esa ventaja.
En el frente comercial y respecto a las amenazas que ha lanzado Trump sobre desechar el TLCAN, México ha optado por un tono mesurado, y ha reconocido que este acuerdo tiene ya casi veinticinco años y sin duda se beneficiaría de una actualización. Pero, una vez más, creo que México podría y debería mandar un mensaje más poderoso: México puede operar muy bien sin necesidad del TLCAN. Es verdad que el acuerdo fue útil para el crecimiento económico mexicano, la diversificación de la economía y la competitividad de la industria nacional. Pero México, en palabras de un viejo anuncio televisivo, “no es el Oldsmobile de tu padre”. Aunque sería ingenuo sugerir que rescindir el TLCAN no afectaría a la economía mexicana, no es cierto que México sea incapaz de competir sin él. Romper el TLCAN, a la larga, haría poco para frenar la trayectoria del atractivo mexicano a ojos de inversores extranjeros. El país ya puede presumir de ser la economía número once del mundo (según la paridad de poder adquisitivo), está entre las mejores demografías, y es un mercado abierto, global y diversificado. Sí, el acceso sin aranceles (duty free) a Estados Unidos es bueno, pero con las tarifas arancelarias de la omc hacia Estados Unidos –si oscilan entre un 3 y 4%– la vida sin el TLCAN no tiene por qué ser un escenario apocalíptico. México es desde hace décadas un sitio muy favorable y seguro para hacer negocios (desde la perspectiva de los inversores), y lo más probable es que eso no cambie. El asunto es que un México más seguro de sí mismo no solo fortalece su propia mano frente a las exigencias irracionales que vendrán sin duda del equipo negociador de Trump, sino que reduce la fuente crítica de influencia con la que está contando la administración de Donald Trump.
Una última táctica tiene que ver con la necesidad de mostrar mejor los vínculos de México con el resto de la economía global, con recordarle a Estados Unidos que no es el único jugador en la cancha. México puede hacer mucho más para promover y profundizar su intercambio comercial y sus relaciones de inversión con las naciones del Pacífico. Miles de millones de dólares de inversión extranjera directa de China, Corea, la India y muchos otros mercados emergentes de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (incluidos algunos de los socios del tpp, con quienes México ahora explora acuerdos bilaterales) siguen sin ser explotados. En el último año hemos visto un renovado interés chino y su participación en sectores clave de la economía mexicana. Washington no parece ser del todo consciente de que en breve puede haber plataformas petroleras chinas a una distancia preocupante de la frontera estadounidense. De manera similar, si México busca acuerdos comerciales agresivos, especialmente en el sector agricultor, con Argentina, Brasil y otros países, podría poner los intereses agrícolas estadounidenses en un sitio muy incómodo. En pocas palabras, Estados Unidos necesita a México más de lo que la administración de Trump se da cuenta o reconoce, y hay otros cortejantes muy atractivos en espera. México no debe vacilar a la hora de mostrar esta dolorosa realidad a Washington. ~
Traducción del inglés de Pablo Duarte.
Es el presidente y director ejecutivo de ManattJones Global Strategies y fue subsecretario de Comercio de Estados Unidos.