De lo que no se puede hablar es mejor no callar

Declaración de persona física

Elfriede Jelinek

Traducción por Traducción de José Aníbal Campos

Temporal Casa Editora

Barcelona, 2024, 272 pp.

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Decía Pasolini que es parte del oficio y del instinto del escritor estar al tanto de todo lo que sucede en un país y poner nombre a lo que se calla. No todos los escritores lo hacen, claro, pero quienes, como él, se dejan llevar por ese instinto resultan muy incómodos para el poder y suelen acabar pagando un precio muy alto. Elfriede Jelinek también optó por llevarle la contraria a Wittgenstein y decidió que de lo que no se puede hablar era mejor no callar. A lo largo de su carrera ha alertado del peligro del ascenso de la ultraderecha en Austria y de su banalización por parte de algunos medios de comunicación, ha denunciado las actitudes xenófobas de una parte de la población austriaca y no ha dejado de recordar a sus compatriotas lo que con tanto empeño han intentado olvidar: su pasado nazi –en BurgtheaterPosse mit Gesang (1985) recordaba que algunos de los actores más queridos por los austriacos, como Paula Wessely, habían participado gustosamente en películas de la maquinaria de propaganda de Goebbels; más tarde, en Präsident Abendwind. Ein Dramolett, sehr frei nach Johann Nestroy (1992), sacó a relucir que el entonces presidente del país, Kurt Waldheim, había servido en la Wehrmacht.

Aunque Jelinek también ha alzado la voz contra injusticias ocurridas fuera de su país, como la guerra de Irak o los abusos cometidos en la prisión de Guantánamo (lo hizo en Bambiland), ha sido en su país natal donde su obra se ha encontrado con una respuesta más virulenta. Durante la campaña electoral de 1995, la escritora tuvo que ver cómo el partido de ultraderecha que acaba de ganar las elecciones en Austria (el Partido de la Libertad de Austria, FPÖ) llenaba las calles de carteles en los que preguntaba a los electores si estaban con autores como ella o Claus Peymann o con la cultura. Los medios afines a la ultraderecha la han calificado con frecuencia de Nestbeschmutzer (pájaro que ensucia su propio nido), al igual que hicieron con otros escritores como Thomas Bernhard o Herta Müller, y en alguna ocasión han recordado a sus lectores que Jelinek rima con Dreck (mugre).

Los austriacos de a pie tampoco parecen tenerle mucha más simpatía. Como ha contado alguna vez, la noticia de que había ganado el Premio Nobel en 2004 fue recibida en su país con más rabia que alegría y los intentos de ridiculizarla no hicieron más que aumentar. Pero Jelinek no es de las que se callan, así que ha seguido hablando, y digo hablando porque eso es lo que hace en todas sus obras. Su primer texto en prosa, bukolit. hörroman, fue escrito para ser leído en voz alta. Sus obras de teatro no narran: dicen. Y su prosa, como ya avisó en una entrevista en 1998, se ha ido volviendo cada vez más habladora. Ni sus novelas ni sus obras de teatro se caracterizan por su trama, y sus personajes, tanto en el papel como sobre el escenario, son meros emisores de lenguaje, el verdadero protagonista de toda su escritura. (En este sentido, el título del documental de Claudia Müller, Elfriede Jelinek, el lenguaje desatado, no puede ser más acertado.)

Jelinek parte de la idea de Heidegger de que es el mismo lenguaje, y no el sujeto, el que habla a través de nosotros. En Declaración de persona física, nos hace partícipes del momento exacto en que el lenguaje, que “normalmente va por libre”, toma la palabra y la lleva por donde quiere: “Esta frase ahora cambia bruscamente de rumbo, no está satisfecha con la dirección tomada, salta como una llama en un incendio forestal o arde poco a poco, como la turba incendiada por el ejército alemán […].” No hay, por tanto, un narrador o narradora, sino alguien, un emisor, a través del cual el lenguaje nos habla. Del mismo modo, tampoco hay personajes propiamente dichos, solo voces que se van turnando para componer una especie de monólogo coral.

En esta ocasión, el detonante del libro es la investigación a la que el fisco alemán la sometió hace unos años. Parte del desencuentro con Hacienda tenía relación con su lugar de residencia. Los impuestos se pagan en el país donde se reside y al fisco no le cuadraba que Jelinek dijera que la mayor parte del año vivía en Austria: “¡Usted, acusada, odia su país! […], lo dice aquí, allí y también aquí, dice cuánto odia su país, de ello deducimos que no está usted allí, no puede estar allí, no lo soportaría, porque ¿quién aparte del señor Bernhard se quedaría por elección propia en un lugar donde todo le resulta odioso y también es odiado por todos, en esa nación diminuta de germanos encogidos, campeona del mundo en oscurecerse […]?” En el transcurso de la investigación, entraron en su casa, buscaron en su ordenador, en sus emails… y al final todo quedó en nada. En el libroJelinek le da la vuelta a la situación y es ella quien lleva a juicio a las autoridades alemanas. Llama a declarar a los vivos y a los muertos y, como una directora de orquesta, va dando voz a unos y callando a otros: “No pasa nada, señor Nietzsche, por mucho que intente hasta el final colarse aquí a la fuerza, no lo conseguirá”, “Cállate, Schubert, aún no es tu turno” o “¡Gracias, señor Camus, aquí presente, no se preocupe por su muerte, eso ya ocurrió!”

El humor, aunque es un rasgo que no solemos asociar con Jelinek, está muy presente en el libro. Los frecuentes juegos de palabras y los chistes involuntarios (por ejemplo, “tren a la trena” o “ya ve –Yahvé–”) hacen que la lectura sea muy exigente, pero también muy disfrutable. Hay también muchas frases de peso que obligan a una lectura pausada para poder apreciarlas como se merecen. El trabajo que ha hecho el traductor José Aníbal Campos con este libro complejo, compuesto de múltiples capas, es sin duda muy meritorio. Son también de agradecer sus notas al pie, imprescindibles para entender en su totalidad el contenido del libro (en él se alude a numerosos escándalos financieros y políticos que han tenido lugar en Austria y Alemania en los últimos años y que son prácticamente desconocidos por estos lares).

En su repaso a la historia reciente de Alemania y Europa, Jelinek recuerda hechos tan infames como la expropiación de los bienes de los judíos durante el nazismo, el papel que desempeñó Suiza en aquel momento y, de forma implícita, el papel que tuvo la burocracia alemana en el Tercer Reich. La escritora habla por primera vez de la suerte de sus parientes judíos durante el Holocausto: algunos tuvieron que emigrar, otros acabaron muriendo en Auschwitz. En este sentido, más que saldar cuentas con Hacienda, las salda con su familia –por lo que dice, tal vez sea su última oportunidad para hacerlo, pues con ella “se habrá acabado la historia de los Jelinek”–. La escritora señala algunos paralelismos entre el presente de Europa y su pasado, entre la crisis de refugiados y la diáspora judía, entre el incremento de la xenofobia y el antisemitismo. Hay muchas diferencias entre la Europa actual y la de entonces, pero no podemos subestimar el peligro que suponen para todos, no solo para los refugiados, partidos como el FPÖ. Libros como este nos lo recuerdan y lo hacen, además, desde una literatura de altos vuelos. ~

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es periodista y escritora. Su novela más reciente es Las siete vidas del cangrejo (Editorial Alegoría, 2016)


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