La reconstrucción del Estado mexicano

Revolución y reconstrucción. La economía política del México posrevolucionario, 1917-1938

Leonardo Lomelí Vanegas

Siglo XXI

Ciudad de México, 2024, 368 pp.

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En los países con orígenes revolucionarios los gobiernos han buscado construir su respectivo discurso historiográfico glorificando a los carismáticos jefes militares y a los más importantes caudillos de los movimientos sociales reivindicativos. Asimismo, en forma paralela se ha intentado disminuir el conocimiento de los costos socioeconómicos de la prolongada y generalizada violencia revolucionaria. Otra característica de este discurso historiográfico es la poca atención dada al posterior proceso reconstructivo y el silencio impuesto sobre la vida y la obra de quienes hicieron posible la reconstrucción del país. En cierto sentido resulta comprensible: fueron años sin épica y fueron personajes sin carisma, más bien técnicos en los campos de la abogacía, la economía y la ingeniería. Decir que es comprensible dicha actitud no implica que sea correcta. En rigor, es prueba palpable de un discurso historiográfico incompleto, excluyente y carente de madurez. Nuestro proceso histórico se compone tanto de los años bélicos y destructivos como de los pacíficos tiempos de reconstrucción, y los técnicos fueron personajes tan admirables como los caudillos sociales y los jefes militares. Para poder tener una conciencia histórica nacional madura necesitamos una historiografía no excluyente, ni en cuanto a procesos ni en lo relativo a personajes.

En el proceso histórico de cualquier país –pensemos en el nuestro–, toda destrucción requiere de una etapa y de un proyecto reconstructivo, y la historiografía debe dar cuenta de ambas etapas. Es indiscutible que aquí se ha privilegiado el estudio de uno solo de sus aspectos y componentes. Afortunadamente, el economista e historiador Leonardo Lomelí Vanegas acaba de publicar un libro que busca balancear y contrapesar nuestra situación historiográfica: Revolución y reconstrucción. La economía política del México posrevolucionario, 1917-1938. No es un libro polémico que busque confrontar a la historiografía revolucionaria tradicional. Sino un libro maduro que busca completar y hacer comprensible nuestro pasado reciente. Mucho se ha dicho que no se puede entender el México de hoy sin la Revolución. La aportación de Lomelí consiste en demostrar que tampoco se puede entender al México de hoy sin conocer el proceso de la reconstrucción posrevolucionaria, con sus protagonistas ignorados. Desde un principio deja claro el propósito de su libro: “La Revolución fue, sin lugar a dudas, el acontecimiento que marcó nuestro siglo XX […] Sin embargo, hubo una etapa inmediatamente posterior […] en la cual la reconstrucción desplazó incluso a la Revolución misma como eje del discurso y de la actuación de los gobiernos posrevolucionarios.”

La aportación de Lomelí Vanegas es aún mayor, pues su libro es una especie de continuación de otros estudios previos. Pienso en particular en su Liberalismo oligárquico y política económica. Positivismo y economía política del porfiriato (Fondo de Cultura Económica, 2018), en el que Lomelí reconstruyó el parcialmente exitoso modelo que permitió tener crecimiento económico por primera vez a lo largo de todo el siglo XIX. Digo parcialmente exitoso porque, si bien se llegó a tener un crecimiento económico notable y constante, con estratégicas obras públicas, por otro lado los beneficios de dicho crecimiento no se distribuyeron de forma adecuada en toda la población. También ha publicado ensayos sobre las políticas económicas de los gobiernos de Madero y Huerta, así como un breve análisis de la vida y obra de Rafael Nieto, quien estuvo al frente de la Secretaría de Hacienda con Venustiano Carranza por más tiempo que el muy conocido Luis Cabrera. En síntesis, con este nuevo libro Lomelí se consolida como el principal especialista en la historia de la economía política del periodo que se extiende del porfiriato a mediados del siglo XX.

Hasta hoy había consenso en que el proceso de reconstrucción había iniciado durante la presidencia de Obregón. Sin embargo, ahora Lomelí prueba que comenzó antes y que el proceso no fue lineal, sino que, como todo proceso histórico, el de la reconstrucción fue combinado y desigual. Pensemos en la Constitución de 1917: por un lado fue el inicio formal de la construcción del México contemporáneo; por el otro, dificultó el inicio de la reconstrucción económica al encarecer la mano de obra y poner ciertas incertidumbres sobre la propiedad, si bien aumentaría la capacidad de consumo de los sectores mayoritarios, con el reparto agrario y las reformas laborales.

No hay duda de que la pacificación del país, hacia 1920, incidió positivamente en la reconstrucción, pues los ferrocarriles dejaron de tener una función militar y pudieron ser destinados al transporte de insumos y bienes. Asimismo, fue clave también la construcción de un sistema bancario moderno, primero con la desincautación de los bancos prerrevolucionarios y luego con la construcción de un banco único de emisión –el Banco de México– en 1925, cuyo centenario se cumplirá en unos meses y cuyo fortalecimiento sería la mejor manera de conmemorarlo. Lomelí lo dice claramente: “su fundación representó un paso importante en la consolidación de la institucionalidad económica del nuevo régimen”. Sin embargo, el proceso no fue lineal, pues el país padeció la rebelión delahuertista en 1923-1924 y luego la guerra cristera de 1926-1929, por las que gran parte del presupuesto tuvo que destinarse al renglón militar, desviándolo de la reconstrucción económica. Lomelí insiste en la correlación permanente que hay entre la situación económica y las crisis políticas, así demuestra que el conflicto electoral por la reelección de Obregón “empeoró la situación en la segunda mitad del periodo presidencial del general Calles después de un inicio promisorio”.

El mayor obstáculo a la reconstrucción fue la gran crisis económica mundial de finales de 1929; sus secuelas fueron terribles para el país, y en 1932 la situación llegó a ser “estrepitosa”. En su libro, Lomelí destaca la importancia de Alberto J. Pani en la solución de tan hondos problemas. Ingeniero de profesión, Pani había colaborado con los gobiernos de Madero, Carranza, Obregón y Calles; de hecho, había estado al frente de los Ferrocarriles Constitucionalistas durante la lucha armada y había encabezado la primera Secretaría de Industria, Comercio y Trabajo con Carranza, para luego ser secretario de Hacienda a finales del cuatrienio de Obregón y durante parte de la presidencia de Calles, habiendo sido clave en el manejo de la deuda externa y en la creación de nuestro sistema bancario moderno, incluyendo al Banco de México. También se crearon la Comisión Nacional de Irrigación y la Comisión Nacional de Caminos. Durante los dos últimos años de la presidencia de Calles estuvo al frente de la Secretaría de Hacienda Luis Montes de Oca, otro de los personajes rescatados por Lomelí.

Sin duda, una de las mayores contribuciones del libro es la balanceada evaluación de los años del maximato, con las presidencias de Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y, sobre todo, Abelardo Rodríguez. De este último precisa su papel en la recuperación económica del país y en la conformación del sector paraestatal de nuestra economía: por ejemplo, se crearon el Banco Hipotecario y de Obras Públicas (Banobras), dirigido por Gonzalo Robles, otro técnico de la economía, decisivo también en la fundación de la editorial Fondo de Cultura Económica, creada en 1934 por Daniel Cosío Villegas para formar los economistas técnicos que requería el país. Con Rodríguez se crearon Nacional Financiera y Petróleos de México (Petromex), un antecedente poco estudiado de la expropiación petrolera de 1938. Por último, con él se inició el establecimiento de un salario mínimo ajustado periódicamente. A mi parecer, un gran aporte historiográfico del libro de Lomelí es su interpretación del papel histórico de Abelardo Rodríguez, hasta hoy mayoritariamente “ninguneado”: “La presidencia de Abelardo Rodríguez contribuyó decisivamente a la construcción de un nuevo tipo de intervención del Estado en la economía, más acorde con las atribuciones que le había conferido la Constitución de 1917 en la materia, pero también más en sintonía con los cambios que comenzaron a operarse en esos años en la política económica en el resto del mundo, como respuesta a la Gran Depresión.”

El libro de Lomelí termina con un análisis fresco del sexenio cardenista. Como se dijo antes, los procesos históricos nunca son unilineales, convicción que le permite ver a Cárdenas como un gran reformador social al mismo tiempo que fue un presidente muy cuidadoso de las finanzas públicas y del sector público de nuestra economía, el que fortaleció con la creación de la Comisión Federal de Electricidad en 1937 y con Pemex al año siguiente. Para Lomelí –y coincido plenamente con él–, Cárdenas era un político progresista “pero a la vez pragmático”. Su secretario de Hacienda fue Eduardo Suárez, otro mexicano notable.

Acaso el aspecto más valioso del libro sea que no se reduce a ser un libro de historia económica, y menos aún de uno solo de sus sectores. Se refiere a la historia de la economía política del país entre la Constitución de 1917 y la expropiación petrolera, años sin lugar a dudas decisivos, años que analiza también desde la perspectiva de la historia política –militar y diplomática– y la historia social. Es más, puede decirse que el libro de Lomelí no se reduce a la reconstrucción económica, sino que en rigor hace la historia “de la reconstrucción del Estado mexicano en su conjunto”. Para beneficio de sus lectores, Lomelí parte de la visión ciceroniana de la historia, maestra de la vida y crisol de experiencias útiles. La importancia del libro –correctamente documentado, claro en su redacción, bien estructurado y mejor argumentado– es que orilla a sus lectores a reflexionar sobre la significación de aquellos años para el presente y el futuro del país.

En mi caso, llegué a tres conclusiones: la primera es que gente como Pani, Montes de Oca y Gonzalo Robles, entre otros varios, fueron rechazados del santoral patrio por haber colaborado con Calles. Segundo, la necesaria expropiación petrolera por la impertinente conducta de las compañías propietarias pudo traerle al país graves dificultades internacionales, pero el estallido de la Segunda Guerra Mundial al año siguiente permitió al propio Cárdenas integrar a México en el concierto internacional de las naciones. Así, después del conflicto bélico, que se prolongó hasta 1945, México entró a un proceso ya no de reconstrucción económica, sino de pleno desarrollo. El problema fue que no supimos distribuir adecuadamente entre los mexicanos la riqueza creada a mediados del siglo XX. Para mí la gran lección del libro de Lomelí es que todo proceso revolucionario provoca graves destrucciones económicas, las que exigen un cabal proyecto reconstructivo, pero este tiene que tener un diseño técnico. Intentar hacer dicha reconstrucción con bases ideológicas y con mayores radicalismos es agravar el problema, no solucionarlo. ~


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