Abraham Zabludovsky en San Ildefonso

El legado arquitectónico de Abraham Zabludovsky no solo transformó la ciudad; también inspiró un enfoque de vida basado en la pasión y la creatividad sin límites.
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A cien años de su natalicio, sigo viendo a mi padre como un perpetuo creador de grandes proyectos. Lo recuerdo como un obsesivo y apasionado arquitecto de tiempo completo. Con la vehemencia que le era propia, en los viajes nos despertaba para recorrer a ritmos acelerados las ciudades y visitar los edificios icónicos antes de las horas de tráfico. Para planear el proyecto de la Central de Abastos de la Ciudad de México, visitamos los mercados centrales de las principales ciudades. Uno de los mejores, el de París, ofrece a los compradores mayoristas brindis con pan, queso, uvas y vino a las cuatro de la madrugada.

Mi padre siempre traía un lápiz para poder hacer bosquejos en cualquier momento. En nuestras comidas familiares, tanto en casa como en los restaurantes, dibujaba sus croquis en las servilletas. Estaba tan inmerso en sus diseños que a menudo no se concentraba en la forma adecuada de agarrar los cubiertos. Como resultado, no todo lo comestible llegaba siempre a su boca y acababa con algunas pequeñas raciones en sus camisas. Mi madre, quien siempre lucía impecable, reaccionaba con una amorosa mirada de reproche, y sus manos se mostraban siempre atentas para remover los residuos de comida en la indumentaria de su descuidado esposo.

En mi temprana infancia, la mayoría de las veces las huellas que hacían mal lucir la ropa de mi padre no eran de comida sino las del polvo y restos de cemento que impregnaban sus zapatos y la parte baja de sus pantalones después de regresar de la supervisión de sus obras. Y es que, como lo explica el actual director de la Facultad de Arquitectura de la UNAM, Juan Ignacio del Cueto, desde que estudiaba “trabajó como constructor y contratista, lo que le permitió formarse de una manera más completa y ver el quehacer arquitectónico con un enfoque pragmático; la preocupación por los procesos constructivos sería, a partir de entonces, una constante en su obra”.

Durante esta primera parte de su vida profesional se dedica fundamentalmente a proyectos de vivienda entre los que destacan el edificio de Fundición y la casa Sacal, donde se usa por primera vez el concreto cincelado que estará presente en sus obras posteriores. Como explica Manuel Larrosa, en la siguiente etapa de su desarrollo profesional da un viraje y voltea al “gran teatro del mundo” mostrando “una fecunda reiteración compositiva, semejante a la que ofrecen, en la música, las fugas de Johann Sebastian Bach”. Desde los años sesenta, la arquitectura teatral no se había visto tan enriquecida en nuestro país como con los recintos concebidos por mi padre, pues piensa la arquitectura monumental como una tarea democrática: lo mismo sirven esos recintos para una pelea de box que para una fiesta de quince años, una conferencia, una obra de teatro, un concierto o un mitin político.

Al referirse a la que se puede considerar una segunda etapa de su obra, Miquel Adrià afirma que esta se caracteriza por la construcción de un nuevo lenguaje masivo y monumental, basado en el uso exclusivo del concreto cincelado, que vistió buena parte de los edificios emblemáticos de la sociedad mexicana. Este “material único permitió cierto sincretismo entre la modernidad y la arquitectura prehispánica” y “dotó al poder civil con signos de identidad colectiva”, como lo muestran los proyectos realizados en colaboración con Teodoro González de León: el edificio del Infonavit, El Colegio de México, el Auditorio Nacional y el Museo Tamayo.

Durante sus últimos años mi padre continuó con el diseño de auditorios, museos y centros de convenciones que se terminaron después de su muerte gracias al impulso y compromiso de mi madre. Como lo ha señalado Felipe Leal, “si alguien sabía de composición arquitectónica era Abraham Zabludovsky y Alinka Kuper era una arquitecta honoraria”. Entre estos espacios, destacan el Museo del Niño de Villahermosa y el Auditorio y Centro de Convenciones de Coatzacoalcos. En 2004, asistimos a la inauguración con un concierto memorable de Pavarotti quien se expresó sorprendido en lo que él describió como un lugar con una de las mejores acústicas del mundo.

Además de la construcción de estas reconocidas obras, la capacidad creativa de mi padre tenía un aspecto más íntimo y personal que se muestra en el diseño de sus muebles, piezas únicas realizadas para su propio hogar y que ahora se encuentran exhibidas en la exposición Abraham Zabludovsky. 100 años del Antiguo Colegio de San Ildefonso. Entre estas creaciones está una mesa de formica negra en la cubierta y bases de encino que, en su versión original, cumplía distintas funciones y era transformable según se colocara: puede ser una mesa alta para comedor o una baja como centro de sala.

En las casas que habitamos siempre había cuatro mesas que se colocaban juntas formando un gran cuadrado, de tal manera que todos los que allí se sentaran se vieran y pudieran hablar entre sí. Durante mi infancia en una casa en que no había comedor, la mayoría del tiempo las mesas estaban en su posición baja, como una extensión de la sala. Se usaban primordialmente para servir café a los invitados o para que las mamás que asistían a los cumpleaños infantiles contemplaran a sus hijos rompiendo la piñata, viendo una obra de títeres o participando en otras actividades que se llevaban a cabo en la terraza adjunta.

Pero lo que yo más recuerdo de estas mesas es que durante mucho tiempo sirvieron como base para armar un enorme rompecabezas de la pintura cubista Los tres músicos de Picasso que, por contar con piezas bastante irregulares y pequeñas, para mis hermanos y para mí constituyó un verdadero reto. Una vez que finalmente triunfamos –gracias a la guía paciente de mi madre, y bajo la mirada de satisfacción y conspiración de mi padre–, nos resistimos a removerlos. Así es que Los tres músicos ocuparon las mesas durante un periodo tan amplio que creí oírlos tocar unas piezas cuando yo me acercaba.

Durante mi adolescencia nos mudamos a una casa más grande. Las mesas estuvieron la mayoría del tiempo en su posición vertical y las ocupábamos como comedor. Ahí, mis padres recibieron múltiples y variados comensales. Ellas atestiguaron encuentros familiares y reuniones con integrantes del mundo de la arquitectura y el arte. Entre los más asiduos: Olga y Rufino Tamayo, y Mathias Goeritz con su pareja, la periodista BambiAhí presencié intensos debates culturales, históricos y políticos que mi padre frecuentemente iniciaba con un exitoso ánimo provocador. La gran mesa cuadrada (compuesta de cuatro) alcanzaba para sentar a dieciséis personas. Cuando eran más invitados se separaban para que cupieran más sillas. Mi madre, que era una excepcional anfitriona, las vestía con flores y accesorios capaces de, en cada ocasión, hacerlas parecer piezas originales de la autora.

En 1954, mi padre diseñó la cuna que lleva mi nombre. Esta pieza original y única está ahora expuesta en el Colegio de San Ildefonso. Como sus otros muebles, también tiene múltiples posiciones y se amolda según la edad de los niños. La cuna me acogió primero a mí y luego a mis hermanos. Más tarde empezó a rotarse entre los recién nacidos de la familia. Ahí durmió mi prima Diana –que tiene diez años menos que yo, hija de Jacobo–. Luego fue ocupada por mis sobrinas, las hijas de mi hermano Moisés, y los nietos y nietas de mi hermano Jaime. Antes de su traslado a la exposición actual yo la tenía en mi casa para cobijar a unos mellizos que tienen ahora un año y me han estrenado como abuela.

Pienso que esta cualidad versátil, lúdica y mutable que está presente en los muebles ideados por mi padre durante mi niñez, también es un rasgo fundamental de sus obras de la última década: espacios culturales de usos múltiples que sirven para espectáculos de teatro, fiestas de graduaciones, o explanadas de juegos. Al visitar la exhibición actual en el Palacio de San Ildefonso, uno puede constatar que, como bien lo señaló Larrosa, Abraham Zabludovsky ofrece a los usuarios una arquitectura que no caduca pues “sus residencias o departamentos, contemporáneos al avión de hélice, siguen formando parte de la ciudad y son tan modernos como las más avanzadas cosmonaves”. ~

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es doctora en Sociología y profesora-investigadora definitiva de tiempo completo de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.


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