Filosofía en México y filosofía mexicana
¿Se puede hablar de la filosofía mexicana o debemos restringirnos a hablar de la filosofía en México? Para responder a esa pregunta podemos distinguir dos sentidos del concepto de filosofía mexicana. El primero supone que nuestra filosofía tiene pensadores originales, rasgos distintivos, escuelas propias. El segundo reconoce que la filosofía en el país es una actividad que dispone de recursos institucionales, materiales y humanos equivalentes a los de cualquier comunidad filosófica bien establecida. Me parece que hoy en día son pocos lo que rechazarían que hay una filosofía mexicana en el segundo sentido y cada vez más los que aceptan que también la hay en el primero.
Disponemos de indicadores que apuntan a que la filosofía mexicana pasa por un buen momento. La comunidad ha crecido considerablemente. Eso puede apreciarse por la cantidad de participantes en los congresos nacionales de filosofía. El número de ponencias registradas en los encuentros recientes es más del doble de los inscritos en el siglo anterior. Además, es evidente que en términos generales el trabajo presentado cada vez tiene mejor nivel. No en balde tenemos más profesores con doctorado, con publicaciones en revistas arbitradas y con participación en grupos de investigación. Esta tendencia se puede apreciar, sobre todo, entre los más jóvenes, que están realizando una labor de mucha calidad.
Otro dato alentador es que el centralismo y el UNAM-centrismo pesan menos que antes. Hay buenas facultades de filosofía en casi todas las universidades públicas de los estados y algunas universidades privadas también destacan por su alto nivel académico, como la Universidad Panamericana. La Asociación Filosófica de México es la más grande del país y organiza un congreso nacional bianual, pero además se han fundado otras agrupaciones regionales y temáticas que cumplen con una labor importante, como la Academia Mexicana de Lógica, que organiza eventos en distintos lugares de la república. La filosofía mexicana sigue de cerca las principales tendencias de la filosofía global. Se estudian los temas más actuales de la bioética, el poscolonialismo, el ecologismo, el feminismo y un largo etcétera. La filosofía analítica no ha dejado de tener sólida presencia y se observa un interés renovado por las diversas reelaboraciones de la tradición marxista. No podemos dejar de mencionar el caso de la hermenéutica analógica, corriente filosófica fundada por Mauricio Beuchot que ha alcanzado repercusión nacional e internacional. También es destacable que se observe un renovado interés en el estudio de la historia de la filosofía mexicana, desde sus orígenes precortesianos hasta nuestros días. Cada vez hay más especialistas en este campo y eso ha permitido revalorar nuestra tradición filosófica.
Los buenos resultados no brotan de la nada. Yo diría que su origen está en el proceso de profesionalización que se llevó a cabo entre 1930 y 1980. En ese medio siglo de esplendor se construyó la sólida plataforma institucional y disciplinaria sobre la cual se ha levantado la filosofía mexicana. Entre los protagonistas más destacados de esa labor fundacional podemos señalar a Samuel Ramos, José Gaos, Eduardo García Máynez, Leopoldo Zea, Eduardo Nicol, Luis Villoro, Ramón Xirau y Fernando Salmerón, entre otros. Durante esos años se crearon colegios, facultades, universidades, revistas y asociaciones, pero, sobre todo, se implantó una manera de hacer filosofía que enfatizaba la seriedad y el rigor sin que, por ello, se descuidara la originalidad y el compromiso.
Algunos problemas de la filosofía mexicana
Hay otra manera de ver la filosofía mexicana que ofrece un panorama menos alentador del que he hablado. Cuando la examinamos más de cerca, descubrimos claroscuros alarmantes. La enseñanza de la filosofía ofrece a muy pocos académicos las condiciones salariales para una vida digna. Preocupa que haya pocas plazas laborales nuevas para los más jóvenes, incluso para aquellos con las mejores credenciales. La mayoría de ellos tiene que buscar la manera de sobrevivir dando clases por hora en instituciones educativas que les pagan salarios bajos. Si a esto le sumamos la preocupante tendencia que existe de eliminar las asignaturas de filosofía en la escuela pública (diré algo sobre esto más adelante), el escenario laboral de los egresados es cada día más gris.
Por lo que toca a los procesos internos a la profesión se advierten algunas tendencias. La primera es que la filosofía se está convirtiendo en una disciplina ultraespecializada. Lo que se espera de los egresados es que se conviertan en especialistas en un tema estrecho para que puedan competir por los pocos puestos de trabajo que se ofrecen en las universidades. El fenómeno es global y depende mucho de las presiones del mercado laboral estadounidense. Un problema con la ultraespecialización en una disciplina como la filosofía es que por fijarse en los árboles uno pierde de vista el bosque y en la filosofía el bosque es lo que más importa. Otra tendencia, no desligada de la anterior, es que, por estar tan preocupada con sus dinámicas internas, la filosofía académica participa menos en la discusión sobre los problemas políticos, sociales y culturales del país, lo que le hace perder relevancia.
A pesar de sus avances, la filosofía mexicana sigue siendo muy dependiente de lo que se hace en el extranjero, en Alemania, Estados Unidos, Francia e Inglaterra. Hay que señalar, sin embargo, que algo semejante sucede en el resto de los países de Iberoamérica, incluso en España. Seguimos cargando con vicios y atavismos que no han permitido que el pensamiento filosófico en lengua española desarrolle plenamente sus potencialidades. Un resultado de la tendencia anterior es que cada vez resulta más difícil para los liderazgos dentro de la filosofía mexicana fijar la pauta de la discusión interna. Bailamos al son que nos marcan de fuera y eso genera la sensación de que no estamos a la deriva.
Es lamentable el poco interés que demuestran algunas de las instituciones de la cultura mexicana por la filosofía y, sobre todo, por la filosofía hecha en México. El contraste con lo que sucedía en el siglo anterior es impactante. Por ejemplo, en aquellos años las revistas culturales y los suplementos publicaban con frecuencia artículos de filósofos. Ahora es raro que los filósofos mexicanos encuentren un espacio en los medios impresos o electrónicos. No es que los temas que ellos pudieran tratar ya no interesen al público, lo que sucede es que son otros quienes se ocupan de desarrollarlos desde otras perspectivas, casi siempre menos rigurosas y profundas. Las empresas editoriales, privadas y públicas, ayudan poco. Lo que ellas buscan, por lo general, es publicar obras ligeras, casi siempre extranjeras, que garanticen mayor venta en un público cada vez menos preparado para leer una argumentación sólida. Estos problemas también se observan en la filosofía de toda Iberoamérica, es cierto, pero el caso de México quizá es el más dramático, porque el lugar que tuvo la filosofía en la cultura mexicana del siglo anterior, gracias al apoyo recibido por el Estado posrevolucionario, fue el más destacado de la región. Las razones por las que se dio ese beneficio son variopintas. Una de ellas fue el interés genuino de impulsar un pensamiento propio que respondiera a los ideales más altos del movimiento revolucionario. Otra, menos admirable, fue la de darle un barniz filosófico a la ideología del régimen. Y otra, más descarada, fue la cercanía de algunos filósofos al aparato del poder en turno. Sea lo que sea y para bien o para mal, ninguno de esos tres factores existe hoy en día.
La filosofía mexicana y el Estado nacional
México ha carecido desde hace mucho de una política de Estado para las humanidades. No la ha tenido en los gobiernos recientes del PRI, del PAN y de Morena. El problema, me parece, se remonta a los años ochenta del siglo anterior. La filosofía no quedó incluida dentro del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y se incorporó con calzador dentro del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. Hubiera sido preferible que se creara un Consejo Nacional de las Humanidades, semejante al National Endowment for the Humanities, pero faltó interés y visión.
No podemos entender a la filosofía mexicana actual sin las políticas académicas que se han implementado en las últimas décadas en las universidades públicas y privadas del país y por los programas de apoyo a la docencia y la investigación del extinto Consejo Nacional de Humanidades, Ciencia y Tecnología, que ahora se convertido en una secretaría de Estado. No pocos de los problemas de la filosofía mexicana sonconsecuencias de aquellas políticas impuestas a rajatabla. Estoy convencido de que si la filosofía mexicana no ha empeorado es porque ha logrado preservar la orientación que se le dio entre 1930 y 1980. A decir verdad, los problemas no son exclusivos de México, son globales. La filosofía, al igual que el resto de las humanidades, padece de lo que en alguna ocasión Toynbee describió como su proceso de industrialización, a saber, que su modelo de gestión y producción se asemeje cada vez más al de las ciencias duras y las tecnologías y, en particular, en su vinculación con el sistema económico. Ese proyecto ha presionado para que el artículo breve en revistas especializadas sustituya al libro de largo aliento y para que el trabajo colectivo prevalezca sobre el trabajo individual. Estoy convencido de que esas fuerzas le han ido restando creatividad, originalidad y presencia a la filosofía mexicana. Por lo mismo, aunque hoy haya más y mejor filosofía académica que la que hubo entre 1930 y 1980, podría replicarse que en aquellos años la filosofía fue acaso más autónoma, más vigorosa e incluso más interesante.
Tres movimientos de la filosofía mexicana
No quiero dejar la impresión de que los filósofos mexicanos nos quejamos de que ya no se nos trate igual que antes pero no hacemos nada para mejorar nuestra situación y, sobre todo, para impulsar nuestra filosofía. Si algo caracteriza a la comunidad filosófica mexicana es que no se ha quedado con los brazos cruzados. Doy tres ejemplos de movimientos filosóficos que nos ofrecen un horizonte esperanzador hacia el futuro. Una característica en común de los tres es que se han gestado de manera colectiva y autónoma, por fuera de los organismos y las instituciones educativas del Estado mexicano.
El primero es la defensa de la enseñanza de la filosofía en la escuela pública. En 2008 la reforma de la educación media superior eliminó la enseñanza de la filosofía en ese nivel educativo. El 18 de marzo de 2009, se fundó el Observatorio Filosófico de México, colectivo que se propuso revertir esa medida. Después de semanas de protestas, el gobierno dio marcha atrás: el 22 de mayo se acordó reintegrar la filosofía al currículo. En 2019, la reforma del artículo tercero constitucional reconoció el derecho de los jóvenes mexicanos de recibir una formación filosófica. Lo que se buscó con ello fue proteger una valiosa disciplina en peligro. Sin embargo, la llamada Nueva Escuela Mexicana de 2022 volvió a eliminar las asignaturas de filosofía en la educación media superior. La comunidad filosófica nacional se reorganizó para enfrentar el nuevo reto. En 2023 se fundó el Comité Nacional en Defensa de la Filosofía, conformado por decenas de universidades y asociaciones de todo el país. Por desgracia, la respuesta de las autoridades educativas no ha sido la esperada. Lo que sostiene el Comité es que, si no hay en el plan de estudios por lo menos una asignatura de filosofía se está violando la Constitución vigente, pero, sobre todo, se está privando a la juventud mexicana de recibir una formación integral.
El segundo ejemplo es la Red Mexicana de Mujeres Filósofas, que ha congregado a cientos de filósofas del país para que su voz adquiera más resonancia. La Red fue fundada en 2020 y organiza diversos seminarios, cursos y eventos académicos a nivel nacional con el fin de generar relaciones de intercambio y de solidaridad entre las mujeres filósofas mexicanas. Las labores de la Red han ayudado a recuperar la obra de filósofas mexicanas tan destacadas como Paula Gómez Alonso, Rosario Castellanos, Graciela Hierro y Juliana González, entre muchas otras, pero también para que las filósofas más jóvenes sean capaces de romper juntas las barreras que no les han permitido desarrollarse con plenitud dentro de la disciplina.
El tercero es un fenómeno que, aunque no tiene que ver directamente con la filosofía en México, la involucra de manera esencial. Me refiero a la Mexican Philosophy, corriente que se está gestando en varias universidades de Estados Unidos y que ya cuenta con una proyección internacional. La Mexican Philosophy no se limita al estudio de la historia de la filosofía mexicana, sino que pretende convertirse en un movimiento que se ocupe de todos los temas de la filosofía desde una perspectiva mexicana y que se pueda cultivar en cualquier parte del mundo. La Mexican Philosophy, entendida así, puede compararse con las también llamadas French Theory o Italian Thought. La oportunidad que este movimiento brinda a la filosofía mexicana es enorme, siempre y cuando no se desligue de su tradición originaria y se convierta en un caso más de apropiación cultural. ~