Los historiadores espaรฑoles y latinoamericanos escriben normalmente bastante mal, aunque ya no vivamos por fortuna, a principios del sigloย XXI, en รฉpocas de feรญsmo extremo y total dejadez estilรญstica. Existen, evidentemente, honrosas y meritorias excepciones. El problema no es exclusivo, sin embargo, ni de los historiadores ni tampoco de los que utilizan la lengua espaรฑola. El sociรณlogo norteamericano Howard S. Becker, en su clรกsico libroย Writing for social scientistsย (1986), reeditado y traducido en muchas ocasiones, asegura que โtodo el mundo sabe que los sociรณlogos escriben muy malโ y, asimismo, que โalgunos sociรณlogos muy reputados son notoriamente incomprensiblesโ. Enย Raccontare la storia. Generi, narrazioni, discorsiย (2004), Silvio Lanaro afirma que los historiadores italianos escriben muy mal. Comoquiera que sea, no se trata de una cuestiรณn nueva, pero tampoco demasiado vieja. Ya a mediados del sigloย XX, enย De la connaissance historiqueย (1954), Henri-Irรฉnรฉe Marrou se referรญa a algunos historiadores โbritรกnicos, por mรกs seรฑasโ que se esforzaban en escribir mal, sacrificando la elegancia y la correcciรณn, para asegurarse asรญ de ser tomados en serio.
En la inacabadaย Apologie pour lโhistoire ou Mรฉtier dโhistorien, elaborada en la primera mitad de los aรฑos cuarenta, Marc Bloch recordaba que no existรญa ninguna contradicciรณn en satisfacer al mismo tiempo la inteligencia y la sensibilidad del lector, e invitaba a no negar โa nuestra ciencia su parte de poesรญaโ. No obstante, entre las dรฉcadas de 1950 y 1980, la extendida confusiรณn entre el rigor y la seriedad, de una parte, y el aburrimiento y la dejadez literaria, de otra, resultรณ altamente perniciosa. A lo largo de casi todo el sigloย XXย historia y literatura han mantenido unas relaciones que pueden ser calificadas, como mรญnimo, de distantes. La voluntad de los historiadores de construir una disciplina propia, avanzar en la profesionalizaciรณn y presentarse como cientรญficos o cientรญficos sociales conllevรณ al rechazo, mรกs o menos explรญcito, de todos aquellos elementos que pudieran asimilar su trabajo al de los narradores literarios. En este sentido, historia y literatura no podรญan compartir nada o casi nada. Esta posiciรณn ha tenido efectos muy destacables en el campo historiogrรกfico. En primer lugar, el abandono de la literatura como objeto de estudio y reflexiรณn. La historia de la literatura constituye una materia que pertenece al terreno acadรฉmico de la filologรญa. No siempre las relaciones de esta con la historia, tambiรฉn como disciplina, han resultado plรกcidas. Las divisiones e intereses acadรฉmicos no coinciden necesariamente con los intereses y caminos del conocimiento. Las novelas no son ni una fuente ni un motivo ornamental, sino productos literarios a los que resulta imposible aproximarse sin la debida sensibilidad. En segundo lugar, el descuido por parte de los historiadores, de forma inconsciente o plenamente intencionada, de los aspectos formales y conceptuales de la escritura. Una cuidada escritura constituรญa, en este sentido, uno de los principales peligros que podรญa acechar a la supuesta cientificidad de la historia. En mis aรฑos de formaciรณn universitaria escuchรฉ en muchas ocasiones sentencias del tipo โesto es literatura…โ para referirse a textos de historia que, a juicio del emisor, presentaban problemas. Literatura era lo contrario de historia en todos los sentidos. Sin embargo, contraponer narraciรณn y argumentaciรณn es, como mรญnimo, tan equรญvoco como identificar narraciรณn y ficciรณn, pues ni los dos primeros tรฉrminos resultan excluyentes, ni los dos siguientes coinciden exclusiva y necesariamente. La obra de historia ideal โinalcanzable, por lo tanto, pero a la que debemos seguir aspirando siempreโ, ha sostenido Krzysztof Pomian enย Sur lโhistoireย (1999), es aquella que consigue satisfacer de forma equilibrada las tres exigencias siguientes: hacer saber, hacer comprender y hacer sentir.
La escritura forma parte, igualmente como la investigaciรณn en los archivos o las consultas bibliogrรกficas, de la tarea bรกsica del historiador. Y a ello necesita dedicar, en consecuencia, notorios esfuerzos. Los historiadores producen relatos โaunque no todos los relatos sean iguales ni tengan el mismo valorโ; narran, a fin de cuentas. Como apuntara Roger Chartier enย Au bord de la falaise. Lโhistoire entre certitudes et inquiรฉtudeย (1998), el retorno al archivo y al relato ha reforzado la convicciรณn entre los historiadores de que ellos tambiรฉn escriben textos, de que su discurso, al fin y al cabo, al margen de la forma, es siempre una narraciรณn. Escribir bien no significa esencialmente, aunque tambiรฉn, respetar las normas ortogrรกficas y sintรกcticas. La escritura resulta inseparable de la reflexiรณn e investigaciรณn histรณricas. Cuando el ya citado Silvio Lanaro explica por quรฉ los historiadores italianos escriben muy mal, destaca como principal razรณn el hecho de no plantearse, ni en tรฉrminos teรณricos ni tampoco prรกcticos, la cuestiรณn de la escritura como elemento constitutivo de la investigaciรณn y de su misma articulaciรณn conceptual. Cada historia necesita una particular escritura.ย Pueblo en viloย (1968) del mexicano Luis Gonzรกlez y Gonzรกlez constituye un precioso ejemplo de esta simbiosis entre el contenido y la forma escritural. Deberรญamos aรฑadir otra cuestiรณn, frecuentemente obviada: cada pรบblico de historia necesita tambiรฉn una escritura particular. De hecho, no se elabora de la misma manera una tesis doctoral que un artรญculo de divulgaciรณn, o un artรญculo en una revista especializada que una obra de sรญntesis. Ni el tono ni el aparato de notas y de bibliografรญa ni la estructura ni los niveles de detalle pueden ser los mismos. Pensar en el lector no es un capricho.
Una cuidada escritura, adecuada siempre al pรบblico al que estรกn dirigidos los textos, no afecta ni a la rigurosidad ni a la cientificidad, pretendida o no, del producto, sino todo lo contrario. Los historiadores no solamente deberรญan escribir para los historiadores. Las reflexiones de Odo Marquard resultan perfectamente aplicables a nuestro campo: โLos filรณsofos que solo escriben para filรณsofos profesionales actรบan de un modo casi tan absurdo como actuarรญa un fabricante de calcetines que solo fabricase calcetines para fabricantes de calcetines.โ Aunque no constituya el รบnico problema que explique el fenรณmeno, resulta evidente que la suma de redactar pensando solo en los colegas โy, ademรกs, hacerlo malโ ha provocado que los historiadores, con alguna notable exclusiรณn, se hayan quedado sin lectores. Y, evidentemente, el hambre de historia de la sociedad, para decirlo en las palabras de John Lukacs en The future of History (2011), ha pasado a ser saciada por otros colectivos, sobre todo por literatos y por periodistas.
La relaciรณn entre historia y literatura estรก cambiando afortunadamente, sin embargo, desde hace unas pocas dรฉcadas. Estos lazos han sufrido algunas transformaciones que merecen ser destacadas y analizadas: desde la irrupciรณn de las tesis discursivas de Hayden White โy la supuesta reducciรณn de la historia a un relato como tantos otrosโ hasta el enorme รฉxito de la novela histรณrica y la biografรญa, pasando por la apariciรณn de propuestas nuevas de escribir historia o por la aproximaciรณn cada vez mรกs decidida de los literatos a los libros de historia y de los historiadores a las novelas y otros productos literarios, mรกs allรก de la simple y simplista consideraciรณn de estos como fuente auxiliar o de segundo orden. La literatura ofrece โal historiador, entre muchos mรกsโ la posibilidad de acercarse al otro y de multiplicar las vidas. La filรณsofa estadounidense Martha C. Nussbaum, en Poetic justice. The literary imagination and public life (1995), lo ha denominado imaginaciรณn literaria. A partir de una interesante lectura de Hard times (1854) de Charles Dickens, Nussbaum se plantea โla capacidad de imaginar en quรฉ consiste vivir la vida de personas que podrรญan ser, dados algunos cambios circunstanciales, nosotros mismos o nuestros seres queridosโ. La autora lo aplica, especรญficamente, al campo del derecho, a jueces, fiscales y abogados: la imaginaciรณn literaria como imaginaciรณn pรบblica. Imaginar al otro, comprenderlo mejor, vivir la vida de otras personas, a fin de cuentas asegura una justicia mรกs humana โla justicia poรฉtica, como recoge el tรญtulo del libroโ y, por ende, mรกs justa. Sostiene Nussbaum que โla narrativa y la imaginaciรณn literaria no se oponen a la argumentaciรณn racional, sino que pueden aportarle ingredientes esencialesโ.
En una entrevista publicada en 1982 en la revista italianaย Lotta Continua, Adriano Sofri formulaba la pregunta siguiente a Carlo Ginzburg: โยฟQuรฉ aconsejarรญas a los muchachos que quieren dedicarse a la historia?โ La contestaciรณn era muy interesante: โLeer novelas, muchas novelasโ, afirmaba, sin demasiadas dudas, el historiador italiano. Las explicaciones que daba Ginzburg a fin de justificar esta respuesta eran las siguientes: โPorque la cosa fundamental en la historia es la imaginaciรณn moral, y en las novelas estรก la posibilidad de multiplicar las vidas, de ser el prรญncipe Andrรฉi deย Guerra y pazย o el asesino de la vieja usurera deย Crimen y castigo. Incluso los periรณdicos la incluyen mรกs bien implรญcitamente, mucho mรกs que suscitarla, y ello en la mejor de las hipรณtesis. Existe entonces el riesgo de un debilitamiento recรญproco entre las propias noticias, o por el contrario, el hecho de dar por descontada una predisposiciรณn a esta imaginaciรณn moral. Muchos historiadores, por su parte, tienden a imaginar a los otros como si fueran iguales a ellos, es decir, personas aburridรญsimas.โ Y, acto seguido, aรฑadรญa: โLa imaginaciรณn moral no tiene nada que ver con la fantasรญa, que prescinde del objeto y es narcisista โaunque puede ser, obviamente, รณptimaโ. Esa imaginaciรณn quiere decir, por el contrario, sentir mucho mรกs de cerca a ese asesino de la usurera o a Natasha o a un ladrรณn; un sentimiento que es, justamente, lo contrario del narcisismo.โ Recuerdo que en una ocasiรณn planteรฉ en pรบblico esta cuestiรณn en un congreso celebrado en Costa Rica y Roger Chartier me hizo observar que, para un historiador modernista como รฉl, el teatro o la poesรญa podรญan resultar frecuentemente mรกs interesantes que la novela. Tenรญa, sin duda, razรณn. Aunque Nussbaum y Ginzburg reflexionen sobre la imaginaciรณn a partir de los grandes novelistas del sigloย XIX, sus conclusiones son aplicables a toda la novelรญstica contemporรกnea, realista o no. Sea como fuere, no podemos dejar de insistir, como ha hecho acertadamente Dominick LaCapra, en la importancia de la lectura en el propio quehacer intelectual.
Una novela puede iluminar mรกs adecuadamente, en ocasiones, un aspecto del pasado que cien documentos. Ello resulta especialmente evidente a la hora de acercarnos a los individuos, a los autรฉnticos actores de la historia, que quizรกs han sido excesivamente olvidados en algunos momentos a favor de las estructuras, ya sean sociales o econรณmicas, culturales o polรญticas. Las actitudes, reacciones, emociones o sentimientos, por ejemplo, frecuentemente inalcanzables para el historiador a partir del trabajo con sus fuentes mรกs habituales, pueden ser a veces reconstruidas o, si se quiere, imaginadas a partir de la literatura. Los ejercicios de imaginaciรณn resultan, en este sentido, fundamentales. En el prรณlogo de 1923 a la segunda ediciรณn de la novelaย Paz en la guerraย (1897), ambientada en la segunda guerra carlista (1872-1876) en la regiรณn de Bilbao, apuntaba Miguel de Unamuno: โEn lo que se pensaba, se sentรญa, se soรฑaba, se sufrรญa y se vivรญa en 1874, cuando brizaban mis ensueรฑos infantiles los estallidos de las bombas carlistas, podrรกn aprender no poco los mozos, y aun los maduros de hoy.โ Seguir las aventuras de Pedro Antonio, Josefa Ignacia y su hijo Ignacio, Gambelu, el tรญo Pascual y la familia Arana permite imaginar un mundo y sentir muy de cerca a los carlistas y a los liberales vizcaรญnos. Algo tiene que ver todo eso con la intrahistoria, es decir, en palabras unamunianas, con la vida silenciosa de los hombres.ย No otra cosa podrรญa decirse, por ejemplo, de la fraternidad de Jean Macquart y Maurice Levasseur en el marco de la guerra franco-prusiana (1870-1871), Sedรกn y la Comuna de Parรญs en la gran novelaย La dรฉbรขcleย de รmile Zola, publicada en 1892. En las novelas se encuentra, segรบn Mario Vargas Llosa, un claro reflejo de la subjetividad de una รฉpoca. Evidentemente, lo que en ellas resulta verdadero โverdad en las mentirasโ se convierte, a lo sumo, tras un riguroso proceso de crรญtica y anรกlisis histรณrico, en hipotรฉticamente verosรญmil. De esta manera avanza, la mayor parte de las veces, la disciplina histรณrica.
Literatura e historia comparten una frontera muy permeable en la que, incluso, algunas obras excelentes se instalan conscientemente. En las novelas el historiador puede encontrar ideas, modelos, inspiraciones o recursos para aplicar a su propio trabajo. La novela no es solamente el paraรญso de los hombres y mujeres de carne y hueso, sino tambiรฉn la meca del yo narrador. Dos libros exitosos y publicados en los รบltimos lustros nos sirven de muestra: HHhH (2010) de Laurent Binet o El impostor (2014) de Javier Cercas. El atentado contra Heydrich โHHhH, iniciales alemanas de las palabras de la frase โel cerebro de Himmler se llama Heydrichโโ y la impostura de Enric Marco โni deportado ni, entre otras cosas mรกs, prisionero en un campo naziโ conforman, respectivamente, los asuntos de dichos libros. โยฟQuรฉ puede ser mรกs vulgar, en realidad, que un personaje inventado?โ, se pregunta, en un pasaje de la obra, el narrador de HHhH. De Cercas resulta necesario citar tambiรฉn Anatomรญa de un instante (2009). Trรกtase de novelas de no ficciรณn. O, expresado de otra forma, de encuestas literarias de la historia. No deseo olvidarme aquรญ de una obra magnรญfica de esta misma naturaleza, pero con forma biogrรกfica: Limรณnov (2011) de Emmanuel Carrรจre. La novela constituye tambiรฉn una forma de conocimiento del pasado y del presente. Como escribiera Henning Mankell, como colofรณn de El hombre inquieto (Den orolige mannen, 2009), la novela que termina con Kurt Wallander sumido progresivamente en la oscuridad, acompaรฑado por su hija Linda, policรญa como รฉl, y su nieta Klara: โComo la mayorรญa de escritores, escribo para que el mundo resulte mรกs comprensible, al menos en cierta medida, pues la ficciรณn puede superar en ocasiones al realismo documental.โ Historia y literatura no se presentan ya como opuestas, sino como complementarias en tanto que maneras, tan distintas como cercanas, de conocer e interpretar el pasado y el presente.
Repensar y mejorar la escritura de la historia constituye uno de los principales retos de esta disciplina en el nuevo siglo que inauguramos hace algo mรกs de cuatro lustros. Las vรญas, las estrategias y las modalidades resultan mรบltiples. Podrรญa ser una de ellas replantear el papel del yo del historiador en los textos. Aunque la escritura en forma impersonal se haya erigido en norma infranqueable, quizรก ha llegado el momento de insistir en que otras maneras de narrar son posibles e, incluso, en muchos casos, mรกs adecuadas. El historiador es, en el fondo, actor de la historia que reconstruye. No es el actor principal ni el centro, pero su yo influye en el producto. Invocar la objetividad no es necesariamente pertinente en este caso. La presencia del yo del historiador en los textos puede constituir, incluso, un acceso por vรญa subjetiva a una mayor objetividad. El resultado final de un artรญculo o de un libro depende, entre otras cosas, de las decisiones tomadas por el profesional: acudir o no a unos archivos, leer de una u otra manera los documentos, optar por una u otra vรญa interpretativa. El azar juega, asimismo, un papel en ocasiones fundamental. Visitar un archivo o una biblioteca โy no otros, pongamos por casoโ, condicionado por factores de posibilidad, accesibilidad o materialidad, marca los resultados de una investigaciรณn. La claridad y abasto de la catalogaciรณn u ordenaciรณn resultan, asimismo, elementos decisivos. Cierto es que la relaciรณn del historiador con los documentos ha cambiado sensiblemente en la รฉpoca de internet. Hoy, sin duda, aparece como mรกs importante la capacidad de procesar y verificar informaciones y de controlar su multiplicaciรณn que la voluntad acumulativa. De todas maneras, nuestras decisiones y nuestras oportunidades influyen sobre el producto. Un yo aparentemente inexistente a travรฉs de la impersonalidad de la escritura no oculta que estamos ante una actividad humana, con frecuencia personal e individual. No reconocerlo, ยฟes un signo de objetividad? Todo lo contrario, a mi modo de ver. Contar el propio proceso de concepciรณn, investigaciรณn, interpretaciรณn y elaboraciรณn de una obra no resulta, en consecuencia, baladรญ. Asรญ lo hizo, por ejemplo, Carlos Gil Andrรฉs en Piedralรฉn. Historia de un campesino. De Cuba a la Guerra Civil (2010), un libro en donde, al mismo tiempo que se da forma a la vida del personaje principal โel campesino Manuel Marรญa Jimรฉnez Sainz, un hombre anรณnimo que dejรณ pocas trazas en los archivosโ, se cuenta el propio proceso de reconstrucciรณn histรณrica que el autor ha llevado a cabo. Las deudas intelectuales de Carlos Gil Andrรฉs con Carlo Ginzburg, Emmanuel Le Roy Ladurie, Natalie Zemon Davis o algunos historiadores marxistas britรกnicos resultan evidentes.
Con la introducciรณn del yo no se pretende proponer una โhistoria subjetivistaโ o una โescritura subjetivista de la historiaโ, como ha denunciado, con algo de superficialidad, Enzo Traverso en Passรฉs singuliers. Le โjeโ dans lโรฉcriture de lโhistoire (2020). El โNarciso historiadorโ no es mรกs que un fantasma. Este historiador italiano se refiere, en especial, a las propuestas del francรฉs Ivan Jablonka en Lโhistoire est une littรฉrature contemporaine. Manifeste pour les sciences sociales (2014) y en otras de sus obras. Dedica tambiรฉn bastante espacio en sus crรญticas al novelista Javier Cercas, al que acusa exageradamente de revisionismo postideolรณgico. No se trata, en cualquier caso, de poner en el mismo nivel la historia contada y la historia del contador, ni tampoco al historiador y su objeto de estudio. Ni menos aรบn ejercer ningรบn tipo de presentismo. El presentismo โen una sociedad acelerada como la nuestra, desmemoriada, aunque reivindique constantemente la memoriaโ constituye el principal peligro que acecha hoy al historiador. Los excesos del yo me parecen tan aborrecibles como su simple ausencia. El equilibrio es, ademรกs de factible, deseable. En el fondo, el problema que subyace en las apreciaciones de Enzo Traverso es la confusiรณn entre retorno del sujeto y giro subjetivista, entre el individuo como persona de carne y hueso y el individualismo como supuesta caracterรญstica neoliberal. La frase final de su libro es elocuente: โno olvidemos que la historia estรก hecha sobre todo de y por โnosotrosโโ. El nosotros no deja nunca de ser, sin embargo, una suma de yoes. Como reza una de las definiciones mรกs clรกsicas de la historia, la de Marc Bloch, esta disciplina se ocupa de los individuos โhombres, en el originalโ en el tiempo. Y la escribe un yo, que es el del historiador.
Como conclusiรณn, quisiera de nuevo acudir a una novela para ejemplificar las mรบltiples posibilidades de inspiraciรณn que la literatura ofrece a los historiadores โy, evidentemente, viceversaโ. En este caso, de manera especรญfica, sobre la relevancia del yo en el proceso escritural. Lo mismo puede valer para la historia contada o explicada oralmente o a travรฉs de formas visuales, de la fotografรญa y el reportaje al cรณmic y el cine. En 2022 vio la luz Un tal Gonzรกlez, del escritor y periodista Sergio del Molino. El Gonzรกlez del tรญtulo es Felipe Gonzรกlez, polรญtico socialista y presidente del gobierno de Espaรฑa entre 1982 y 1996. Se trata de una novela, tal como el autor seรฑala desde la primera pรกgina: โEsto no es un libro de historia, ni una biografรญa de Felipe Gonzรกlez, ni una crรณnica periodรญstica, ni un ensayo polรญtico. […] Aquรญ se novela una parte de la historia de Espaรฑa (de 1969 a 1997, con unas catas en el tiempo de escritura, los aรฑos 2018-2022) a travรฉs de quien fue el presidente que asentรณ la democracia y propiciรณ el cambio histรณrico mรกs profundo y espectacular del paรญs. Quien lo narra es un hijo de la democracia, un escritor nacido en 1979 que observa a la generaciรณn de sus padres.โ En pocas frases, Sergio del Molino presenta su autorรญa y su escritura: gรฉnero novela โaunque en algunos momentos se defina como un guionista de una pelรญcula basada en hechos realesโ, centrada en la historia espaรฑola de la รฉpoca de Felipe Gonzรกlez, admiraciรณn por el personaje y perspectiva generacional. Aรฑade ademรกs un elemento decisivo sobre la estructura de la obra, esto es, la combinaciรณn entre el tiempo narrado y, gracias a las โcatasโ, el tiempo escritural. Los nueve capรญtulos del libro trazan la historia del sevillano Felipe Gonzรกlez desde 1969, en su apariciรณn en el ambiente conspirativo antifranquista del exilio en el sur de Francia, hasta 1997, un aรฑo despuรฉs de perder las elecciones generales frente al liberal-conservador Josรฉ Marรญa Aznar. La estructura es cronolรณgica. Entre estos capรญtulos introduce el autor cuatro โaproximacionesโ, en las que nos traslada a su propio momento de concepciรณn y elaboraciรณn del relato: el visionado de la entrevista de Pablo Motos a Felipe Gonzรกlez en el seguidรญsimo programa de Antena 3, El hormiguero, en mayo de 2021; la asistencia a una mesa-debate entre Felipe Gonzรกlez y Josรฉ Marรญa Aznar en el Colegio de Arquitectos de la capital de Espaรฑa, en septiembre de 2018; su participaciรณn en una reuniรณn del consejo editorial del Grupo Prisa, en el que el expresidente del gobierno de Espaรฑa fungรญa como miembro, en abril de 2019, y, por รบltimo, la reuniรณn privada, en Madrid, con el protagonista de su trabajo en proceso, en marzo de 2022. La conclusiรณn tras este รบltimo encuentro resulta bรกsica para leer Un tal Gonzรกlez: โEl paรญs que hizo Felipe es mi paรญs, el que me ha hecho a mรญ.โ El yo del narrador se introduce regularmente en la narraciรณn, aportando claves para la lectura de esta novela de la historia espaรฑola. Si de la literatura, en este caso de no ficciรณn, regresamos a la historia podremos afirmar que la explรญcita combinaciรณn de dos tiempos, uno pasado y otro presente, el de la historia y el del historiador, no constituye una distorsiรณn subjetivista ni una merma del necesario rigor, sino una aproximaciรณn mรกs verรญdica e, incluso, mรกs modestamente ambiciosa a nuestro objeto de estudio. Primera y tercera persona no se me antojan en nada incompatibles en la escritura histรณrica.
Todas las anteriores reflexiones que he ido desgranando aquรญ, al hablar de la escritura histรณrica, de las relaciones entre historia y literatura o sobre el yo del historiador, no pretenden sugerir, en ningรบn caso, que el historiador es- criba novelas, sino que se plantee seriamente el tema de la escritura como elemento fundamental de una profesiรณn basada en el rigor y la crรญtica. Que asuma como historiador, en definitiva, su condiciรณn de escritor. ~
Jordi Canal (Olot, Girona, 1964) es historiador. Es catedrรกtico de la รcole des Hautes รtudes en Sciences Sociales, de Parรญs. Su libro mรกs reciente es '25 de julio de 1992. La vuelta al mundo de Espaรฑa' (Taurus, 2021).