La batalla de Chile

En todas las rebeliones populares recientes se produce la misma bรบsqueda de โ€œla dignidadโ€, el mismo desprecio por cualquier รฉlite, la misma sensaciรณn de ser perpetuamente estafado y engaรฑado por los que โ€œsabenโ€.
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La batalla de Chile, asรญ se llamรณ un documental en tres partes que estrenรณ Patricio Guzmรกn en 1975. Es un documento vivo y apasionante de lo que fue la Unidad Popular, el intento solitario e inรฉdito de la izquierda chilena por hacer una revoluciรณn socialista dentro del orden legal burguรฉs. Un socialismo con elecciones periรณdicas libres, libertad de prensa, presunciรณn de inocencia y debido proceso, todo esto en plena Guerra Frรญa, cuando Cuba presionaba por exportar su revoluciรณn, una que se basaba justamente en suprimir las elecciones, la libertad de prensa y la presunciรณn de inocencia.

El documental en su tercera parte se dedica a lo que llama โ€œPoder Popularโ€. Es decir, al intento de instalar nuevas formas de poder que surjan del colectivo, en este caso de unas asambleas mรกs o menos interminables en que la pelรญcula se detiene abundantemente. Frente a la tragedia militar que estรก a punto de ocurrir, preocuparse de la metodologรญa con que la asamblea puede dirigir las empresas expropiadas podrรญa parecer una pรฉrdida de tiempo. Pero el poder popular, su existencia y su posibilidad, estaba en el centro de las preocupaciones de los militantes de la unidad popular. Ese mismo poder popular estaba tambiรฉn en el centro de los terrores de la รฉlite primero y la clase media despuรฉs, un terror que acelerรณ el final mรกs o menos esperable del gobierno de Salvador Allende.

El poder popular mostrรณ toda su impotencia a la hora del golpe militar. Los cordones industriales no lograron coordinar ni la menor resistencia ante el acoso militar. Lo que salvรณ a Allende ante la historia y permitiรณ la solidaridad internacional fue su apego hasta el final al orden constitucional vigente. La izquierda chilena siguiรณ en gran parte ese camino trazado y volviรณ despuรฉs de la dictadura al poder, pero nunca al poder popular. Los hijos y nietos de Allende se ajustaron con รฉl al orden liberal, aunque algunos fueron mรกs lejos y se dejaron seducir por el orden y hasta por el desorden neoliberal. El poder popular se quedรณ en el baรบl de los recuerdos o, lo que es lo mismo, en los sueรฑos mรกs o menos hรบmedos de los profesores universitarios y sus alumnos de posgrado. Algunos de esos son los que estรกn escribiendo hoy en un proceso inรฉdito, en todos los mejores y peores sentidos de la palabra, la nueva constituciรณn chilena.

La primera constituciรณn escrita en tiempo del Twitter, han destacado muchos analistas. La primera, habrรญa que agregar, que es hija de una rebeliรณn digitada. Una revoluciรณn organizada desde el telรฉfono mรณvil, que tiene su ritmo, su impronta y que parece no haber beneficiado mรกs que a los muy pocos dueรฑos de las redes sociales. Una revoluciรณn social que tiene amplias raรญces en las desigualdades estructurales chilenas pero que habla el idioma de las redes, que estรก creando formas de organizaciรณn y rebeliรณn (y conformismo) completamente inรฉditas y difรญcilmente controlables. Es cosa de ver la semejanza perfecta entre los discursos de los chalecos amarillos, las protestas de Hong Kong, el Brexit y el trumpismo, y la โ€œprimera lรญneaโ€ del octubre chileno para descubrir el patrรณn comรบn. En todas esas rebeliones la misma bรบsqueda de โ€œla dignidadโ€, el mismo desprecio por cualquier รฉlite, la misma sensaciรณn de ser perpetuamente estafado y engaรฑado por los que โ€œsabenโ€. Rebeliones que buscan hitos violentos fotogรฉnicos para el Instagram y razonamientos muy simples y directos para el Twitter. Rebeliones que son una demostraciรณn de poder y tienen la anomalรญa de no querer justamente hacerse con el poder, hasta el punto de no lograr ni los chalecos amarillos ni los โ€œoctubristasโ€ chilenos mรกs que remover algรบn ministro por ahรญ y por allรก sin conseguir, ni parecer intentar realmente, botar los gobiernos que decรญan detestar.

La anomia de este movimiento que algunos pensaron que serรญa momentรกnea ha permanecido como su esencia. Su corazรณn estรก en que no quiere a nadie que nos represente porque justamente es la idea de un escenario en que el poder se convierta en representaciรณn, es decir escena, escenario, actos, actores y diรกlogos, lo que no quieren al final. Es en la ficciรณn de ese poder representado en lo que no acaban nunca de creer. Es la idea de que hay algunos que saben y otros que no, que hay algunos que enseรฑan y otros que aprenden, lo que no estรกn convencidos de creer tampoco. Para ellos el poder, todo el poder, cualquier poder, es siempre un abuso del que son vรญctimas (frente a un victimario que es siempre la รฉlite). Su idea de lo colectivo es justamente el reverso del poder, es decir, una multitud sin rostros en que somos abrazados, unidos, redimidos de la obligaciรณn de ser alguien y no todos. La fluidez sexual que impera entre ellos obedece al mismo principio de que ser algo es dejar de ser lo otro y que cualquiera que dice โ€œyoโ€ es de alguna forma un tirano posible. Pero tampoco pueden decir de todos โ€œnosotrosโ€ porque ยฟquiรฉn de nosotros es el que lo dice? ยฟPor quรฉ รฉl lo dice y yo no?

En la batalla de Chile el poder popular se enfrenta al mismo dilema. ยฟQuiรฉn habla en nombre de todos? ยฟQuiรฉn dice quรฉ se discute y quรฉ no? ยฟCรณmo se evita que mande el mรกs fuerte o que la acaparen los partidos fuera de ella? Pero en la batalla de Chile existe el horizonte del socialismo, la lucha por una sociedad distinta que en Rusia y en Cuba, y en casi la mitad del globo en ese entonces, estaba gobernando. Venezuela es a duras penas un ejemplo de nada en el Chile hoy. Cuba mucho menos. Nadie habla de socialismo o de comunismo en la convenciรณn constituyente que tiene como mandato justamente recoger el descontento de octubre de 2019 y convertirlo en ley. Y no cualquier ley, la ley de las leyes, la que diseรฑa el orden de los poderes, el tamaรฑo del Estado, la posibilidad de un paรญs.

Una tarea bellamente imposible, totalmente necesaria y completamente utรณpica a la vez. La calle pedรญa que la escucharan y le mejoraran el transporte, la salud y las pensiones. La convenciรณn constituyente consiguiรณ lo primero, pero no lo segundo, que es lo que muchos constituyentes se empeรฑan en conseguir igualmente redactando garantรญas constitucionales y derechos de todo tipo que acabarรกn por ley con todas las injusticias. Lo hacen con vista a Twitter y otras redes sociales, es decir, exageran. Como las redes necesitan que exageren, denuncian como las redes necesitan que denuncien, les preocupa mรกs el โ€œquiรฉnโ€ dice las cosas que el โ€œquรฉโ€ se dice y โ€œpor quรฉโ€. Representan no votantes sino identidades que ponen por delante de cualquier acuerdo, que se consigue con mucha dificultad porque algo de la tendencia de los chilenos por el legalismo sigue prevaleciendo al final.

El poder popular de ayer temรญa como la peste la presencia del โ€œagente provocadorโ€. Es decir, militantes externos que manipulan el clima emocional de estas y la secuestran sin hacerse cargo de las consecuencias desastrosas de sus palabras. Esta figura, la del agente provocador, es el centro de esa asamblea sin cuerpo que son las redes sociales. La democracia representativa, que se basa justamente en el principio de โ€œun hombre, un votoโ€, es radicalmente imposible ante avatares infinitos y bots tambiรฉn infinitos. Pero es mรกs imposible la democracia directa o participativa al no existir fรญsicamente los miembros del cuerpo democrรกtico y al no poder hacerse responsable, por ausencia de realidad fรญsica de las propuestas que lanzan a la hoguera de las vanidades, la peor de todas las vanidades, unas vanidades anรณnimas.

El poder popular implica la nociรณn de poder y la nociรณn de pueblo. Estos dos parecen estar mรกs sanos que nunca y estรกn en realidad heridos de muerte. En la convenciรณn se subraya mucho que ya no existe el pueblo, sino โ€œlos pueblosโ€, concediendo por un especie de racismo inverso toda suerte de privilegios mรกs o menos insensatos a los pueblos originarios en tanto vรญctimas supremas del victimario perfecto que es el hombre blanco occidental. Se premia en ello justamente que sean anteriores a la Ilustraciรณn europea, a sus consensos y sus concepciones del hombre. Se los premia no solo para compensar la brutal discriminaciรณn de la que han sido objeto, sino tambiรฉn por mantener el concepto de โ€œtierraโ€, โ€œla sangreโ€, y la sabidurรญa de los โ€œancestrosโ€ que los liberales occidentales hemos perdido. Lo mismo se podrรญa decir de la idea de naturaleza o de la relaciรณn con los animales que en la convenciรณn se estilan, una mezcla absolutamente infumable de romanticismo alemรกn y victimismo de campus norteamericano vertido en un castellano improbable, lleno de adjetivos rimbombantes y anglicismos indigestos.

El pueblo son los pueblos, se los divide lo mรกs posible para que este no pueda nunca reinar. Al poder judicial se le quita tambiรฉn el nombre de poder, y se lo llama sistema de justicias, porque en รฉl debe convivir ahora la justicia de los pueblos originarios, o sea la justicia de la etnia, con la del paรญs. Tampoco valen lo mismo los votos de los pueblos originarios que los del resto de los pueblos no originarios (es decir los que no son originarios de Asia central). El ejemplo espaรฑol de desencaje nacional y corrupciรณn sistemรกtica no pesa nada, aunque los discursos desde las alas mรกs radicales del mundo mapuche tengan un parecido mรกs que sospechoso con la lรณgica de eta en sus aรฑos de sangrienta gloria.

Muchas de esas reglas no han sido aprobadas y lo mรกs seguro es que no lo consigan. Para ser parte del texto final tienen que conseguir los dos tercios de la asamblea, lo que puede hacernos suponer que las mรกs dementes de ellas no serรกn aprobadas. Lo mรกs seguro es que salga de la refriega un texto kitsch, en gran parte inaplicable o sujeto a infinitas interpretaciones, que los consiguientes gobiernos reformarรกn lo suficiente como para hacerlo medianamente normal. Eso si la desconfianza hacia la polรญtica, que fue la que dio nacimiento a la convenciรณn, no mata antes de nacer su constituciรณn. El 80% de los votantes quiso que se escribiera en su dรญa, pero nada asegura que en el plebiscito de salida los nรบmeros se inviertan y el 22% que rechazรณ la escritura de la constituciรณn pueda ser mayorรญa. Serรญa por lo demรกs perfectamente lรณgico: la desconfianza no se convierte en confianza por un acto de voluntarismo autorreferente como los que emite a cada rato uno u otro convencional. No se puede alabar a quienes quemaron el metro, halagar a los que toman las plazas de Chile para sรญ mismos, y luego sorprenderse de que no les guste sentarse a negociar o escuchar a los demรกs y no quieran quemar su propia constituciรณn. El pirรณmano puede vestirse de bombero, sigue quemando por la รบnica y santa razรณn de que le gusta el fuego.

Patricio Guzmรกn retrata en su documental el momento en que la polรญtica chilena se convirtiรณ para el mundo en un paradigma a seguir o descartar. El momento en que Chile y su batalla se convirtieron en una metรกfora de una batalla global, que tenรญa que ver con lograr el encaje entre la democracia y el socialismo. Chile vive ahora otro momento similar. Lo que estรก en debate no es el encaje de la democracia y el socialismo ahora, sino el de la democracia representativa y las polรญticas de la identidad. Es la posmodernidad la que tiene la oportunidad รบnica de reescribir ese objeto central de la modernidad que es la constituciรณn democrรกtica liberal. Como en โ€œla batalla de Chileโ€ todos conciben la idea de que la refriega abre no pocos escenarios de tragedia. Pero ya es demasiado tarde para no querer saber cuรกl es el final del encuentro. De รฉl depende mucho mรกs que una constituciรณn nueva para Chile, sino algo asรญ como quรฉ sentido y futuro tiene la democracia en el siglo XXI.

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