La Biblioteca de Babel tiene bar

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Un mendigo diletante y bibliotecario amateur encontrĆ³ en la chamarilerĆ­a de un gitano una lĆ”mina de la Biblioteca de Babel que postulĆ³ Borges. El mendigo, muy conocido en el barrio, administraba un carrito de supermercado lleno de libros: el Ćŗnico que no prestaba era la Historia abreviada de la literatura portĆ”til, de Enrique Vila-Matas.

El bibliotecario errante intentĆ³ comprar aquella lĆ”mina pero el trapero, al ver la excitaciĆ³n del cliente, exigiĆ³ un precio que excedĆ­a sus posibilidades. SegĆŗn dicen los que frecuentaban su trato e intercambiaban novelas con Ć©l, el mendigo era millonario y, por lo tanto, no solĆ­a llevar dinero encima: cuando volviĆ³ con los billetes, la lĆ”mina habĆ­a sido sepultada bajo una pila de bicis herrumbrosas, lanzas y cascos celtĆ­beros. Por suerte, habĆ­a tomado una foto con su mĆ³vil y ese es el Ćŗnico testimonio de la ilustraciĆ³n que, de momento, se conserva.

La descripciĆ³n de Borges empieza asĆ­: ā€œEl universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un nĆŗmero indefinido, y tal vez infinito, de galerĆ­as hexagonales, con vastos pozos de ventilaciĆ³n en el medio, cercados por barandas bajĆ­simas. Desde cualquier hexĆ”gono se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente.ā€

SegĆŗn la foto, que ha circulado entre los allegados del bibliotecario amateur, la estampa propone una soluciĆ³n al problema del ā€œangosto zaguĆ”nā€ en el que Borges sitĆŗa la letrina, el cuarto para dormir de pie, la escalera espiral y un espejo. Generaciones de eruditos, ilustradores, arquitectos y teĆ³logos discuten desde hace dĆ©cadas acerca de la ubicaciĆ³n de estos zaguanes. El llamado ā€œproblema del zaguĆ”nā€ es un reto universal. Se puede consultar online ā€œLa Biblioteca de Babel: pertinencia de una lectura en imĆ”genesā€, de Gerardo Centenera Tapia.

Pues bien, la misteriosa lĆ”mina que fotografiĆ³ el mendigo se toma la licencia de adjudicar al zaguĆ”n y sus dependencias un hexĆ”gono completo y, ademĆ”s, incluye un bar cuya barra, en forma de ā€œlā€, recorre dos paredes de la galerĆ­a que rodea la escalera. Ā”Un bar!

La innovaciĆ³n es impertinente o herĆ©tica: los foros que se ocupan de las representaciones de esta alegorĆ­a (o de esta realidad) eluden mencionar la lĆ”mina, de la que solo se conserva la mala imagen que ya salta por las redes sembrando el estupor.

AdemĆ”s el bibliotecario amateur ha caĆ­do dentro de la lĆ”mina. El carrito de supermercado, su biblioteca ambulante, se quedĆ³ en la chamarilerĆ­a donde Ć©l rebuscaba en vano entre una montaƱa de chatarra. Cuando los fieles discĆ­pulos quisieron rescatar el carrito ā€“quizĆ” porque, segĆŗn JosĆ© Luis Melero, los bibliĆ³filos usan sus libros para esconder billetesā€“, el chamarilero, calibrando la demanda, fijĆ³ de nuevo un precio exorbitante.

Por lo visto, al asomarse a la lĆ”mina o a la foto que habĆ­a hecho con su mĆ³vil el mendigo se reconociĆ³ en uno de los personajes que hay dibujados en ella, entrĆ³ a habitar su perfil y ya no se le ha vuelto a ver en este lado del azaroso multiverso. Al desaparecer el mendigo se interesaron por Ć©l varios discĆ­pulos o seguidores, que son los que estĆ”n redactando este escrito, mĆ”s de despedida que de bĆŗsqueda, pues Ć©l ya venĆ­a anunciando su marcha inminente, aunque nunca especificĆ³ a dĆ³nde o cĆ³mo se irĆ­a. Se rumorea que, ademĆ”s de prestar libros y aconsejar lecturas, el bibliotecario itinerante distribuĆ­a una suerte de loterĆ­a clandestina en la que premios escandalosos alternaban con castigos terribles.

Su debilidad por la biblioteca borgiana venĆ­a, segĆŗn explicĆ³ varias veces, de las posibilidades de los vastos pozos de ventilaciĆ³n, que permiten arrojarse y deshacerse sin dolor en el aire interminable. Esa opciĆ³n aplacaba su horror ancestral a perecer en la Luvina de Rulfo. El mendigo, al reingresar en la Biblioteca de Babel, se habrĆ­a limitado a volver a su hexĆ”gono natural, donde podrĆ” ejercer su vocaciĆ³n.

Ha conseguido enviar mensajes desde la Biblioteca de Babel, segĆŗn dicen sus acĆ³litos, cuyo nĆŗmero crece a la par que sus revelaciones. Afirman que, segĆŗn dice Ć©l, las tertulias en el bar son legendarias; que hay grandes peleas, sin que llegue la sangre al pozo, y que ha conocido a Herbert Quain, a Menard y otros emblemĆ”ticos hemiseres. No hay nada esotĆ©rico en estos comunicados del mendigo a sus secuaces: la Biblioteca, tal como dijo su descubridor, existe desde la eternidad, al igual que todo lo demĆ”s que se pueda pensar, incluso por error o despiste. El jardĆ­n de los senderos que se bifurcan prefigura el multiverso y lo que se escribe ocurre.

Lo que pasĆ³ es que la hermandad de seguidores del mendigo se disolviĆ³ en la vida comĆŗn y Ć©l ejerce como bibliotecario tal como siempre soĆ±Ć³, manteniendo siempre la idea de saltar al vacĆ­o cuando sus piernas empiecen a flojear. Por lo demĆ”s, escrutando la imagen de la lĆ”mina que circula por la red algunos especialistas han identificado a Bryce Echenique, asĆ­ como a uno de los maniquĆ­es que esculpiĆ³ Ɓngel Ferrant para la peleterĆ­a Lobel que abriĆ³ PepĆ­n Bello en Burgos en la posguerra espaƱola fabricando falsos visones a base de devastar lana, tal como cuenta JosĆ© Antonio MartĆ­n OtĆ­n en La desesperaciĆ³n del tĆ© (27 veces PepĆ­n Bello), Pre-Textos, 2008.

Aunque la soluciĆ³n de sustituir un hexĆ”gono completo al zaguĆ”n no sea ortodoxa, resuelve varios problemas: tesela bien, permite ubicar espejos de cuerpo entero y, ademĆ”s, alivia la biblioteca con un bar. ĀæSe puede pedir mĆ”s? ~

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(Barbastro, 1958) es escritor y columnista. Lleva la pƔgina gistain.net. En 2024 ha publicado 'Familias raras' (Instituto de Estudios Altoaragoneses).


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