México / ciudad futura, de Varios autores

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 Los seres humanos somos necios. Nos lamentamos de problemas cuyas soluciones con frecuencia están a la vista. Tal vez sea cuestión de perspectiva, nos enredamos en asuntos cotidianos y olvidamos que los problemas futuros deben solucionarse en el presente. El corto plazo nos ciega. La ciudad de México ha sido muchas veces víctima de esta óptica. Oscilando entre el ímpetu y la improvisación, su funcionamiento siempre ha tenido algo de milagroso. Un ejemplo de esto es el problema del agua. Todo inicia con una ciudad de veinte millones de habitantes que originalmente fue fundada en un islote en medio de un lago. El lago ya no existe. El islote se ha transformado en una mancha urbana de más de 1,400 km cuadrados. Treinta por ciento del agua que se consume proviene de cuencas lejanas, 10% de escurrimientos de las montañas y el 60% restante se obtiene del subsuelo; por lo tanto, la ciudad se hunde. Solo aproximadamente el 7% del agua se trata y se reutiliza, el resto se va por el drenaje. Además, el agua está subsidiada para que la podamos desperdiciar sin remordimientos.

Es tan absurda la situación que en época de secas el agua escasea y en época de lluvias la ciudad se inunda. Así se vuelven recurrentes ciertas noticias: otra vez el valle de Chalco se ha inundado. Vienen las lluvias, se desbordan las aguas negras, casas y comercios son dañados. Entonces se atiende la emergencia, hay promesas de ayuda, políticos heroicos recorren la zona con botas de hule y saludan a los habitantes de casa en casa. Posteriormente se hacen obras públicas apresuradas con la esperanza de que al año siguiente no suceda otra tragedia. La esperanza muere al último. Esto no es algo nuevo, Ahuízotl, noveno emperador azteca, ordenó construir un acueducto desde Coyoacán a Tenochtitlán; le aconsejaron no hacerlo, no hizo caso e incluso mandó matar a quien se opuso. El acueducto fue construido y debidamente inaugurado, entonces el agua comenzó a llegar con tanta fuerza que la ciudad se inundó por largo tiempo. Los seres humanos somos necios.

Hay algo evidente, muchas de las soluciones hidráulicas que se han planteado en el valle de México han ido en contra de sus condiciones geológicas naturales. Los habitantes mesoamericanos, que habían entendido esto, construyeron una ciudad en un lago, pero su relación con la naturaleza siempre fue coherente. Hicieron albarradas que separaban aguas dulces de saladas, diques-calzadas que evitaban las inundaciones y al mismo tiempo conectaban a la ciudad con tierra firme. Los novohispanos no lo tuvieron tan claro, abandonaron los diques y las albarradas y, por una política de distribución de tierra, comenzaron a desecar el lago. Ya para el siglo xvii, Enrico Martínez llegó con una idea que para su tiempo resultaba deslumbrante: hacer un desagüe al norte de la ciudad. No estaba mal, el agua dejaría de ser un problema, sin embargo, esto provocó que finalmente los lagos se desecaran, y esta idea marcó el rumbo a seguir. De hecho el proyecto se concluyó hasta el porfiriato y nunca se ha dejado de ampliar y reparar. Aun ahora, la construcción del drenaje profundo ha seguido la misma lógica: extraer agua maloliente y deshacerse de ella. Con el tiempo, la extracción ha provocado el hundimiento de la ciudad, el drenaje ha quedado a contrapendiente, es necesario el bombeo y cada vez el sistema es más ineficaz.

Esa es nuestra historia. Sin embargo, esto no impide que existan soluciones más imaginativas y más lógicas. Soluciones que partan de premisas básicas: el valle de México es una cuenca. Hay cauces naturales que siguen existiendo. Como dice Axel Arañó, si abandonáramos la ciudad esto volvería a ser un lago. El proyecto México Ciudad Futura de Futura Desarrollo Urbano, grupo integrado por Alberto Kalach, Teodoro González de León, Gustavo Lipkau y Juan Cordero, parte de esta lógica. Una vuelta a la ciudad lacustre, retomando las premisas de Nabor Carrillo, quien en 1965, con el Proyecto Lago de Texcoco, pretendía rehidratar los lagos reciclando aguas residuales; este proyecto fue continuado posteriormente por Gerardo Cruickshank, quien rescató mil hectáreas del lago de Texcoco. Puro sentido común. Así que imaginemos una ciudad idílica. En tres años, reciclando el 15% de las aguas residuales de la ciudad, Texcoco vuelve a ser un lago. Con la instalación de varias plantas de tratamiento el agua se recicla en más del 80%, se reinyecta a los mantos acuíferos y el hundimiento del terreno es menor. El ambiente se humidifica y las partículas suspendidas de Texcoco se reducen considerablemente, generando menos contaminación. Se crea un nuevo aeropuerto, el anterior se convierte en un parque. Y todo esto puede estar sustentado económicamente por un desarrollo inmobiliario al lado del lago, en Chimalhuacán. El lago se convierte en una frontera natural que puede frenar el crecimiento de la ciudad. En veinte años tenemos una ciudad renovada. Suena idílico; sin embargo, es un proyecto factible.

Este proyecto se propuso desde 1998 y fue publicado en el libro La ciudad y los lagos (Editorial Clío). Hubo debates, entusiasmo, cierta atención pública, hasta que alrededor de 2001 el tema se politizó. Surgió la propuesta del aeropuerto, se expropiaron tierras sin tener una estrategia bien planteada, se originó un conflicto en San Salvador Atenco y todo se suspendió. Incluso si el problema se hubiera resuelto, faltaba batallar contra la especulación económica de los terrenos aledaños, que hubieran hecho difícil la creación del lago. Nuevamente, los problemas pequeños superaron a las necesidades grandes. Esta edición del libro México / Ciudad futura vuelve a poner al día este proyecto, con la intención de que no quede en el olvido. Las condiciones políticas se han modificado y ahí está la propuesta. A la espera. Una espera paciente pero con ansias de ponerse en movimiento. A la espera de un necio que entienda que la inacción mata, que la inacción hunde ciudades. ~

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