En El eco de los disparos (Galaxia Gutenberg, 2016), Edurne Portela (Santurce, 1974) muestra cómo se ha representado el terrorismo de ETA en la literatura, el cine o la fotografía y defiende “una imaginación ética”.
¿Cómo nace el libro y qué objetivo tiene?
El libro nace de la necesidad de entender qué consecuencias tiene, al nivel de los afectos y de la imaginación, haberse educado política, cultural y sentimentalmente en una sociedad como la vasca, en la que ha imperado por un lado la violencia y por otro una indiferencia general hacia esa violencia y sus víctimas. Y, partiendo de ahí, intentar ver qué papel tiene la cultura en el desarrollo de una imaginación y unos afectos que nos hagan más conscientes de nuestra participación en esa historia, que nos ayuden a afrontarla para construir una sociedad más cívica, más empática.
Cada parte comienza con unas estampas autobiográficas. ¿Por qué decidió incluirlas?
Esos relatos en principio eran independientes del resto del ensayo. Empecé a escribirlos sin pretensiones; según iba pensando el proyecto, empezaron a surgir algunas memorias y sensaciones del pasado. Sentí la necesidad de elaborarlas de alguna manera y acabaron convirtiéndose en esos relatos. Al mismo tiempo, me di cuenta de que mis experiencias personales estaban íntimamente relacionadas con los principales temas que exploraba en el ensayo (el silencio, la indiferencia, etc.). Además, empecé a ser más consciente de que mi relato autobiográfico tal vez podía reflejar la forma en que otros también vivieron toda esta historia, particularmente personas de mi generación. El resultado fue este libro híbrido.
Dice que el nacionalismo moderado y buena parte de la sociedad vasca han adoptado los términos de los violentos sin plantearse lo que esto significa. El eco de los disparos es en cierto modo un libro sobre el lenguaje.
Sí lo es. El lenguaje, al fin y al cabo, es la herramienta con la que damos sentido (o intentamos dárselo) a la realidad, la forma de relacionarnos con el otro, de concretar nuestra imaginación y nuestros afectos. En la relación entre las palabras y las cosas reside nuestra ordenación del mundo; las palabras definen nuestra realidad. Cuando las palabras esconden o tergiversan esa realidad y lo aceptamos nos dejamos contaminar, reproducimos la mentira. Por ejemplo, cuando se dice que “los dos bandos” tienen que “superar el conflicto” se da a entender que aquí ha habido una guerra. Este lenguaje esconde la perversidad del terrorismo: tiro en la nuca, bombas, miles de personas amenazadas, el fascismo de la kale borroka. Si aceptamos ese lenguaje, como lo han aceptado algunos medios de comunicación afines al nacionalismo moderado, estamos haciendo el juego a aquellos que defendieron esos medios y ahora quieren imponer una versión de la historia acorde con sus intereses.
Hay dos ideas importantes también: la del testigo, y la del silencio. ¿Puede explicarlas un poco?
Las dos ideas están relacionadas y son, en buena medida, mi punto de partida. Yo adopto la posición del testigo al escribir este libro porque me identifico con ese rol. Además creo que es el papel que ha jugado la mayoría de la sociedad vasca en esta historia. La mayoría de nosotros no hemos sido víctimas (de atentados, de extorsión, de amenazas, de persecución, o de terrorismo de Estado), sino que hemos sido testigos, testigos silenciosos (algunos por connivencia, otros por miedo, otros por falta de herramientas para posicionarse frente a los violentos, otros por falta de empatía, etc.). En cuanto al silencio, lo considero el mejor aliado de la indiferencia porque a través del silencio nos escudamos ante aquello que no queremos ver, oír, aquello de lo que no queremos hablar. La indiferencia, el dar la espalda a la realidad y al dolor de los demás, se nutre de ese silencio. Aquí recurro a George Steiner, que lo resume mucho mejor que yo: “Somos cómplices de lo que nos deja indiferentes.” Si el testigo de la injusticia calla, en realidad se está posicionando con su silencio del lado del perpetrador, aunque no lo quiera. La sociedad vasca, salvo excepciones (los integrantes de Gesto por la Paz, por ejemplo), ha sido silenciosa. El silencio, la indiferencia, la complicidad, son actitudes que por desgracia nos han encenagado. Y, aunque nos duela, lo tenemos que reconocer.
Critica que se hayan creado una serie de tabúes en torno a la víctima y al perpetrador cuando se representan. ¿Cuáles son?
Es un tema muy delicado, difícil de explicar en unas pocas palabras. Por una parte está el tema de las víctimas. Hay que diferenciar siempre la víctima real, de carne y hueso, de su representación a través de la ficción o en el arte. La víctima merece siempre el mayor respeto y tiene el derecho a la verdad, la justicia, la reparación. También al resentimiento, si así lo quiere. Pero por ser víctima no tiene derecho al control de la representación o de la elaboración cultural del problema del terrorismo. En este sentido algunas asociaciones de víctimas, azuzadas por la derecha, han ejercido un control moral e incluso en algunos casos penal sobre lo que se puede representar o exhibir en relación a ETA y su entorno que va en detrimento de nuestra capacidad para comprender la profundidad de este problema. Las representaciones del etarra y su entorno siempre corren el riesgo de entenderse como intentos de comprender y por tanto justificarlos. Lo que defiendo es que comprender no significa justificar y que para comprender tenemos que explorar también aquello que menos nos gusta, o incluso nos repele.
Habla de una “lucha por la apropiación del relato” y señala que “según algunos observadores ‘se está empezando a promover una perversa equiparación de culpas y responsabilidades, provocando una doble humillación de sus víctimas’”. ¿Cuál es su posición?
Hay dos cuestiones fundamentales: el relato a nivel histórico y el relato imaginativo que explora los niveles subjetivos y afectivos de esta historia y que se elabora a través de la ficción y la representación artística. Están relacionados, pero no son lo mismo. A nivel histórico, y resumiendo mucho, debe haber un consenso: ETA fue una banda terrorista tras la cual había un proyecto político totalitario que defendía la independencia de Euskadi a través de la eliminación del “enemigo”, que impusieron el terror a través del asesinato, las actuaciones de la kale borroka, la amenaza y la extorsión. También en este relato debe entrar el reconocimiento del terrorismo de Estado y los casos probados de tortura por parte de las fuerzas de seguridad del Estado, ocupando su propio espacio y sin equiparaciones. Por otra parte, en el terreno imaginativo y de la ficción podemos aportar una multiplicidad de relatos a partir de la exploración individual y subjetiva de lo que hemos vivido.
Analiza obras literarias y cinematográficas que tratan del tema. Hay algunas ausencias llamativas, como Bernardo Atxaga, y reivindica obras poco conocidas. ¿Cómo ha elegido? ¿Cuáles son las que más admira?
El libro no pretende hacer un análisis exhaustivo de la literatura y el cine que han tratado el tema, tampoco es un catálogo de autores vascos. Elegí obras realizadas en los últimos años (me ajusto casi exclusivamente al siglo XXI) que a mí me ayudaban a entender las cuestiones que me obsesionaban: el silencio, la indiferencia, la función del testigo, etc. También seleccioné obras que me planteaban preguntas difíciles, que no me tranquilizaban con representaciones que afirmaran mis prejuicios, sino que me hacían profundizar en el tema. Por ejemplo, los cuentos de Jokin Muñoz de Letargo me parecen de lo mejor que se ha escrito sobre el tema y en su momento no tuvieron la difusión que merecían. Me interesaba compartir con los lectores este tipo de obras que habían pasado casi desapercibidas (en parte por la incomodidad y complejidad de lo narrado) y que para mí eran muy valiosas. Un autor que admiro muchísimo, tanto literariamente como su aproximación ética, es Ramón Saizarbitoria y no lo trato en el libro porque me habría desviado del foco del proyecto, pero su Martutene, por ejemplo, me parece una novela excepcional. La selección no tenía que ver con preferencias literarias, sino con el tratamiento de los temas que me interesaban.
Ocho apellidos vascos no habla del terrorismo, aunque está presente. Usted elogia Negociador, de Borja Cobeaga, guionista de Ocho apellidos vascos, pero critica la anterior. ¿Cuál es para usted el papel del humor en un caso como este?
El humor, cuando hablamos de una tragedia como esta, en la que como sociedad hemos estado implicados, no puede ser un humor blanco y banal, que actúe de bálsamo y que impida la autocrítica. Debe ser un humor que nos escueza, que nos haga ver la dimensión de la tragedia y del daño. Negociador es muy buen ejemplo: aunque tiene escenas realmente cómicas, es una película dolorosa que nos hace reflexionar sobre el peso asfixiante de la violencia en Euskadi cuando ETA todavía mataba, sobre la importancia del diálogo incluso cuando quien tenemos delante es un ser deleznable y sobre la barbarie del proyecto político que se escondía detrás de ETA. Lo hace con humor, con responsabilidad y con mucha inteligencia. ~
Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).