Desde hace varios años, el periodista y analista político David Frum ha advertido sobre la amenaza que representa Donald Trump para la democracia estadounidense. Colaborador de The Atlantic, Frum ha analizado con agudeza la realidad política del país. Desde hace décadas –fue parte de la Casa Blanca de George W. Bush–, ha narrado la evolución del Partido Republicano que ha ido de la defensa de los valores conservadores hasta su versión actual, en la que el partido de Lincoln se ha convertido en plataforma de culto a la personalidad de un líder mesiánico y peligroso. En esta conversación Frum desentraña los peligros que representaría una nueva presidencia de Trump y explica por qué la esperanza demócrata en Kamala Harris podría, contra todo pronóstico, evitar la vuelta del caudillo.
Han pasado casi diez años desde que Donald Trump llegó a la escena política. En esta década ha alterado profundamente el clima político y social del país. ¿Qué explica el éxito político de Trump?
Su éxito político se explica por los defectos y deficiencias del sistema electoral estadounidense. Es muy importante recordar que, a pesar de su control sobre una minoría de la población, nunca ha habido un día en esos diez años de Trump en la política en el que tuviera el apoyo de al menos la mitad del pueblo estadounidense. Cada día, en cada encuesta de renombre, puede verse a más estadounidenses opuestos a él que gente apoyándolo. Piensa en las últimas seis elecciones presidenciales. De las doce candidaturas a la presidencia desde el año 2000, Donald Trump quedó penúltimo y antepenúltimo. Solo John McCain, que aspiraba a un tercer mandato republicano en la crisis financiera de 2008, obtuvo un porcentaje de voto popular inferior al de Trump. En los años 2020 y 2024, las encuestas han dado a Trump alrededor de un 46% y, bajo su liderazgo, los republicanos perdieron su mayoría en la Cámara de Representantes en 2018, la presidencia en 2020, la mayoría en el Senado en 2021, tuvieron unas elecciones muy malas en 2022 y creo que se dirigen a la derrota en 2024. Trump ha tenido un gran control republicano, pero hay que entender el fenómeno no como la representación de la voluntad pública, sino como un claro desafío de dónde está la mayoría de los estadounidenses.
Al principio, Trump me recordaba a otras figuras nativistas de mucho menos éxito en la historia de Estados Unidos. Desde entonces, ha evolucionado hasta convertirse en un líder mesiánico que recuerda a los hombres fuertes latinoamericanos. En su última iteración, parece haber abrazado una especie de ethos posliberal, que su candidato a vicepresidente defiende abiertamente. ¿Qué representa Donald Trump, en última instancia?
La diferencia entre Trump y esas figuras latinoamericanas es que, en virtud de la historia latinoamericana, ideas e instituciones –como la ley o la Constitución– son percibidas por un gran número de personas como un complot, como el trabajo de un puñado de europeos ricos en su afán de frustrar a la mayoría indígena. Por eso en América Latina siempre ha habido un camino para las figuras que dicen: “tengo una conexión directa con el pueblo y, a favor de ese vínculo, rechazo todas las restricciones redactadas por todos los engreídos descendientes de colonialistas europeos”. Esto se ha vuelto un patrón que se repite en la historia de América Latina. Cuando lo llevas a Estados Unidos, te topas con el problema de que la mayoría de los estadounidenses acepta la legitimidad de la ley y de la Constitución, acepta las normas, cree en su país y por eso, cuando Trump intenta retomar el papel de un Juan Perón, está en el lado equivocado de la opinión pública. Sin embargo, en vista de que nuestras instituciones políticas no son perfectamente representativas, pudo llegar a la presidencia de todos modos a pesar de ganar el 46% de los votos en 2016.
¿Cómo explica la evolución del Partido Republicano desde el partido que nominó a McCain, Romney y Bush al partido de Trump, casi de su propiedad personal, al menos por ahora? ¿Es esta erosión hacia un culto a la personalidad una mera cuestión de conveniencia política?
Tengo que remontarme un poco más allá de Romney y McCain. En los años sesenta, setenta y ochenta, el Partido Republicano decía: “tenemos respuestas a cuestiones que nos preocupan mucho: la inflación, el crimen, la posición frente a la Unión Soviética”. Fueron problemas serios y los republicanos demostraron ser firmes en cada uno de estos asuntos. Ofrecieron soluciones y se convirtieron en un partido muy poderoso. En 1972, Nixon ganó casi el 60% de los votos. En el 76, los republicanos perdieron por poco. En el 80, Reagan gana con el 50% y luego en 84 obtiene casi el 60%. George H. W. Bush gana claramente en 1988. Las políticas republicanas de entonces, que todavía apoyo, tuvieron éxito. Suprimieron la inflación de los años setenta. Tuvieron éxito contra la delincuencia. Y, por supuesto, la Guerra Fría terminó de forma muy favorable para los países democráticos. Pero, una vez que eso pasó, el Partido Republicano perdió el mensaje que lo había hecho tan poderoso y se convirtió en un partido minoritario.
En ese momento, los republicanos debieron adaptarse, pero, antes que buscar nuevos temas que los conectaran con la mayoría, se volvieron más extremistas. Fue una reacción a la crisis financiera y al trauma de la guerra de Irak. Pero, claro, como su mensaje ha sido cada vez menos aceptable para los estadounidenses, después de 2010 respondieron yendo en una dirección muy extrema en cuestiones económicas y raciales. Y se resume en el llamado “Partido del Té”, que hizo campaña en contra del Obamacare en formas muy racistas: diciendo que Obama no era un verdadero americano. Eso creó esa idea demencial de que Obama no había nacido en Estados Unidos. No solo era una locura, sino algo estúpido. ¿Cómo se supone que habría sucedido? Según esta teoría, el padre de Obama en 1962 habría dicho: “mi hijo va a ser algún día presidente de los Estados Unidos. Voy a volar en un avión de hélices de Kenia a Hawái para falsificar su nacimiento”. Es una cosa de locos. Pero el partido fue hacia esa dirección extrema porque, en lugar de adaptarse, decidió presionar al sistema democrático de maneras no naturales ni deseables para ese sistema democrático. Ahora, si Trump pierde como espero que ocurra, la gran pregunta será si el Partido Republicano puede hacer el tipo de modernización que debió haber hecho tras el final de la Guerra Fría.
En estos años, parte de la izquierda también se ha mostrado intolerante. ¿Qué papel ha desempeñado la izquierda estadounidense en la polarización del país? Pienso, por ejemplo, en el movimiento woke y su papel en las guerras culturales.
Primero hay que aclarar que la izquierda no es lo mismo que el liberalismo. De hecho, una de las cosas que ha sido muy llamativa en los años de Trump es que la izquierda real ha dejado muy claro que prefiere a Trump por sobre los demócratas. Lo ves en redes sociales, lo ves en las marchas sobre Palestina. Quieren derrotar a los demócratas y elegir a Trump.
Yo lo vi en las protestas de la Convención Demócrata en Chicago…
Tienen sus peculiares razones ideológicas. No es que amen a Trump, sino que odian al centro más de lo que temen a la derecha. Pero también es importante recordar que esa izquierda no es una fuerza muy poderosa en la política. Puede ser poderosa en áreas pequeñas, dominar la política en ciertas ciudades, como Nueva York o Los Ángeles. Es poderosa en el mundo académico y en el ámbito de las artes, la literatura y las ciencias, pero no puede elegir presidentes. Por lo tanto, su impacto no es tan significativo en la polarización. Más bien, la izquierda tiene dos efectos en la política. A veces, los demócratas y los liberales cometen el error de apaciguar a la izquierda o copiarla, con la esperanza de hacerse de algunos votos. Y puede tener sentido si buscas la alcaldía de Nueva York o Los Ángeles. Es, pues, comprensible a corto plazo. Pero corrompe la marca y hace que tu marca sea más impopular.
Gracias a las redes a menudo reaccionamos a sombras de sombras, a reflejos de reflejos. Nuestras redes sociales están diseñadas para mostrarnos que, en algún lugar de este país de 330 millones de personas, hay alguien cuya existencia desconocías hace diez minutos que está haciendo algo que en este momento no te gusta. Gracias a las redes sociales piensas: “Dios mío, es tan pero tan importante que esta mujer diga eso o este hombre diga estas cosas terribles.” Muchas veces respondemos a exabruptos. No nos tomamos lo suficientemente en serio las grandes cuestiones de nuestra política. Lo que importa hoy es el lugar de Estados Unidos en el mundo. ¿Será Estados Unidos la piedra angular del sistema de seguridad colectiva? ¿El mundo democrático defenderá sus ideales no solo al interior sino también en el exterior? ¿O el libre comercio, que tanto ha contribuido a aliviar la pobreza desde 1990? ¿Lo hará o no?
La derecha sí ha tomado, por ejemplo, la agenda trans o la agenda LGBTQ para crear esta sensación de que en ambos lados hay insensatez: “la derecha tiene sus locos, la izquierda tiene sus locos y al final ambos tienen la culpa”. Puede ser una narrativa injusta, pero ha sido muy exitosa.
Veamos. La derecha tiene sus locos, que han tenido trabajos como el de presidente de Estados Unidos. La izquierda tiene sus locos, y ocupan puestos como profesores asociados de lengua inglesa en alguna universidad. Lo que cada lado dice no parece tener sentido por igual, pero me preocupa mucho más un loco en la presidencia que un loco profesor asociado de lengua inglesa.
Nosotros en la vida intelectual tenemos el reto constante de identificar con claridad el corazón de la verdad, a veces distorsionado por personas ideológicas. Por ejemplo: es claramente cierto y comprobable que la esclavitud fue crucial para la formación de Estados Unidos y que la historia estadounidense no puede entenderse sin esclavitud. También es cierto que la historia ha sido distorsionada por prejuicios raciales. Pero no es cierto que eso sea la totalidad de la historia o que la democracia estadounidense no valga por el hecho de que, como en todos los países, hay cosas en nuestro pasado de las que no estamos orgullosos. Es un desafío muy grande en la cultura en línea. Internet está lleno de cosas que son ofensivas y estúpidas e innecesarias y no tienes que aceptarlas, pero no puedes permitir que te empujen a darle poder político significativo y peligroso a gente que puede controlar las fuerzas armadas de los Estados Unidos o el Departamento del Tesoro. Los profesores indignados nunca van a controlar el ejército, pero Donald Trump sí.
El Partido Demócrata ha conseguido mantenerse algo unido durante los años de Trump. En 2020 eligió a un candidato que derrotó a Trump. En 2024, viró de rumbo y optó por la vicepresidenta Harris, que tiene muchas posibilidades de vencer a Trump. Al principio, usted expresó cierto escepticismo sobre su candidatura. La instó a ser “fría, tranquila y precisa”, a la manera de Lincoln. ¿Ha superado sus expectativas? ¿Cuáles son las claves de una victoria demócrata el día de las elecciones?
Me preocupaban las numerosas evidencias de que las candidatas mujeres compiten en desventaja. Lo mismo que los candidatos de color. Ambas categorías de candidatos enfrentan discriminación. Es curioso, pero advierto una tendencia entre los liberales americanos a decir: “si la gente se inclina a votar contra una candidata y eso nos parece injusto, deberíamos regañarlos y castigarlos nominando a la candidata mujer solo para demostrarles lo ignorantes que son”. Y yo digo que, si se tratara de un equipo de beisbol y descubrieras que los lanzadores zurdos lanzan en desventaja respecto a los derechos, podrías decir que eso es muy injusto, pero aun así pondrías un lanzador derecho, porque de lo que se trata es de ganar el juego. Eso me preocupaba. Pero lo que me ha impresionado ha sido el pueblo estadounidense. Muchos de esos prejuicios en apariencia tan poderosos parecen haberse desvanecido un poco. La desventaja por ser una mujer candidata parece menor de lo significaba para Hillary Clinton. Eso es un gran alivio para mí y debería ser también un motivo de orgullo. Por otro lado, me da la impresión de que Harris ha tenido una ventaja curiosa: como ella ha sido una especie de figura nebulosa en la mente del público, ha sido capaz de identificarse y presentarse de una manera nueva. Por ejemplo: Donald Trump fue sin duda el peor proteccionista desde Herbert Hoover, pero Biden ha sido el segundo peor proteccionista desde Hoover. La fantasía de Trump es que podemos financiar el gobierno con aranceles. No va a funcionar, pero me temo que los estadounidenses podrían ser persuadidos a creer que sí. Si Harris señala lo que significan los aumentos masivos de precios para la gente común, sería una ventaja. Harris ha estado haciendo campaña contra los aranceles de Trump a pesar del récord arancelario de Biden y quizás eso signifique que la administración de Harris sería menos proteccionista de lo que fue la administración de Biden.
Si Harris gana, ¿hasta qué punto le preocupa la posibilidad de violencia política?
No mucho. En 2021, Trump fue capaz de incitar a la violencia política realmente peligrosa porque era el presidente. Pudo convencer a las personas de que estaban haciendo lo que su presidente quería y que por lo tanto no se trataba de una conducta criminal. Y ese fue un tema de muchos de los juicios sobre el 6 de enero. La gente insistía en que solo estaba obedeciendo al presidente. Ahora un americano pensará que el presidente no es un rey. Se obedece la ley, no al presidente. Si el presidente viola la ley, no lo obedeces. Si, como espero que ocurra, Trump pierde en 2024, estará fuera del ámbito de la ley por completo si intenta incitar a la violencia. No será presidente en funciones. Espero que sus seguidores hayan absorbido el mensaje de que al menos mil criminales del 6 de enero han sido castigados. No los organizadores –porque Trump no ha sido castigado, ni tampoco la gente de su círculo inmediato–, pero la persona común que lo escuchó y lo siguió sí. El mensaje que hay que sacar de esto es que, si en 2024 Trump intenta persuadir a los que creen en él para que violen la ley, se van a ir a la cárcel. Él puede que no vaya a la cárcel, pero tú sí. Así que no le hagas caso.
En otro escenario, Trump podría ganar y el Partido Republicano podría hacerse con el Senado y mantener la Cámara de Representantes. ¿Cómo sería una presidencia de Trump sin restricciones, sin riendas?
Veríamos un ataque sostenido contra el Estado de derecho en este país. Si Donald Trump vuelve a la presidencia, su primera prioridad será detener todos los casos legales en su contra. Verías un intento de romper el sistema legal para evitar el castigo por sus delitos, tanto contra la Constitución el 6 de enero como por los fraudes cometidos en su vida privada. Y entonces la pregunta será qué tanto del Congreso podrá controlar. Si domina a ambas cámaras, quizá la gente que cree que el presidente debe estar obligado por la ley protestaría pacíficamente en las calles. Pero si no tiene ambas cámaras, podríamos ver una crisis constitucional, con una presidencia de Trump enfrentada a una cámara baja demócrata. La cámara lo destituiría si trata de perdonarse a sí mismo, porque el presidente no tiene derecho a algo así. Así que estaríamos ante una parálisis.
Ahora bien, puede pasar, aunque lo dudo, que Trump sea lo suficientemente competente como para consolidar el poder autoritario como pasa en México, donde un presidente de mentalidad autoritaria con mayorías en el Congreso puede destruir controles y equilibrios. Creo que la perspectiva para Estados Unidos bajo Trump no es la consolidación del poder sino más bien la ruptura del poder. No el autoritarismo, sino la parálisis, la debilidad internacional y las puertas abiertas a los enemigos de Estados Unidos en el mundo.
Alguna vez entrevisté a López Obrador. Le pregunté si advertía coincidencias entre él y Trump. López Obrador se me quedó mirando y me contestó que Trump en realidad no tenía experiencia política…
Me parece un comentario perspicaz porque en el periodo de máximo poder de Trump en esos dos primeros años, cuando su partido tenía el control de la Cámara de Representantes y el Senado, el presidente fue tan perezoso, ignorante e inseguro acerca de lo que quería hacer que hizo mucho menos daño del que pudo haber ocasionado. Y en el momento en que empezó a entender su trabajo, ya había perdido el control de la cámara baja. Aunque su partido dominaba el Senado, Trump no pudo reventar la OTAN como hubiera querido. Los senadores republicanos tenían puntos de vista más tradicionales de política exterior y no eran tan obedientes a él como los republicanos en la Cámara de Representantes. López Obrador tenía una mucho mayor idea de cómo usar y abusar del poder. La diferencia es que Donald Trump hoy está con toda claridad más confundido y físicamente más débil. Eso sí: entiende mejor el poder y sabe lo que quiere. Y esa es una de las razones por las que está tan decidido a regresar. Trump usaría el poder si llega a tenerlo de nuevo.
¿Qué significaría para el mundo una segunda presidencia de Trump? Pienso en Ucrania, en Putin, en la OTAN, en Oriente Medio… y en México, naturalmente. ¿Hasta qué punto le preocupa el impacto geopolítico de una segunda presidencia de Trump?
Las mayores sacudidas de una presidencia de Trump serían los riesgos para el sistema del comercio mundial. Intentaría poner en práctica su fantasía de aranceles. No funcionaría porque no se puede financiar el gobierno con aranceles y porque al final los que resultan afectados son los estadounidenses. Los que menos recursos tienen terminarían pagando esos aranceles. No va a funcionar porque además no generaría suficiente dinero. Pero lo que sí puede hacer es causar un daño real al sistema de comercio mundial y creo que lo haría. Otros países tomarían represalias contra Estados Unidos. Ese sería un golpe. El segundo es que se acabaría la ayuda a Ucrania. Por razones difíciles de explicar y entender, Trump está muy sometido a Vladímir Putin y hará lo que Putin quiera. Ni Trump ni la gente a su alrededor quieren apoyar realmente la causa de Ucrania. También significaría una crisis en la OTAN, porque para destruir la OTAN el presidente no tiene que retirarse formalmente. Todo lo que tiene que hacer es dar una entrevista en la que diga que si Putin ataca a Estonia no la defendería. El tratado seguiría pero la seguridad de Estonia ya no porque depende de la voluntad del presidente de los Estados Unidos. Así que tendríamos una serie de crisis inmediatas.
Lo que diría sobre México es que, por desgracia, los dos partidos estadounidenses coinciden más en ese tema que en otros muchos. Tanto Trump como el presidente Biden llegaron a un entendimiento con el gobierno mexicano. Le permitieron desmantelar las instituciones democráticas siempre y cuando ayudara con la seguridad fronteriza y siempre y cuando consintiera revisiones al acuerdo comercial de manera que Norteamérica fuera más proteccionista contra los productos chinos: “si haces esas dos cosas”, le dijeron, “además de aceptar a lo mejor productos agrícolas transgénicos, nosotros miraremos hacia otro lado mientras desmantelas las instituciones democráticas en México”. Así que creo que tanto López Obrador como primero Trump y luego Biden sabían de ese trato quizá tácito. No tenían que decirlo ni escribirlo, pero todos hemos sido testigos de esa erosión democrática masiva en México y ni Trump ni Biden han levantado mucho la voz en contra. Y lo que ha pasado en México es realmente alarmante y triste.
Trump ha introducido –o posiblemente agudizado– una profunda desconfianza en las instituciones estadounidenses. Un gran porcentaje de votantes republicanos cree que las elecciones de 2020 fueron robadas. Ha saboteado desde dentro la confianza de la gente en la democracia. Independientemente de quién gane en noviembre, ese rencor permanecerá. ¿Existe un antídoto?
El antídoto es el éxito. Piensa esto: las generaciones de estadounidenses que estuvieron activas de 1945 a 2000 tenían más confianza en las instituciones. ¿Por qué? Porque veían la economía funcionar. Fueron testigos del éxito de la reconstrucción tras la Segunda Guerra Mundial, además del crecimiento de los programas sociales que protegían la economía productiva del libre mercado y permitían a la gente seguridad en la vejez y otras cosas. El sistema funcionaba, así que creyeron en él. A partir del 2000 tuvimos una serie de terribles fracasos. El 11 de septiembre, la guerra de Irak, la crisis financiera de 2008, la lenta recuperación. Y años más tarde la pandemia y todo el caos posterior. Creo que si podemos volver a un gobierno que funcione y cumpla, la gente va a confiar en él. Siempre tendremos desafíos. Las redes sociales han creado nuevos retos, pero la mejor respuesta siempre es el éxito. Lo hemos visto en los últimos meses, en los que los estadounidenses son cada vez más optimistas sobre la economía porque la economía está funcionando. Salimos de la pandemia con mucha inflación y las personas se sentían desorientadas. Habían pasado por esta experiencia perturbadora y aterradora y no estaban muy seguros de cómo encontrarle sentido. Pero en la medida en que hemos salido de la pandemia, con el mejor desempeño de las principales economías, con la inflación de los precios a la baja y los salarios aumentando más rápido que la inflación, puedes notar más optimismo. Creo que es una de las razones por las que Harris va a ganar. Hay que hacer que las instituciones funcionen si quieres que la gente crea en ellas.
Un colega me dijo hace poco que Trump era la figura más puramente “transaccional” que había conocido, desprovisto de verdaderas convicciones políticas. Aún así, su figura coincide con la de otros líderes políticos similares que han utilizado los medios de la democracia para erosionarla. Líderes antiliberales como Erdoğan, Orbán, Bukele y, en una vena más claramente autoritaria, Putin. ¿Cómo pueden las sociedades libres hacer frente a este eje antiliberal que parece querer unirse?
“Transaccional” es una palabra muy educada para un presidente que acepta sobornos. Trump es un ladrón. Esa es la verdad. Era un ladrón como hombre de negocios y ha sido un ladrón como presidente. Cuando dignatarios extranjeros venían a verlo, la primera pregunta que les hacía era si se habían alojado en su hotel. Si no te alojabas en su hotel no te iba a escuchar. Si lo hiciste, sí. Todo el mundo entendía que, si estabas organizando un evento en Washington para los Emiratos Árabes Unidos, harías bien en gastar un cuarto de millón de dólares reservando habitaciones en el hotel de Trump o en Mara-Lago. No puedo hablar de Bukele, porque no conozco bien El Salvador, pero una de las cosas que estas figuras iliberales tienen en común es que son sinvergüenzas. Putin, Orbán, Erdoğan, López Obrador. Eso es lo primero que son. La razón por la que quieren cerrar las instituciones gubernamentales es que no les gustan pero hay que preguntarse por qué. Y eso es porque se interponen en el camino del saqueo del Estado. Orbán es rico. No es multimillonario como Putin, pero es rico. Hay que entender que el iliberalismo de este tipo no está siempre conectado a alguna creencia coherente. No existe un idealismo fascista del tipo que viste en los años treinta cuando había gente que creía en la visión redentora de que era posible renovar el mundo a través de la sangre. Gente loca, peligrosa y siniestra, pero había fascistas que no robaban. Lo que vemos en nuestro tiempo es este nuevo iliberalismo que busca robar y tiene que cerrar el Estado porque se interpone en el camino del robo. Puede tener una presidencia exitosa o puede tener un Estado de derecho que funcione, pero no ambos.
Una cosa que tenemos que hacer es reforzar las leyes sobre gobiernos limpios. Trump buscó y recibió sobornos, incitó a que extranjeros intervinieran en nuestras elecciones. En otros tiempos su carrera habría enfrentado terribles problemas pero hemos debilitado nuestro compromiso con los gobiernos limpios. Una de las cosas que puedes hacer contra estas cleptocracias es que robar sea más difícil. Una cosa a tomar en cuenta es que los presidentes corruptos suelen robar a través de sus familiares directos: el presidente, por ejemplo, de México puede parecer austero, pero sus hijos se enriquecen. Hemos visto patrones similares en Estados Unidos donde la familia Trump fue tal vez la familia más corrupta que haya estado cerca de la presidencia (aunque también existen historias sobre la familia Biden). Yo propongo que si un miembro de la familia presidencial quiere protección del servicio secreto debe revelar sus declaraciones de impuestos. Que ese sea el precio de la protección, el poder y las conexiones. ~
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.