lustración: Grabado en madera del Fausto de Goethe. Engelbert Seibertz / Wikimedia Commons

El otro Wagner

Fámulo y discípulo de Fausto, Christoph Wagner es representado de diversas formas por la tradición: en el “Volksbuch” de finales del siglo XVI se muestra como un pupilo mudo; mientras que en la obra de Goethe, como un científico capaz de superar a su maestro. No obstante, en el fondo, ambas figuras cristalizan la búsqueda permanente del ser humano por sus deseos ocultos.
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Desde los primeros parágrafos del Volksbuch (siglo XVI)1 aparece la enigmática figura de Christoph Wagner, discípulo del doctor Fausto; su presencia, sin embargo, es poco relevante, pocas veces habla con el maestro, se desliza casi como una sombra por los aposentos de la residencia sin hacer demasiado ruido y sin hacer preguntas. A diferencia de la ambición que muestra el Wagner que acompaña al Fausto de Goethe, el que emerge de la tradición renacentista observa en silencio, sabe que debe esperar su momento, él también pactará con el diablo y tendrá a su propio sirviente surgido de las llamas del infierno al que llamará Auwerhan.

El primer Wagner es la representación del pupilo mudo, fiel seguidor del maestro, su fanatismo tiende a lo religioso, ve en la figura de Fausto una extensión de Mefisto. Christoph Wagner es como un metal frágil que se deja arrastrar por el magnetismo que desprende el maestro. Lo daría todo por él, incluso la vida; no es solo un aprendiz de mago, sino una especie de servus medieval que conoce el itinerario de los viajes de Fausto, los actos de magia, las invocaciones. Es imposible no imaginarlo sentado en su silla cuando el nigromante se ausenta. Este hombrecillo es partícipe de la música que los demonios ejecutan en la residencia de Fausto. También es testigo de aquella noche en la que el maestro invoca por primera vez a Helena de Esparta; disfrazado con ropajes ajenos, Wagner se mira una y otra vez en el gran espejo colocado al fondo del estudio.

Su maestro es un hombre vigoroso aún, lleno de vitalidad, de curiosidad. No es un viejo como el de Goethe y, sobre todo, le gustan los placeres terrenales, los buenos vinos, los manjares y las mujeres. En uno de los parágrafos el diablo le prohíbe contraer nupcias porque “el matrimonio es cosa de Dios y Fausto está comprometido con el infierno?”.2 Eso no significa, claro está, que el nigromante no pueda saciar sus deseos carnales, y para ello un harén de “mujeres hermosas” estará a su servicio. Sin embargo, Mefistófeles no le entrega mujeres reales, al menos no a aquellas que Fausto desea en la calle, sino más bien a una ειδωλον (eidolon), una copia de esas mujeres.

Durante años, Christoph Wagner ve entrar en la habitación de Fausto a cientos de copias de mujeres hermosas. También es testigo cuando en su último año de vida el mago de Wittenberg se atreve a pedir algo que durante años solo había soñado: “poseer a Helena de Esparta”. Y por supuesto, Mefistófeles no se la puede negar. Y esa mujer entra por segunda vez en la residencia del doctor Fausto y él la ama con las últimas fuerzas que le quedan. Juntos procrean un hijo al cual nombran Iutus Faustus.

En secreto, Christoph Wagner también ama a Helena, la suele espiar cuando el doctor Fausto se ausenta y finalmente, cuando los demonios se presentan para reclamar la prenda del pacto, Wagner no solo revisa y se apropia de las pertenencias del maestro, sino que también se siente lo suficientemente seguro como para exigir la posesión y el amor de Helena. En los últimos parágrafos del Volksbuch se nos narra que Wagner intentó retenerla, a ella y al hijo de Fausto, pero estos desaparecen sin dejar rastro.

En el Volksbuch, Fausto sabe del papel que tendrá su alumno cuando se escriba su biografía, sabe que ayudará a redactar esa historia, le dice “pues van a recabar de ti, esta historia mía”. “En las manos de Wagner quedan los papeles, documentos, y demás bienes del doctor Fausto.” Pocos años después de que saliera de la imprenta de Johann Spies la primera edición del Volksbuch, circuló en algunas ciudades europeas el libro La vida de Christoph Wagner (Wagnerbuch, 1593) escrito por Fredericus Schotus Tolet, sin embargo, al parecer la vida del discípulo despertó poco interés. El alumno no pudo emular al maestro y su historia fue cayendo en el olvido. Mientras que la historia de Fausto transmigra al teatro isabelino y después al espectáculo de las marionetas. Así es como llega a la vida de un pequeño niño de Frankfurt am Main, curioso y adicto a los libros: Johann Wolfgang von Goethe.

El Wagner que acompaña al Fausto del romanticismo ya no es un simple alumno. Aunque sabe que su nombre siempre estará vinculado al maestro, también es consciente de que lo ha superado. No necesita al diablo porque tiene a la ciencia. De hecho, pocos rasgos de este Wagner recuerdan al viejo profesor universitario, tiene más bien un aire de Víctor Frankenstein. En la segunda parte del Fausto de Goethe (1832), Mefistófeles y el rejuvenecido profesor regresan a su antiguo estudio después de vivir una serie de experiencias, viajes, y se encuentran con que Christoph Wagner se ha convertido en un científico y doctor en ciencias modernas. Pronto se dan cuenta de que el antiguo alumno cree más en la ciencia y la técnica que el propio maestro. Lo encuentran completamente entregado a la creación de un hombrecillo en su laboratorio. Wagner no necesita del diablo ni de dios porque tiene a la ciencia. Ahora es el maestro el que lo mira en silencio. Pero, a diferencia de Wagner, Fausto aún tiene fe en las fuerzas oscuras que emergen de la naturaleza misma, por eso se ríe de su antiguo pupilo cuando este se da cuenta de que su homúnculo, producto de la experimentación científica, no puede vivir más allá de las probetas.

Este Christoph Wagner de la segunda parte del Fausto (1832) es casi contemporáneo del “otro Wagner”, del artífice de la llamada Gesamtkunstwerk (obra de arte total). Pues, en poco menos de treinta años de la publicación de la segunda parte de la versión de Goethe, Richard Wagner retoma el motivo del pacto diabólico en su pieza Eine Faust-Ouvertüre. Para entonces, el concepto de lo demoniaco ha dado un giro radical. Quedémonos por el momento con la pregunta, ¿qué comparten estos dos Wagner de la tradición alemana más allá del apellido en común? En su libro, El fin del mundo como obra de arte, Rafael Argullol sugiere que los dos “son hijos de una modernidad que se abraza en su consciencia oscura”, el primero, “mago de la ciencia y el porvenir” y el segundo, “el más consumado sacerdote de la nostalgia”.3 ~

  1. Llamado así por los románticos, el Volksbuch es una obra anónima de finales del siglo XVI, cuyo título completo es muy largo: Historia del Doctor Johann Fausto, celebérrimo mago y nigromante; de cómo se entregó al diablo por un determinado tiempo, y de las extrañas aventuras y encantamientos que vio y practicó entre tanto, hasta recibir al fin su merecido castigo. Compuesta en gran parte a partir de sus propios escritos póstumos, reunida e impresa para servir de terrible ejemplo, escarmiento abominable y sincera amonestación a todos los hombres soberbios, impíos e imprudentes.
    ↩︎
  2. Todas las referencias al Volksbuch provienen de la traducción de Juan José del Solar, Historia del doctor Johann Fausto, Barcelona, Siruela, 2004.
    ↩︎
  3. Rafael Argullol, El fin del mundo como obra de arte, Barcelona, Acantilado, 2007, p. 87. ↩︎


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