Linchamiento y liberalismo

En julio, un grupo de intelectuales firmรณ una carta en contra de la cultura de la cancelaciรณn. Su defensa de la libertad de expresiรณn ha sido en muchos casos malinterpretada y puesta en tela de juicio. Este ensayo explica por quรฉ importa seรฑalar el espรญritu de la censura sea del tamaรฑo que sea, provenga de donde provenga.
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I

El tema mรกs amplio que acecha tras el debate sobre la โ€œcultura de la cancelaciรณnโ€ es el del liberalismo โ€“a saber, a todo esto, ยฟquรฉ es el liberalismo? ยฟY por quรฉ nos deberรญa importar?โ€“. Un manifiesto publicado en el sitio en lรญnea de la revista Harperโ€™s de Nueva York en julio pasado describe bien la cultura de cancelaciรณn, en su principal versiรณn de izquierda. La cultura de la cancelaciรณn es un espรญritu de censura: โ€œuna intolerancia a puntos de vista opuestos, una corriente de difamaciรณn y ostracismo pรบblicos, y la tendencia a disolver asuntos polรญticos complejos en una cegadora certidumbre moralโ€. Es la demanda, sobre bases ideolรณgicas, de que gente sea โ€œcanceladaโ€, lo que significa que sea acosada hasta ser expulsada de su carrera profesional.

El manifiesto de Harperโ€™s se llama โ€œCarta sobre la justicia y el debate abiertoโ€ y desaprueba este tipo de cosas. Nada menos que 152 escritores, acadรฉmicos y artistas anexaron sus firmas a la desaprobaciรณn, y yo estaba entre ellos. En mi caso, firmรฉ tambiรฉn porque algo en el tono de la carta โ€“matizado, de vieja escuelaโ€“ me recuerda a varios manifiestos y debates liberales de tiempo atrรกs โ€“lo que algunas personas considerarรกn una razรณn de mรกs para rechazar el manifiesto, sus firmantes y sus afirmacionesโ€“. Sin embargo, creo que es bueno rememorar los debates del pasado, y traer a la memoria quรฉ era lo que el liberalismo solรญa significar.

Las coerciones de mano dura de una izquierda sobrecalentada no son, despuรฉs de todo, un problema nuevo. En Estados Unidos tienen una historia, e incluso un origen, que se remonta a la dรฉcada de 1920. El Partido Comunista estadounidense fue fundado en ese periodo, bajo la embriagada creencia de que el marxismo, en una renovada versiรณn rusa, era la รบltima e irrefutable palabra en ciencias sociales. El partido nunca logrรณ prosperar en Estados Unidos como un todo, pero floreciรณ por un tiempo en Nueva York, California y Chicago, y, en esos lugares, los comunistas se otorgaron a sรญ mismos el derecho no solo de arengar a sus rivales y oponentes (todos tienen ese derecho) sino de aplastarlos, a sus rivales de izquierda en particular, en nombre de la raza humana.

Los comunistas se propusieron imponer su doctrina en los sindicatos socialistas o socialdemรณcratas y en todas las demรกs organizaciones de la izquierda estadounidense, so pena de destrucciรณn. Especialmente intentaron impedir que se dijera desde un pupitre o se imprimiera en un libro cualquier cosa desfavorable a la Uniรณn Soviรฉtica, lo cual significรณ una campaรฑa muy desagradable, tรญpicamente en el lรญmite de la violencia, o mรกs allรก del lรญmite, con grupos de choque y boicots, que durรณ a lo largo de los veinte y los treinta. Era una campaรฑa con bastante influencia en Manhattan, el centro editorial nacional, y en algunos otros lugares con mayor penetraciรณn de lo que nadie parece recordar hoy (si bien se puede leer al respecto en las memorias de algunos excelentes escritores: Max Eastman, Sidney Hook, Irving Howe y otros).

Por otra parte, la gente que desaprobaba las coerciones comunistas tambiรฉn tiene su historia. Los movimientos modernos a favor de las libertades civiles y los derechos humanos en Estados Unidos comenzaron en los mismos aรฑos que el Partido Comunista. Y los activistas de esos movimientos y sus amigos entre los intelectuales y especialmente en los sindicatos opusieron resistencia, a veces con retraso, a veces socavada por episodios de crรฉdulo engaรฑo respecto de la Uniรณn Soviรฉtica, lo cual fue una rareza intermitente de la Uniรณn Estadounidense por las Libertades Civiles (aclu, por sus siglas en inglรฉs), y finalmente, acompaรฑada a veces con brutalidad propia, muy comรบn en los sindicatos.

Pero la resistencia encontrรณ su estilo, despuรฉs de un tiempo. Fue una resistencia firme y tambiรฉn matizada, una resistencia que condenaba por principio las coerciones comunistas y era capaz, al mismo tiempo, de reconocer que, a pesar de todo, los comunistas de Estados Unidos podรญan a veces ayudar en uno u otro asunto especรญfico. Tampoco querรญa ver al gobierno meterse y suprimir a toda la izquierda estadounidense en una represiรณn generalizada. Y tampoco querรญa relajar la antigua lucha contra las turbas, los demagogos y las coerciones de la derecha polรญtica. Lucidez, equilibrio y persuasiรณn eran la idea.

En Nueva York, la resistencia contra el Partido Comunista y su hostigamiento tendiรณ, en los primeros aรฑos, a ser identificada como โ€œsocialismoโ€, โ€œsocialdemocraciaโ€ o alguna otra etiqueta puesta por la izquierda radical y por el movimiento sindical โ€“los liberales profesos tambiรฉn jugaron un papel, pero no de forma tan confiable como los socialistasโ€“. Sin embargo, para fines de la dรฉcada de 1930 hasta los intelectuales socialistas โ€“incluso Sidney Hook, el mayor de los filรณsofos marxistas de Estados Unidos, una figura principal en estas batallas, espada en manoโ€“ comenzaron a aceptar, tal vez con alguna reticencia, que โ€œliberalismoโ€ era el tรฉrmino apropiado. El liberalismo, la palabra y el concepto, comenzaron a dominar el debate. Y el liberalismo en verdad demostrรณ ser persuasivo.

II

Pero los impulsos coercitivos de izquierda son un impulso humano โ€“ya florecรญan en Grecia antigua, lo registrรณ debidamente Tucรญdides en su recuento de los sangrientos revolucionarios democrรกticos de Cรณrciraโ€“ y antes o despuรฉs vuelven a florecer. Se dio el caso de la Nueva Izquierda estadounidense en los aรฑos sesenta y setenta. La Nueva Izquierda comenzรณ como un movimiento liberal, descendiente en buena medida de los sindicatos liberales y socialdemรณcratas que habรญan derrotado a los comunistas estadounidenses. Pero de alguna manera una inspiraciรณn maoรญsta arraigรณ aquรญ y allรก, junto con algunas inspiraciones provenientes de Fidel Castro y la Revoluciรณn argelina hasta que, a finales de los sesenta, un porcentaje pequeรฑo y molesto de los jรณvenes de la Nueva Izquierda, irrigados por las histerias de la era, germinaron una hoja novedosamente brutal. Se lanzaron a obtener venganza de los enemigos de la raza humana, definidos esta vez como los agentes del imperialismo, lo que significaba, desde luego, los liberales. โ€œGolpismoโ€ fue la expresiรณn izquierdista de Irving Howe para describir a esos insufribles izquierdistas. Y la Nueva Izquierda emprendiรณ persecuciones contra los errados herรฉticos del Nuevo Izquierdismo, que fue prรกcticamente todo el mundo, despuรฉs de un rato.

Era la misma vieja mierda estalinista en una nueva versiรณn, esta vez desorganizada, en vez de institucional, lo cual hacรญa difรญcil repelerla. Al final, la mierda se derrotรณ a sรญ misma. Hasta los maoรญstas eran seres humanos, y pudieron soportar sus propios absurdos solo por tiempo limitado. Pero mientras tanto, para quienes querรญan pensar en sรญ mismos como liberales, el reto no era poco desconcertante. Los liberales debรญan ser firmes, o por lo menos no demasiado tambaleantes, frente a la locura de la Nueva Izquierda. Pero, a veces, tambiรฉn eran reacios a desconocer completamente a la Nueva Izquierda, dados los orรญgenes liberales de esta. Tuvieron que admitir que, aun si el Nuevo Izquierdismo habรญa tomado un giro equivocado, habรญa demostrado ser maravillosamente productivo en cuanto a fortalecer, revitalizar o incluso generar un ramillete de causas que pueden ser a veces menospreciadas como โ€œpolรญticas de la identidadโ€ pero que, a pesar de eso, representaban esplรฉndidas nuevas posibilidades para una sociedad moderna. Pero ยฟera posible ser antigolpe y proinnovaciรณn al mismo tiempo, ser firme y tambiรฉn matizado? No era fรกcil. El Nuevo Izquierdismo tuvo el buen gusto de desaparecer, y lo mejor de sus contribuciones continuรณ.

Y, sin embargo, despuรฉs de la Nueva Izquierda, algo del viejo impulso coercitivo persistiรณ, incluso si fue en una versiรณn tan extraรฑa que era cรณmica. Esto se volviรณ visible en un pequeรฑito nรบmero de personas que, habiendo sido formadas por hebras de polรญticas de la identidad provenientes de la insurrecciรณn de la Nueva Izquierda, siguieron carreras convencionales ligadas a las artes, tal vez como especialistas en literatura o en las galerรญas de arte. No eran personas en verdad polรญticas, en el sentido normal. Y no pensaban en sรญ mismos como comunistas en alguna versiรณn actualizada, salvo unos pocos, aun si les podรญa gustar leer revistas de arte con nombres bolcheviques como October.

En vez de eso, cayeron bajo la influencia de una serie de teorรญas filosรณficas francesas de vanguardia, que ofrecรญan una combinaciรณn novedosa de meditaciones poรฉticas sobre el lenguaje y observaciones antropolรณgicas sobre la sociedad โ€“teorรญas maravillosas, diseรฑadas para rociar el polvo brilloso de lo nuevo sobre cualquier tema que viniera a la menteโ€“. En su aplicaciรณn estadounidense, sin embargo, las maravillosas teorรญas fueron tomadas como extensiones radicales del marxismo, capaces de revelar la fuente รบltima de la opresiรณn. Esa fuente รบltima resultรณ ser las estructuras del lenguaje y de la elecciรณn de palabras, combinadas con una voluntad universal de poder al servicio de las jerarquรญas sociales del tipo que fueran.

Algunas personas encontraron en estas muy inusuales ideas un permiso izquierdista para escapar de las rigideces del marxismo anticuado โ€“un permiso para explorar, por ejemplo, los รฉnfasis culturales de un feminismo modernoโ€“. Pero otras personas, habiendo inhalado, se perdieron en la suposiciรณn no expresada de que la opresiรณn, lingรผรญstica en su origen, debรญa ser psicolรณgica en sus resultados. Promovieron la idea de que, si quieres saber si estรกs en presencia de las tiranรญas de la estructura-del-lenguaje y la voluntad-de-poder, deberรกs consultar tus propios sentimientos lastimados. Y lanzaron minicampaรฑas contra cualquiera que deambulara por el corredor del departamento de humanidades utilizando un vocabulario que pudiese dar lugar a sentimientos negativos o pudiese ser interpretado como peligrosamente reaccionario.

Las campaรฑas eran diseรฑadas para humillar a los individuos acusados o, en casos extremos, daรฑar sus carreras. No fueron muchas esas campaรฑas, pero sรญ fueron en extremo desagradables para quien tuviera que sufrirlas. Philip Roth capturรณ la atmรณsfera en su novela universitaria de los noventa La mancha humana, acerca de un profesor que utiliza la palabra equivocada. Eventualmente las campaรฑas disminuyeron, en parte porque Roth no fue el รบnico entre los liberales de la vieja escuela en decir: โ€œยฟEs en serio?โ€

Tambiรฉn disminuyeron porque los propios vanguardistas, o algunos de ellos, comenzaron a reconocer lo excesivas que eran las fรณrmulas sobre lenguaje y poder. O comenzaron a notar cuรกn crueles e inรบtiles eran las humillaciones โ€“cuรกnto recordaban al pasado estalinista no del todo olvidadoโ€“. La expresiรณn โ€œpolรญticamente correctoโ€, que ha terminado como un insulto de derecha, comenzรณ, despuรฉs de todo, como un insulto de izquierda. Era una expresiรณn arrepentida, irรณnica y autocrรญtica, que fue recogida de la retรณrica del pasado marxista por gente razonable de izquierda con el propรณsito de ridiculizar a los irracionales fanรกticos cuyo izquierdismo habรญa llegado demasiado lejos incluso para los izquierdistas.

Sin embargo, por peculiares que fueran esas campaรฑas, algo de ellas logrรณ subsistir. Fue un asunto de mutaciรณn viral. El razonamiento filosรณfico de vanguardia de los setenta y ochenta fue abandonado a favor de un vocabulario mรกs convencional (aunque con una continuada insistencia en el espรญritu del determinismo lingรผรญstico, en los neologismos como signo de progreso social) que volviรณ atractivo el celo de los reformadores en la oficina del rector. Y la tecnologรญa intervino. La novela de Roth ocurre en la era del correo electrรณnico, cuando un clic equivocado en โ€œresponder a todosโ€ conduce al desastre. Pero la era de las redes sociales es mรกs salvaje.

Una turba en las redes sociales no necesita la bendiciรณn de la teorรญa de vanguardia. Sin embargo, algunos indicios de teorรญa avanzada pueden darle a una turba la apariencia de estar respetablemente comprometida en la loable vigilancia de las infracciones del lenguaje. Los estudiantes que pasaron sus primeros aรฑos universitarios flotando en la atmรณsfera de las nuevas ideas creyeron natural llevar sus inspiraciones a sus propias carreras profesionales en las universidades, o a las revistas y periรณdicos, y ceder a su impulso. Este impulso era el de denunciar y humillar a quienes percibรญan como enemigos lingรผรญsticos de la causa antirracista y antisexista. Y el impulso floreciรณ, de modo tal que โ€“como dice un tanto nerviosamente Russell Jacoby en la primera pรกgina de su nuevo libro, On diversityโ€“ โ€œcriticar la diversidad es invitar al ostracismo; de una vez sรบbete a un escritorio y grita: โ€˜ยกSoy un racista y un fanรกtico!โ€™โ€.

Esto ha puesto en boga que personas que se consideran a sรญ mismas las mayores campeonas de la diversidad arruinen las carreras de otras personas que pueden ser igualmente campeonas de la diversidad, pero cuyo fanatismo ha fallado por el crimen de haber elegido la expresiรณn equivocada, o el crimen de aferrarse a un vocabulario considerado anticuado, o, en el caso de los editores, el crimen de publicar aunque sea un solo artรญculo desaprobado o redactar un titular equivocado. Los resultados no alcanzan el nivel del Gran Terror de Stalin redux. Alcanzan la novela de Roth, expandida. O son algo sacado de Hawthorne, que recordรณ el enloquecimiento calvinista del siglo XVII, o de El crisol de Arthur Miller, el cual, pretendiendo recordar lo que Hawthorne recordรณ, conjurรณ las histerias del macartismo.

En las instituciones donde florecen estas persecuciones, todo el mundo las ve. Todos los que tienen conocidos en las universidades escuchan las historias de profesores de una u otra escuela que temen por sus propias carreras: estudiosos serios con reticencia a discutir ideas con sus estudiantes, a asignar los clรกsicos de la literatura, a abordar ciertas controversias polรญticas, incluso a exhibir carteles, por temor a encontrarse con los rabiosos militantes de la correcciรณn y ser arrastrados a los juzgados universitarios.

Estas historias pueden parecer exageradas si te dan a entender que cada escuela de Estados Unidos se encuentra bajo una sombra y cada uno de los profesores vive con miedo, lo cual no es el caso. Y, sin embargo, algunos incidentes van mรกs allรก de las exageraciones. Tenemos, por ejemplo, el caso de unos trescientos cincuenta profesores de Princeton que aรฑadieron su firma a una carta dirigida al presidente y a las autoridades de su muy buena universidad en la que se pide, entre otras medidas, la formaciรณn de un comitรฉ especial para โ€œsupervisar la investigaciรณn y la disciplina de comportamientos, incidentes, estudios y publicaciones racistas por parte de los profesoresโ€ โ€“lo cual sorprende, aun si algunos de esos acadรฉmicos dijeron a The Atlantic que, al momento de firmar, nunca tuvieron la intenciรณn de respaldar su punto mรกs notorio, que es la peticiรณn de formar ese comitรฉ especialโ€“. Sin embargo, firmaron. Es difรญcil creerlo. O mejor dicho, es fรกcil creerlo. En sus memorias, Irving Howe describe a los profesores universitarios de la dรฉcada de 1930 que cayeron bajo la influencia estalinista: โ€œPor lo menos igual de inquietante era la necesidad, sentida por gente seria, de abandono ritual de su independencia intelectual; en realidad, de humillaciรณn ritual ante las brutalidades del poder.โ€

III

El pequeรฑo cรญrculo de escritores que redactaron la carta de Harperโ€™s โ€“Thomas Chatterton Williams, Mark Lilla, David Greenberg, George Packer y Robert F. Worthโ€“ es solamente un grupo de amigos, acadรฉmicos y periodistas de diferentes tipos. No controlan una revista o ejercen un presupuesto y no provienen de los mismos ambientes filosรณficos, lo que significa que carecen incluso del vago poder que emana de pertenecer a una camarilla. Pero, una vez escrito su planteamiento, no parecen haber tenido dificultades en obtener firmas, algunas de ellas bastante conocidas (la novelista para niรฑos nรบmero uno del mundo, el trompetista mรกs famoso del mundo, ยกno se diga Noam Chomsky!), sin siquiera haberse molestado en incluir, adicionalmente, a algunos de los escritores que les precedieron en sonar la alarma sobre estos asuntos.

La carta tiene solamente tres pรกrrafos, pero aun asรญ se ha convertido en un tema de conversaciรณn a escala mundial, no solo en idioma inglรฉs. Mario Vargas Llosa (posiblemente el novelista para no niรฑos nรบmero uno del mundo) y un centenar de otros personajes de la cultura y la ciencia en el mundo de habla hispana han publicado su propia carta de apoyo a la carta de Harperโ€™s y de repudio a la cancelaciรณn y el linchamiento,

((En espaรฑol en el original.
))

dos contribuciones estadounidenses, es triste decirlo, al vocabulario global de los comportamientos tirรกnicos.

Y sin embargo, cuando digo que todo el mundo ve el problema, lo que en realidad quiero decir es que todo el mundo deberรญa verlo. Para citar el ejemplo mรกs visible a รบltimas fechas, todo el mundo deberรญa ver algo inquietante en el despido de James Bennet, el editor de opiniรณn del New York Times. El error de Bennet fue hacer lo que los editores de opiniรณn en el Times han hecho siempre, que es publicar de vez en cuando artรญculos de opiniรณn de Atila el huno, en este caso el senador Tom Cotton de Arkansas, cuya contribuciรณn se intitulaba, claro estรก, โ€œManden al ejรฉrcitoโ€. Escribiรณ Atila: โ€œLos criminales nihilistas simplemente salieron a saquear.โ€

En el pasado, el interรฉs de publicar este tipo de cosas siempre habรญa sido permitir a los lectores ver las palabras exactas y directas, lo cual es claramente รบtil, e inclinarse simbรณlicamente a favor del debate abierto, aunque sin sugerir necesariamente que Atila es un digno compaรฑero de debate. Y el interรฉs ha sido mostrar al mundo que incluso Atila reconoce el estatus universal de The New York Times. Publicar a Atila siempre ha sido un acto de poder en el Times.

En la atmรณsfera actual, no obstante, un amplio nรบmero de sus indignados colegas consideraron que el editor no habรญa cometido un simple error, sino un crimen que debรญa terminar con su carrera โ€“lo cual, porque el Times es, de hecho, el periรณdico universal, solo puede significar que mรกs les vale a los directivos de las instituciones liberales de todas partes del mundo encontrar maneras de no ofender a los rabiosos militantesโ€“. Este es el linchamiento: un linchamiento cuya intenciรณn es un mensaje al mundo. El linchamiento es un obvio atropello al liberalismo tradicional del Times. Y no obstante, muchas personas no ven con claridad un atropello ni una intimidaciรณn hacia otros periodistas o profesores. No ven una curiosa autohumillaciรณn ritual por parte de The New York Times ni ningรบn problema en absoluto. Ven progreso social.

Esta ha sido una de las revelaciones producidas por la carta de Harperโ€™s: la respuesta indignada de gente que, al no ver ninguno de los inquietantes hechos, cree con sinceridad que acusaciones de cualquier cosa que sugiera coerciones ideolรณgicas por parte de la izquierda solo pueden significar una difamaciรณn derechista. Un largo manifiesto con las firmas de mรกs de ciento sesenta periodistas y acadรฉmicos โ€“llamado โ€œUna carta mรกs especรญfica sobre la justicia y el debate abiertoโ€โ€“ argumenta que la carta de Harperโ€™s representa una hipocresรญa sistemรกtica, cuyo propรณsito es ocultar la represiรณn de voces oprimidas.

Pero entonces, como muchos comentaristas han notado, otra virtud mรกs de la carta de Harperโ€™s ha sido la de provocar respuestas que confirman el diagnรณstico. Leo un artรญculo de Pankaj Mishra en Bloomberg News bajo el tรญtulo โ€œNo, la cultura de la cancelaciรณn no es una amenaza a la civilizaciรณnโ€ (y la falacia del โ€œhombre de pajaโ€ no es una herramienta retรณrica justa), que asocia a los firmantes de Harperโ€™s con Donald Trump (a quien los firmantes explรญcitamente deploran). Y el artรญculo concluye lamentando, con un melancรณlico vistazo a la reluciente cuchilla, que varios de los firmantes, yo incluido, no hayan pagado aรบn por sus crรญmenes ideolรณgicos con sus carreras cercenadas por el cuello. (No obstante, tan pronto como la lamentaciรณn de Mishra apareciรณ publicada, Bari Weiss, una de las firmantes, creyรณ necesario renunciar a su propia carrera como columnista y editora en la que solรญa ser la secciรณn de Bennet en The New York Times. La misma Bari Weiss cuyo comentario sobre la masacre de la sinagoga de Pittsburgh en 2018 es una de las condenas mรกs emocionalmente poderosas contra la violencia del fanatismo derechista que hayan aparecido en el Times o en ningรบn otro lado de la prensa en estos รบltimos aรฑos.)

De modo que la carta de Harperโ€™s ha mostrado ser un buen ejemplo de un manifiesto que se autoverifica. Seรฑala un problema y, al atraer una respuesta, demuestra la realidad de lo que seรฑala.

IV

Pero la virtud mรกs profunda de la carta es esparcir algunas iluminaciones sobre la idea liberal, una de las cuales clarifica un misterio central de estas varias controversias. Es la pregunta acerca de dรณnde trazar la lรญnea entre el liberalismo y las varias doctrinas e impulsos que pretenden situarse mรกs a la izquierda โ€“una pregunta confusa, porque una serie de concepciones populares insisten en trazar la lรญnea en cualquier lugar salvo en el lugar correcto.

Se piensa a veces, por ejemplo, que toda lรญnea entre el liberalismo y una izquierda mรกs radical deberรญa ser mรกs bien una mancha, sin definiciรณn precisa. El liberalismo y una izquierda mรกs radical deberรญan reconocerse bรกsicamente como lo mismo, salvo que el liberalismo es mรกs pragmรกtico o tal vez menos imaginativo. O el liberalismo es mรกs cortรฉs o mรกs clase alta o cobarde. Pero finalmente el liberalismo y la izquierda mรกs radical coinciden en sus objetivos sociales progresistas. O se piensa que el liberalismo no es realmente lo mismo que un izquierdismo mรกs radical, sino que es, por el contrario, un enemigo del progreso social, que se esconde tras una nube de palabras que suenan respetables y no quieren decir nada. El liberalismo es un retroceso de derecha, disfrazado de salto hacia delante de izquierda.

O se piensa que el idealismo liberal es un fraude y que algo como la carta de Harperโ€™s, que pretende hacer un llamado elevado al debate abierto, es meramente una maniobra destinada a proteger los privilegios elitistas de los firmantes, que se considera que son, por supuesto, blancos ricos (Ralph W. Ellison, autor inmortal de El hombre invisible, alza la cabeza de su escritorio, fascinado) decididos a confrontar a la democracia en acciรณn. Pero estos son errores.

El liberalismo no es, de hecho, lo mismo que un izquierdismo mรกs radical con algunas divergencias tรกcticas. El liberalismo no es tampoco una tapadera para la reacciรณn de derecha. El liberalismo tampoco es un centrismo. El liberalismo, bien entendido, es su propia tendencia de pensamiento. Tiene sus propias preocupaciones. La primera de estas preocupaciones no es siquiera polรญtica. Es un compromiso con un estado mental particular โ€“con la compostura mental que se presta al pensamiento racional y a una imaginaciรณn alegreโ€“. Y el liberalismo es el compromiso de garantizar las condiciones polรญticas y sociales que favorecen una compostura mental de ese tipo.

Y ademรกs, el liberalismo en Estados Unidos tiene sus muy propias idiosincrasias, y la carta de Harperโ€™s es decididamente un documento estadounidense, aunque tambiรฉn lleve las firmas de gente de otras riberas. La hostilidad a las coerciones del Partido Comunista estadounidense que he descrito en los veinte y treinta fue un asunto de la izquierda. Y la tradiciรณn liberal en Estados Unidos en los siguientes noventa aรฑos ha tendido a ser dominada por gente que igualmente se ha ubicado de algรบn modo, vaga o abiertamente, en la izquierda polรญtica โ€“gente cuyo instinto ha sido tomar partido al menos en tรฉrminos generales por las grandes causas de los รบltimos cien aรฑos, variadas y en ocasiones contradictorias, pero que concordaban con una idea de progreso democrรกtico.

La tradiciรณn liberal en Estados Unidos, vista en esta perspectiva, ha sido siempre una tradiciรณn a favor de una doble lucha โ€“una lucha por un intelecto mรกs libre y, al mismo tiempo, una lucha por el progreso democrรกticoโ€“. El filรณsofo John Dewey solรญa aparecer como el maestro pensador de los intelectuales liberales de Estados Unidos y su gran inspiraciรณn fue hacer de la doble idea un sistema filosรณfico: un modo de ver las luchas por la comprensiรณn intelectual y las luchas por la emancipaciรณn democrรกtica como fases del mismo desarrollo, lo que era una nociรณn maravillosamente decimonรณnica, que provenรญa de Whitman y Hegel.

La โ€œCarta sobre la justicia y el debate abiertoโ€ de Harperโ€™s toca esta nota de doble lucha desde su mismo tรญtulo. La carta aprueba las โ€œpoderosas protestas por la justicia racial y socialโ€. Reconoce โ€œlos llamamientos mรกs amplios en pos de mayor igualdad e inclusiรณn en nuestra sociedad, y tambiรฉn en la educaciรณn superior, el periodismo, la filantropรญa y las artesโ€ โ€“lo cual expresa que aprueba los llamados a la reforma social en los precisos rincones de la sociedad que los signatarios habitanโ€“. Y la carta insiste en que, cuando condena lo que llama โ€œiliberalismoโ€, se coloca del lado de las protestas sociales, no contra ellas. โ€œLa inclusiรณn democrรกtica que queremos solo puede alcanzarse si hablamos en contra del clima intolerante que se ha instalado en todas partes.โ€ โ€œRechazamos cualquier falsa disyuntiva entre la justicia y la libertad, que no pueden existir una sin la otra.โ€

Solo que aquรญ hay una diferencia entre las personas que piensan en sรญ mismas principalmente como liberales y las personas que piensan en sรญ mismas como ubicadas mรกs a la izquierda. La marca caracterรญstica de la izquierda mรกs radical no consiste en ningรบn programa particular en materia polรญtica o econรณmica. Consiste, en cambio, en un cierto tipo de indignaciรณn, a veces gloriosa, a veces problemรกtica, pero que, en ambos casos, descansa sobre una creencia sobre la justicia y la injusticia. Es la creencia de que la injusticia es a fin de cuentas una sola, lo que significa que la justicia tambiรฉn sea una sola. Y la creencia de que el magnรญfico logro del izquierdismo radical es haber identificado esa terrible cosa รบnica que constituye la injusticia.

El nombre de esa injusticia รบnica ha variado a lo largo de los aรฑos. Para los comunistas en los aรฑos veinte y treinta su nombre era capitalismo, cuya mayor injusticia era la hostilidad a la Uniรณn Soviรฉtica. Para los Nuevos Izquierdistas que cayeron bajo algรบn tipo de influencia maoรญsta o tercermundista en los posteriores aรฑos sesenta y setenta, el nombre era imperialismo. Para los vanguardistas de los departamentos de humanidades de los aรฑos ochenta y noventa, el nombre de la injusticia รบnica eran (en varias versiones) las estructuras del lenguaje al servicio de las jerarquรญas raciales y de gรฉnero, segรบn conjuraba una lectura americanizada de diversos filรณsofos de la vanguardia francesa.

Para los encendidos progresistas de nuestro tiempo, el nombre de la terrible cosa รบnica es racismo, o mejor dicho el fanatismo universal que expresa la palabra โ€œinterseccionalismoโ€ โ€“el fanatismo que toma mil formas, cada una de las cuales interseca con todas las otras, creando asรญ un todo matemรกticoโ€“. Pero finalmente los nombres diferentes son lo mismo. Son nombres de la omniopresiรณn que, bajo cualquiera de los nombres, aplasta a sus vรญctimas.

Pero el liberalismo โ€“el liberalismo al estilo peculiar estadounidense, que se preocupa no solo por el โ€œdebate abiertoโ€ sino tambiรฉn por โ€œla justiciaโ€โ€“ no comparte la idea de una รบnica cosa terrible. El liberalismo puede preocuparse por las explotaciones econรณmicas o por el imperialismo o por las jerarquรญas raciales y de gรฉnero o por cualquier cantidad de opresiones. Pero no asume que todas las opresiones figuran dentro de una omniopresiรณn. El liberalismo es antiinterseccionalista. No cree que cada opresiรณn es comparable de algรบn modo matemรกtico con cada una de las otras opresiones. El liberalismo cree en los muchos, en vez de en el uno โ€“para tomar prestada una frase de Michael Walzer, cuya firma aparece en la carta de Harperโ€™s.

Y asรญ ocurre en la โ€œCarta sobre la justicia y el debate abiertoโ€. La carta se pronuncia contra el iliberalismo de Donald Trump y, sin nombrarlos, de los otros demagogos populistas de nuestro tiempo. Se pronuncia contra las injusticias que legรญtimamente han sacado a millones de personas a las calles estos รบltimos meses, que son las injusticias del racismo estadounidense. Pero tambiรฉn se pronuncia contra un tipo de opresiรณn muy diferente, que es propio del liberalismo denunciar: la presiรณn censuradora sobre escritores y pensadores para alinearse. Y elige hablar de la actitud censuradora aun si, por citar realidades objetables que se originan por igual en la izquierda y la derecha, presenta el incรณmodo espectรกculo de un anรกlisis social que apunta su dedo acusatorio en mรกs de una direcciรณn.

ยฟPorque quรฉ es el liberalismo, finalmente? No es un partido polรญtico, y no es una facciรณn. El liberalismo es un temperamento mental, un conjunto de ideas, tal vez un sentido de la tradiciรณn. Y sin embargo, en ocasiones el liberalismo hace el esfuerzo de volverse una fuerza, aunque sea en la forma de pequeรฑos comitรฉs informales que se movilizan con el propรณsito de reconocer que sรญ existe un primer principio. Es el principio del pensamiento independiente y creativo, que deberรญa ser la vocaciรณn de escritores, acadรฉmicos y artistas, y en cierta medida deberรญa estar al alcance de todos en una sociedad democrรกtica. Es un principio que puede prosperar solamente en las zonas saludables de la libertad social y polรญtica; un principio que, en nuestro propio dรญa, no estรก ni remotamente a las puertas de la muerte, como lo estuvo en el pasado, toco madera, pero que estรก, eso sรญ, bajo presiรณn, por muy modesta que esta presiรณn parezca. Y la presiรณn requiere resistencia. ~

 

Publicado originalmente en Tablet.

Traducciรณn del inglรฉs de Andrea Martรญnez Baracs.

 

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