En 2012 el Fondo de Cultura Económica publicó mi Don Guillén de Lampart, hijo de sus hazañas: un ensayo seguido por tres de las obras principales del irlandés. En febrero de este año salió a la luz Un rebelde irlandés en la Nueva España, bajo el sello de Taurus, edición revisada y ampliada de la anterior, que aumenta el ensayo inicial y añade tres obras importantes de Lámport. Para celebrarlo publicamos ahora en Letras Libres una selección breve de salmos escritos por el irlandés, parte de los que figuran en la edición de Taurus.
Guillén de Lámport o Guillén Lombardo de Guzmán, su nombre español, fue un irlandés aventurero y revolucionario, que apoyó la lucha de Irlanda contra la ocupación inglesa, se educó en España y fue soldado de la Corona de Castilla en las guerras religiosas europeas. Llegó a México en 1640 y, al observar la condición de los indígenas y de los esclavos africanos, decidió “alzarse con el reino” y devolver a esos oprimidos la libertad y sus derechos. Preso en las cárceles del Santo Oficio (Inquisición) de 1642 a 1659 –año en que fue quemado vivo en el auto de fe del 19 de noviembre–, se acercó y quiso ayudar a los criptojudíos encarcelados por su religión al mismo tiempo que él. Lámport pedía audiencias, que se le debían conceder, y, sabiendo que se transcribiría cada palabra suya, abogó en ellas por sí mismo y por los judíos, llenando centenares de páginas que se conservan en los archivos de la Inquisición. Escribió además poesía, particularmente novecientos dieciocho salmos en latín, el Regium Psalterium.
Lámport escribió este Regio Psalterio entre 1652 y 1654. Había logrado huir por un día en 1650, solo para ser nuevamente capturado. Sus condiciones carcelarias empeoraron y ya no le daban papel ni tinta. Escribió pues esta poesía “en lienzo blanco”, como dice el expediente de la Inquisición: en sábanas. El lienzo se perdió, relata Gabriel Méndez Plancarte en su Don Guillén de Lámport y su “Regio Salterio”, ms Latino inédito de 1655,
{{ Don Guillén de Lámport y su “Regio Salterio”, ms Latino inédito de 1655, estudio, selección, versión castellana y notas del Dr. Gabriel Méndez Plancarte, Ciudad de México, Ábside, 1948.}}
pero el Tribunal de la Inquisición agregó una copia al tomo segundo de la causa, gracias a la cual podemos conocer hoy en día esa colección de poesía.
{{AGN, Ramo Inquisición, vol. 1497, exp. 1, f. 371r.-489v.}}
El autor del informe inquisitorial sobre Lámport no pudo evitar describir con admiración cómo el reo fabricó su tinta: con restos viejos de tinta, hollín de su candela desleído con “unas gotas de miel prieta que pidió para comer” y agua.
((Rodrigo Ruiz de Zepeda Martínez, Auto general de la fe, 19 de noviembre 1659, Imprenta del Santo Oficio, por la viuda de Bernardo Calderón en la calle de San Agustín, Ciudad de México, 1659.))
En su libro, Méndez Plancarte publicó su propia traducción al español de veintinueve de esos salmos; los que ahora publicamos pertenecen a esa selección y traducción. Los salmos son un género de poesía religiosa del Antiguo Testamento. Méndez Plancarte señala que los de Lámport están “inspirados libremente en los Salmos bíblicos”. Indica que en su mayoría “don Guillén imita la forma paralelística de los salmos hebreos”, aunque también recurre a la “versificación latina medioeval”. Dentro de un marco de ascetismo de “ambiente pavoroso y lúgubre de dolor y penitencia”, combinado con la exaltación de la Virgen y otros motivos de glorificación y gratitud, don Guillén también “expone sus ideas astrológicas, da consejos sabios a Reyes y Príncipes, defiende la abolición de la esclavitud y aun llega a trazar una soberbia descripción de la hermosura y riqueza de este ‘Imperio Mexicano’ que él soñaba con libertar”.
En el título de sus salmos, Lámport se declara nombrado por el Altísimo Dios de Israel “irlandés de Wexford, Rey de la América Citerior y Emperador de los Mexicanos”. Daba por realizada la victoria de su alzamiento, en tanto venía de Dios. En la soledad carcelaria, don Guillén vivía una especie de alucinación mística que lo elevaba más allá de su ilusorio reino terrenal. Entre las páginas de su Regio Salterio hace votos solemnes y proclama una orden monástica sobre la tierra, la “institución de justicia evangélica”, que detalla con sentido práctico, como antes había pormenorizado sus planes insurreccionales para Irlanda o México. El título lee también: “Con justicia compuse los siguientes salmos antes de convertirme totalmente de lo mundano al Señor.” ~
Salmos
Guillén de Lámport
traducidos por Gabriel Méndez Plancarte
Pequé, Señor, pequé, y te confesaré de todo mi corazón:
Porque delinquí contra Ti, sumergido con todas mis fuerzas en mi iniquidad.
Pero ahora espero tus misericordias inmensas:
Y mi enfermedad mortífera pide la salud de tu piedad.
Ulcerado con mis heridas hasta el peligro de muerte, a Ti, Señor, clamo:
Sáname, Dios mío, porque sin Ti he perecido.
Desde lo más profundo de mi iniquidad, a Ti, Señor, he levantado mi espíritu:
Lancé mi voz y dije: ¡Pequé torpemente, apiádate de mí, Señor!
Oh Padre piadoso, perdona al hijo pródigo los bienes inicuamente disipados:
No quieras, oh Dios, investigar como justo juez mis deudas y mis maldades.
Pues he aquí que en mi amargura conozco mis iniquidades:
Y en mi calamidad confieso las vanidades de mi juventud.
Oh Rey que reclamas las riquezas que tú diste: consumí los talentos que me entregaste;
Mas la falta de esos talentos, oh Señor, no traerá ninguna merma a tus inexhaustos tesoros.
Vanamente dilapidé en mis juegos y burlas las riquezas de mi herencia.
Por eso, oh Padre y Dios mío, no dejes perecer de hambre a este mendigo.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo:
Así como era en un principio, y ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.
Herido estoy, oh excelso Dios mío, por el rayo letal de mis heridas:
Mi alma lucha con la enfermedad postrera y con los amenazantes desmayos.
Me amenaza el peligro de una muerte tristísima, y mi lengua titubea:
La saliva, comprimida, pégase a mi garganta y a mis fauces.
Tú miras a los leones rugientes, que abren anchamente sus fauces para devorar mi alma:
Y aterrorizan mi espíritu con sus uñas y zarpazos.
Pintaré mi muerte y mi fin: cubre mis ojos espesa neblina:
Y mi fúlgida luz ciégase finalmente en la postrera agonía.
Apriétanse mis nervios con las arterias, suéltanse las fibras de mis ligamentos;
Hínchase mi pecho con las ansias de la terrible lucha con la muerte.
Y calla, enronquecida, la vital expresión de mi abierta boca:
Mis labios producen solo un estridor y trémulos se juntan a los dientes.
La sangre, fluyendo, penetra hasta apretar el corazón:
La palidez truécase en negrura, y surge ante mí la imagen del cadáver.
La horrible peste que sale de mis entrañas, aleja de mí a los amigos más íntimos;
Todos los avaros luchan solo por las riquezas malditas.
¿Por ventura diré abiertamente al mundo, Dios mío, que Te amo con toda mi alma?
¿O sacaré a la pública luz las amorosas señales de mi corazón?
¿En quién me gloriaré sino en mi Dios?
He aquí que por todos los días del año me bañé en mis lágrimas delante de Ti, padeciendo por ti y gimiendo.
Mi pan mezclaba a veces con lágrimas, y hería mis mejillas:
Rugía en mi llanto como león, ululaba como cocodrilo.
En tinieblas lloraba por Ti, mi Luz, y me lamentaba en un obscuro lecho:
Cantaba y, espontáneamente, brotaban mis lágrimas hasta formar ríos.
Llorando mis delitos, llevábate a Ti, Vida, en mi espíritu:
En Tus brazos me inundo de llanto; y mi pecho llamea como un Etna, y como una caverna lanza gemidos.
Sediento de Ti, bebía mis lágrimas, y hambriento de Ti, no quería alimentos;
Buscándote a Ti, me angustia la muerte, y mi corazón palpitaba trémulo por el desmayo de la muerte.
Decidme, mis Americanos fieles, que decís ser del Señor:
¿Por qué compráis y vendéis a los hombres como bestias?
¿Por qué matáis en la esclavitud a aquellos que confiesan el nombre de Cristo?
¿Por qué, contra la ley de Dios, compráis Etíopes, y no queréis ser comprados por ellos?
¿Qué potestad tenéis sobre la libertad del prójimo, [libertad] que no se vende por oro alguno?
No os es lícito retener los bienes mal comprados y adquiridos.
Ellos nacieron libres como vosotros;
Y así como a ellos no les es lícito hacernos cautivos, así tampoco a nosotros nos es lícito reducirlos a cruel servidumbre.
Injustamente son vendidos a vosotros, e injustamente los compráis:
Un gran crimen cometéis ante Dios, y a los libres debéis restituir libremente.
Porque su sangre y su esclavitud claman contra vosotros a Dios:
De otra manera, sobre vosotros y sobre vuestros hijos bajará el azote del cielo. ~
(ciudad de México, 1956) es historiadora.