Ilustración: Jonathan López

Últimas noticias de la conquista

El libro más reciente de Camilla Townsend ofrece una “nueva historia de los aztecas”. No es tal porque ignora los avances de la historiografía mesoamericana y porque, en su afán por “darles voz” a los indígenas, menosprecia el trabajo de quienes la antecedieron, como Miguel León-Portilla.
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Desde el título, Fifth sun. A new history of the Aztecs [Quinto sol. Una nueva historia de los aztecas], deja en la sombra, como si fueran modestas, parciales o preliminares, obras como The Aztecs under Spanish rule (1964), de Charles Gibson, The Aztecs. A history (1973), de Nigel Davies, The Nahuas after the conquest (1992), de James Lockhart, y tantos otros que tratan a los aztecas (nombre imperial), los mexicas (gentilicio de los habitantes de México-Tenochtitlan) o a los nahuas (nombre de la etnia más allá del imperio) antes, durante o después de la conquista española. Integrando la enorme historiografía sobre el tema producida principalmente en Estados Unidos en las últimas seis décadas, Camilla Townsend considera innecesario discutir dentro del cuerpo del texto sus propias aseveraciones. Fluido, anecdótico o general, ligero y panorámico, el libro se presenta como un reader para el amplio público: poco más de trescientas páginas para hablar de esa civilización desde la oscuridad de los tiempos hasta el siglo XVII. El texto es como un muestrario que se desdobla en la sección de notas, donde cada tema encuentra no una discusión sino la sanción de las autoridades académicas correspondientes, entre las que destaca, por mérito propio, la autora misma. Su útil “Bibliografía anotada de los anales nahuas”, al final del volumen, sigue el modelo didáctico que James Lockhart favorecía, por ejemplo en el epílogo de su Nahuatl as written (2002).

Entre las fuentes primarias que estructuran el libro de Townsend destacan los anales nahuas, que son historias regionales cronológicas, separadas por años según el modelo prehispánico de unidades o “células”. En las últimas décadas han aparecido numerosas ediciones mexicanas y estadounidenses de estos anales, incluidas algunas de la propia autora. Además de publicar varios artículos sobre ellos, Townsend estudió este género en su conjunto en sus Annals of Native America, de 2017. Los principales anales tratados en Fifth sun son los Anales de Tlatelolco (el relato indígena existente más antiguo de la conquista); los Anales de Cuauhtitlán; anónimos de Puebla-Tlaxcala (que Townsend editó en 2009); de autores indígenas como el cronista de Chalco don Domingo de San Antón Muñón Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin (los académicos norteamericanos aman repetir este largo nombre, en general se le dice Chimalpahin), quien escribió a principios del siglo XVII contando con el testimonio de su “amada abuela”; el cronista texcocano Ixtlilxóchitl; o don Juan Buenaventura Zapata y Mendoza, gobernador indígena de Tlaxcala también de principios del siglo XVII, quien a su vez contó con materiales más antiguos. La otra gran fuente primaria de Fifth sun es naturalmente el libro 12, dedicado a la conquista, del Códice florentino de fray Bernardino de Sahagún.

Cada capítulo comienza con historias individuales, mínimamente noveladas, que se intercalan con panoramas más generales para poner en contexto personajes, sucesos, descripciones. Destacan los conflictos en las sucesiones dinásticas en los reinos nahuas de Chalco, Tlatelolco, Tenochtitlan, Texcoco. Resalta también el papel del canto, la poesía y la música como esparcimiento cortesano, juego amoroso y como vehículo de la lucha política. Estas páginas recuerdan el clásico La vida cotidiana de los aztecas en vísperas de la conquista, publicado por Jacques Soustelle en 1956, que lograba mostrarnos en forma documentada y amena esa increíble ciudad con el calmécac, el mercado, las obras hidráulicas y urbanas, los grupos sociales, la guerra, su religión y su arte, pero también, según especifican sus capítulos, “la casa, los muebles y los jardines”, “la cama, el aseo y el vestido”, “negocios, trabajos y ceremonias”, “las comidas”, “juegos y distracciones”, “casamiento y vida familiar”, “enfermedad y vejez” y más (Townsend no lo menciona).

Dos historias individuales de mujeres indígenas son centrales en el libro. Una es la de Isabel o Tecuichpo, la hija de Moctezuma II, que de niña fue esposa de Cuitláhuac y luego de Cuauhtémoc; tuvo una hija, Leonor, de Cortés y finalmente tres sucesivos maridos españoles. La otra mujer, naturalmente, es Marina, Malintzin o Malinche, y para perfilarla Townsend recurre a su propio libro anterior sobre este personaje. Adicionalmente, elige describir de cerca a Huexotzincatzin, un compositor y músico, hijo del rey texcocano Nezahualpilli, enamorado de una “señora de Tula”, quien era hija del emperador azteca Axayácatl y una de las esposas del padre del músico. Juntos representaban para el público de la corte canciones que se cantaban el uno al otro, a la vez sensuales y políticas. Huexotzincatzin terminó estrangulado porque a Moctezuma el Joven no le gustaba como heredero del trono de Texcoco (eligió a Cacama). Otro personaje es el músico y poeta chalca Serpiente de Flamingo, Quecholcóhuatl, quien se convierte en amante de Axayácatl y seguía vivo en 1550. Con estas historias, basadas sobre todo en los escritos de Chimalpahin, aunque también en la obra de Ixtlilxóchitl, la autora comenta asuntos relacionados con “política y género en la cúspide del poder mexica” y “la peligrosa política nacida de la poliginia”.

((La traducción de todas las citas es de AMB. Pronto aparecerá una edición en español del libro de Townsend con el título de El quinto sol. Una historia diferente de los aztecas, Ciudad de México, Grano de Sal, 2021, 368 pp.
))

Tal vez la contribución más sustancial de Townsend sea establecer, con la fuerza de la historiografía a su alcance, la cronología así como puntos de importancia en la historia de la conquista de Tenochtitlan propiamente: ella considera que Moctezuma solo fue aherrojado cuando Cortés partía a la costa para hacer frente a Narváez, a fines de mayo de 1520, y no desde el principio o en las etapas iniciales de la estancia de los españoles en los palacios reales, o al final de ese periodo, tras el levantamiento mexica. Y sostiene que al partir a esa expedición Cortés se llevó a Malinche –contra quienes han pensado que ella permaneció en Tenochtitlan y fue testigo de la masacre de Tóxcatl–. ¿Su versión es la definitiva? Lo sabremos con el tiempo.

Townsend aporta una conjetura interesante: la expansión del imperio en sus últimos años trajo a la metrópoli un número tal de cautivas que, al casarse con nobles (pipiltin), dieron a luz una cantidad excesiva de descendientes nobles. Así se entienden los censos y las reformas a los requisitos para ser pipiltin y poder tener macehuales a su servicio. Moctezuma el Viejo consideró darles trabajo de artesanos a sus muchos hijos no herederos. Una reflexión paralela: la poliginia de los reyes nahuas producía mucha descendencia y continuas disputas dinásticas, lo cual explicaría la profusión de guerras prehispánicas más que la necesidad de prisioneros para alimentar al Sol. Los sacrificios humanos habrían aumentado en escala también en esa última etapa, probablemente para amedrentar a los enemigos. Contra la noción convencional de que el odio al imperio se encontraría en la raíz de la alianza de varios reinos mesoamericanos con los españoles, Townsend observa que las dinastías de muchos de esos reinos estaban emparentadas con la azteca, lo que establecía una coalición natural entre ellos. La idea alternativa planteada por Townsend es que la alianza de todos esos pueblos con Cortés se debió a que los nahuas reconocieron un desbalance tecnológico tan enorme que hacía inútil la resistencia. Propuesta interesante, aunque no tan alejada de la noción de que Moctezuma se sintió tan abrumado por los extraños invasores que decidió dejar de pelear, idea que la autora misma considera completamente inaceptable.

Townsend decidió que la historia de toda una civilización quedó zanjada definitivamente con su “nueva historia de los aztecas”. Pero su libro no relata una historia neutra: la “nueva historia” no es tal en virtud del indudable avance de la historiografía mesoamericana sobre tantos temas. Este avance se muestra en Fifth sun en varias precisiones históricas que se agradecen, pero no en mucho más. La “nueva historia” tiene que ver con el posicionamiento de la autora a la cabeza de lo que también se ha querido llamar la “nueva filología”. Se trata de una corriente de historiadores de Estados Unidos que fundó Lockhart en la Universidad de California en Los Ángeles, y que han continuado varios de sus numerosos estudiantes e historiadores afines. Esta corriente desestima los escritos de “los españoles” y se concentra en los de los propios interesados, los nahuas, cuidadosamente editados y analizados.

¿Dónde queda La visión de los vencidos (1959), de Miguel León-Portilla? Este gran historiador mexicano fue el primero en utilizar las relaciones indígenas de la conquista y su obra tuvo una resonancia que aún perdura. León-Portilla y Ángel María Garibay K. fueron los primeros en valorar, traducir y editar los Cantares y otras fuentes poéticas, teológicas e históricas nahuas. Townsend reduce la contribución de León-Portilla a haber editado parcialmente, y con errores, unas fuentes indígenas. Por lo demás, para cuando la autora comenzó sus investigaciones, estaban ya a la mano numerosas ediciones y estudios de fuentes nahuas. Pero Townsend presenta su obra como el descubrimiento, propio y pionero, del mundo nahua, que hasta ahora se conocía solo a través de “las viejas fuentes –los restos arqueológicos silenciosos y los testimonios españoles” pero que por fin, después de quinientos años, adquiere voz.

A Townsend no le bastaba con atribuirse una innovación anterior a ella. Necesitaba imprimir a su tergiversación un filo justiciero, un gesto de valerosa corrección histórica. En primer lugar, reivindicar a los indios americanos debe significar “enterrar a los dioses blancos” (“Burying the white gods”, que es el título de un ensayo incendiario que publicó en 2003). El dios “blanco” que sirve de excusa a este elocuente exabrupto sería Quetzalcóatl, que según la autora los españoles habrían introducido en la narrativa de la conquista para sus propios fines; a partir de eso declara necesario barrer con “los relativamente poderosos conquistadores y sus herederos culturales”. Lástima que el texto revele el tipo de racismo que se permite la historiadora estadounidense: blanca, devota de los pueblos nativos, no de México y los mexicanos.

A la cabeza de esos “herederos culturales” se encontraría el propio Miguel León-Portilla quien, según Townsend en “Burying the white gods”, “entrampa [a los indios] en un estereotipo” al presentarlos como sumisos e inferiores a los españoles. Y agrega en Fifth sun: “Hasta fines del siglo XX, los historiadores condenaron a los aztecas al fatalismo y la irracionalidad, suprimiendo regularmente la abundante evidencia de sus inteligentes estrategias.”

La fórmula “suprimiendo regularmente” es reveladora: para Townsend León-Portilla casi encarna a Cortés y a todo el supremacismo antiindígena: la obra historiográfica del mexicano es un esfuerzo malicioso, sistemático y consciente para acallar la voz de los indios.

En el núcleo de esta indignación moral hay un cuchillo de pedernal: el punto de la historiografía que Camilla Townsend en “Burying the white gods” y Matthew Restall en su When Montezuma met Cortés (2018) levantaron como la marca del supremacismo blanco contra los indios es la conocida noción de que los mesoamericanos consideraron dioses a los conquistadores. En sus obras recientes, ambos historiadores dedican mucho fuego a refutarla: cuestionan las fuentes, incluida una ilustración del libro 12, que muestra a los mexicas entregando atavíos de dioses a Cortés cuando este aún se encontraba en la costa del golfo de México, así como varias líneas en esa y otras crónicas tempranas como los Anales históricos de la nación mexicana (escritos en náhuatl por tlatelolcas y terminados en 1528) en las que se denomina a los españoles teteo, dioses. Miguel León-Portilla (desde al menos 1974) y muchos otros historiadores defendieron la teoría de que los mexicas tomaron a los españoles por dioses, con abundancia de pruebas.

Asociada a esta historia está la idea de que los mexicas creyeron en el retorno de Quetzalcóatl, encarnado en Cortés. Leemos en la sección en español del libro 12:

Mirad que me han dicho que ha llegado nuestro señor Quetzalcoatl id a recibirle […] veis aquí estas joyas que le presentéis de mi parte que son todos los atavíos sacerdotales que a él le convienen. (f. 6)

La columna en náhuatl junto a esta habla también de llevarle a Cortés los atavíos de Quetzalcóatl. Restall y Townsend rebaten enérgicamente que los mexicas hayan asociado a Quetzalcóatl, aquel dios que partió a Oriente y prometió regresar a retomar su reino, con los españoles, y suponen que esta teoría fue creada por los españoles para su beneficio. Exageran por otra parte los rasgos europeos de Quetzalcóatl, dios blanco y barbado según pocas fuentes. Estos historiadores consideran que, con la suma de los dos elementos –los españoles como dioses y Quetzalcóatl, el antecesor anunciado–, se prohijó la idea de que los españoles llegaron a reconquistar, con la mayor facilidad, una civilización inferior, apoyados por un dios blanco que les abrió el camino.

Townsend y Restall aseveran que los informantes de Sahagún que compusieron la versión náhuatl del Códice florentino no pudieron, por su edad, haber participado en la guerra de conquista y no sabían de primera mano aquello que afirmaban, de modo que, al repetir esas dos falsificaciones históricas, esos informantes colaboraban con el proyecto de los españoles de presentar a los nahuas como un pueblo primitivo y crédulo (¿y no es racista suponerlos tan sumisos para un fin tan innoble?). La intención de los españoles –comenzando por fray Bernardino– y de sus “herederos culturales”, nos dice Townsend en su “Enterrar a los dioses blancos”, es afirmar la superioridad blanca, lo cual constituye un tipo de violación: “la historia de los dioses blancos en la conquista de México […] es una visión pornográfica de los acontecimientos”. ¿Y quién es el representante de esa fea y falsa interpretación histórica al que hay que poner en la piedra sacrificial de la “nueva historia”? Miguel León-Portilla.

Pero los argumentos de Townsend no son convincentes. La negación de los teteo españoles no goza de unanimidad ni siquiera entre los historiadores estadounidenses miembros de la “nueva historia”. En una hermosa edición reciente de estudios en torno al Códice florentino (2019), Kevin Terraciano (quien ocupa el cargo de su maestro Lockhart en la UCLA) y el historiador franco-mexicano Guilhem Olivier consideran un error concluir que los informantes indígenas que escribieron el libro 12 no pudieron haber participado en la guerra de conquista. Por otra parte, las referencias a los teteo españoles son muy numerosas en el texto náhuatl de la obra de Sahagún y están integradas en el propio pensamiento de los informantes (no solo en el libro 12), lo cual aboga por su legitimidad. Más aún, el término teotl, de un campo semántico amplio y complejo, es (como mucho de lo referido a los dioses mesoamericanos) un concepto dual, a la vez positivo y negativo. No se traduce simplemente como “dios”: como escribe Terraciano, una de sus muchas acepciones es la de diablo. Y así precisamente eran vistos los españoles: crueles, tiránicos, sangrientos y codiciosos como demonios. En su excelente ensayo, Olivier recoge la riqueza y sutileza de los conceptos mesoamericanos –que es necesario desentrañar de la manipulación de fray Bernardino, quien quería de diferentes maneras reducir la religión de los nahuas–, y para mayor abundamiento cita la historia de la conquista en Michoacán y entre los cakchiqueles de Guatemala, donde es igualmente aparente la identificación de los invasores como dioses. Por lo demás, los dioses mesoamericanos eran seres con los que uno negociaba, que podían ser insultados y aun vencidos. Y sus representantes, los ixiptlahuan (plural de ixiptla), como sería Cortés vistiendo la indumentaria de un dios, podían ser reverenciados, pero también con frecuencia sacrificados. Suponer que deificar a los españoles denotaría cobardía e infantilismo por parte de los indios no solo significa olvidar estos aspectos de la naturaleza de los dioses mesoamericanos: es olvidar también una de las enseñanzas de Lockhart, que identificaría esa asimilación de los españoles como dioses “como otro intento (de los nahuas) de incluir a los intrusos dentro del marco existente y eludir (y con ello implícitamente negar u oscurecer) la noción de diferencia radical”.

((James Lockhart, We people here. Nahuatl accounts of the conquest of Mexico, citado por Olivier en “Teotl and diablo: Indigenous and Christian conceptions of gods and devils in the Florentine Codex”. Ese ensayo de Olivier contiene información y análisis novedosos y sorprendentes: entre otros, la decisión de Sahagún, siguiendo a Evémero (siglos IV-III a. C.), de presentar a los dioses nahuas como humanos, lo que es visible en las ilustraciones; que los mesoamericanos concebían a los muertos como dioses; y el oro como el dios Sol.
))

Pero más allá de estas precisiones importantes, lo que incomoda a Townsend es la penetración de lo sagrado en todas las esferas de la vida mesoamericana, con su gran carga de simbolismo y de pensamiento sobrenatural, tan poco occidental y racional: como si este pensamiento estuviese necesariamente en contradicción con la inteligencia práctica que (desde luego) tenían los mesoamericanos y sus líderes. Este prejuicio explicaría en parte la notoria reducción de lo sagrado en Fifth sun. Figuran mínimamente los dioses principales, las creencias relativas a la maternidad y muy poco más.

Esta exclusión es una decisión de la autora. Curiosamente Townsend elige desestimar al Códice florentino y las pictografías prehispánicas o del siglo XVI como fuentes para el estudio de la religión nahua. Escribe en una nota que

es aun más difícil entender conceptos espirituales en el mundo nahua debido a la naturaleza limitada de la evidencia. Muchos han hecho aseveraciones, pero trabajos recientes indican lo peligrosos que han sido, con frecuencia, semejantes esfuerzos de adivinación [guesswork] […] hoy en día, aquellos que desean explorar nociones aztecas de divinidad deben a fin de cuentas enfocarse en buena medida en textos arqueológicos más que alfabéticos; de modo que raramente podemos escuchar a los dioses mismos hablar.

Estas consideraciones son desconcertantes de varias maneras, como si a pesar del filtro impuesto por los frailes no contásemos con abundante información sobre la religión mesoamericana, riqueza que ha llevado a innumerables autores a avanzar en ese conocimiento. Claro que si el objetivo era escuchar a los dioses “hablar”… pues, en efecto, era difícil.

La reticencia de Townsend respecto de estudiar la religión azteca se extiende a las pictografías nahuas que tienen textos en español, porque acusan evidentemente la presencia de mentores españoles en su elaboración; o tal vez sea incluso una reticencia respecto de las pictografías mismas. La “Bibliografía anotada” de Fifth sun está dedicada a textos nahuas, por lo que se explica que los únicos anales pictográficos (que Townsend denomina “líneas glíficas del tiempo”) que aparecen en ella sean los del maravilloso Códice Telleriano-Remensis: “las imágenes son fascinantes. Sin embargo, el comentario está en español”, escribe, y son “explicaciones truncadas”. Pero las pinturas en estos anales, de una riqueza inagotable, anteceden sus comentarios, y el predominio de la imagen sigue la tradición indígena: “es un palimpsesto en obra, que preserva algo de los medios con los que los frailes y sus asistentes llegaron a entender la cultura de la preconquista”, escribe la extraordinaria Elizabeth Hill Boone en su Descendants of Aztec pictography (2020).

La drástica reducción de lo sagrado en Fifth sun respondería también a otra lógica equívoca: las fuentes nahuas que más utiliza Townsend –casi todas del siglo XVI tardío y de principios del siglo XVII: Chimalpahin, Ixtlilxóchitl, Tezozómoc, Zapata y Mendoza, los Anales de Puebla-Tlaxcala, los Anales de Tecamachalco– tienen en común la desaparición de la religión antigua, erradicada y prohibida muchas décadas antes de que sus autores escribieran. Seguramente los nahuas de principios del siglo XVII tenían una idea diluida de lo que fue la religión de sus antepasados. Esa limitación de sus fuentes predilectas no le pareció problemática a la autora. Lo malo es que este libro trata del mundo nahua desde su origen y dedica una parte importante a la conquista misma: en esos tiempos la religión sí era omnipresente, elegir ignorarla supone una tergiversación y un empobrecimiento de la comprensión histórica.

El mundo nahua de Townsend es un mundo reducido a la humanidad básica en un contexto social propio y original, organizado en varios aspectos según el modelo “celular” descrito por Lockhart (las canciones, las casas, los libros están construidos con unidades autónomas). La poesía y el canto están presentes, pero Townsend los interpreta en el sentido limitado y banal que se le da popularmente a la poesía hoy en día: no como una visión del mundo, mucho menos como incantaciones con un efecto sobre la realidad, sino como una filosofía ligera, sensual y florida, si acaso con un sesgo político.

“Un día en una biblioteca, unas palabras en náhuatl en uno de los textos de Chimalpahin de pronto cayeron en su sitio, y escuché a una princesa azteca que gritaba a sus enemigos.” Townsend, espiritista o ventrílocua, se mueve con familiaridad entre esas mujeres mesoamericanas tan cercanas a ella, les atribuye reflexiones y sentimientos. Así su libro deriva a ratos en una novela histórica ligera, aunque sin salir del plano conjetural propio de historiadores y sin vuelo literario. Las madres nahuas “canalizadas” por Townsend

hubieran dicho que toda la gente tenía el potencial de hacer el bien o el mal, que no era posible sobre esa base dividir a la gente en dos campos. Para hacer el bien, una persona tendría que suprimir el egotismo y seguir el mejor cálculo para mantener a su pueblo vivo y exitoso a largo plazo.

Viendo cómo se llevaban a los indios esclavizados al Caribe,

Malintzin sabía que este podría haber sido tan fácilmente el destino suyo o el de su hija. Si alguna vez había albergado dudas sobre su curso de acción, esto la habría convencido de que había tomado las decisiones correctas en su vida, dadas sus limitadas opciones.

Tanta conexión con esas mujeres las reduce a lo que la autora, en su empatía, considera lo natural, para cualquier tiempo o circunstancia. Añadamos ahora el feminismo: las mujeres son siempre generosas y sabias. Pero se trata de conjeturas: de Tecuichpo no se conocen expresiones propias, más allá del destino inverosímil que le tocó. ¿Y Marina? Hay consenso en que era inteligente, adaptable, astuta. Pero Townsend la exalta más. Tanto en Malintzin’s choices como en Fifth sun es, además, sabia y buena: la Malinche de Townsend recomienda de buena fe a los aztecas ceder ante los españoles, porque era evidente que no tenían posibilidades de ganar. Pero esta invitación a rendirse ¿no podía tener su parte de castigo, de venganza? De haber existido esa invitación: las aseveraciones no son conclusivas, y ¿vamos a creerles sin más a las crónicas de la conquista, después de tantas reticencias?

Es una historia ligera y sanitizada, cuyo espíritu rector es el sentido común, un sentido universal no por su profundidad sino por la pérdida de tantos rasgos propios: “Eran adeptos en el arte de sobrevivir”, dice Townsend, y agrega: “Sus creencias y prácticas cambiaban cuando las circunstancias cambiaban.” Verdaderas perlas de su compenetración histórica privilegiada. Aquí no hay lugar para las contradicciones que debe haber confrontado Marina al traducir las palabras de reyes mesoamericanos ejecutados salvajemente, o cuando adaptaba las órdenes de Cortés para calar mejor en el ánimo de las embajadas nahuas que llegaban ante él, dándoles carta blanca para ejecutar a sus enemigos indígenas, por ejemplo. Tampoco aparece la conducta más recia de las mujeres mesoamericanas frente a la guerra, levantando sus faldas para retar a los guerreros pusilánimes, utilizando una gama formidable de obscenidades, mojando con su leche a los enemigos, arrojándoles escobas, husos y otros enseres típicamente femeninos.

((Cecilia F. Klein, “Fighting with femininity: Gender and war in Aztec Mexico”, en Estudios de Cultura Náhuatl 24, p. 219. Véase la ilustración en Diego Durán, Historia de las Indias de Nueva España e islas de tierra firme, vol. 2, p. 263.
))

 Este fenómeno, que se dice protagonizaron mujeres tlatelolcas en la guerra contra los tenochcas de 1473, está registrado en la obra de fray Diego Durán y lo retomó don Hernando Alvarado Tezozómoc.

¡Lo que es la promoción en el amplio público! Sin indagar en la historia de esta historia, el diario inglés The Guardian declaró al libro “revolucionario”. Y la autora acumula aplausos y premios. Hay que leer su introducción: “¿No nos volvemos acaso más sabios y más fuertes nosotros mismos, cada vez que captamos la perspectiva de pueblos que alguna vez desestimamos?” Resulta pues que el libro recuperó al fin la voz y la historia de los nahuas, uno de esos “pueblos sin voz”. ¿Estarían conformes los nahuas del pasado con la voz que les dio Camilla Townsend? ~

Referencias

Anales de Tlatelolco. Unos Annales históricos de la nación mexicana y códice de Tlatelolco, edición de Heinrich Berlin y Robert H. Barlow, Ciudad de México, Antigua Librería Robredo de José Porrúa, 1948.

Elizabeth Hill Boone, Descendants of Aztec pictography, Austin, University of Texas Press, 2020.

Nigel Davies, The Aztecs: A history, Norman, University of Oklahoma Press, 1973. Los aztecas, Barcelona, Ediciones Destino, 1977.

Diego Durán, Historia de las Indias de Nueva España e islas de tierra firme, Ángel María Garibay K., editor, 2 volúmenes, Ciudad de México, Editorial Porrúa, 1967.

Ben Ehrenreich, “Fifth sun by Camilla Townsend review –a revolutionary history of the Aztecs”, en The Guardian, 13 de febrero de 2020.

The Florentine Codex: An encyclopedia of the Nahua world in sixteenth-century Mexico, editado por Jeanette Favrot Peterson y Kevin Terraciano, Austin, University of Texas Press, 2019.

Charles Gibson, The Aztecs under Spanish rule: A history of the indians of the Valley of Mexico, 1519-1810, Redwood City, Stanford University Press, 1964. Los aztecas bajo el dominio español, 1519-1810, Ciudad de México, Siglo XXI Editores, 2000.

Here in this year: Seventeenth-century Nahuatl annals of the Tlaxcala-Puebla Valley, Camilla Townsend, editora, Redwood City, Stanford University Press, 2009.

Cecilia F. Klein, “Fighting with femininity: Gender and war in Aztec Mexico”, en Estudios de Cultura Náhuatl, núm. 24, 1994, pp. 219-253. Disponible aquí: bit.ly/3gbd7vA.

Miguel León Portilla, “Quetzalcóatl-Cortés en la conquista de México”, Historia Mexicana, vol. 24, núm. 1, julio-septiembre de 1974, pp. 13-35.

James Lockhart, The Nahuas after the conquest: A social and cultural history of the indians of Central Mexico, sixteenth through eighteenth centuries, Redwood City, Stanford University Press, 1992. Los nahuas después de la conquista. Historia social y cultural de los indios del México central, del siglo XVI al XVIII, traducción de Roberto Ramón Reyes Mazzoni, Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 1999.

Lockhart, We people here: Nahuatl accounts of the conquest of Mexico, Repertorium Columbianum, vol. 1, Berkeley, University of California Press (UCLA Center for Medieval and Renaissance Studies), 1993.

Lockhart, Nahuatl as written: Lessons in older written Nahuatl, with copious examples and texts, Redwood City, Stanford University Press (UCLA Latin American Center Publications), 2002. El náhuatl escrito, traducción de Andrea Martínez Baracs, Rodrigo Martínez Baracs y John Sullivan, edición en proceso.

Guilhem Olivier, “Teotl and diablo: Indigenous and Christian conceptions of gods and devils in the Florentine Codex”, en The Florentine Codex…, pp. 110-122.

Matthew Restall, When Montezuma met Cortés: The true story of the meeting that changed history, Nueva York, HarperCollins, 2018. Cuando Moctezuma conoció a Cortés. La verdad del encuentro que cambió la historia, traducción de José Eduardo Latapí Zapata, Ciudad de México, Taurus-Penguin Random House Grupo Editorial, 2019.

Jacques Soustelle, La vida cotidiana de los aztecas en vísperas de la conquista, Ciudad de México, FCE, 1956.

Kevin Terraciano, “Reading between the lines of book 12”, en The Florentine Codex…, pp. 45-62.

Camilla Townsend, “Burying the white gods: New perspectives on the conquest of Mexico”, The American Historical Review, vol. 108, núm. 3, 2003, pp. 659-687.

Townsend, Malintzin’s choices: An indian woman in the conquest of Mexico, Albuquerque, University of New Mexico Press, 2006. Malintzin. Una mujer indígena en la conquista de México, Ciudad de México, Ediciones Era, 2015.

Townsend, Annals of native America: How the Nahuas of colonial Mexico kept their history alive, Nueva York, Oxford University Press, 2017.

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(ciudad de México, 1956) es historiadora.


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