El éxito político del presidente Andrés Manuel López Obrador está basado en tres pilares: cooptación, intimidación y desinformación. La cooptación se ha dado mediante las transferencias masivas de dinero en efectivo a diversos sectores de la sociedad y la corrupción a gran escala para la creación de una nueva élite político-empresarial-militar. La intimidación ha tenido lugar mediante el uso del poder presidencial para dañar, neutralizar y limitar a contrapesos del gobierno: oposición partidista, organismos autónomos, poder judicial, medios de comunicación, cámaras empresariales, gremios, universidades y organizaciones de la sociedad civil, entre otros.
La desinformación se ha desplegado mediante un aparato de propaganda masiva, financiado con cuantiosos recursos públicos. Este tiene como propósito exaltar la imagen de López Obrador como un líder infalible, intachable e irreprochable, a fin de justificar la concentración del poder político en su persona.
En el corazón de dicha estrategia de desinformación está el ritual político diario conocido coloquialmente como las “mañaneras”. En esas falsas conferencias de prensa, el presidente finge someterse al escrutinio de los medios de comunicación con el fin de utilizarlos como plataforma de difusión de un discurso demagógico, polarizador y efectivo.
El resultado de esta estrategia ha sido extraordinariamente bueno para López Obrador. El presidente ha conseguido que sus palabras impidan un debate basado en evidencia sobre la realidad nacional. También ha logrado que una mayoría de ciudadanos aprueben emocionalmente su gestión y le brinden fuerte apoyo a su partido rumbo a las elecciones de junio, tal como reflejan las encuestas.
Al mismo tiempo, esto ha sido muy malo para México. En las “mañaneras” se usa el poder comunicacional del jefe de Estado para violar derechos como la presunción de inocencia, el debido proceso, el acceso a la salud, el acceso a la información, el voto libre, razonado e informado y la libre competencia empresarial, entre muchos otros. Son además un instrumento que se usa para ofuscar a la sociedad con miles de afirmaciones engañosas, falaces y completamente desapegadas de la realidad. Eso le permite al presidente y sus subordinados eludir la rendición de cuentas sobre sus actos. Cada mentira escandalosa, cada afirmación descabellada y cada insulto degradante proferido por AMLO en las “mañaneras” le han permitido desviar la atención de la sociedad y quedar impune ante hechos que a cualquier otro político le hubieran significado, justificadamente, la pérdida del respeto y del respaldo ciudadano.
Por si fuera poco, durante crisis graves como la pandemia de covid-19, las “mañaneras” se usaron para confundir, dividir y manipular políticamente a la sociedad y no para organizarla, protegerla ni orientarla. Eso se tradujo en cientos de miles de muertes evitables. Algo similar ha ocurrido con el brutal desmantelamiento del sistema público de salud, reflejado en hospitales en ruinas, fallas en la atención al público y un desabasto crónico de medicamentos que también han costado sufrimiento, dolor y vidas.
Por todo ello, las “mañaneras” tal y como las conocemos no tendrían cabida en un gobierno respetuoso de la ley y orientado por principios democráticos. Xóchitl Gálvez, candidata opositora a la presidencia, ha dicho que, si llega a la presidencia, las cancelaría de inmediato. Según ha declarado: “hay que trabajar en vez de perder el tiempo. Hay que informar cuando haya que hacerlo, y no ponerte a hablar dos horas por hablar”. Por su parte, Claudia Sheinbaum, la candidata oficialista, ha expresado su intención de seguir adelante con ese ritual matutino en caso de ganar las elecciones. Esto lleva a la pregunta: ¿tendrían futuro las “mañaneras” el próximo sexenio?
Por un lado, dudo que Sheinbaum, por su perfil, personalidad y estilo, pueda dar continuidad a estas falsas conferencias de prensa. Es difícil imaginarla eludiendo con la misma ligereza del actual presidente los cuestionamientos de periodistas serios. Aun con el apoyo de los más conspicuos propagandistas al servicio del gobierno, como el inefable “Lord Molécula”, no la imagino hablando durante dos o tres horas diarias sin perder la paciencia. Basta recordar sus reacciones ante preguntas mínimamente incisivas para darse cuenta de que ella, a diferencia de AMLO, no disfruta las escaramuzas con la prensa. Al momento de escribir estas líneas, han pasado ya cuatro meses en los que Sheinbaum prácticamente no ha dado entrevistas como aspirante a la presidencia.
Pero esto no significa que la aspirante oficialista vaya simplemente a abandonar el motor que impulsa al aparato de propaganda populista. Debemos recordar que López Obrador ha reconocido con todas sus letras que el fin de las “mañaneras” sería el fin de su movimiento político. Si él, con su trayectoria, carisma y poder, siente que necesita estas falsas conferencias de prensa, su posible sucesora simplemente no podría prescindir de ellas. Por ello, en caso de que gane las elecciones, podríamos ver una versión reducida y light de las “mañaneras”, tal vez con una duración menor a una hora, o tal vez solo dos o tres veces a la semana. Definitivamente no veríamos su desaparición.
Además, Sheinbaum hace campaña prometiendo la “continuidad” de las decisiones y programas de López Obrador, independientemente de su viabilidad y de sus resultados. Esto significa que enfrentaría más presiones de parte de los sectores de la sociedad afectados por esa forma de gobernar. De ahí que, si algo puede esperarse de un sexenio de Claudia Sheinbaum, es el incremento de la estrategia de cooptación, intimidación y desinformación de López Obrador. De hecho, la ex jefa de Gobierno de la Ciudad de México podría llevar la desinformación a nuevos niveles, pues su equipo cercano cuenta con conocimientos tecnológicos de los que carece el equipo de López Obrador. Un tecnopopulismo con acceso a más información de los ciudadanos no podría ser nunca una opción favorable a la libertad.
Es mucho lo que está en juego en la elección de junio de este año. Y uno de los principales valores que se encuentra en disputa es el de la verdad. Por un lado, una opción en la boleta propone continuar con un gobierno que usa la posverdad como arma para amasar más poder, con el supuesto propósito de reivindicar a un pueblo victimizado. Un gobierno que le dice al ciudadano “necesito que digas que crees mis mentiras para derrotar a nuestros enemigos”. Por el otro lado, está la opción de tener un gobierno que nos empiece a decir a todos la verdad y nos reconcilie con nuestra propia integridad como pueblo. Porque los ciudadanos tenemos que recordar siempre que el antídoto contra la demagogia no es la democracia, sino la decencia. ~
Especialista en discurso político y manejo de crisis.