Martínez de Pisón: Tragedia griega en el cámping Florida

Atenuado por el humor, por la forma narrativa y por la ambientación, 'Fin de temporada' tiene algo de tragedia griega: se observa en el elemento fatídico, en la distinción decisiva entre saber y no saber, entre interpretar los signos que muestran tu destino.
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Ignacio Martínez de Pisón

Fin de temporada

Barcelona, Seix Barral, 2020, 372 pp.

Al empezar una nueva novela de Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960), sobre todo a partir de Carreteras secundarias, uno tiene la sensación de entrar en un territorio conocido. Cambian muchas cosas: el tiempo del relato, la incidencia de la historia sobre la vida privada de los protagonistas, los lugares donde transcurren, características formales como el tipo de narración, desde la multiplicidad de puntos de vista de El día de mañana o El tiempo de las mujeres a voces sobrias y empáticas en tercera persona, pasando por meditabundos narradores autodiegéticos como el de Derecho natural. Pero también hay una serie de elementos recurrentes. Entre ellos, además del rigor estructural, el pulso narrativo y una combinación agridulce de lo humorístico y lo dramático, destacan las historias de familia y unos personajes no exactamente a la deriva pero muchas veces algo desarraigados, en ocasiones cercanos a la picaresca y casi siempre a cierta inestabilidad. Hay un conflicto generacional y un anhelo de encontrar un lugar donde pertenecer, de ser gente normal: los personajes de Pisón no saben qué significa exactamente ser gente normal, pero perciben que ellos no lo son del todo.

Pisón es un novelista metódico y racional que escribe sobre vínculos e impulsos irracionales, como los que hay entre los hijos y los padres, o los que nos hacen guardar un secreto o recordar una ofensa, y que pueden acabar marcándonos y viciando nuestra relaciones con los demás. Su novela más reciente, Fin de temporada, comparte algunos de esos ingredientes: diferencias entre padres e hijos, la orfandad, el malentendido o los secretos de familia. Hay coincidencias que adoptan la forma de un destino burlón y a menudo cruel. Fin de temporada es una novela llena de accidentes, algunos trágicos y otros algo cómicos, un poco a la manera de ese personaje de Blake Edwards que concluía que Dios es un escritor de gags. También hay un espacio para la sensibilidad hacia lo cotidiano de una época –en este caso, los últimos años del siglo pasado–, con objetos y formas de relacionarse que a veces hemos olvidado (los primeros móviles, foros de ligue en internet, cibercafés), con cierta sensibilidad pop, que se ve por ejemplo en la música y los vehículos.

Es la historia de una madre y un hijo, marcada por la fatalidad: los padres de Iván, apenas dos adolescentes, van hacia Portugal, a una clínica abortista clandestina, y tienen un accidente de tráfico. El hombre, Juan, fallece; un poco más tarde nace Iván. Tras viajar de una ciudad a otra, con cambios de colegio a mitad de curso, en la segunda mitad de los años noventa Iván y su madre emprenden el proyecto que en teoría va a darles cierto sentido y cierta estabilidad, la rehabilitación de un cámping en la Costa Dorada. Se les une Mabel, que también tiene una historia traumática (en su caso, de abusos sexuales), y durante un tiempo parece que esa empresa inverosímil ofrece una oportunidad de redención.

Entre los dos, el hijo y la madre no solo soltera sino sola, hay un vínculo poderoso, a veces asfixiante. De manera inevitable, la maduración de Iván pone una distancia entre los dos. Deja el instituto, se apunta a escondidas en una formación para trabajar en la central nuclear de Vandellós. Los hijos tienden a pensar que es normal guardar secretos a sus padres, pero creen que los secretos de los padres son secretos sobre ellos. Lo que Iván oculta a Rosa de sí mismo es menos grave que lo que Rosa oculta a Iván.

Los saltos temporales entre cada capítulo, a la manera de algunos libros de Anne Tyler, son uno de los mecanismos más característicos y eficaces de una novela que tiene muchos elementos clásicos: una herencia secreta y de pronto descubierta casi dickensiana, por ejemplo, que empuja a Iván a una especie de búsqueda. El lugar donde naces, cree, forma parte de tu identidad, aunque no hayas vivido en él. “Tenía que visitar los lugares de su pasado y hacerlo por orden: primero su ciudad natal, después la siguiente, más tarde… Podía ser que fuera un orden azaroso, casual, pero el que la vida había escogido. Eso quería decir que era el único orden posible. Porque las vidas con las que había fantaseado no existían y esa era la única vida posible.” Encuentra datos y personas de las que no sabía nada: no es tanto que lo que descubre sea extraordinario, sino que muestra una parte de su vida que le habían escamoteado.

Atenuado por el humor, por la forma narrativa y por la ambientación, Fin de temporada tiene algo de tragedia griega: se observa en el elemento fatídico, en la distinción decisiva entre saber y no saber, entre interpretar los signos que muestran tu destino. También en que el conflicto entre Iván y Rosa es irresoluble: los dos tienen parte de razón y su empecinamiento produce infelicidad. “Esa herencia”, le dice Iván a su novia Céline, “fue la forma que el destino eligió para manifestarse.” También le explica: “Esa es la cuestión: no eres el mismo si sabes unas cosas que si no las sabes. Saber nos hace diferentes, nos convierte en otras personas. ¡Cómo me gustaría a mí no saber algunas cosas que ahora sé y seguir siendo el mismo!” La obsesión con los propios problemas conduce a cierta insensibilidad: “el mismo Iván que tanto había sufrido por ese asunto no era consciente del sufrimiento que a su vez causaba a los demás”, piensa Céline en un momento. Mabel, que a veces es el comic relief, tiene una sensación parecida.

A Iván le parece que su madre ha intentado vivir escapando: pretendía “dar esquinazo al destino”. Pero “al final el pasado siempre acababa encontrándote”. Quizá él y su madre tienen demasiado que decirse, y eso, para Iván, no es una familia normal: la familia, piensa, es “no tener nada que decirse pero querer decírselo”. Para su madre, lo que hizo, huir, no fue una traición sino un sacrificio, algo que hacía para proteger a su hijo: “lo que quería era vivir contigo una vida pura, limpia, inocente. Pensarás que estaba intentando modificar el pasado. Nada de eso. Lo que estaba intentando cambiar era el futuro”.

“¿Qué sabemos unos de otros, en definitiva?”, dice casi al final Rosa, tras encontrarse con una familia a la que dejó de ver hace tiempo. El rencor y el miedo pueden producir una parálisis que es también una peligrosa sensación de pertenencia, parecen percibir los protagonistas de esta poderosa, emocionante y triste novela de personajes. ~

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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