Una (imperfecta) tentativa para entender la escritura de Fleur Jaeggy

Como ocurre con Kafka, a Fleur Jaeggy se la lee todo el tiempo como si fuese la primera vez. ยฟPor quรฉ la turbiedad que desprenden sus novelas resulta tan atractiva?
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โ€œCuanto mรกs pasa el tiempo, menos cosas sรฉ sobre mรญ mismaโ€, le dijo Fleur Jaeggy a Andrรฉs Barba en una afortunada y extravagante entrevista telefรณnica. ยฟCuรกnto habรญa de pose, cuรกnto de honestidad, en esta confesiรณn? Imposible saberlo. La paradoja se repite en el enigma de la escritura misma, a la que Jaeggy tambiรฉn se ha referido en ocasiones, es decir, desconocer mรกs lo que mรกs tiempo lleva haciรฉndose o, dicho de otro modo, reconocer la incapacidad de entender el origen y la interpretaciรณn de la propia escritura. Pero si, como es de esperar, vida y literatura se confunden, no parece que Jaeggy exagere al remarcar esta contradicciรณn, dado que en este no saber no radica la ignorancia, sino el principio del conocimiento. Fleur Jaeggy siempre ha expresado su admiraciรณn por los mรญsticos. รngela de Foligno, el maestro Eckhart, san Francisco: no solo los nombra repetidamente, sino que incluso se pasean por sus pรกginas.

La paradoja del saber menos cada vez mรกs alcanza tambiรฉn a los lectores de Jaeggy o, al menos, a esta lectora: cuanto mรกs leo sus libros, menos sรฉ sobre ellos. La sensaciรณn de perplejidad, de misterio, se acrecienta al revisar sus cuentos, sus brevรญsimas novelas. ยฟQuรฉ esconden, de dรณnde surge el brillo que destilan, por quรฉ la turbiedad que desprenden resulta tan atractiva? Como ocurre con Kafka, a Fleur Jaeggy se la lee todo el tiempo como si fuese la primera vez, estamos siempre en la situaciรณn del principiante. Este ir a ciegas, tanteando, dando rodeos y tropezando, nos sume en la mรกs fecunda incertidumbre.

Si intentamos buscar informaciรณn sobre la vida de Fleur Jaeggy no encontraremos mucho material. La misma nota biogrรกfica repetida en todos lados no arroja realmente mucha luz: naciรณ en Zรบrich en 1940, se mudรณ a Roma muy joven, vive en Milรกn. Ha publicado poco, pero con constancia. Libros que distan entre sรญ diez, doce aรฑos. Ficciones, fundamentalmente, pero tambiรฉn las Vidas conjeturales, un peculiar ensayo sobre la vida de Thomas De Quincey, Marcel Schwob y John Keats. Ha ganado algunos prestigiosos premios. Colaborรณ bajo el pseudรณnimo de Carlotta Wieck como letrista de Franco Battiato. Ella no parece dar ninguna importancia a estos datos. Las pocas, poquรญsimas veces que hace declaraciones pรบblicas o concede entrevistas habla de otros asuntos. Da igual de lo que le pregunten: ella siempre menciona su queridรญsima mรกquina de escribir, cuyo color verde pantano โ€œle tranquilizaโ€, o a animales como la gata Tsanga que adoptรณ en Grecia, el ganso del que se hizo amiga un tiempo o las araรฑas que se niega a matar. A Ingeborg Bachmann, de quien fue รญntima amiga, la nombra todo el rato, evocando sus รบltimos dรญas en la unidad de quemados de un hospital โ€“Bachmann muriรณ al incendiarse su cama a causa de un cigarrillo mal apagadoโ€“, pero tambiรฉn un viaje que hicieron juntas, y todo lo que se rieron entonces. A Roberto Calasso, quien fuera su marido durante dรฉcadas, no lo nombra.

Pero del mismo modo que no saber no significa ignorar, no nombrar no significa no estar. โ€œComienzo ya quitando cosasโ€, le dijo a Barba cuando le preguntรณ por su capacidad de sรญntesis. Esta manera de dar relieve al silencio, de esculpirlo mediante la yuxtaposiciรณn de planos de sentido, sensoriales, fonรฉticos, es quizรก lo mรกs sorprendente de su prosa. La โ€œcaridadโ€ de un personaje, por ejemplo, es โ€œrapazโ€. Alguien que โ€œcomprende a los pecadoresโ€ es, al mismo tiempo, alguien que se siente โ€œultrajado por los males de la humanidadโ€. Orquรญdeas que duran mucho, con poca tierra y pocos nutrientes, estรกn โ€œรกvidas de compaรฑรญaโ€, son โ€œpequeรฑas calaveras con sus pecherasโ€. A Jaeggy le bastan muy poquitas palabras para lograr la chispa que ilumina. La dureza de su escritura es la de un pedernal. โ€œLa gente siempre habla demasiado. Aรฑade. En lugar de quitarโ€, leemos en el cuento โ€œAgnesโ€, recogido en El รบltimo de la estirpe (2014). Asรญ que ella, antes de sentarse a escribir, ya ha eliminado lo superfluo. Posteriormente vendrรกn mรกs y mรกs recortes, hasta darse por satisfecha. ยฟQuรฉ es lo que sobrevive a esta poda inclemente? El pequeรฑo detalle. Objetos que expanden su presencia con la emotividad de la que carecen los personajes. Como si los seres que pueblan sus historias, avergonzados, introvertidos, bloqueados o simplemente renuentes a mostrarnos su interior, desviaran la vista hacia las cosas. Como las dos pequeรฑas hojas de siete centรญmetros de papel cuadriculado, que nunca llegaremos a leer, y que quizรก encierran el mensaje oculto de Los hermosos aรฑos del castigo (1989), la novela que la lanzรณ a la fama, โ€œun ejercicio de flagelaciรณnโ€ en sus propias palabras. O la silla de ruedas del hermano gemelo de Johannes, el padre de Proleterka (2001), al que la narradora rara vez llama padre. Los zapatos rojos de la hermana ausente de โ€œSoy el hermano de XXโ€, el primer cuento de El รบltimo de la estirpe y el que da tรญtulo a la ediciรณn original. Cuadros, cartas, espejos, camas, vestidos, el sonido de un bastรณn, el brillo de una copa.

Pienso en โ€œUn encuentro en el Bronxโ€, un cuento en el que aparece Oliver Sacks. La narradora, Oliver y Roberto (entendemos que Calasso) van a un restaurante. Previamente ha hecho unas disertaciones sobre el frรญo y el calor. Sacks siempre tiene calor, ella siempre tiene frรญo. Aun amando el frรญo, dice, el clima y el cielo nรณrdicos, el hielo y la nieve, sufre el frรญo. Sus sentimientos, admite, tambiรฉn pueden ser bastante frรญos. Estos asuntos consumen medio cuento, nos queda aรบn otro medio, tenemos a tres celebridades literarias que van a comer juntas, se supone que al fin vamos a escucharlas, ยฟde quรฉ hablarรกn? Nunca lo sabremos, porque, en vez de fijar su atenciรณn en la conversaciรณn, la narradora se centra en uno de los peces de un acuario. Se comunica con รฉl en silencio. Comprende su actitud ante la muerte. Siente su destino hermanado con el suyo. La comida acaba. Los tres escritores salen del restaurante. Se despiden sin palabras, el pez y ella, mutuamente. Este cuento, en sus apenas cuatro pรกginas, refleja toda una poรฉtica.

Que Jaeggy sea esquiva y apenas cuente nada de sรญ misma no impide intuir que hay mucho de autobiogrรกfico en sus textos, no solo los hechos narrados โ€“los orรญgenes acomodados, los padres ausentes, la infancia y la adolescencia de internado en internado, el desarraigoโ€“, sino tambiรฉn y sobre todo la forma de expresar estos hechos. En las pocas fotos suyas que se encuentran en internet, incluso en las mรกs recientes, Jaeggy tiene algo de aplicada alumna de colegio; parece un personaje suyo, con el pelo sujeto con horquillas, el semblante serio, tรญmido y abstraรญdo, un aire glacial y distante. En una entrevista de 2015 concedida al diario italiano La Repubblica โ€“la รบltima hasta el momentoโ€“, dice de sรญ misma que es alguien sin personalidad, sin vida, que ama el vacรญo y la ausencia de relaciones. Su esquivez es la de sus libros. Su gรฉlida belleza, la de sus libros. Su excentricidad, la de sus libros. Jaeggy escribe en italiano, que no es su lengua materna, quizรก como otra parte de su proceso de despojamiento, de ese comenzar โ€œquitando cosasโ€. O tal vez porque para ella el alemรกn es โ€œla lengua de los funerales, de las homilรญas, de las hermandadesโ€, como afirma la narradora de Proleterka.

El conjunto de su obra, incluidos sus primeros textos, El dedo en la boca (1968), El รกngel de la guarda (1971) y Las estatuas de agua (1980), es tan breve que sus libros casi podrรญan considerarse capรญtulos de una obra mayor, una visiรณn del mundo que engloba el encierro y la represiรณn de lo femenino, la iniciaciรณn al sexo, el destierro familiar, la sombra de la guerra, la crueldad entre mujeres, el poder, la locura, el peso moral de la herencia, la atracciรณn por el sufrimiento. Sus historias son hermรฉticas, profundas e inquietantes, con un peculiar sentido del humor. Casas cuyas ventanas se cierran โ€œcomo pรกrpadosโ€, internados y sanatorios, mujeres que ejercen el control y dominan a otras mujeres, normas rรญgidas, obsesiones (โ€œme pregunto quรฉ puede no ser obsesivoโ€). La escritora que mรกs me recuerda a Fleur Jaeggy es una espaรฑola: Pilar Adรณn. Las dos estรกn emparentadas con Walser, a quien Jaeggy nombra en el inicio de Los hermosos aรฑos del castigo, porque el manicomio donde pasรณ sus รบltimos veintitrรฉs aรฑos estaba junto al colegio donde se ambienta la historia: โ€œuna Arcadia de la enfermedadโ€.

No obstante, decir que Los hermosos aรฑos del castigo ocurre en un internado es tan inexacto como pensar que Proleterka ocurre en un barco. Igual que los objetos condensan elementos centrales de la historia, los lugares son zonas cero en los libros de Jaeggy, y desde allรญ se expanden a otros lugares en juegos temporales y de puntos de vista. Pensar que una sintaxis es simple porque se usen frases simples es no haber entendido nada. Aquรญ hay โ€œun vaivรฉn continuo, lento, persistente […] como si las olas del mar tararearan una cantinela antes de atronar a los pasajerosโ€, como ocurre en el interior del Proleterka. Lugares donde se anula el tiempo, donde no existe el pasado ni el futuro y, por esa misma razรณn, lugares para la revelaciรณn y la experiencia. Las narradoras de Jaeggy โ€“sus narradores son mayoritariamente mujeresโ€“ miran de lado, acechan, se desvรญan, cazan. Como en el cuento โ€œGatoโ€, donde se describe el movimiento de aparente distracciรณn felina en los segundos previos a atrapar a sus presas.

En โ€œF. K.โ€, cuento que funciona como epรญlogo de Los hermosos aรฑos del castigo, el desenlace de Frรฉdรฉrique, la misteriosa adolescente del internado, es descrito a travรฉs del relato de su tutora legal. Frรฉdรฉrique, que tenรญa la apariencia de un รญdolo y โ€œuna hermosa frente alta donde podรญan tocarse los pensamientos, donde generaciones pasadas le habรญan transmitido talento, inteligencia, fascinaciรณnโ€, pasa ahora sus dรญas en un psiquiรกtrico. Segรบn el diagnรณstico oficial, estรก enferma porque quiere escapar de este mundo. Pero ese deseo, reflexiona su antigua amiga, el deseo de irse, no es una enfermedad: la enfermedad es quedarse dentro de un psiquiรกtrico con barrotes. El psiquiรกtrico se convierte en la representaciรณn de un mundo que aniquila las mentes mรกs audaces. En la dureza del retrato de la convenciรณn y de la norma, de la opresiรณn social, Jaeggy nos recuerda al corrosivo Bernhard, a quien tambiรฉn tratรณ durante un tiempo. Toda esa buena educaciรณn de la clase favorecida, los recitales de mรบsica clรกsica, el elitismo de la alta cultura, la disciplina fรฉrrea pueden ser el peor nido de vรญboras. Aunque, a diferencia de Bernhard, los narradores de Jaeggy no expresan su rabia ni su odio. No insultan ni muerden ni se enquistan en pensamientos rumiantes. Mรกs bien al revรฉs, como los gatos dentro de sus dominios, observan, analizan, diagnostican y registran. Se distraen. O mรกs bien fingen que se distraen. Hay quien escribe gracias a la delectatio morosa, dice Jaeggy. Divagar, evadirse, simular el desapego, antes de zambullirse en โ€œel oscuro frenesรญ del horrorโ€. ~

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Es escritora. Entre sus libros recientes estรกn Cicatriz (2015), Mala letra (2016) y Un incendio invisible (2011, 2017), todos ellos bajo el sello de Anagrama.


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