En el amplio espectro de la literatura mexicana del siglo XXI son pocas las novelas que han reflexionado sobre un acontecimiento tan importante como la conquista de México. Desde la polémica efeméride representada por el quinto centenario (2019-2021) aparecieron múltiples obras historiográficas y ensayos dedicados a personajes como Cortés, Moctezuma, Malintzin y los indígenas aliados. Muchos esperaban que el mundo académico se posicionase al margen de la polémica y el partidismo, sin embargo sucedió lo contrario: la tendencia de la mayoría de las obras ha sido defender y/o justificar a ultranza a los indígenas o a los castellanos, como si aún conviviésemos con los seres humanos que habitaron el violento siglo XVI, como si el pasado no fuese un país lejano y nosotros fuésemos herederos exclusivos de uno de los dos “bandos”, que en realidad fueron muchos, y mucho más mezclados de lo que se piensa.
Y si el mundo académico cayó en la confrontación, el universo ficcional no podía quedarse atrás. En el ámbito de la novela, Álvaro Enrigue (Guadalajara, 1969) es uno de los autores que más han escrito sobre el tema; su último libro, Tu sueño imperios han sido, condensa la visión de la conquista que el escritor ha ido esgrimiendo a lo largo de su obra. Traducida al inglés por Natasha Wimmer y titulada You dreamed of empires, la novela tuvo una excelente acogida por parte de la crítica anglosajona con reseñas elogiosas en medios como The Guardian, The New Yorker o Los Angeles Times, entre otros. Hace pocos meses, The New York Times la incluyó en su flamante lista de los diez mejores libros de 2024, destacando el tono cómico con el que describe el tenso encuentro entre los castellanos y los conquistadores en la Tenochtitlán de 1519.
Para entender la mirada de Enrigue sobre la conquista debemos retroceder a una de sus novelas anteriores, Muerte súbita, una suerte de ficción histórica ambientada en los siglos XVI y XVII con la que el escritor ganó el Premio Herralde en 2013. En dicha obra, Enrigue tejió la trama alternando reflexiones ensayísticas con comentarios jocosos referentes a la conquista y a dos personajes claves en el arte y la literatura del siglo XVII, el poeta Francisco de Quevedo y el pintor Michelangelo Merisi da Caravaggio. Además, el autor incluyó en la trama al conquistador extremeño Hernán Cortés, al que retrató de forma hilarante: lo definió como “simpático”, “práctico y gracioso a pesar de su amargura” y destacó su estilo chulesco y descarado: “ni se le ocurría no rascarse el culo si le picaba”. El tono coloquial y jocoso de la novela recuerda al que empleó Carlos Fuentes en los relatos “Las dos orillas” y “Los hijos del conquistador”, incluidos en El naranjo (1993), pero en este caso el resultado es aún más cómico y visceral. Según Enrigue, de entre todos los mexicanos nacidos tras la independencia de 1821, solo José Vasconcelos “ha considerado a Cortés un héroe”. “Su registro de impopularidad”, afirma el autor, “ronda los términos absolutos”. Con tal aseveración, el jalisciense parece ignorar la producción historiográfica y ensayística mexicana sobre la conquista, abundante en autores que ensalzaron la figura de Cortés: desde los decimonónicos Lucas Alamán y José María Luis Mora hasta figuras del siglo XX, como Carlos Pereyra, Silvio Zavala, Octavio Paz, Miguel León-Portilla, José Luis Martínez o Juan Miralles, entre otros. Ninguno de ellos ocultó su admiración por la figura del extremeño.
Quizás el punto más interesante de Muerte súbita fue el juego construido en torno a la posibilidad de la victoria mexica contra los españoles. De haber sido así, dice el narrador, Velázquez habría pintado a los mártires san Hernán y san Bernal, y Caravaggio habría usado a “una de sus pirujas” para figurar como modelo de “una vaga Malintzin de ojos verdes”. Precisamente en una de las escenas más ilustrativas de la obra, una Malintzin excitada y traviesa pregunta a Cuauhtémoc si él, en el lugar de Moctezuma, habría matado a Cortés: Cuauhtémoc le contesta que le habría arrancado la cabeza de forma rápida y sin necesidad de puñal: “le explicó cómo se hacía un sacrificio propiciatorio y apurado en el campo de batalla: se meten los dedos de las dos manos en la boca del enemigo, se tira de los dientes hacia ambos lados hasta que se le quiebra la mandíbula, se truena la espina con la rodilla y de un tirón se arranca la cabeza. Ella sintió un hormigueo en el vientre y la urgencia de que le tocaran los pechos”.
Persiguiendo esta última imagen, Enrigue publica en el año 2022 Tu sueño imperios han sido, obra en la que retoma la hipérbole de cara a ridiculizar aún más a los conquistadores castellanos y en la que aborda el encuentro entre Cortés y Moctezuma como argumento principal. A pesar de que toda la novela transcurre el día del encuentro, el 8 de noviembre de 1521, no hallamos en el texto las lúcidas y sarcásticas reflexiones sobre la conquista que tanto abundaban en Muerte súbita. Esta vez, el narrador apuesta por la acción, los diálogos y las descripciones de los templos y la ciudad (quizás excesivamente dilatadas para una obra tan corta). Los conquistadores castellanos aparecen retratados como un grupo de vándalos muertos de miedo y los mexicas como un pueblo doblemente irritado por la presencia de los pestilentes españoles y por la actitud pasiva del tlatoani Moctezuma.
Hay que apuntar que la mirada de Enrigue coincide casi plenamente con la postulada por el historiador británico Matthew Restall y los autores de la llamada Nueva Historia de la Conquista, según la cual los castellanos no fueron los artífices de la conquista, sino meros actores secundarios, manipulados tanto por los indígenas aliados como por los mexicas. Según postuló Restall en Cuando Moctezuma conoció a Cortés (2018), los conquistadores cumplirían un papel meramente ornamental: fueron usados por los tlaxcaltecas para vencer a los mexicas y fueron atraídos y alojados por Moctezuma como animales de zoológico. Al igual que en el libro del británico, el Moctezuma de Enrigue nunca se rindió ante Cortés. Los españoles, “provincianos, chiquitos, paletos”, aparecen abrumados ante la grandeza de la capital mexica, una ciudad con suelos de cedro más perfectos que los palacios florentinos, tan limpia y perfecta que “habría sido el sueño de Buonarroti”. Los hombres de Cortés tienen la impresión de que cualquier descuido podría revelar lo que en realidad eran: “unos chantas hijos de puta”, “una bola de fantasmas”. Los mexicas se burlan de ellos y piensan en sacrificarlos; los consideran unos “salvajes” y “brutos que huelen a perro y caca”. El Cortés de Enrigue es tan torpe y estólido que ni siquiera se percata de haber sido encerrado en una isla; y tan bestial y abyecto como para sodomizar a Malintzin simplemente para recuperar el valor y sentirse “orgulloso”. Ni rastro del simpático y audaz personaje de Muerte súbita: el Cortés de Enrigue se deforma y envilece con la misma intensidad y furor ideológico que el de Diego Rivera en su mural de 1951.
Por su parte, el Moctezuma del jalisciense es un líder obtuso y obsesionado con los castellanos –“son rosaditos, dijo […] si no los tenemos nosotros los va a tener alguien más”– y por ello trata de atraerlos tentándolos con regalos de oro y joyas. Como vemos, la hipótesis del zoológico propuesta por Restall también subyace en la ficción de Enrigue. Sin embargo, a diferencia del Moctezuma lúcido que retrata el británico, el de Enrigue aparece como un ser lúgubre, impasible y pusilánime, que pasa el día drogado, atiborrado de hongos alucinógenos.
La violencia abunda en la novela, pero con dosis mucho mayores en el bando castellano. Aunque también alude a la sangre seca y pestilente de los sacrificios humanos practicados por los indígenas, el novelista se explaya mucho más con el sadismo de los católicos: especialmente virtuosas son las dos páginas en las que describe cómo los hombres de Cortés desmiembran, desangran, secan y queman el cadáver de un indígena para sacarle la grasa y usarla para pulirse las botas.
Según la conjetura ficcional de Enrigue, la versión oficial de la conquista bien pudo ser un mal sueño, o una pesadilla. Durante uno de los rituales alucinógenos del tlatoani, el mismo autor de la novela se le aparece para recordarle que hay varios futuros posibles y que la tragedia aún puede evitarse. A continuación, se describe el sueño que tuvo Cortés al terminar el día: un sueño que coincide con la sucesión de los acontecimientos que ocurrieron en la conquista y en la historia posterior de México, con alusiones a la rebelión indígena de 1520, al asedio final en 1521, al esclavismo del virreinato, a sor Juana Inés de la Cruz y, por último, a “los gringos de mierda”. Enrigue decide dar un tajo a la historia e inventar un final alternativo: Cortés se despierta, se reúne con Moctezuma y es brutalmente asesinado por su hermano Cuitláhuac, que le abre la boca hasta romperle la quijada y tronarle la espina, tal y como había fantaseado Cuauhtémoc en Muerte súbita. En este sentido el título inglés, You dreamed of empires (una simplificación del verso quevediano), cobra aún más sentido.
Hace años el cineasta Quentin Tarantino rindió cuentas con Hitler y con la familia Manson modificando la historia para vengarse de la cruel realidad. Siguiendo sus pasos, Enrigue construye su ucronía personal para fantasear con un mundo mejor, sin duda más limpio, digno y justo: el de los indígenas. En una entrevista para Letras Libres de 2019, el autor ya había cavilado al respecto. Merece la pena citar su reflexión que condensa el espíritu indigenista de la obra: “¿Cómo sería el mundo si hubiéramos sido mejores?, ¿cómo sería el mundo si la guerra de ocupación de las Américas hubiera sido mucho menos violenta de lo que fue?, ¿si las guerras de exterminio no hubiesen existido? ¿Qué hubiera pasado si, en lugar de integrar forzosamente a las culturas americanas al discurso europeo, hubiéramos integrado el discurso europeo a las culturas americanas? Lo hicimos en algunos territorios, ahora mismo pienso en el territorio de la cocina, y me parece, si se piensa en este caso, que lo que surgió de la mezcla, dominada por la cocina autóctona indígena mexicana, es infinitamente superior a lo que entregó la cocina europea […] entonces, ¿qué tal si lo hubiéramos hecho así?, ¿si además de comer tortillas con salsa, siguiéramos hablando náhuatl y hubiéramos sostenido las tradiciones médicas del mundo prehispánico? ¡Yo creo que el mundo sería mejor! Para empezar, los anticonceptivos se habrían descubierto cuatrocientos años antes, por lo que la revolución feminista habría ocurrido antes de sor Juana y ahora viviríamos en un mundo infinitamente más justo.”
Como vemos, el objetivo de Enrigue, como el de otros autores americanistas, es deconstruir la historia recibida y dar protagonismo al “otro”. Un afán necesario y meritorio. Pero, al igual que en el caso de otros historiadores revisionistas, sus conclusiones finalmente resultan tan parciales y partidistas como el relato hispanófilo: casi un reverso radiografiado del mismo. El novelista se venga de la historia, se desquita, se desgañita, señala a los malos y a los buenos y por supuesto favorece a estos últimos con una mirada que bebe del nacionalismo revolucionario. Su discurso quizás es rompedor y atrevido en Estados Unidos (el país en el que vive) e incluso puede serlo en España (el país donde se publican sus obras en su lengua natal), pero en México el revanchismo anticolonial coincide resbalosamente con el discurso oficial desde hace un siglo.
En resumen, se trata de una novela original, atractiva y escrita con gracia y estilo en la que, sin embargo, el resultado final se ve empañado por un maniqueísmo ideológico muy acorde con los tiempos. El mismo autor confesó que había escrito Muerte súbita “muy enojado porque los malos siempre ganan. Tal vez todos los libros se escriben solo porque los malos juegan con ventaja y eso es insoportable”. En la ficción justiciera del mexicano, los buenos, al fin, tomaron la revancha.
La mirada de Álvaro Enrigue sobre la conquista evoluciona en su última obra hacia un tono claramente revisionista, muy en sintonía con la tendencia decolonial de autores afines a la Nueva Historia de la Conquista y por supuesto a la political correctness y la indian voice tan presentes en el mundo académico estadounidense. No es extraño que el mayor medio de comunicación estadounidense haya visto saciadas sus expectativas. Sin embargo, lo que en una obra historiográfica podría criticarse como un exceso partidista pueril, en la ficción de Enrigue funciona gracias a su tono cómico. Como recuerda la reseña de The New York Times, la carnicería de Enrigue “es endiabladamente descarada, el humor abundante y seco”. Su obra, con todos sus excesos, es una de las ficciones más interesantes y divertidas sobre la conquista de México. ~