Morbo

La curiosidad ha sido fundamental para el desarrollo de la humanidad. ¿En qué momento empezamos a considerarla malsana?
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Morbo es la curiosidad malsana.

Aunque morbo (del latín morbus “enfermedad”) se usó como “enfermedad” desde 1438 (según Corominas), el uso actual parece apócope de morboso, que es tardío (1734).

El significado latino se conserva en algunos tecnicismos médicos: morbo regio (“ictericia”), morbilidad (“frecuencia de una enfermedad en una zona y período”). El significado actual (“curiosidad malsana”) es un cultismo coloquial.

El morbo es cognitivo. De los dos elementos del concepto, el dominante es la curiosidad, un rasgo de la inteligencia activa que sale a buscar explicaciones de lo que llama su atención. La curiosidad es natural y “gratuita”: no responde a la necesidad o el provecho de investigar, sino al deseo de saber.

Hasta en los animales. “La curiosidad mató al gato” es un dicho que tiene equivalentes en otras lenguas porque la experiencia es universal: los gatos son exploradores. En Google hay imágenes y videos sobre la curiosidad felina y sus problemas (buscar: “La curiosidad mató al gato”).

En los seres humanos, la curiosidad ha sido fundamental en el desarrollo del saber. ¿Cuándo se convierte en malsana? Cuando es impertinente, obsesiva, malévola o chismosa.

La “Novela del curioso impertinente” (capítulo 33 de la primera parte del Quijote) es una especie de “novela ejemplar” sobre la curiosidad degradante. Anselmo, felizmente casado con la bella Camila, arruina su matrimonio y su estrecha amistad con Lotario, al que le pide que trate de seducirla para ver si es “tan buena y perfecta como yo pienso”… (Tres siglos después, Fernand Crommelynck hizo del tema una farsa en El estupendo cornudo.)

La originalidad de Cervantes invierte la tradición misógina de culpar a las mujeres por la curiosidad que termina en desastre: Eva provoca la expulsión del Paraíso. Pandora abre un cántaro de males para la humanidad.

La patrística griega señaló el paralelo entre ambas. Cuando Celso se burla del relato del Génesis, Orígenes revira: Y ¿qué me dices de Pandora? Es un relato igualmente risible, si lo tomas literalmente (Contra Celso, IV, 37 y 38).

Dora y Erwin Panofsky (Pandora’s box. The changing aspects of a mythical symbol) observan la evolución iconográfica del tema y el paralelo catastrófico. Dicen que, en el Renacimiento, Pandora fue llamada “la Eva pagana”. Pero no se detienen en otros paralelos. Ambas son “la primera mujer” en sus respectivas tradiciones. Ambas fueron relacionadas con el origen de la agricultura. Y esto puede explicar la acusación de que arruinaron el Paraíso: la Edad de Oro, de la cual dice don Quijote en su famoso discurso a los cabreros (capítulo 11):

Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados […]. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes: a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente le estaban convidando con su dulce y sazonado fruto […] aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre […]

La Edad de Oro idealiza una realidad prehistórica, anterior al arado: cuando solo había tribus nómadas que vivían de la recolección de frutos silvestres. Pero Eva y Pandora investigaron y experimentaron. Su curiosidad por la germinación de semillas caídas las llevó a la siembra intencional. Crearon su propio jardín. A diferencia del árbol silvestre, creado por Dios en el jardín del Edén y ofrecido por su Divina Providencia, las plantas sembradas por el know-how femenino son el árbol del conocimiento humano: la agricultura.

¡Atrévete a saber! (Sapere aude!) fue la frase horaciana que Kant propuso como divisa de la época (Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración?, 1784). Atrévete a la crítica. Atrévete a salir del marco de las creencias y saberes tradicionales. Pero la Ilustración, orgullosa de su atrevimiento, no supo apreciar la audacia cognitiva de Eva y Pandora. Tampoco la crítica del progreso implícita en su castigo (análogo al de Prometeo, cuñado de Pandora).

Hay curiosidades enriquecedoras, pero también ociosas, desastrosas o degradantes. El morbo es cognitivo, y no se limita a lo porno. Sus múltiples temas pueden observarse en las películas de suspenso y en la prensa que hace negocio de la curiosidad malsana. Quién es el asesino. Cuál es la verdadera fecha de nacimiento de un candidato. Cuánto dinero tiene un personaje famoso. Cómo llegó a tenerlo. Cómo vive la aristocracia. Qué desayuna el presidente. Qué tratos hay “en lo oscurito” entre políticos rivales. ¿Se dopó el atleta? ¿Sobornaron al árbitro? Con quién anda una actriz. Qué se dice en el confesionario. Quién encubre a los pederastas. Detalles feos en las notas sobre suicidios, asesinatos y violaciones. Salidas del clóset. Experimentos “científicos” abusivos con seres humanos. Peleas a muerte de gallos o perros. Striptease involuntario. Agresividad de los paparazzi para tomarle fotos a una celebridad.

Alfred Hitchcock (La ventana indiscreta) lleva el morbo fotográfico a la segunda potencia. Morbosamente exhibe en la pantalla (ventana indiscreta) la morbosidad de un fotógrafo fisgón de vidas ajenas desde su ventana indiscreta.

Hasta las aburridas cámaras de vigilancia pueden ser morbosas, según como se miren. También la cámara escondida de la serie Candid Camera. Todo puede pasar, y ahí está el morbo.

Hay un antecedente en la novela satírica El diablo cojuelo (1641). Luis Vélez de Guevara inventa el artificio de ir “levantando a los edificios los techos por arte diabólico” para exhibir a los madrileños cuando viven descuidados de sus apariencias oficiales. Y “aquella pepitoria humana de tanta diversidad de manos, pies y cabezas” resulta aburrida. Lo que exhibe realmente es la curiosidad malsana patrocinada por el diablo.

Mientras que en una obra maestra, como la de Hitchcock, la representación del morbo del protagonista se resuelve en catarsis del morbo del espectador, en El diablo cojuelo se convierte en bostezo. ~

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(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.


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