Nacionalismo periférico, centralización sofocante: John H. Elliott

John Elliott, fallecido el pasado 10 de marzo, fue un gran especialista en el siglo XVIII español y un hispanista de reconocida trayectoria. En esta entrevista publicada en el número 217 de Vuelta, en diciembre de 1994, reflexionó sobre la labor del historiador. Esta sección ofrece un rescate mensual del material de la revista dirigida por Octavio Paz.
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Todo indica que vivimos una época de grandes cambios, ¿cómo la ve desde su perspectiva de historiador?

Después de la Segunda Guerra Mundial se creyeron solucionados muchos de los problemas de la primera mitad del siglo. Los nacionalismos parecían superados, sin vigencia, y la sociedad era cada vez más seglar. Ahora, sin embargo, vemos el resurgimiento del nacionalismo y el fundamentalismo religiosos: dos grandes fuerzas cuya aparición no había sido prevista, ni siquiera por los historiadores. Muchas de las grandes corrientes sociales y espirituales que permanecen ocultas durante siglos no están muertas sino viviendo bajo la superficie y dispuestas a emerger. No se puede liquidar el pasado, siempre acaba por sorprendernos. Una de las grandes ventajas de estudiar historia consiste en adquirir una perspectiva más amplia de los grandes problemas de nuestro tiempo. Los jefes de Estado, los políticos, debían conocer mejor la historia. Hoy, la sociedad es ahistórica, sin sentido del pasado: el pasado se reduce a puro ceremonial. La clase dirigente requiere mucho más, necesita un sentido de la complejidad del pasado para tomar decisiones. Además, hay que enseñar que el pasado constituye un patrimonio riquísimo que nos instruye y que podemos gozar.

En otras épocas, la clase dirigente europea se formaba en la tradición de la educación clásica, conocían los grandes textos griegos y romanos, eran capaces de citar en latín. El derrumbe de este modelo clásico tiene lugar entre las dos guerras mundiales, perdiéndose el sentido del pasado. La pérdida de esta sensibilidad histórica supuso un gran cambio.

No es frecuente, al menos en España, que un historiador ejerza profesionalmente en Gran Bretaña y Estados Unidos y se interese por el pasado de otras culturas. ¿Cómo podrían relacionarse su trayectoria personal y su obra como hispanista?

Cuando llegué a Cataluña, protestante y británico, a comienzos de los cincuenta, me di cuenta de la fuerza del nacionalismo, sobre todo cuando es sofocado. Entonces no era habitual pensar en el nacionalismo, de modo que las emociones irracionales colectivas que observé me llevaron a reflexionar sobre mi propia circunstancia, es decir, en el caso británico. Más tarde he conceptualizado esta experiencia de pluralidad nacional en la noción de monarquía compuesta, cuyo sistema constitucional, basado en el pactismo, hacía posible la convivencia entre distintas naciones. Siempre se da una profunda implicación entre lo vivido y lo estudiado. Tanto que el historiador debe ser como un camaleón, capaz de adaptarse a las circunstancias de la sociedad en la que vive para captar algo de sus experiencias personales y relacionarlas con su trabajo. Es inevitable la comparación, la búsqueda de semejanzas y diferencias.

¿Qué puede hacer un historiador para contribuir a la convivencia social? ¿Puede hablarse de un deber como intelectual? ¿Se puede pensar también en derechos?

Hoy, como siempre, el deber del historiador es explicar la complejidad del pasado. El peligro es que cada generación y grupo quiere extraer del pasado lo que le es provechoso, olvidando otras perspectivas y experiencias históricas. El historiador está obligado a insistir en que lo que se selecciona es tan solo un segmento de la historia, que hubo otras opciones: debe mostrar que no hay nada sencillo, que siempre hay otras posibilidades.

Un historiador tiene que escribir para el gran público, no puede ser demasiado especialista y escribir solo para sus colegas: nuestro derecho es intentar una visión del pasado y proyectarla al gran público.

Su éxito contrasta con el pesimismo de otros muchos intelectuales que creen que son malos tiempos para la historia y las humanidades. ¿Cómo ve la relación entre ciencias y humanidades?

Creo que las humanidades van a tener grandes oportunidades porque los científicos ya son conscientes de que la objetividad total de las ciencias no existe. Tendrá que haber algún tipo de convergencia entre ciencias y humanidades porque ambas tienen el componente de falibilidad personal. Está claro que no existe una realidad ahí fuera y que todo depende de la percepción y la imaginación. Estoy convencido de esa convergencia y espero que los expertos en humanidades se aprovechen de ella. Por nuestra parte tenemos que superar las fronteras disciplinarias tradicionales. Ciencias y humanidades están condenadas si se hacen dogmáticas. ~

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es historiador e investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España (CSIC).


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