Jueves, 28 de octubre de 2021: aún no son las nueve de la mañana y, bajo el cielo rumano de Madrid, Mircea Cărtărescu (Bucarest, 1956) se muestra contento, risueño, con ganas de conversar, sobre todo cuando le advertimos que venimos a hablar exclusivamente de poesía. Durante los últimos años se han ido publicando en España libros que han convertido a Cărtărescu en todo un acontecimiento literario, y que han supuesto el descubrimiento de un maestro, un escritor inspirado hasta lo sobrenatural. La novela Solenoide, especialmente, es colosal no solo por su extensión sino por lo que más importa, que es su sobrehumana calidad, un ejercicio de trascendencia que parecería propio de otro tiempo narrativo, de otra época cultural, y que simplemente se explica por la ambición narrativa y el monumental talento de su autor. Pero el libro que nos convoca hoy es la antología titulada Poesía esencial, publicada por Impedimenta, que trae por primera vez a nuestro idioma una amplia muestra de esa poesía que Cărtărescu practicó intensamente en su juventud, y que después abandonó de una forma radical, explícita, consciente. La traducción de este libro, como ha sucedido con todos los del autor, es de Marian Ochoa de Elide, que es también quien nos acompaña en esta conversación, en la que asimismo hemos contado con la presencia y la ayuda de Carmen de Pascual.
En su poesía, da la sensación de que la ingenuidad no es un punto de partida sino un punto de llegada…
Me parece muy normal…
Me explico mejor: es como si la constatación de la crudeza de la vida o la experiencia de la pobreza, en vez de provocar una poesía dura o trágica, provocasen alegría. Como si la inocencia fuese algo que se conquista, que hay que merecerse.
William Blake tiene dos libros, que publicó sucesivamente, Cantos de la inocencia y Cantos de la experiencia. En mi opinión, tendría que haberlos escrito al revés: desde mi punto de vista, la inocencia viene después de la experiencia. Es mucho más difícil dar esta impresión de juego, de infantilismo, de ingenuidad que realizar esa poesía complicada repleta de gongorismos. Esa idea de que los escritores se van depurando hacia el final de la vida es una especie de cliché, pero también tiene algo de verdad, te acabas aburriendo de algo tan sofisticado. Un poeta vanguardista rumano decía: “He construido millones de metáforas, pero ¿para qué?” Al final lo que permanece es la esencia de la poesía, exactamente lo que refleja el título de este libro, Poesía esencial.
Pero es que además la inocencia que exhibe su poesía no es postiza, o desde luego no da esa sensación…
Esto se explica por el hecho de que tanto yo como mis compañeros de generación éramos gente muy… muy pura. Solo queríamos escribir poesía, vivíamos en y para la poesía. No era una buena época para la literatura, más bien al contrario: era una vida dura, estábamos bajo la dictadura, era una vida de miseria. Teníamos que hacer colas infinitas para conseguir cualquier cosa, no había calefacción en casa durante el invierno. Y a nosotros todo eso no nos importaba absolutamente nada: vivíamos en Rilke, en Trakl, en Arghezi. Solo nos interesaba leernos mutuamente nuestros poemas. Creo que pocas veces ha existido un periodo de “poesía pura” más clara, el término en rumano es curăța, que significa eso, limpia, pura: lo uso por cómo era nuestra poesía, pero sobre todo por cómo la vivíamos. Además, éramos también unos ingenuos desde otro punto de vista: creíamos sinceramente que éramos los poetas más grandes del mundo, incluso nos comparábamos con los Beatles, porque éramos cuatro amigos que escribían juntos y todos nos peleábamos por quién iba a ser Paul McCartney o John Lennon. Nadie quería ser Ringo Starr… [risas].
Ustedes eran candorosos por su juventud o por la poca experiencia vital, pero era gente a la vez muy curtida, muy maleada por las circunstancias. Sin embargo, no utilizaban la poesía como una forma de escapismo de la sociedad o de la realidad, sino que realmente parece que había un proyecto de grandeza, algo trascendente…
Si esta poesía mía se escribiera hoy en día en Estados Unidos o en Europa occidental, sería, efectivamente, escapista, pero en aquel momento incluso el más inocente poema de amor era subversivo: existía un único discurso oficial y cualquier otra voz que intentara hacerse escuchar, como lo eran las nuestras, que eran voces muy puras, muy estetizantes, suponía una afrenta al gobierno, al poder establecido. De hecho, nosotros intentamos mantener una especie de “islas de normalidad” en una época en la que todo estaba del revés, en la que los valores estaban dados la vuelta, una época en la que la gente no sabía dónde informarse, de manera que se orientaba hacia la literatura y el arte. También son muy interesantes las novelas de esa época: las novelas se convirtieron en el único medio que tenía la gente para informarse de lo que estaba pasando, sustituyeron a la sociología, al periodismo, que no existían en ese momento, de tal manera que las tiradas de aquellos libros eran increíblemente grandes. Lo habitual, para cualquier novela, absolutamente cualquier novela, eran tiradas de treinta mil ejemplares y, si se trataba de un bestseller, directamente de sesenta mil.
Ha mencionado ahora los poemas de amor. En Poesía esencial hay un libro que se llama “Amor”, otro titulado “Poemas de amor”: ¿cuál era la situación de la poesía de amor en ese contexto del que nos acaba de hablar y cuál es su posible vigencia actual?
Este filón de esencia romántica parece haberse enfriado hoy en día: hay muy pocos autores que sigan escribiendo poemas de amor. Si miro a mi alrededor, entre los poetas más jóvenes de Rumanía observo que apenas se escribe sobre sentimientos, es más, se teme profundamente a los sentimientos. Es la actitud modernista la que provoca ese temor, esa frase de Rimbaud de que “mi superioridad consiste en que yo no tengo corazón”. Pero esta tradición romántica sigue viva: se remonta a Catulo o a los trovadores, y creo que es una dirección que no puede ser abandonada y no va a ser abandonada jamás. Por mi parte, no confío en el poeta que no haya escrito nunca un poema de amor.
Una vez más, el amor, la concepción del amor, es relativamente inocente, como si fueran ejercicios de ensoñación, fantasías… Es como cuando escribíamos poemas adolescentes en los que con quince años decíamos “¿por qué te has ido?” y no se había ido nadie… ¿Era ese el caso?
No, ese tú de mis poemas era real, y además muy real… La persona para la que escribí esos poemas tiene hoy en día 65 años y seguimos siendo muy buenos amigos… Los años ochenta fueron el periodo más deslumbrante, más brillante de mi vida: entré en la universidad, conocí el amor, la amistad, la poesía, y todo llegó a la vez, mezclado con la revolución, con cierto enfado vital, pero también con los sueños de gloria… Mutatis mutandis vivimos en ese momento nuestra propia versión del periodo flower power…
Más difícil aún que hablar del amor es hablar del humor: desconfío bastante del humor en la literatura y, sin embargo, acabo siendo conscientemente humorístico porque lo entiendo, sobre todo, como un antídoto contra la solemnidad. ¿Cuál sería su planteamiento?
El humor y la ironía eran elementos absolutamente definitorios de nuestra poesía: procedían de un hilo vanguardista, y dadaísta, muy arraigado en la cultura, en la literatura rumana. Era casi inevitable: el creador del dadaísmo fue un rumano, Tristan Tzara, y el del teatro del absurdo, otro rumano, Eugène Ionesco. Llevamos la ironía y el humor en la sangre. En nuestro caso era también una reacción a la generación precedente, a la generación poética anterior, que era muy oscura, muy expresionista, escribían solo sobre la muerte, sobre el sufrimiento, la agonía, la locura. Nosotros nos habíamos saturado ya de tanto gimoteo y llegamos con otra actitud, más juvenil y mucho más fácil de entender por parte de la gente común. Lo que nosotros esperábamos del público no era el estremecimiento sino la risa, la carcajada. En el cenáculo literario en el que participamos durante seis, siete, ocho años… siempre acabábamos riendo a carcajadas: se reía con las alusiones políticas, con los efectos lingüísticos curiosos, con los juegos de palabras. Los versos, vistos ahora, parecen inocentes, pero en casi todos ellos había referencias culturales y esa forma coloquial acababa conquistando a mucha gente. Al principio, teníamos un público fundamentalmente de estudiantes a través de revistas universitarias que estaban menos controladas por el poder, eran más subterráneas, y allí podíamos publicar nuestros poemas. Eran revistas que se agotaban el mismo día en que aparecían. Ahora que lo pienso creo que tuvimos cierta fama en esa época [risas]…
Ha hablado de humor e ironía, pero ¿no se podrían distinguir? Zagajewski decía que siempre hay algo desesperado, descarnado, en la ironía, como una negación del humor natural, infantil, puramente lúdico.
Absolutamente. Si los poemas de esta colección se leen seguidos se advierte una evolución: los primeros poemas son culturalistas, tipo Ezra Pound, T. S. Eliot, Olson…, pero, conquistado por la poesía de mis compañeros, tuve una fase que podríamos calificar de “ochentista”, que duró unos seis o siete años, aunque acabé teniendo una reacción violenta contra esta poesía, porque me había saturado, me había cansado… Soy una persona que se aburre enseguida y, por otra parte, quería reafirmarme yo solo y no dentro del grupo, así que lo abandoné en un determinado momento y empecé a cultivar otro tipo de literatura, que es la que aparece en los últimos poemas de la antología, muy prosaicos, voluntariamente prosaicos, sin nada poetizante en su interior y que, de hecho, se parecen mucho a lo que se está haciendo hoy en día en Rumanía, diría que en todas partes. Son esos poemas en los que aparecen los amigos del poeta, con sus nombres reales, que quedan para tomar un café, que salen, y no sucede nada más que lo que sucede en el propio poema. En esa línea escribí otro volumen que no publiqué porque no me gustó. Ese manuscrito se pasó veinte años metido en una caja de zapatos. Lo encontré hace seis o siete y lo publiqué con el título de Nada, porque antes había habido otro volumen con el título de Todo… Ha sido una especie de reverso y, curiosamente, para mi sorpresa, este volumen, Nada, obtuvo un éxito muy importante y todos los poetas de la generación siguiente me adoptaron como una especie de precursor.
En España es habitual que quien ha escrito poesía se considere ya para siempre a sí mismo esencialmente poeta, y eso es así aunque abandone la poesía muy joven, aunque su poesía fuese ignorada y después triunfara ruidosamente en otros géneros: habría bastantes ejemplos de ello. En su caso está clarísimo que la poesía fecunda todo lo que ha escrito después de una forma casi explícita, así que supongo que también pone su naturaleza de poeta por encima de todo.
Yo añadiría todavía más: tienes que ser poeta incluso antes de haber escrito un solo verso porque, de lo contrario, no vas a conseguir nada, ni en poesía ni en nada. De hecho, creo que la mayor parte de los libros de poesía no contienen nada de poesía: solo si has sido poeta puedes escribir verdaderamente versos. Así que yo considero que he sido, soy y seré siempre poeta. Si alguien me despierta en medio de la noche y me pregunta “¿tú qué eres?”, mi respuesta automática sería “soy poeta”, eso es lo que he sido y lo que voy a ser siempre. El narrador Cărtărescu se ha beneficiado terriblemente del poeta Cărtărescu. Todas las raíces de mis libros están en mi poesía inicial y, sin ellos, no habría podido escribir después prosa.
En Rumanía prácticamente todos los poetas se pasan a la prosa, y muchas veces por motivos prácticos. A duras penas se puede vivir allí de la literatura: la mayoría de los escritores tienen varios trabajos para poder ganarse la vida y el único género literario que se vende suficientemente es la novela, así que muchos poetas se cansan de su proverbial pobreza e intentan mejorar su situación económica a través de la prosa. Pero otros lo hacen también más allá de estas consideraciones, porque concluyen que la poesía no puede transmitir todo lo que ellos quieren decir, o porque, a partir de los treinta años, consideran que ellos crecen y que la poesía se les queda pequeña, les aprieta los hombros como una chaqueta vieja. En cierto sentido, la prosa es más generosa y más honesta. En la poesía puedes engañar sin ningún problema, puedes, como decía Salinger, lanzar unos chispazos estilísticos sofisticados y que la gente crea que eres brillante. Pero en prosa resulta mucho más difícil, porque tiene una base de profesionalidad, de construcción, de carpintería que se despliega con mucha más dificultad, es mucho más difícil engañar… Si intentara hacer una pared de ladrillos, resultaría evidente que no soy albañil. Lo mismo ocurre con la prosa.
Hay una teoría literaria que dice que la poesía es cosa de la juventud, esencialmente, y la novela de la madurez. Nadie escribe una novela verdaderamente importante antes de los treinta años, mientras que los poetas, curiosamente, van de más a menos, dicen lo más valioso en su juventud, en sus primeros libros.
Sí, es una estadística y, por tanto, una mentira. La estadística dice que si tienes la cabeza en el horno y los pies en el hielo el promedio es bueno… Hay excepciones: hay escritores con libros extraordinarios publicados a los veinticinco años… V de Thomas Pynchon, o La ceguera de Elias Canetti, pero son eso, excepciones que confirman la regla. Creo que la edad media de un narrador está entre los cuarenta y los cincuenta años y la de un poeta está entre los veinticinco y los treinta y tres… La poesía, como los alimentos, tiene un periodo de caducidad: por mi experiencia, no va más allá de unos siete años…
Con el paso del tiempo, con la veteranía, ¿se adquiere seguridad en la escritura o es más bien al contrario?
Es muy difícil responder a esta pregunta: no adquieres experiencia escribiendo y, al contrario, puede que pierdas esa seguridad. Yo no soy un autor que construye sus libros, sino que los alumbro, los paro. Es como decir que una madre adquiere experiencia en cada parto: no, siempre empiezas desde el principio. Mi último libro ha sido escrito con el mismo pánico, el mismo miedo al fracaso, que el primero.
Quería preguntarle por su relación con la realidad. Usted no ha hecho nunca poesía social, poesía comprometida, de pancarta, de batalla, o, al menos, no se ha publicado, pero tampoco es escapista, ya lo hemos dicho, ni es fantástica… La relación con el mundo, con la realidad, entonces, ¿cómo es? Su obra parece fundar otro mundo que es muy parecido al nuestro pero es nítidamente otro, un mundo literario al servicio de la vida pero no de la realidad.
Siempre me veo un poco confundido cuando hablamos de la realidad, porque, en definitiva, el problema filosófico más importante es qué es la realidad. ¿Es la realidad lo que percibimos cada día? ¿O incluye también nuestra vida nocturna, los sueños, las alucinaciones, las visiones, las profecías, la memoria? Yo creo que la realidad es uno de los sueños soñados por nuestra mente, un sueño recurrente que tenemos todos los días y que se alterna con los sueños nocturnos. Esta forma de ver las cosas me ayuda a la hora de escribir: me ayuda concebir este continuum entre la realidad y lo fantástico, entre lo cotidiano y lo mágico, entre la vida más brutal y las visiones. Si una persona tiene unos compartimentos claramente definidos entre la realidad y los sueños, por ejemplo, creo que no podría hacer eso. Yo no tengo una frontera clara entre poesía y prosa, entre vida y sueños, entre lo libresco y la vivencia, sino que intento beneficiarme de todas ellas. Como dicen los modernistas, intento surfear entre ambas.
Perdone la vulgaridad de la pregunta, pero ¿qué consejo daría a un poeta joven o a usted mismo hace cuarenta años? Lo cual implica preguntarle cómo ve la poesía actual.
Nunca he dado consejos: no sé qué hago en este mundo y si no puedo darme consejos a mí mismo para vivir la vida, como para dárselos a los demás… El único, que ni siquiera es un consejo sino una frase de sentido común, es follow your heart: toda la gente es distinta, pero si consigue encontrar su verdadero talento y lo hace cuanto antes, y eso le permite avanzar y dar sentido a su vida, mejor.
Para terminar, sea totalmente sincero, por favor: ¿de verdad no ha vuelto a escribir versos?
A los 31 años tuve la sensación de que había escrito ya suficiente poesía. Tenía ejemplos en la vida literaria rumana: poetas de setenta años que habían escrito cuarenta libros de poesía, yo no quería ser como ellos. Pensé: “he escrito ocho volúmenes de poesía, ya es suficiente”, y en un determinado momento decidí no volver a escribir un solo libro más de poesía. Y mantuve mi palabra durante 35 años. Pero el año pasado me sucedió algo extraño: pasé la covid y, como secuela, sufrí una depresión terrible. No soy depresivo, soy una persona luminosa, y por eso mismo me afectó muchísimo, me sentí extraordinariamente herido. Incluso llegué a tener, por primera vez en mi vida, pensamientos suicidas. Y entonces escribí un volumen que no era más que un grito de socorro, y que publiqué el año pasado [se refiere a Un striga niciodată ajutor, publicada en rumano en la editorial Humanitas el pasado 2020, y cuyo título podría traducirse como “Nunca pidas ayuda”]. No pienso repetir. ~
(Zaragoza, 1980) es poeta y crítico literario. Ha publicado los poemarios Un tiempo libre (La Veleta, 2008) y Abierto (Pre-Textos, 2010)