Olvida y recuerda

Este ensayo sobre la memoria, del que reproducimos un fragmento, fue publicado en el número 100 de Vuelta, en marzo de 1985. Esta sección ofrece un rescate mensual del material de la revista dirigida por Octavio Paz.
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El nudo del problema, explícito o implícito en cualquier discusión sobre la cultura de nuestro siglo, es este: si la historia es como la afirmación de una escala de valores universal, desarrollo lineal de un discurso traducible a todas las lenguas, o si los verdaderos valores residen en aquello que toda cultura y todo lenguaje tienen de particular, de inasimilable, de irreducible al curso de una historia que se pretenda unívoca, y que por ellos, si nos ponemos a buscar estos valores en el ámbito individual, los hallaremos en el yo más íntimo y exclusivo, en la expresión de aquello que está más allá de la palabra o cuando menos del discurso público.

Este nudo problemático está representado de manera ejemplar en Octavio Paz. Sus meditaciones sobre la identidad mexicana en El laberinto de la soledad lo han llevado a reivindicar simultáneamente los valores de las civilizaciones prehispánicas de Centroamérica y los de una cultura universal de la era moderna, tanto en el sentido de la vocación universalizante de una parte de la cultura española como en el sentido de la cultura europea, particularmente francesa, que tiene sus orígenes en el Iluminismo y en la Revolución de 1789.

La obra ensayística de Paz se sitúa en el filón de la crítica a la idea de progreso lineal, eurocéntrico y tecnocrático. No hay que olvidar que Paz es ante todo un poeta y que la experiencia de la poesía es el tema de gran parte de sus ensayos. De esta forma, el sentido general de su pensamiento puede resumirse así: igual que las mitologías no europeas, las puntas extremas de la poesía y del arte contemporáneo demuestran que el pensamiento racional, histórico y científico deja sin explicar unas formas de ser y de saber insustituibles.

Dicho esto, hay que subrayar que la obra de Paz, cuando busca las raíces autóctonas profundas o cuando se sumerge en las experiencias más avanzadas de la literatura y del arte contemporáneos, se halla siempre regida por un lenguaje de rigor racional y por la conciencia de la historia.

Solo el respeto de las diferentes individualidades en el seno de la naturaleza y la historia de cada ambiente puede salvarnos de la imposición de modelos que pretenden ser universales y que acaban por ser universalmente opresivos. Es el caso del modelo de revolución que, a pesar de la recurrente ilusión de ser diferente de las otras, acaba por desembocar en la uniformidad del totalitarismo policíaco.

¿Cuáles alternativas proponer? Más que perseguir soluciones generales que no existen, lo que cuenta es estar preparados para reconocer que el mundo es cada vez más vasto, multiforme y diferente de lo que creemos, y que entre tantas verdades parciales que el mundo nos propone lo importante es comprender cuál es la parte de verdad que le corresponde a cada uno y atenerse a ella, sin sentirse obligados a asumir verdades que no nos pertenecen.

Estoy muy consciente de que, especialmente hoy en día, el poeta, el escritor, el filósofo, el historiador, son y deben ser los que recuerden el pasado en un mundo que parece avanzar sin saber adónde lo conducen sus pasos y qué peligros lo amenazan. Entiendo por pasado una experiencia de valores o, mejor dicho, un conjunto de valores que debemos salvar de ese inmenso acopio de experiencias negativas que es la Historia.

Pero no quisiera que esta mirada sobre el pasado se entendiera como una adhesión a lo que es más cercano, familiar y fácil. Por el contrario, yo diría, basándome también en la experiencia de la literatura, que cuanto más se aleja uno de los territorios de sus antecesores directos más fácilmente armoniza con aquellos que abrieron caminos en épocas lejanas, aun a distancia de siglos: como si al rechazar la continuidad con la tradición reciente, en busca de lo nuevo, se acabara por restablecer una continuidad con una tradición más profunda y fructífera. El rechazo del pasado inmediato es la condición necesaria para recuperar el pasado olvidado, el único que hace posible la expresión de lo nuevo.

Recordar es necesario, pero olvidar es una función igualmente vital para el pensamiento. La verdadera tarea del intelectual es la de ayudar a recordar lo olvidado, pero para lograrlo debemos ayudarnos a olvidar lo que recordamos en exceso: ideas heredadas, palabras heredadas, imágenes heredadas que nos impiden ver, pensar, expresar lo nuevo. No es una tarea fácil: tanto olvidar como recordar son operaciones extremadamente difíciles y, cuando hay que elegir qué debemos olvidar y qué recordar, las posibilidades de que nos equivoquemos son innumerables, mientras que un solo acto de justo olvido o de justa recuperación de la memoria bastaría para justificar una vida. ~

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