Otra extraña pareja: Murdoch y Bayley

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Cada pareja es un mundo, y nadie de fuera puede entender lo que pasa ahí dentro. Pienso en eso porque acabo de leer Elegía a Iris, uno de los libros que el marido de Iris Murdoch, el crítico John Bayley, escribió sobre su convivencia de cuarenta años con la novelista. Lo ha vuelto a publicar recientemente la editorial Elba, con la traducción de Fernando Borrajo que salió en Alianza hace veinticinco años, que fue cuando se publicó originalmente en el Reino Unido y también cuando se murió Murdoch. John Bayley escribió tres libros con su mujer como tema; este recuerda cómo se conocieron y los primeros años de su matrimonio, alternando constantes incursiones a la actualidad, con Iris ya enferma de Alzheimer. El capítulo final tiene forma de diario, escrito contemporáneamente a los hechos, y acaba el día de Navidad de 1997.

Desde el principio el libro tiene encanto, resulta muy agradable de leer. No es solo la posibilidad de conocer algo más sobre la escritora, de asomarse a una intimidad que quizá no fue determinante para su obra, pero sí atractiva para sus seguidores. El punto de vista de Bayley es especial, su escritura tiene ritmo y gracia y elige episodios interesantes o encantadores de la vida del matrimonio. Los recuerdos de las primeras veces que se vieron participan del encanto del inicio del amor de las parejas en general, como cuando se van a cenar juntos por primera vez y él está asustado por si no le llega para pagar la cuenta; tienen encanto las torpezas que cometen los interesados en su afán por acercarse al otro, las suposiciones que rodean y alientan el amor. También atisbamos algo del ambiente oxoniano de los primeros cincuenta, y de los alrededores de la ciudad, como en qué recodos de qué arroyos podía bañarse uno los días más calurosos del verano, pero también qué amistades se hacían y deshacían y cómo llevaba cada cual su carrera literaria.

En su recuerdo de los días en que se conocieron, Bayley se muestra inseguro y ella, vista a través de sus ojos, libre y misteriosa. Percibimos el carisma de Murdoch tal y como lo percibía él. Ya en su primera aparición queda claro que ella no es una chica como las demás, como se suele decir. Tampoco como intelectual se parece a los demás. La descripción de su carácter se disemina a lo largo de todo el texto, que parece escrito siguiendo el hilo de la evocación. Por qué nos cuenta Bayley los episodios que nos cuenta, y no otros, parece decidido por el albur de la memoria. De su luna de miel, por ejemplo, recuerda algunos detalles interesantes y vivos, como lo desiertas que estaban las carreteras de Francia hace 75 años −y flanqueadas por olmos−, o cómo era alguien que les atendió en un pequeño restaurante. Los recién casados viajan también por el norte de Italia, y a juzgar por lo que les gusta hacer como turistas, parecen una buena compañía (“Aquel día comimos nuestros espaguetis con gran satisfacción, porque, después de contemplar un cuadro hermoso o de leer un buen libro, siempre te atribuyes, aunque sea de manera insignificante, parte del mérito”).

La manera de seguir los desvíos de la memoria refuerza el carácter íntimo del libro y sugiere también lo azaroso de los acontecimientos que van tejiendo una vida. El libro da la sensación de una evocación monologada, casi nos deja ver la butaca que se va quedando en penumbra en un rincón porque aunque se ha ido haciendo de noche no hemos encendido la lámpara. Los recuerdos se alternan con la alusión a escenas del momento en el que se escribe, a veces por comparación. La Iris Murdoch del presente ha olvidado quién es, y aparece de vez en cuando. Bayley la cuida solo; a veces se queja, a veces siente una gran ternura por ella, a veces dice que no puede más, a veces hace reflexiones sobre la identidad, pero la sensación general es cálida. Él ya no puede comunicarse bien con su mujer, y tiene que recurrir a tonos de voz o chistes muy sencillos para hacerlo, pero lo cierto es que a lo largo del relato de su vida en común nos hemos encontrado muchas veces con la constatación de una distancia (el libro se titula elegía; la echa de menos). Su mujer ha sido siempre un misterio para él, no solo por las relaciones más o menos ocultas que ella siguió manteniendo con otras personas después de su matrimonio, a las que en este libro se alude de manera muy tangencial, sino por la manera en que su mundo interior se manifestaba, por la manera en que tenía Iris Murdoch de aislarse en su estudio, de zambullirse en la escritura de sus novelas, de abstraerse, incluso de negarse a decir algo que no quería decir. Bayley insiste en varias ocasiones en que lo más delicioso del matrimonio es la soledad, como si por fin uno pudiese hacer lo que le diese la gana e ir a su bola, sabiendo que está acompañado por alguien que idealmente vive igual, pero la loa al desapego que hace no le impide aprovechar el punto de vista privilegiado, y en realidad muy particular, que nos da sobre una persona el hecho de vivir con ella durante decenios. El libro transmite una ambivalencia curiosa, deja a la vez una sensación de soledad y de compañía, y este quizá sea uno de sus mayores méritos. Deja un retrato privilegiado −quizá más por cercano que por perspicaz− sobre Iris Murdoch, de la que destaca su genuina curiosidad por sus semejantes y una rara bondad, pero es a la vez una invitación a que conozcamos una intimidad, en un ejercicio no sabría decir si obsceno o cordial. ~


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