Me han contratado como pastora de carros autĆ³nomos de reparto. Son cajas con ruedas, cĆ”maras y antenas; en teorĆa entregan los paquetes a domicilio. En la fase de pruebas deben ir acompaƱados por humanos. Los mapas a menudo no coinciden con la realidad, y menos en las intrincadas callejuelas de los cascos histĆ³ricos. Hay otras razones para escoltar a los carros: la desconfianza hacia las mĆ”quinas, la competencia, los robos.
El vecindario, receloso con razĆ³n, da por hecho que la misiĆ³n de las cajas que van solas no es repartir paquetes sino capturar toda clase de datos, aunque quizĆ” es superfluo ya que todos han sido robados varias o muchas veces, incluso desde pisos situados en nodos del barrio y que todo el mundo conoce. Donde tanto se roba a nadie molesta esta actividad, antes bien sirve para homologar a los nuevos vecinos ladrones, empleados de corporaciones remotas o emprendedores de sus propios hurtos.
Pero los carros no han caĆdo bien. Por lo visto es un formato inquietante. Una cosa es que haya pisos o locales succionadores de datos o personas, que estĆ”n localizados y llegado el caso se pueden denunciar, asaltar, incendiar, etc., y otra ver esas cajas circulando por todo como si fueran niƱos extraƱos sin padres o cochecitos extraviados. AdemĆ”s, la inclinaciĆ³n de estos carros por ramonear en solares y descampados aumenta los recelos. AsĆ que han contratado a unas incautas que se conocen el barrio, no resultan exĆ³ticas a los nativos y nos encomiendan la ridĆcula misiĆ³n de pastorear a las cajas; y yo estoy contenta en ese nuevo empleo indefinido precario con horas extra gratis y clĆ”usula de confidencialidad porque pagan puntualmente al final de cada jornada, que suele coincidir, eso sĆ, con el inicio de la siguiente, y si usted sabe de algo mejor le agradecerĆ© que me lo diga.
Los primeros recorridos fueron de exhibiciĆ³n o de presentaciĆ³n, con autoridades y figurantes de gimnasio. Las pastoras, como se pueden imaginar, hemos de limpiar cada dĆa las cajas y revisar ruedas, antenas, baterĆas. Aunque tenemos prohibido trastear en el interior eso es lo primero que hemos hecho, o intentado, ya que hackear el ganado supone el despido y tampoco hemos sabido hacerlo. No creo que este afĆ”n que compartimos todas las empleadas por destripar el rebaƱo rodante sea mera aficiĆ³n, sino que apuesto a que nos guĆa el legĆtimo Ć”nimo de saber y el mĆ”s legĆtimo todavĆa de facturar revendiendo lo que podamos en un subsector nuevo que despierta tanta curiosidad como recelos. TambiĆ©n hemos de velar por que los aguerridos repartidores humanos no destruyan o daƱen a estos indefensos artilugios a los que mĆ”s de una vez han tendido emboscadas en callejones a los que ni con un chaleco anticuchillos nos atreverĆamos a entrar. Aprovechamos que los destrozan con un mallo y una motosierra de bolsillo para llevarnos la pieza que ellos desdeƱan y que es la caja negra a la que la empresa nos prohĆbe expresamente acceder, excitando con ello nuestros instintos revendedores.
La caja, de forma irregular, es como una piedra irrompible, no hay forma de abrirla ni de hallar un resquicio, un puerto, un mecanismo de apertura. La piedra es un misterio que justifica el haber dilapidado nuestras vidas āalgunas de mis compaƱeras tienen estudios de verdad, y estuvieron a punto de tener una familiaā, lo suficiente como para haber caĆdo en este subempleo basura que goza de peor consideraciĆ³n que el de inspector o sumiller de purines. En caso de ataque y destrozo la piedra āla caja negraā hay que devolverla inmediatamente entregĆ”ndola a un motorista embozado que, una vez detectado el asalto, aparece a toda velocidad. Y ese es el motivo por el que los pastores hemos hecho una colecta y hemos recurrido a usted.
āY quĆ© querĆ©is.
āQue abra la piedra, la caja negra, y nos diga quĆ© hay dentro, en cinco minutos.
āPero ese servicio no es barato.
āPagaremos lo que sea. Ya le digo que tenemos oscuros intereses, cada cual rapiƱa informaciĆ³n para agencias innombrables, seguramente todas trabajamos para las mismas, pero nunca podrĆamos saberlo.
AsĆ pues cuando se produjo una de aquellas celadas en las que el avieso vecindario y/o los repartidores humanos trocearon, ahora ya por diversiĆ³n, una de nuestras cajas de reparto, recogimos la piedra y se la llevamos al proveedor hacker orĆ”culo semiĆ³tico.
Su respuesta fue que la caja era un rastreador y eventualmente resucitador de muertos. Un soft nunca visto, pero ācosas veredes, Sanchoā. Eso dijo.
āLa piedra āaƱadiĆ³ā no es software, al menos en el sentido actual, pues todo lo es, todos lo somos, sino un objeto sagrado, quizĆ” restos de un meteorito.
Nos dejĆ³ chafadas.
āTengo un chamĆ”n trabajando para mĆ en exclusiva ādijoā, la piedra es lo que ellos llaman un levantamuertos.
Con lo bien que iba todo, dijeron las compaƱeras decepcionadas. En efecto, siendo una revelaciĆ³n fabulosa, y seguramente rentable para alguien interesado en esos sectores, a ninguno de nuestros clientes les interesa pagar por informaciĆ³n sobre esa estrafalaria habilidad.
AsĆ que la empresa de las cajas de reparto autĆ³nomas nos ha despedido y amenazado, y, encima, estamos endeudadas con el proveedor.
āAhora trabajan para mĆ.
āĀæY quĆ© hacemos pues?
Entonces nos revelĆ³ que nosotras fuimos las primeras rescatadas y resucitadas por las cajas autĆ³nomas. Eso explicarĆa esta zozobra, este no saber, estos recuerdos de catĆ”logo y la necesidad por abrir las piedras pulidas. Y aquĆ estamos, esperando en un almacĆ©n, a que nos digan quĆ© hemos de hacer. ~
(Barbastro, 1958) es escritor y columnista. Lleva la pƔgina gistain.net. En 2024 ha publicado 'Familias raras' (Instituto de Estudios Altoaragoneses).