Pancho Sánchez, cinéfilo en su Nirvana

Un recuerdo de Francisco Sánchez Aguilar, cinéfilo. 
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En una pintura de Carolina Kerlov, en la portada del libro titulado Cinefilia es locura (edición de Casa Juan Pablos, 2004),  se ve a un hombre que, yaciente, navega por un ondulado mar de cintas de celuloide cinematográfico y es acompañado de una sirena rubia que acaso es Marilyn Monroe y de un gato negro que acaso es Felix The Cat, dos criaturas del cine.

Era el mismo Francisco Sánchez bien trazado en un retrato a línea, a pluma y tinta china, hecho por no sé quién, tal vez por la misma artista, pues va rubricado con una K ¿de Kerlov?

 

Francisco Sánchez Aguilar,  mi muy querido amigo desde hace más de medio siglo, había nacido el 22 de enero de 1939 en Acuña, Coahuila, y ha fallecido el 23 de agosto de 2013 en la ciudad de México, pero sigue vivo en mi recuerdo y en el de muchos cinéfilos. Es para siempre Pancho Sánchez, según a él le encantaba que lo llamaran, porque así se llamaron su abuelo y su padre, y a él le gustaba continuar la “panchitud”.

Nos conocimos a mediados de los años sesenta, no sé si en un cine de circuito comercial o en un cineclub o en un café vecino de esas salas. En esos años él envejecía sus ojos como corrector tipográfico en la editorial Oasis, pero en las tardes y en las noches diariamente los rejuvenecía dedicándose al empeño de leer todos los libros (si eran buenos) y al de ver todas las películas (buenas o malas o regulares). Para lo primero estaban la pequeña pero siempre renovada biblioteca personal y las Bibliotecas públicas, y para lo segundo disponía de las salas de segunda y tercera corrida y de los cineclubes (pues aún faltaban décadas para que  hubiera en México una cineteca). Cine y literatura eran para él como vasos comunicantes, y ya en aquel entonces se iniciaba en plan de torrencial aunque todavía inédito escritor, pues llenaba libretas caligrafiando para su solo placer los Apuntes de un cinevicioso. Un día en que  tuvo la valentía o la imprudencia de dejar que Emilio García y yo ojeáramos esas páginas, decidimos sacarlo de su “ineditez” y lo recomendamos a Juan Rejano, director de la sección cultural del diario El Nacional, donde Pancho empezó a reseñar asuntos de cine.Luego siguió haciéndolo en la sección de espectáculos del diario Esto y tuvo enorme número de devotos lectores. Ejercía  una prosa leve y sabrosa a veces desatada en una ingenuidad valientemente asumida: la de quien, antes que crítico es un querendón del cine, más filmófago que cinéfilo. Esa prosa amigable, flotante, graciosamente divagatoria en anécdotas, en humor  y pensamientos marginales, fluye en más de diez libros, algunos de ellos con títulos tan reveladores como Cinefilia es locura, Luz en la oscuridad (Crónica del cine mexicano), La comezón del séptimo arte, Amor al cine; libros en los que, además de manifestar la emoción o la “filosofía” que le causaba una película, tomaba ésta de sabroso motivo para extraviarse en anécdotas distantes del asunto, para convocar y evocar a los amigos y, para, en fin, ser el capitán de tertulia de todas las mañanas de domingo en la cafetería de la anterior Cineteca. Y es que Pancho Sánchez escribía del cine en un modo de cordial tertuliano.

Fue también escritor para el cine. Escribió guiones para buenas películas: Los que viven donde sopla el viento suave, de Felipe Cazals, Los días del amor, de Alberto Isaac, Amor libre, de Jaime Humberto Hermosillo, Pueblo de madera, de José Antonio de la Riva y alguna más. Hizo también, para películas de popular y vulgar vena comercial, guiones “alimentarios” cuyos títulos más vale olvidar, aunque no se avergonzaba de ellos. Llanamente declaraba ser un cinéfilo que también escribía “de todo” para el cine pero con decoro técnico y hasta con placer, y se rescataba en la cinefilia, en su amor a ese universo paralelo fugazmente erigido en la plateada tela vertical.

“Cuando me arrellano en mi butaca –escribió–, cuando se apagan las luces de la sala y la blanca pantalla se llena de luz, yo dejo de ser, soy yo y soy otro: un viajero sideral que se ha dejado caer, quemada su nave, en un planeta misterioso. Y ya no sé de mí. Estoy gustosamente perdido en el Nirvana.”

 

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Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.


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