“Basta ver una enfermedad cualquiera como un misterio, y temerla intensamente, para que se vuelva moralmente, si no literalmente, contagiosa”, menciona Susan Sontag en La enfermedad y sus metáforas. El sida y sus metáforas. Esto mismo pasó con la covid-19 que desde Wuhan se fue extendiendo a casi todos los rincones del mundo y entrando poco a poco en nuestras vidas hasta empujarnos a detener nuestras dinámicas diarias.
En un intento por encontrar y construir claridad dentro de la crisis, se comenzó a caminar a ciegas por territorios desconocidos. Nuestros espacios habitables se volvieron el centro de las interacciones y actividades, a distancia y a través de plataformas digitales. Estas distintas formas de habitar nos permiten cuestionarnos qué es lo verdaderamente importante para nosotros y cómo podemos reorganizar lo que ya tenemos para sentirnos cómodos. Las barreras de usos y dinámicas espaciotemporales se rompieron e hicieron que lo nuevo se volviera cotidiano.
Para Beatriz Colomina, “no hay enfermedad sin arquitectura ni arquitectura sin enfermedad. Cada nuevo suceso médico activa la historia de la arquitectura y la enfermedad junto con los miedos, malentendidos, prejuicios, injusticias e innovaciones asociadas”. Parece como si viviéramos en un palimpsesto de crisis sin resolver a profundidad. Esta plataforma se tambalea con cada amenaza que se añade y la incertidumbre persiste, dejando al planeta y a sus habitantes viviendo en constante inestabilidad, tratando de salir bien librados de cada embate.
Desde que el movimiento de arquitectura moderna surgió como respuesta a la tuberculosis, ¿qué ha cambiado en la disciplina? El coronavirus, la crisis climática y económica nos exigen pensar en nuevas posibilidades y proponer modelos más radicales de vivienda. Cuestionar cómo se ha modificado la forma en que habitamos los espacios en el tiempo es una oportunidad para pensar y replantear la forma en que hacemos y pensamos la arquitectura y para esto es necesario que las escuelas de arquitectura propongan un pensamiento teórico que permita trascender la práctica de nuestra labor.
Las interacciones virtuales están comenzando a alterar las formas de ver al mundo, a los demás y a nosotros mismos: reflejados en la pantalla como un espejo distorsionado de la realidad. Esta fatiga pandémica puede afectar nuestra percepción y experiencia espacial a largo plazo, desde lo vivencial hasta el entendimiento mismo del concepto espacial.
Como dice Franco “Bifo” Berardi, en Futurability, lo que vivimos podría ser clasificado como un “síntoma de una epidemia psicológica contemporánea”. Sin intentar ser en extremo catastrofista, como él bien dice, “en un futuro próximo, habremos de enfrentar una crisis financiera y una crisis ambiental, entrelazadas y aparentemente inseparables”, aunque en realidad ya las estamos viviendo.
Las condiciones actuales nos han hecho reflexionar sobre la necesidad de contar con mayor confort al interior de nuestros hogares y con acceso a espacios abiertos para tomar el sol y respirar aire fresco. Vamos a tener que salir a las calles a reclamar y reconfigurar los espacios que alguna vez nos enajenaron y pensamos que eran nuestros. Conviene seguir estudiando los límites entre el interior y el exterior para que mediante el trabajo colaborativo se logre una interacción social y un movimiento libre bajo los parámetros de flexibilidad y adaptación. No necesitamos darle continuidad al aislamiento. Ahora, más que nunca, es necesaria la integración y la cercanía, no la distancia.
Ante la incertidumbre, se presenta una infinidad de posibilidades. Para Bifo, “la intuición de la infinitud de posibilidades es la gran fuente de pánico contemporáneo, que puede ser descrito como un doloroso espasmo. En [Félix] Guattari, sin embargo, este espasmo adquiere un aspecto caósmico: de esta hiperintensidad caótica habrá de surgir un nuevo cosmos”.
¿Cómo serán los espacios que habitaremos después de la pandemia? ¿Qué tipo de relaciones vamos a crear con ellos? ¿Podremos ser capaces de construir espacios que hagan frente a los tiempos que vivimos?
El reconocido arquitecto inglés David Chipperfield plantea, en el número 1050 de Domus, que hay “algunas ideas claras para seguir adelante: acercarnos a los usuarios, mantenernos conectados al proceso de creación, buscar inspiración en otros campos, comprometernos con la idea de comunidad, pensar en los recursos y hacer más con menos”. Por otro lado, la arquitecta mexicana Loreta Castro Reguera asegura que “lo que ha dejado en evidencia esta pandemia es lo mal que están hechas las cosas. No todos contemplaban ventilación e iluminación con luz natural y el hecho de poder abrir una ventana, cambia todo. También notamos las infinitas posibilidades que tiene una mesa, lo que significa que convendrá que los espacios tengan esquemas híbridos, tomando en cuenta la posibilidad de trabajar desde casa mediante programas multiusos y flexibles”. En cuanto al espacio público, reconoce que “no tenemos suficientes, ni dinero para mantenerlos. Ahora resulta importante resolver y reprogramar estos espacios en las ciudades, con áreas abiertas que contemplen estrategias en las cuales puedas ver y te puedan ver, que sean infraestructura que provea de otros servicios a la población”. Además, agrega que “estos tiempos pueden ser un catalizador de cómo te mueves en la ciudad y de cómo la adoptas, cómo reordenas los flujos y empiezas a quitarle espacio a la calle; todo, con un programa que incluya a la mayor parte de la población en términos de género y de edad”.
Los arquitectos no vamos a resolver el problema solos. Para lograrlo, tenemos que comprometernos a actuar en consecuencia y con profundidad mediante un diálogo multidisciplinario y holístico. Debemos aspirar a diálogos horizontales pero también multidireccionales, abiertos a escuchar a todas las voces para no dejar a nadie atrás. Necesitamos volver a poner a la persona al centro y no solamente al objeto arquitectónico, ignorando la relación intrínseca entre ellos.
En ese sentido, Hashim Sarkis, director de la Escuela de Arquitectura y Planeación del mit, dijo en una entrevista para The Washington Post Magazine que “como arquitectos, estamos condenados al optimismo”. Aunque nadie sepa con certeza lo que va a pasar en unos meses o en unos años “en lugar de decir… ¿Vale la pena o no? ¿Podemos llegar allí o no? Imaginémoslo, averigüemos cómo llegar”. Y, para empezar, es necesario intentarlo. ~
Es arquitecto, editor y escritor