Al final de la รบltima conversaciรณn larga que tuve con Philip Roth, hablamos de John Updike. No era raro. A veces Updike y yo hablรกbamos de Roth. Una vez John me sorprendiรณ al preguntarme de pronto: โยฟHas estado en la casa de Philip? ยฟCรณmo es?โ Roth tambiรฉn sentรญa curiosidad por saber cรณmo vivรญa Updike y, sabiendo que a veces jugaba al golf con John, me preguntรณ: โยฟY quรฉ tal juega? ยฟEs bueno? ยฟLe ganas?โ No eran enemigos, pero tampoco eran exactamente amigos. Eran rivales y admiradores mutuos: dos de los mejores escritores estadounidenses vivos, cada uno mirando de reojo al otro.
No soy el รบnico que siente agudamente su pรฉrdida. El paisaje parece vacรญo y disminuido: no hay mรกs gigantes. A veces me cuesta pensar en uno sin pensar en el otro, asรญ que eso es lo que me propongo hacer ahora: pensar en Philip Roth y a la vez pensar en John Updike.
Updike y Roth tenรญan prรกcticamente la misma edad โJohn era exactamente un aรฑo y un dรญa mรกs viejoโ y se anunciaron casi a la vez: 1959, cuando Roth publicรณ a los veintisรฉis aรฑos Adiรณs, Columbus, quizรก el debut mรกs llamativo, y ademรกs un National Book Award. Pero Updike, que tenรญa veintisiete, lo igualรณ no solo con una novela, La feria del asilo, sino tambiรฉn con la colecciรณn de relatos La misma puerta. Diez aรฑos mรกs tarde cada uno tuvo su mayor รฉxito popular con una novela que en su explicitud sexual y sus deliberadas provocaciones iba mucho mรกs allรก de lo que habรญa habido antes en la ficciรณn estadounidense y anunciaba lo que acabarรญa siendo, en cada escritor, una preocupaciรณn que se prolongarรญa durante toda su carrera por el tema del deseo masculino. Me refiero, por supuesto, a Parejas, que saliรณ en la primavera de 1968, y El lamento de Portnoy, publicada a comienzos de 1969. De repente, Roth y Updike se convirtieron en los dos escritores mรกs guarros de Estados Unidos, o los mรกs guarros de los que tenรญan credenciales literarias serias. Luego, a mitad de su carrera, cada uno escribiรณ una obra maestra de cuatro volรบmenes sobre un solo personaje: Zuckerman en el caso de Roth, Rabbit (Conejo) en el de Updike. (Por cierto, a Roth le gustaba bromear con la versiรณn judรญa de los libros de Updike: Corre, rabino; El rabino es rico; El rabino en paz.) A finales de los ochenta, con pocos meses de distancia, cada uno de ellos publicรณ una especie de autobiografรญa โUpdike A conciencia: memorias y Roth Los hechosโ y en ambos casos los libros escondรญan al menos tanto como mostraban.
No iban juntos, y sin duda no se imitaban, pero cada uno leรญa al otro โcon interรฉs, admiraciรณn, quizรก un ramalazo de envidiaโ y los dos sabรญan que cada uno estaba creando una obra importante y que nadie mรกs en Estados Unidos (con la posible excepciรณn de Saul Bellow y Toni Morrison) escribรญa al mismo nivel. Hay un momento elocuente y muy divertido en La liberaciรณn de Zuckerman en el que Zuckerman, al abrir el correo, encuentra una fotografรญa sexy de una mujer joven que, vestida con lencerรญa negra, lee una novela de Updike. Tras estudiarla durante buena parte de la maรฑana, la reenvรญa a Massachusetts, con una nota donde le pide a Updike que le mande cualquier foto similar que le hayan enviado por error las fans de Zuckerman.
Los dos eran escritores extraordinarios. Para los lectores significaba presenciar una carrera de obstรกculos literaria: Updike tomรณ la delantera con los primeros dos libros de Conejo; luego, con El escritor fantasma, Roth le alcanzรณ e incluso le tomรณ algo de delantera, antes de tropezar un poco a mitad de carrera mientras Updike, con la segunda mitad de los libros de Conejo, tomaba una gran ventaja, prรกcticamente doblando a Roth. Entonces, justo cuando Roth parecรญa agotado, recuperรณ las energรญas โprobablemente la mayor explosiรณn de segunda mitad de una carrera en la historia de las letras estadounidensesโ con El teatro de Sabbath y la Trilogรญa americana, y Updike se esforzaba por alcanzarlo. Superados los setenta, mucho despuรฉs de que la mayorรญa de escritores se retiren, los dos seguรญan publicando una novela al aรฑo o asรญ. ยฟPodrรกn continuar a ese ritmo?, nos preguntรกbamos todos sus lectores, y la respuesta, asombrosamente, era sรญ.
ยฟEran conscientes de esa carrera de caballos? Estoy seguro de que lo eran, y no me sorprenderรญa que en secreto comparasen las cifras de ventas. โEs que Philip es muy competitivoโ, me dijo una vez Updike. Por su parte, Roth se quejaba de lo prolรญfico que era Updike, y de su costumbre de recopilar hasta sus obras menores en gruesos volรบmenes que publicaba cada pocos aรฑos. โSinceramenteโ, decรญa, โยฟtenemos que leer cada puta palabra que escriba este hombre?โ.
Tuvieron sus desacuerdos. Hay un momento revelador en A conciencia de Updike en el que describe una discusiรณn sobre la guerra de Vietnam. Era en Marthaโs Vineyard en el verano de 1968, justo antes de la publicaciรณn de Parejas y Portnoy, cuando los dos, podrรญamos pensar, rebosaban de promesa y triunfo. Updike, por razones que explica por extenso en A conciencia, estaba incรณmodo con muchas de las protestas contra la guerra que se producรญan entonces, y lo dijo esa tarde. No menciona quiรฉn mรกs estaba ahรญ aparte de รฉl, Roth y su anfitriรณn, el escritor del New Yorker Bernard Taper, pero podemos imaginar que estaban los habituales: los Styron, Jules Feiffer, Robert Brustein, quizรก incluso Lillian Hellman. Updike era el รบnico que defendรญa la guerra, en otras palabras, y sintiรณ que todos estaban contra รฉl: โEn cierto momento Roth, con el tono calmado y cortรฉs de quien ha pasado por muchas sesiones psiquiรกtricas, me seรฑalรณ que yo era la persona mรกs agresiva de la sala. Me hizo pensar. Reflexionando, parecรญa que podรญa ser cierto. ยฟPor quรฉ me mostraba tan vehemente y agitado? […] No solo tenรญa unas frรญas reservas hacia el movimiento contra la guerra; me notaba caliente. Estaba emocionalmente implicado. โAl defender Vietnamโ โel opuesto coloquial a estar โcontra la guerraโโ me estaba defendiendo a mรญ mismo.โ El comentario al margen acerca de que Roth era un veterano del divรกn del psiquiatra parece una pulla โยฟinspirado por una lectura en pruebas de Portnoy?โ pero lo interesante es la necesidad de Updike de convertir la discusiรณn en algo personal. Se sentรญa como un outsider, lo dice en otros lugares del libro, y aunque al final cambiรณ su posiciรณn sobre la guerra, siguiรณ siendo, de forma testaruda, una especie de outsider. A diferencia de Roth, tenรญa muy pocos amigos escritores, y cuando terminaba el trabajo no buscaba refugio en saraos o cenas literarias, sino en el campo de golf.
En 1993, le llegรณ a Roth el turno de sentirse molesto cuando Updike reseรฑรณ Operaciรณn Shylock para el New Yorker, criticando lo que llamรณ la โcada vez mรกs reductora y al mismo tiempo magnificadora fascinaciรณn de Roth consigo mismoโ. La reseรฑa no era ni de lejos tan negativa como otras y no estaba exenta de elogios, como ocurrรญa casi siempre con las reseรฑas de Updike. Pero a Roth le molestรณ que saliera: no le parecรญa que dos maestros debieran dedicarse a criticarse entre sรญ. Empeorando la ofensa, en 1999 Updike publicรณ un artรญculo sobre la biografรญa literaria en la New York Review of Books โno es una de sus mejores piezas, deberรญa aรฑadirโ. En el artรญculo criticaba lo que llama โbiografรญas de Judasโ, libros en los que un escritor se dedica de forma deliberada a pintar un retrato poco favorecedor de un autor, y como ejemplo seรฑalaba tres libros que no son biografรญas sino memorias: el libro de Joyce Maynard sobre su vida con J. D. Salinger; los recuerdos de Paul Theroux sobre su amistad rota con V. S. Naipaul; y el relato de Claire Bloom sobre su matrimonio con Roth. Sobre esta รบltima, escribiรณ: โClaire Bloom, como la exesposa herida de Philip Roth, lo muestra โmientras su matrimonio se deshacรญa rรกpidamenteโ neurastรฉnico hasta el punto de la hospitalizaciรณn, adรบltero, cruelmente egoรญsta y financieramente vengativo.โ
Roth, que en general soportรณ con silencio estoico el ataque de Bloom, escribiรณ una carta a la Review donde proponรญa una revisiรณn pequeรฑa pero crucial: โClaire Bloom, que se presenta como la exesposa herida de Philip Roth, alega que era neurastรฉnico hasta el punto de la hospitalizaciรณn, adรบltero, cruelmente egoรญsta y financieramente vengativo.โ Si se hubiera escrito asรญ, dice, la frase habrรญa tenido โel tono neutral que Updike mantiene cuidadosamente en el resto del artรญculoโ.
Updike respondiรณ en una sola frase y con un tono poco apologรฉtico: โLas revisiones imaginadas del seรฑor Roth me parecen muy bien, pero mi propia formulaciรณn transmite, creo, la misma idea de alegaciones de parte.โ Cuando unos aรฑos mรกs tarde el artรญculo se recogiรณ en un libro, Updike mantuvo la formulaciรณn original. Ahora todo parece poca cosa, pero el resultado fue que no volvieron a hablarse. Creo que Roth terminรณ por lamentarlo. Tras la muerte de Updike escribiรณ: โJohn Updike es el mayor hombre de letras de nuestra รฉpoca, tenรญa la misma brillantez como crรญtico literario y ensayista que como autor de novelas y relatos. Es y serรก siempre un tesoro nacional, como su precursor del siglo XIX, Nathaniel Hawthorne.โ Roth tambiรฉn asistiรณ al homenaje de la New York Public Library y hablรณ con mucho afecto de รฉl en la recepciรณn que hubo. Me dijo: โA veces sueรฑo con John. Estรก detrรกs de mรญ, me mira escribir.โ
Updike, por su parte, siguiรณ fascinado, y un poco asombrado, por la energรญa y productividad de Roth. En una entrevista que concediรณ al britรกnico Telegraph en el otoรฑo de 2008, dijo de Roth: โEstรก aterradoramente dedicado al oficio del novelista. […] Ha escrito mรกs novelas que yo y parece mรกs dedicado que yo al acto de escribir como medio de rehacer el mundo a tu gusto. Pero me ha venido muy bien tenerlo cerca para mejorar como escritor.โ En noviembre de 2008, dos meses antes de morir, me dijo mรกs o menos lo mismo: โEl ejemplo de Roth me hace levantarme antes y esforzarme mรกs.โ
Al final, creo que los dos estaban agradecidos de que existiera el otro, un poco, por utilizar una analogรญa de golf que le habrรญa gustado a Updike, a la manera de Jack Nicklaus y Arnold Palmer: hacรญan que el otro jugara mejor. Roth habrรญa preferido una comparaciรณn de bรฉisbol, asรญ que digamos que eran como Ted Williams y Joe DiMaggio, lo que quizรก estรก aรบn mรกs cerca: los dos eran meticulosos, incluso un poco obsesivos sobre el oficio, mรกs parecidos que Jack y Arnie, y cada uno estableciรณ un rรฉcord que probablemente nunca se igualarรก. El ejemplo de uno hacรญa que el otro se esforzara mรกs.1
En esa รบltima conversaciรณn, Roth tambiรฉn me dijo: โJohn tenรญa mรกs talento, pero creo que quizรก yo saquรฉ mรกs del talento que tenรญa.โ Dirรญa que es mรกs o menos correcto, si hablamos desde el punto de vista de las novelas y olvidamos un momento los logros de Updike como poeta, escritor de relatos, crรญtico de literatura y arte, y hombre de letras en general. Lo que Roth no dijo pero podrรญa haber dicho es que, aunque las mejores frases de Updike quizรก fueran mejores que las de Roth, tambiรฉn escribiรณ muchas peores. (No es casualidad que Updike recibiera el premio a toda una vida por mala escritura sobre sexo en Gran Bretaรฑa.)
Creo incluso que Updike podrรญa haber aceptado la evaluaciรณn que Roth hacรญa de sus carreras. Cada uno tenรญa una idea exacta de sus fortalezas y debilidades y de su lugar en el panteรณn literario. Ninguno de los dos era vanidoso, pero tampoco humilde. Sabรญan dรณnde estaban, y los dos tenรญan la mirada puesta en la posteridad. Se ve en el inmenso cuidado y gestiรณn de la reputaciรณn que mostrรณ Roth al elegir y ayudar a un biรณgrafo, Blake Bailey, y al tomarse tantas molestias para aclarar el relato factual sobre su matrimonio con Bloom y el modelo real del personaje de Coleman Silk en La mancha humana. Updike se oponรญa obstinadamente a que escribieran una biografรญa suya, aunque le escribieron una, como debรญa haber imaginado. Pensaba que su obra debรญa hablar por sรญ misma, pero รฉl tambiรฉn se preocupaba por su legado. En la Biblioteca Houghton de Harvard, todos sus manuscritos estรกn pulcramente conservados y ordenados โquizรก sea el รบltimo de los grandes archivos literariosโ y en la caja que contiene Conejo en paz hay una pequeรฑa bolsa de plรกstico con un papel doblado de una Planterโs Peanut Bar โpor si algรบn futuro estudioso se pregunta sobre ese snack que tanto le gustaba a Conejo.
En otros aspectos, Updike y Roth no podรญan haber sido mรกs distintos. Para seรฑalar la diferencia mรกs obvia, uno era judรญo y el otro no solo era protestante, sino un protestante practicante, que iba a la iglesia. Roth era mรกs divertido: mucho mรกs. Updike tenรญa mรกs encanto, pero en su encanto tambiรฉn habรญa un componente evasivo, una mรกscara. Sentรญas que a veces el verdadero Updike acechaba detrรกs, invisible. Roth tambiรฉn podรญa ser encantador, pero no era evasivo. Aunque escribรญa mucho sobre disfraces y alter egos, Roth no tenรญa ninguno en persona, a menos que estuviera contando un chiste sobre un rabino en un perfecto acento yidis. El verdadero Philip siempre estaba allรญ, vรญvido e inmediato, y siempre sabรญas en quรฉ estaba pensando.
Para Updike, escribir era casi tan fรกcil como respirar, y las frases salรญan prรกcticamente sin volver a pensar en ellas. Le encantaban el proceso editorial, las preguntas, la ediciรณn, la correcciรณn de pruebas, hacรญa cambios en el รบltimo minuto por telรฉfono. Pero afinaba, reparaba, no reescribรญa. Su primera versiรณn era, con mucha frecuencia, la รบltima versiรณn, y a juzgar por todas las cosas efรญmeras que incluรญa en esas grandes colecciones, casi nunca desechaba una palabra. Roth, por otro lado, era un trabajador, revisaba incansablemente, una vez dijo que tiraba cinco pรกginas por cada una que salvaba. Tenรญa muchos falsos comienzos y cambios de direcciรณn. Para รฉl, escribir era trabajo, una tarea dura que, de pie en su escritorio, se cobraba un peaje casi fรญsico.
Y luego estรก la prosa en sรญ: nadie confundirรญa una frase de Roth con una de Updike. Las de Updike estaban muy bien construidas, resplandecรญan con un brillo verbal. Este es el principio del relato โEn la temporada del fรบtbolโ: โยฟRecuerdas una fragancia que las chicas adquieren en otoรฑo? Cuando caminas junto a ellas despuรฉs de clase, aprietan los libros con los brazos y se inclinan hacia delante para prestar una atenciรณn mรกs halagadora a tus palabras, y en la pequeรฑa รกrea รญntima que se forma, esculpida en el aire claro por medio de una media luna implรญcita, hay una compleja fragancia tejida de tabaco, maquillaje, pintalabios, pelo aclarado y ese perfume quizรก imaginario y sin duda elusivo que la lana, en las solapas de una chaqueta o la pelusa de un jersey, parece desprender cuando el cielo de otoรฑo sin nubes como la curva azul de un vacรญo levanta hacia sรญ las alegres exhalaciones de todas las cosas.โ Las frases de Roth eran vigorosas y potentes, avanzaban con urgencia por la pรกgina, y de los dos, era el que tenรญa mejor oรญdo: su escritura estรก viva y llena de voces, la suya y la de sus muchas invenciones. Aquรญ hay un pรกrrafo de La mancha humana. Nathan Zuckerman habla, comenta el escรกndalo de Bill Clinton y Monica Lewinsky, pero solo Roth podrรญa haber escrito esto. Parece brotar, como una tirada de indignaciรณn, improvisada, pero merece la pena escuchar la precisiรณn con la que la sintaxis encaja, como una caja de cambios, mientras la voz reverbera cada vez mรกs alto:
Era el verano en el que la nรกusea volviรณ a Estados Unidos, en el que las bromas no cesaban, en el que la especulaciรณn y las teorรญas y la hipรฉrbole no se detenรญan, en el que la obligaciรณn moral de explicar a tus hijos la vida adulta quedรณ abrogada a favor de mantener en ellos cualquier ilusiรณn sobre la vida humana, en el que la pequeรฑez de la gente resultaba simplemente aplastante, en el que se habรญa desatado un demonio y, en ambos lados, la gente se preguntaba: โยฟPor quรฉ estamos tan locos?โ, en el que los hombres y las mujeres, al levantarse por la maรฑana, descubrรญan que durante la noche, en un estado de sueรฑo que los transportaba mรกs allรก de la envidia y el odio, habรญan soรฑado con la indecencia de Bill Clinton. Yo mismo soรฑรฉ con una pancarta gigantesca, dibujada de forma dadaรญsta como una pieza de Christo que va de un extremo de la Casa Blanca a otro con la leyenda aquรญ vive un ser humano. Era el verano en el que โpor enรฉsima vezโ el batiburrillo, el caos y el desastre resultaban mรกs originales que la ideologรญa de este y la moralidad de aquel. Era el verano en el que el pene de un presidente estaba en la cabeza de todo el mundo, y la vida, con toda su desvergonzada impureza, confundรญa de nuevo a Estados Unidos.
Y, sin embargo, pese a todas las diferencias, los dos escritores tenรญan mucho en comรบn, mรกs de lo que parece a primera vista. A los dos les encantaba la oficina de correos, por ejemplo, y la empleaban a menudo para mandar generosas y alentadoras cartas de apreciaciรณn (o postales) a escritores mรกs jรณvenes. Los dos tuvieron dos esposas y numerosas novias. Pero, para empezar, los dos eran hijos de la Depresiรณn, algo que ayuda a explicar sus constantes hรกbitos de trabajo, sus discretos estilos de vida, su precauciรณn ante el รฉxito fรกcil. Los dos vivieron la Segunda Guerra Mundial, aunque eran demasiado jรณvenes para combatir en ella, y compartรญan el optimismo y la claridad moral de esa era: una creencia en la bondad de Estados Unidos, su progreso y su excepcionalismo. Por eso le costaba tanto a Updike oponerse a la guerra de Vietnam, y por eso Roth siempre insistรญa en que era en primer lugar estadounidense y en segundo lugar judรญo. Los dos se hicieron ricos pero, a diferencia de, digamos, Saul Bellow โcon sus Borsalinos y camisas Sulkaโ no alardeaban de ello. Conducรญan Volvos y se vestรญan como profesores de universidad.
Luego estaba el haber crecido en una ciudad pequeรฑa. Espera, vas a decir: ยฟRoth no se crio en Newark, que entonces era una ciudad aรบn mรกs grande y floreciente que ahora? Tรฉcnicamente, sรญ. Pero me parece que en muchos aspectos el barrio Weequahic de Roth no era tan distinto del Shillington, Pensilvania, de Updike: un mundo pequeรฑo y casi encerrado en sรญ mismo, con sus propias costumbres, sus propios rituales, su propia etnicidad especรญfica (judรญa en un caso, holandesa de Pensilvania en el otro), un lugar en el que todo el mundo conocรญa a todos los demรกs, y lo que hacรญan todos los demรกs. Un par de veces Roth me hablรณ de su viejo barrio, y me gustarรญa haber apuntado lo que dijo. Pero asรญ es como lo describe en La conjura contra Amรฉrica (traducciรณn de Jordi Fibla):
Si mirรกbamos hacia el oeste desde la ventana trasera de nuestro dormitorio, a veces el alcance de nuestra visiรณn tierra adentro llegaba hasta el oscuro lรญmite de la vegetaciรณn aรฉrea de los Watchungs, una sierra baja bordeada de grandes fincas y barrios residenciales ricos y escasamente poblados โel extremo del mundo conocidoโ que se hallaba a unos doce kilรณmetros de nuestra casa. A una manzana al sur se encontraba la poblaciรณn obrera de Hillside, la mayorรญa de cuyos habitantes eran gentiles. La linde con Hillside seรฑalaba el comienzo del condado de Union, una Nueva Jersey por completo distinta. […] Todos eran judรญos. Los hombres del barrio o bien tenรญan negocios (los dueรฑos de la confiterรญa, el colmado, la joyerรญa, la tienda de prendas de vestir, la de muebles, la estaciรณn de servicio y la charcuterรญa, o propietarios de pequeรฑos talleres industriales junto a la lรญnea Newark-Irvington, o autรณnomos que trabajaban como fontaneros, electricistas, pintores de brocha gorda o caldereros), o eran vendedores de a pie, como mi padre, que un dรญa tras otro por las calles de la ciudad y las casas de la gente iba vendiendo sus gรฉneros a comisiรณn. Los mรฉdicos y abogados judรญos, asรญ como los comerciantes triunfadores que poseรญan grandes tiendas en el centro de la ciudad, vivรญan en casas unifamiliares en las calles que partรญan de la vertiente oriental de la colina donde estaba la avenida Chancellor, mรกs cerca del parque Weequahic, con sus prados y รกrboles, ciento veinte hectรกreas de terreno ajardinado cuyo estanque con botes, campo de golf y pista de carreras de caballos trotones separaba la secciรณn de Weequahic de las plantas industriales y las terminales de carga que se sucedรญan a lo largo de la Ruta 27 y el viaducto del ferrocarril de Pensilvania al este de esa zona, el floreciente aeropuerto mรกs al este y el mismo borde del continente todavรญa mรกs al este.
Roth y Updike eran hijos adorados, mimados, cuidados por madres que los admiraban: prรญncipes de sus propias casas. Updike me contรณ una vez que se sentรญa mรกs afortunado que Roth porque no tenรญa que compartir la atenciรณn de sus padres con un hermano; le gustaba ser hijo รบnico, decรญa, porque significaba que todo el cariรฑo y la admiraciรณn eran solo para รฉl. Pero me parece que el hermano de Roth, Sandy, cinco aรฑos mayor, era menos un rival que un mentor, como a veces son los hermanos mayores, y un parachoques. รl tambiรฉn adoraba al joven Philip. Asรญ que los dos eran un poco mimados: les enseรฑaron a creer que eran especiales. Pero tambiรฉn eran decentes, trabajadores, buenos estudiantes, populares entre los chicos y las chicas. A los dos les encantaba la cultura pop de su รฉpoca: las pelรญculas, las canciones, los cรณmics de los domingos. A los dos les encantaba el bรฉisbol. Tambiรฉn eran grandes lectores, posiblemente Roth fuera el mรกs ambicioso de los dos. Al joven Updike, lo sabemos, le gustaban Thurber, Benchley y Agatha Christie. En un ensayo de ยฟPor quรฉ escribir?, su รบltimo libro, recogido en Library of America, Roth dice que sus lecturas adolescentes incluรญan a Theodore Dreiser, Sherwood Anderson, Sinclair Lewis y Thomas Wolfe. Los dos tuvieron carreras universitarias brillantes. En Bucknell, Roth dirigรญa la revista literaria del campus, Et Cetera, donde mostrรณ su don para la parodia: era como un Jonathan Swift judรญo, presumรญa, Swiftberg. Updike se convirtiรณ en el presidente del Harvard Lampoon, donde colaboraba con piezas de humor y viรฑetas. Despuรฉs de graduarse, Roth y Updike se solaparon en el New Yorker โo, mรกs bien, estuvieron a punto de hacerloโ. Roth me contรณ que le ofrecieron un puesto en el departamento de fact-checking, pero lo rechazรณ y se marchรณ a hacer estudios de posgrado. Probablemente fue mejor. Updike ya estaba establecido en la revista โun prodigio que entregaba ficciรณn, versos ligeros y piezas para la secciรณn Talk of the Townโ y la imagen de un joven Roth probablemente envidioso y resentido mirando entre las pruebas de Updike en busca de errores es demasiado perturbadora como para demorarnos en ella.
Los dos sentรญan una devociรณn casi sacerdotal por su vocaciรณn. A diferencia de Roth, Updike tenรญa familia โuna mujer y cuatro hijos y despuรฉs una segunda mujer y tres hijastrosโ, pero era el primero en admitir que amaba mรกs su trabajo. En una ceremonia conmemorativa, su hija Liz lo recordaba como un hombre amable, atento, pero seรฑalรณ que siempre pensaba que lo compartรญa con alguien mรกs, alguien mรกs importante: su obra, una pila de libros tan alta como รฉl.
Parece que Roth tomรณ la decisiรณn deliberada de no tener familia, precisamente para no tener que dividir su atenciรณn: para poder dedicar mรกs horas, periodos tan largos y solitarios que, como bromeaba, a veces se descubrรญa hablando con las marmotas al regresar hacia su estudio. โVivo solo, no hay nadie mรกs de quien sea responsable, o con quien tenga que pasar el tiempoโ, le dijo Roth a David Remnick. โNo tengo que sentarme y ser ameno o divertido. Leo hasta la hora que quiero. Si me levanto a las cinco y quiero ir a trabajar, salgo y voy a trabajar. Asรญ que trabajo, estoy de guardia. Soy como un mรฉdico y es la sala de urgencias. Y yo soy la urgencia.โ Esta decisiรณn de todo-o-nada โde dedicarse exclusivamente a su arteโ probablemente le costรณ a Roth mรกs de lo que sabe la mayorรญa de nosotros. Uno de los momentos mรกs conmovedores de su homenaje fueron varios recuerdos sobre lo mucho que le gustaban los niรฑos y lo bien que se llevaba con ellos. Es algo que nunca habrรญamos imaginado por los libros. Lo sabemos todo del amor filial de Roth, sobre todo acerca del amor que un hijo siente por su padre, pero que tambiรฉn comprendiera el amor que un adulto siente por un niรฑo era un secreto que mantenรญa a resguardo de todos salvo los mรกs cercanos.
Decir que, por encima de todo, Philip Roth y John Updike eran escritores estadounidenses puede parecer obvio, una perogrullada. Pero eran escritores estadounidenses de un tipo muy particular: es lo que mรกs compartรญan. Los dos practicaban un tipo de realismo muy estadounidense: compartรญan una fe casi religiosa en la importancia de los hechos y los detalles en sรญ mismos. Los dos sentรญan pasiรณn por la exactitud, por decir las cosas como eran. Puedes ver esta bรบsqueda de la exactitud, por ejemplo, en la meticulosa descripciรณn de cรณmo se hace un guante al principio de Pastoral americana, o en la precisa reconstrucciรณn que Updike ofrece en Conejo es rico sobre cรณmo funciona un concesionario. โDar a lo mundano la belleza que mereceโ: asรญ describรญa Updike esa parte del trabajo. En un discurso que dio cuando cumpliรณ ochenta aรฑos, Roth lo expresรณ de esta manera:
…la pasiรณn por lo especรญfico, por la hipnรณtica materialidad del mundo en el que uno estรก, se encuentra en el corazรณn de la tarea que cada novelista estadounidense ha afrontado desde Herman Melville y su ballena y Mark Twain y su rรญo: descubrir la descripciรณn verbal mรกs asombrosa y evocadora para cada cosa estadounidense. Sin una fuerte representaciรณn de la cosa โanimada o inanimadaโ, sin la crucial representaciรณn de lo que es real, no hay nada. Su concreciรณn, su foco descarado en todos sus aspectos mundanos, un fervor por lo singular y una profunda aversiรณn hacia las generalidades, es el alma de la ficciรณn. Es de una escrupulosa fidelidad a la ventisca de datos especรญficos que es una vida personal, de la fuerza de su irreductible particularidad, de su naturaleza fรญsica, de donde la novela realista, la insaciable novela realista, con su multitud de realidades, deriva su implacable intimidad. Y su misiรณn: retratar la humanidad en su particularidad.
Lo fascinante de esta declaraciรณn de fe en el realismo, en detalles y particulares, es que el Roth de la parte central de su carrera โel Roth de La contravida, Los hechos, Operaciรณn Shylock, Engaรฑoโ podrรญa no haberla suscrito. El gran tema de esa รฉpoca de Roth es la vocaciรณn de la escritura, y los libros estรกn llenos de disfraces, alter egos y distintas versiones del ser, incluso โhechos alternativosโ, por usar el tรฉrmino de la eminente crรญtica literaria Kellyanne Conway. Tratan de lo ficticio de la ficciรณn, su artificio, las formas en que puede engaรฑarnos.
Eso no quiere decir que Roth estuviera coqueteando con el posmodernismo, o al menos no con la alta versiรณn francesa que dice que el lenguaje es parcial e inestable y que no existe la verdad. Lo que hace de La contravida su obra maestra en ese sentido es que las varias contraversiones de ese libro estรกn evocadas con una riqueza de detalles minuciosamente observados: es casi un hiperrealismo. Las contravidas compiten entre sรญ por ser mรกs creรญbles y desafรญan al lector para que las crea.
Tras Engaรฑo, que me parece un libro efectista, cuyo verdadero tema es su propia fabricaciรณn, Roth, como sabemos, viviรณ una especie de cambio y, transportado por ese extraordinario segundo impulso, produjo algunas de sus mejores obras, entre las que estรกn El teatro de Sabbath y la Trilogรญa americana: Pastoral americana, Me casรฉ con un comunista, La mancha humana. Hay muchas explicaciones del asunto. Su regreso a Estados Unidos. La superaciรณn de la crisis que ocasionรณ el doloroso fin de su matrimonio con Claire Bloom. Su descubrimiento, en el personaje del priรกpico Mickey Sabbath, que tiene tanto un Ello como una voz absolutamente sin frenos โes capaz de decir y hacer cualquier cosaโ, de parte de la misma libertad que habรญa encontrado con Portnoy. A esa lista aรฑadirรญa su abrazo โo quizรก fuera un retornoโ de la pasiรณn por lo especรญfico, de la hipnรณtica materialidad del mundo. Esa era una fe de la que Updike, devoto protestante, nunca se desviรณ. Pero en El teatro de Sabbath puedes notar cรณmo Roth cobra conciencia de ella otra vez. Es frecuente decir que esa novela es un triunfo de la voz, que lo es, pero tambiรฉn es un libro en el que Mickey despierta al poder de un lugar โla ribera de Jerseyโ que se recuerda con gran detalle. Hay un momento crucial del libro que consiste simplemente en una lista de dos pรกginas de todo lo que encuentra Mickey cuando abre una caja que contiene pertenencias de su difunto hermano, derribado sobre las Filipinas en la Segunda Guerra Mundial: su hoja de servicios, algunas fotografรญas, un cinturรณn monedero negro, un neceser, que incluye una pastilla de jabรณn Ivory sin abrir, una maquinilla de afeitar Majestic Dry en una pequeรฑa caja roja. โCon cableโ, dice Mike. โPelos de la cabeza. Los pelos microscรณpicos de la barba de mi hermano.โ Eso es algo mรกs que una descripciรณn comรบn. Detrรกs estรก la pasiรณn de un enciclopedista, un impulso por apuntarlo todo, cada detalle, porque cada detalle importa.
En ese discurso por su ochenta cumpleaรฑos, Roth terminรณ leyendo un largo fragmento del final de El teatro de Sabbath, unas pรกginas, dijo, que le parecรญan de las mejores que habรญa escrito. Mickey estรก en un cementerio en la costa de Jersey, buscando las tumbas de sus padres, sus abuelos y su querido hermano. Recuerda cuando crecรญa en su viejo barrio y termina dirigiรฉndose a su abuela. Al hablar de su hermano, le dice: โCada dรญa de su vida volvรญa a casa. Renovado infinitamente cada dรญa. Y la maรฑana siguiente va a morirse. Pero, claro, la muerte es el infinito por excelencia, ยฟno? ยฟNo te parece? Bueno, por si vale algo, antes de pasar a otra cosa: nunca he comido una mazorca de maรญz sin recordar con placer el frenesรญ devorador tuyo y de tu dentadura postiza y la repugnancia que producรญa en mi madre. Me enseรฑรณ mucho mรกs que suegras y nueras. Me lo enseรฑรณ todo.โ Aquรญ hay todo un mundo resumido en una mazorca de maรญz, en una escritura tan vรญvida y particular que la expresiรณn โfrenesรญ devoradorโ por un momento, en todo caso, casi devuelve a los muertos a la vida.
En los cuentos que Updike escribiรณ a mitad de su carrera, regresaba una y otra vez al mismo lugar: la casa de arenisca en Shillington, Pensilvania, donde pasรณ la adolescencia y, mรกs tarde, donde su madre viuda pasรณ el final de su vida. Updike empezรณ a escribirlos en el New Yorker, y aunque yo era muy fan โun idรณlatra: no es exageradoโ recuerdo pensar: ยกOh, no, otra vez no! Y, sin embargo, milagrosamente, en cada visita lograba descubrir algo nuevo, y los lectores llegaron a conocer esa casa โesa era la verdadera magiaโ todavรญa mejor que sus hogares infantiles. Updike conjuraba โel cubo de carbรณn en el sรณtano, los estantes llenos de conservas caseras, la nevera marrรณn, el fregadero negro de piedra, el linรณleo torcido de la cocina con el patrรณn de pequeรฑos ladrillos entrelazados, el candelabro de vitral en el salรณn, el pilar de la entrada con decoraciรณn a su alrededor como anillos de Saturnoโ.
En una escala mรกs amplia, mรกs novelรญstica, me parece que Roth hizo mรกs o menos lo mismo con su barrio de Weequahic. Volvรญa a รฉl no solo como escenario para sus tramas sino como un lugar de profundo significado โes Estados Unidos en miniaturaโ y le daba vida no con tรณpicos y generalidades sino con detalles especรญficos. No solo lo evoca, sino que delinea todos los puntos de referencia: Weequahic Park, el parque infantil en Chancellor Avenue, Meisnerโs Cleaners, el puesto de perritos calientes de Syd, la joyerรญa de Abelson, el deli de Zabachnik. En Pastoral americana, en el discurso que escribe pero no llega a dar en la reuniรณn por el 45 aniversario de su instituto, Zuckerman dice, pensando en su antiguo barrio: โยฟAlgรบn sitio te ha fascinado tanto con su ocรฉano de detalles? Los detalles, la inmensidad de los detalles, la fuerza de los detalles, el peso de los detalles: la rica infinitud de los detalles que te rodeaban en tu joven vida como los dos metros de tierra que se apilarรกn sobre tu tumba cuando estรฉs muerto.โ
El detalle definitivo, la muerte, atormenta al Roth tardรญo mucho mรกs que a Updike, que parece melancรณlico ante la idea pero no, como Roth, horrorizado e incapaz de apartar la mirada. Piensa en la cantidad de cementerios que hay en Roth, y especialmente en el gran cementerio hacia el final de Elegรญa, donde el enterrador describe su oficio. โCavo de delante hacia atrรกs, cavo una serie de franjas paralelas, y a medida que avanzo uso el cortabordes para cuadrar el hoyo. Utilizo eso y una horqueta rectaโฆ la llaman horqueta pala. Tambiรฉn la utilizo para los bordes, para golpearlos, recortarlos y hacer que el hoyo sea rectangular. Uno tiene que mantenerlo rectangular a medida que avanza.โ (Traducciรณn de Jordi Fibla.) No es una mala descripciรณn, si lo piensas, de la forma que tenรญa Roth de hacer sus frases. La analogรญa mรกs alegre que Updike empleaba a menudo era la carpinterรญa. Esta descripciรณn de otro artista viene de un artรญculo de no ficciรณn que describe unas obras que รฉl y su primera mujer habรญan hecho en una casa muy vieja: โEl carpintero dio la espalda a nuestras paredes inclinadas y tomรณ la vertical de una lรญnea de plomo y la horizontal con un nivel de burbuja, y se puso a trabajar a la luz de esos absolutos. Poner las tablas en su sitio obligaba a hacer muchos de esos cortes largos, irregulares y oblicuos con una sierra que rompen el corazรณn del amateur. La estanterรญa y el banco y el armario de la cocina que dejรณ estaban perfectos en una casa absurda. Su rectitud disciplina.โ
Una rectitud severa, sรณlida, que disciplina: eso es la esencia de lo que quiero llamar realismo estadounidense. La ves, luminosa, en la pintura del siglo XIX, en la obra de Thomas Eakins y Winslow Homer, y la ves en la escritura de estos dos grandes pintores de palabras. Sin atajos, sin maquillaje: solo el mundo en su hermosa banalidad y su aterradora impermanencia. ~
Traducciรณn del inglรฉs de Daniel Gascรณn.
Publicado originalmente en The Hudson Review.
1 Por si hay expertos en bรฉisbol por aquรญ, deberรญa aรฑadir que sรฉ que la analogรญa no es perfecta. DiMaggio siempre jugaba mejor en Fenwey Park, y Williams estaba mejor en Yankee Stadium, asรญ que para que la comparaciรณn funcionara de verdad Roth deberรญa haber escrito de blancos anglosajones protestantes y Updike de judรญos.
es periodista y exdirector de The New York Times Book Review.