Yoga y coca, de Alejandra Maldonado (Ciudad de México, 1975), parece contener todos los ingredientes que las plataformas de streaming buscan para atraer a la audiencia juvenil: una protagonista que no es precisamente guapa pero que atrae a los hombres, la búsqueda del amor, mucho sexo, fiestas y humor negro. Sin embargo, sería un error pensar en él como en una comedia romántica. La de Blanca Potente no es la historia de ninguna chica ingenua dispuesta a todo por conseguir un marido, sino la de una mujer presa de sus adicciones que busca su lugar en un mundo tan caótico y acelerado como ella.
Criada por su abuela y tras estudiar en un colegio de monjas de provincia, Blanca llega a los diecisiete años a la Ciudad de México para ingresar en la universidad y adentrarse al mundo de las letras. Al graduarse de comunicación audiovisual de una escuela que ella describe para “ricos bohemios”, se da cuenta de que la literatura no deja lo suficiente. Luego de publicar sus primeros cuentos en Moho, la revista literaria de Will Fandelli, un escritor consumado con envidiable olfato para identificar coca de buena calidad y jóvenes promesas literarias –cualquier parecido con Guillermo Fadanelli no es mera coincidencia–, decide adentrarse en la publicidad. El plan es trabajar un año en una agencia y ganar lo suficiente para después renunciar y dedicarse a escribir. Así, Blanca intenta balancear su vida como sacerdotisa corporativa del mal, como ella se define, y escritora que sueña con vivir del arte. Al final, la vorágine capitalista la absorbe y la aleja de la literatura.
Pero Blanca no busca en realidad vocación, sino el amor. Desde muy joven su fascinación por los guapos la ha llevado de una decepción amorosa a otra. Excompañeros de la preparatoria, ligues ocasionales, extranjeros que conoce en la playa, compañeros de trabajo, no importa quiénes sean o dónde los haya conocido, el resultado siempre la llevará a cuestionarse si esa es su última oportunidad para tener una relación. Con el paso de los años, Blanca se da cuenta de que aquella educación sentimental que cada fin de semana recibió de la mano de las comedias románticas es insuficiente para el mundo real. Ni en La laguna azul ni en Pídele al tiempo que vuelva los galanes se muestran todo lo abusivos y violentos que pueden llegar a ser. Es así como encuentra en las drogas un aliciente para agarrar valor y poner límites a todo aquel que quiere pasarse de listo con ella. Un escape que le permite liberarse de todo lo que carga encima.
La razón por la que es fácil imaginar una adaptación televisiva de la novela no es solo su tema, que podría considerarse un lugar común dentro de las series hechas en México, sino su estilo episódico: cada capítulo tiene a un interés amoroso en el centro y las líneas argumentales se desarrollan conforme la protagonista crece. Mediante varios saltos temporales, los lectores acompañamos a Blanca desde sus primeros besos a escondidas de su abuela al momento en que cumple más de cuarenta años y se pregunta cuánto falta para que llegue la menopausia. La estructura televisiva también se percibe en aquellas ocasiones en las que Blanca asume el rol de directora y da indicaciones a cámaras imaginarias sobre qué aspectos filmar de su vida: “La cámara toma mi punto de vista y tengo un pensamiento que aparece en gráficos sobre la pantalla: ‘Estás donde tienes que estar a tus veinticinco, justo antes de comenzar a caducar. El tiempo es cruel con las mujeres, no lo desaproveches’.”
Tal y como el título deja en claro, la vida de Blanca oscila entre dos polos: la sobriedad y la adicción. Todas las personas con las que Blanca se relaciona, de los escritores a los ejecutivos de las agencias, consumen diferentes tipos de sustancias para relajarse, dejar fluir la imaginación o desconectarse de todo y de todos. Lo refrescante de Yoga y coca es que no emite ningún juicio moral sobre ellas: ni las promueve ni las demoniza. Para Blanca ni el alcohol ni las drogas fueron los culpables de sus decisiones y su vida no se arruinó a partir de la noche en que probó su primera tacha. Si bien reconoce que los periodos de sobriedad fueron también los más productivos, también admite hacia el final que su verdadera adicción no es a la mariguana o a la cocaína, sino a los hombres, al trabajo, al ejercicio y a la búsqueda del amor.
En varias entrevistas Maldonado ha asegurado que su libro es una reflexión sobre lo que significa ser mujer en un mundo sumergido en el capitalismo tardío. Misión por demás ambiciosa porque es difícil pensar en una sola condición femenina en la actualidad. Sin embargo, varias lectoras se identificarán con las exigencias que la sociedad impone a Blanca y que provocan ansiedad, frustraciones e inseguridades. “Ahora que estoy tragando mierda tratando de recuperar mi rutina disciplinada, puedo ver claramente que una de las cosas que más me gustan de tener un romance es que me olvido de mis responsabilidades y dejo de autoexplotarme sin remordimientos. Si no escribo, ni medito, ni hago ejercicio; si despilfarro mi dinero, no me importa, la emoción lo vale todo.” El amor es esa droga que busca con desesperación, pero una vez encontrada termina por ser insuficiente.
Se agradece que Dharma Books incluya en su catálogo una novela que no tiene miedo a cuestionar, con un tono despreocupado, las ideas que tenemos acerca de las relaciones amorosas y el consumo de drogas. Sin embargo, llama la atención la falta de cuidado editorial. Es cierto que no hay libro sin erratas, pero en esta ocasión los editores dejaron ir varias muy obvias –mezcalina por mescalina, siervo en vez de ciervo, por poner dos ejemplos–. Nimiedades si se considera que el relato jamás pierde ritmo, pero que a los lectores más exigentes pueden incomodar.
Aunque la autora haya ganado una beca del Fonca, compaginado la creación literaria con la publicidad y mantenido una relación con las drogas, al igual que la protagonista, no hay en las páginas de este libro ningún afán confesional. En medio del auge por la autoficción, la novela de Maldonado se distingue por no tomarse la literatura y la vida con demasiada seriedad. Su principal atributo es la ligereza y el humor con el que Blanca poco a poco se va desencantando de su trabajo, del arte y de los hombres. La sucesión de sus amoríos fracasados y sus intentos inútiles por dejar sus malos hábitos no pretenden brindar lecciones sobre cómo vivir.
Yoga y coca es ese momento de lucidez en plena cruda, una colección de los errores amorosos y etílicos que una jura no volver a cometer, pero de los que no siempre puede escapar. ~
estudió literatura latinoamericana en la Universidad Iberoamericana, es editora y swiftie.