Simulacro de intimidad individual

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Salir de la realidad es el último refugio del yo individual, que ha sido descartado de la propia realidad: nada avala la existencia del ser individual pues todo está entrelazado, un árbol es parte del bosque, etc. El individuo ha sido un prolongado anhelo colectivo, una aspiración tal vez equiparable a otras malformaciones o fallos fisiológicos que han aquejado a la especie.

Que el desvelamiento de la realidad esté todavía en el futuro (unos diez años, según las previsiones más pesimistas) no impide que se hayan desmontado ya los mitos y leyendas que la han empañado durante milenios. Lo más difícil ha sido desbrozar los tres últimos siglos, plagados de nuevos mitos tan ilusionantes y tan recientes que fijaron la creencia de que los endebles principios que los sostenían se podían demostrar, replicar, etc.

La misma ciencia que ofuscó el camino ha servido para despejarlo; ahora se espera que ella misma elucide qué es y cómo funciona lo real.

Solo queda insistir, aumentar recursos y aprovechar el trabajo en red que permite, por ejemplo, seguir la fusión de dos estrellas de neutrones y el nacimiento de un pequeño agujero negro gracias a la coordinación de todos los telescopios terrestres y espaciales.

Respecto de los antiguos mitos hay algunos que se dan por confirmados. Así, la vigilancia universal, encarnada en diversas religiones y mitologías en el famoso ojo de Dios, la divinidad omnipresente que todo lo ve, se ha verificado en múltiples experimentos como algo inherente a la configuración del mundo; si bien es una vigilancia sin el factor opresivo o de autoridad, al menos mientras no se demuestre lo contrario. De momento es una transparencia sin sentido que no premia ni castiga, al menos que se sepa.

Por esta presunta asepsia que adjudica la omnisciencia universal a la naturaleza, esta vigilancia goza de más aceptación entre la ciudadanía que sus versiones anteriores, tanto las milenarias –teológicas– como las recientes –tecnológicas– que ya generaban recelos y rechazo y que eran menos omniscientes que las naturales que ahora rigen.

Esta nueva omnisciencia inocua –control universal de los actos, de los pensamientos y de todo en general– se ha instalado ya en la conciencia de la población, excepto allí donde subsisten las religiones y sus secuelas. La época en la que las tecnologías de uso común desempeñaron estas funciones, más en el imaginario popular que en los hechos, adiestró a la ciudadanía para aceptar el nuevo paradigma: si de todas formas te vigilan, mejor que sea un mecanismo de la propia naturaleza. Está por descubrir si cada ser vivo o cosa (si se puede mantener esa distinción) puede acceder a esa omnisciencia natural y, en su caso, qué tendría de hacer para lograr ese acceso.

La omnisciencia universal deriva de la conexión de todo lo que se ha citado al principio: quedan pocos resquicios para dudar de que este vínculo íntimo o entrelazamiento se debe a la propia naturaleza de lo existente que, como preconizaron algunos filósofos, es una y la misma.

Apenas faltaría precisar cuál es la partícula (onda, lo que fuere) elementalísima que subyace al enjambre de pululaciones virtuales que compiten en número creciente por tan eminente puesto.

El último prehallazgo –que citamos, no sin rubor, por su obviedad– adjudica ese rango elemental a la vibración de las partes, siendo estas, a su vez, energía que se manifiesta de diversas formas y que quizá la próxima generación –de personas, máquinas o mixta– sepa plasmar en un renglón que aclare y fije, al menos para unas decenas de años, cuál sea el fluir del mundo. Puesto que el instrumento de medir interviene en lo que se observa damos por hecho que nuevos medios conformarán las siguientes realidades.

En este mundo aún por concretar las personas tal vez aceptan la vigilancia del panóptico mutuo, la conexión universal, pero hay indicios de que un porcentaje de población se resiste, sin decirlo, a asumir la pérdida de la individualidad que durante tanto tiempo –para la gran mayoría, toda su vida– fue una creencia esencial y quizá también supuso la conquista de un anhelo largamente incubado.

Así que mientras se elucida la fórmula que tal vez rige el mundo siempre queda, para quien lo necesite, un recurso para lograr aquella intimidad individual: cualquier persona que renuncie a todo puede experimentar un yo único e inexpugnable y disfrutar de una íntima soledad que no puede ser vigilada, grabada o perturbada por nada ni nadie (ni siquiera por ella misma).

Por renunciar a los atributos del tiempo –sentimiento, pensamiento, anticipación, memoria–, el ser humano alcanza la mismidad esencial que tal vez siempre deseó. Como este punto cero no consume energía podría mantenerse eternamente en esta nada inmóvil que le exime de la realidad y le da, si lo desea, la permanencia indefinida y el poder ilimitado en potencia.

Por supuesto, si intenta ejercer tal poder o incurre en pensar, recordar o sentir, regresa a la realidad y, de nuevo, le devora la entropía.

nota: Esta intimidad absoluta puede sufrir una limitación digna de reseñarse. Tal como ha documentado el prestigioso cirujano retirado Luis Sans Segarra verificando numerosos testimonios de experiencias cercanas a la muerte (ecm) y sus paralelismos con la física cuántica, hay situaciones en las que hasta esta intimidad ficticia o simulada puede ser vigilada o al menos alterada. El éxito de ventas del libro de Sans Segarra La supraconciencia existe. Vida después de la vida, y la asistencia de público a sus conferencias (con precio de 36€ cada localidad llenó de público la sala Mozart del Auditorio de Zaragoza el pasado 28 de octubre) advierte que personas en ecm podrían interferir también en el simulacro de intimidad. ~

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(Barbastro, 1958) es escritor y columnista. Lleva la página gistain.net. En 2024 ha publicado 'Familias raras' (Instituto de Estudios Altoaragoneses).


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