Astroannimal

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Anne McClain, una astronauta de cuarenta años que la NASA ha seleccionado para que sea la primera mujer en pisar la Luna, acaba de ser exonerada por un tribunal de Houston, Texas, de cometer un crimen mientras estaba destinada en la Estación Espacial Internacional, en una misión de seis meses.

El crimen del que la acusaban, que hubiera sido el primero en el espacio, no era un asesinato, como hubiera podido inventar un novelista con imaginación, y como seguramente los lectores hubiéramos agradecido, sino solo una suplantación de identidad, el acceso a información financiera de su esposa, con la que estaba en trance de divorcio, además del envío de e-mails amenazantes desde las alturas.

Anne McClain nació en 1979 en una pequeña ciudad del estado de Washington, en el extremo oeste de los Estados Unidos, a poco menos de doscientos kilómetros de la frontera canadiense. Se formó como universitaria y aviadora, y como piloto de combate participó en la operación Libertad Iraquí, o Segunda Guerra del Golfo, que en 2003 acabó con Sadam Hussein, con su régimen y con la estabilidad del país, que desde entonces ha perdido entre 150.000 y un millón de sus habitantes, muertos a manos de los invasores y en las guerras civiles subsiguientes durante veinticinco años del caos subsiguiente.

Durante la invasión Anne participó, a los mandos de su avión, en 216 vuelos de combate. Aunque no se trataba propiamente de combates aéreos, ya que las fuerzas aéreas iraquíes habían dejado de existir: Sadam, sabiendo que sus aviones eran obsoletos y escasos, envió algunos a refugiarse en Irán, que se apoderó de ellos en concepto de indemnización por la guerra de los años ochenta entre los dos países, y mandó ocultar los demás, enterrándolos en los alrededores de sus bases, donde años más adelante se encontraron, más o menos inservibles.

De manera que no se sabe muy bien qué haría, durante esas 216 misiones, la teniente coronel Anne McClain. Como no es probable que la mandasen a sacar su F-16 de paseo durante 800 horas en total para disfrutar del despejado cielo iraquí, y como se le impusieron varias condecoraciones, es lógico deducir que se dedicó a bombardear o ametrallar estructuras, columnas y posiciones del ejército enemigo, sin correr mucho riesgo. Aunque ganó un montón de medallas, no es lo que se puede definir como una ejecutoria épica.

De vuelta a casa se dedicó a entrenar a nuevos pilotos y seguir cursos de especialización en la base de Fort Rucker, Alabama, hasta ser seleccionada por la NASA como aspirante a astronauta. En el año 2014 se casó con Summer Worden, exoficial del Ejército del Aire, madre de una niña por la que Anne sentía también un gran afecto. En resumen: si no una excepción, un paradigma de mujer moderna, atrevida y franca en su vida amorosa y profesional, responsable, tan capaz como cualquiera –como cualquier varón– en un ambiente, el del ejército, tradicionalmente tan masculino.

(Como en este caso se dan los datos de que la protagonista sea mujer y lesbiana, me pregunto si me ha llamado la atención en primer lugar por una inconsciente reactividad de signo machista. Me respondo, a bote pronto, que desde luego la femineidad, y homosexualidad asumida, insertas en un contexto paradigmáticamente macho le añaden al perfil de Anne una atracción acaso perversa o ruin, pero bienvenida si sirve de catálisis de un interesante fenómeno oculto. Pero no quiero detenerme mucho a pensar en mis motivaciones, me interesan más estos hechos.)

En 2018, mientras Anne y Summer estaban enredadas en un conflictivo y amargo proceso de divorcio, Anne “entró”, desde su potente ordenador en la Estación Espacial Internacional, en la cuenta bancaria de su esposa, para lo que contaba con una clave de acceso, y chequeó alguna información.

Por esas entradas le denunció Summer. En su defensa ante el tribunal alegó que no había cometido crimen alguno, que no sabía que su esposa le había cerrado el acceso legal a la cuenta y que su único y altruista motivo para hacerlo era constatar que esta disponía de reservas suficientes para alimentarse y tener cuidada a su hija. La sentencia no solo le da la razón sino que al descubrir que varios datos y fechas proporcionados por Summer eran incorrectos, presume que los errores son adrede y malintencionados, con el propósito de fortificar su posición ante otro pleito ya entablado por la custodia de su hija, la condena a pagar las costas del juicio y la acusa de falso testimonio, delito punible con cinco años de cárcel.

Al enterarme de este asunto he mirado fotos de la astronauta McClain durante sus seis meses de servicio orbitando sobre la Tierra. Una mujer atlética de hechuras hombrunas, de piel blanca y corto cabello rubio, de rostro despejado, ojos pequeños, mandíbula fuerte, facciones pequeñas. Viste ropa de trabajo y está flotando, en estado de ingravidez casi total, en el interior de un tubo metálico por el que fluyen y del que cuelgan, como una chapuza controlada, cientos de cables: un módulo de la Estación Espacial Internacional. Sonríe a cámara, ignorante aún del lío que su esposa está organizando allá “abajo”.

Claro que eso de “arriba y abajo” es relativo, en términos de espacio. Me pregunto qué tiene de tan chocante y perturbadora esta historia. Improviso esta respuesta: como tantos, yo tengo a los astronautas como seres humanos de una casta aparte, poco menos que una mutación, ya que para cumplir con su raro y distinguido trabajo –con su “misión”– deben desarrollar talentos y cualidades específicas, unos nervios de acero o por lo menos bien templados, unas capacidades extraordinarias de iniciativa, de resiliencia, de responsabilidad, de autocontrol, etc.

El espacio exterior, un desierto de suprema pureza al que solo se puede acceder mediante los artefactos de una técnica ultrasofisticada, y donde el astronauta encarna el máximo poder de la voluntad humana para emanciparse de la contingencia, y un máximo desvalimiento y soledad, es también el territorio de la experiencia excepcional, acaso de la esperanza de un encuentro excepcional, como al final de 2001: Una odisea en el espacio.

Pero ¿qué haces cuando estás en órbita sobre la Tierra? ¿Qué haces cuando te encuentras solo en el universo y allí lejos la Tierra es un bonito pisapapeles azul?

¿Pensar intensamente, en busca de una verdad oculta que allí, allí y solo allí pudiera revelarse? ¿Mirar, desde una lucerna en la pared metálica, la salida del sol dieciséis veces cada día y otras dieciséis veces la puesta de sol, como un centinela melancólico aguardando a una presencia inesperada?

No, entras en el computador de la NASA a ver en la cuenta bancaria de tu mujer si ha retirado o ingresado dinero y cuánto queda. Hasta “muy lejos en el espacio y más allá” llevamos nuestra carga de amores, desamores, dinero, agravios, pleitos judiciales, mentiras, resentimiento.

En el mismo día en que me enteré de este caso supe también que los perros, cuando se hallan en la adolescencia –en los perros labradores, entre los cinco y los ocho meses de vida– son especialmente reacios a obedecer las órdenes de sus amos. Son un poco rebeldes, como los adolescentes humanos.

Parece que esta es la edad de la angustia por la inseguridad de su relación con sus dueños. El perro está dejando de ser un cachorro encantador para convertirse en un adulto que ha perdido la gracia y requiere cuidados y gastos, y suele ser a esa edad cuando sus dueños los abandonan. Se sienten más desvalidos, requieren más atención, y por eso si el amo les dice: “¡Sentado!” se hacen los remolones, no obedecen.

Pero es solo una etapa.

No sé qué incógnita relaciona estos dos conocimientos: los problemas de McClain y los cachorros desobedientes, como no sea la de una común adolescencia de todos los seres de vida en la Tierra.

A propósito de vida… a saber cuántas arrebató la teniente coronel Anne McClain al mando de su poderoso F-16 Fighting Falcon, volando sobre los desiertos, las indefensas caravanas y ciudades de Irak.

La responsabilidad empieza en los sueños. Y tenemos también parte de una responsabilidad difusa en las cosas que no hacemos, como sostenía Cirlot. Y si la determinación de Anne por salir de su pequeña ciudad del extremo oeste, cuyas limitaciones podemos fácilmente imaginar, y abrirse al mundo, al conocimiento, a los límites de sus propias posibilidades, al amor, en fin, a una vida plena, la atrajeron con una fuerza irresistible y fatal a los cielos de Irak como el ángel de la muerte, también fueron las jóvenes vidas de innumerables, anónimos, desdichados e indefensos soldados que arrebató y con las que sembró de cadáveres las arenas del desierto las que la propulsaron al lugar más alto al que puede llegar un ser humano. No “cualquier ser humano”, solo algunos y solo para, allí, seguir metiendo la nariz en la parte más prosaica y lamentable de nuestra aventura y condición.

Qué apropiado parece que su alias en el ejército y en la red sea “Astroannimal”.

Aunque, la verdad, podría ser el alias de cualquiera. ~

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