Gabriel Zaid escribe de diversos temas, aunque sean los literarios y los culturales donde sus juicios son más buscados y conocidos; revisa con precisión la obra de poetas específicos, ha hecho reseñas definitivas sobre escritores a los que ha leído con atención, y con los que siente afinidad; rebate observaciones ligeras o francamente equivocadas, y con ello se ha ganado la fama de crítico incorruptible, que además lo hace con humor que desarma y vuelve memorables muchos de sus ensayos y artículos.
En otros aspectos de su obra, revisa conductas de economistas, empresarios, vendedores y compradores, de observadores del mercado y de políticos; varios de sus títulos han causado polémicas porque van contra la corriente, contra los lugares comunes, y ha demostrado que muchas de las actitudes de políticos y gobernantes han sido no solo erróneas, también desastrosas.
En sus ensayos sobre los gobiernos, en especial los mexicanos, ha puesto en su lugar histórico a presidentes, secretarios, aspirantes, economistas. Una frase sobre la economía presidencial (título de uno de sus libros, que ha rehecho, y agregado, reformado o suprimido artículos) ha quedado como una de las verdades absolutas de nuestra historia: cuando renunció Hugo B. Margáin como secretario de Hacienda, el 29 de mayo de 1973, el entonces presidente Luis Echeverría sentenció que la economía se manejaría desde Los Pinos: “Así fue, y así nos fue.” No podía ser más expresivo.
Zaid ha visto la vida pública mexicana más desde la economía que desde la conducta de los gobernantes (aunque no ha dejado de lado algunas de esas conductas); ha visto el crecimiento y el decrecimiento de los índices macro y microeconómicos; ha advertido lo que puede suceder cuando una ocurrencia determina que algo se acelere o se detenga abruptamente; por ello es también uno de los críticos más temidos desde hace algunos sexenios. No por nada el presidente López Obrador se refirió a él, por su nombre, en una de sus conferencias madrugadoras.
El mismo López Obrador ha insistido, desde que comenzaron sus campañas electorales, en que la economía mexicana se ha detenido a causa de la corrupción. En algo tiene razón: el poder corrompe.
Ese es precisamente el título más reciente de Gabriel Zaid. En él aborda muchos de sus aspectos, partiendo de la máxima de lord Acton, que el poder corrompe: desde la administración de un condominio, la presidencia de una liga deportiva (de niños, adolescentes, profesionales); desde manejar los recursos de un parque público hasta las arcas de un sindicato, para sí o para los jefes.
Se ha dicho que el poder marea, si uno se sube a un ladrillo, o si se sienta en una silla empresarial, una gubernamental, una presidencial. Es una sentencia tan contundente que se ha atribuido a otros personajes (hasta a Marx), y se le han hecho variantes que vienen a ser lo mismo. El poder corrompe y marea y se le saca provecho (con puestos bien remunerados para parientes, amigos, queridas –a las que se les convence con poder e influencias; Zaid mismo ha recordado que antes a las amantes se les ponía casa chica; ahora, puestos de elevadorista–). No importa si mucho o poco: el poder corrompe.
Los veintiséis artículos incluidos en este volumen no están hechos al vapor o al ritmo de los acontecimientos, no es un libro oportunista; van, en orden cronológico, desde 1978 hasta este año, se han publicado en decenas de revistas y algunos han formado parte de diferentes libros, pero en esta compilación adquieren otro carácter. Aunque no están hechos para referirse, como algunas nuevas publicaciones, al gobierno actual: Zaid abarca desde el alemanismo, por actos innegables y evidentes, hasta el lopezobradorismo, es decir, no hay ni ha habido sexenio sin mancha, libre de sospecha.
¿Es posible, como dice el presidente, terminar con la corrupción? Zaid cree que sí, pero no por orden de alguien, más bien institucionalizándola: ¿la manifestación más simple de la corrupción? El conductor que ignora la luz roja de un semáforo y el agente de tránsito que, en vez de multarlo, lo extorsiona o lo amenaza con quitarle la licencia; si el elemento primordial es la licencia, dice Zaid, hay que suprimirla: la poseen muchos que no saben conducir, no obedecen las reglas ni respetan a peatones y a otros automovilistas; la otorgan las autoridades sin examinar a los candidatos o aceptando un soborno; pero la corrupción no solo se comete por dinero, aunque sea el ejemplo más fácil y directo; más que los beneficios económicos, que no son despreciables, lo grave de la corrupción es el poder, aprovecharse de algo o de alguien y sacar algún provecho económico, social, laboral, político, sexual. Hay corrupción desde las escuelas, de parte de maestros y alumnos, y no siempre por calificaciones; la hay en la vida cotidiana, y no siempre es visible ni tangible.
La corrupción, prueba Zaid, ha existido desde casi siempre, y no ha sido fácil suprimirla, ni siquiera disminuirla; al exhibirla, la ridiculiza; ridiculizarla puede ayudar, cuando menos a desenmascarar a los corruptos, o a los más corruptos; los ejemplos han sobrado: desde la adulación a los poderosos hasta ignorar los hechos de corrupción; la complicidad o el sometimiento, ignorar las leyes o aplicar retroactividad para acusar, o hacerse de la vista gorda ante lo obvio.
Zaid observa casi todas las posibilidades de corromperse (pese a que la gama es infinita) y, aunque lo hace sin acusar, demuestra el daño que ocasiona, aunque quien lo comete no repara en ello, o piensa que ese daño puede ser mínimo; así, Zaid fustiga no solo la corrupción que acarrea consecuencias graves, también las que parecen inocentes o poco importantes. Observa y demuestra cuál ha sido el papel de la corrupción a lo largo de nuestra historia.
No está ausente su sentido del humor, solo que la materia que aborda se presta poco a la sonrisa que asoma en sus lectores. Y algo más: lo contundente de sus argumentos y lo actual del tema desvían la atención de la prosa siempre eficaz de uno de nuestros mejores escritores. ~