Mario y Félix

Cuando me enteré de la muerte de Vargas Llosa pensé en su obra irrepetible, en su coraje intelectual y en su curiosidad, en que había aprendido mucho de él. También pensé en Félix Romeo.
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La primera vez que vi en persona a Mario Vargas Llosa fue el día en que murió Félix Romeo. Cuando me enteré de la muerte del gran escritor peruano pensé en su obra irrepetible, en su coraje intelectual y en su curiosidad, en que había aprendido mucho de él, en que había tenido una vida plena. También pensé en Félix. Con él hablábamos de muchas cosas, a menudo al borde de una piscina, y quizá de ningún escritor tanto como de Vargas Llosa. Hablábamos de sus libros y de sus artículos, y a veces de artículos que Félix escribía sobre él. Como Félix era Félix, también tenía ideas de libros que Vargas Llosa debería escribir. Los dos defendían la democracia y la libertad individual en todas partes: no querían para los demás lo que no deseaban para sí mismos.

Con Félix comentábamos, celebrábamos casi siempre y criticábamos alguna vez sus novelas, sus ensayos y sus artículos; le contaba lo que nos decían de él y su obra en la facultad. Lo entrevistó varias veces. En una de esas ocasiones, en el Hay Festival de Segovia, le regaló una primera edición de Our Mutual Friend de Dickens. A la vuelta me trajo un libro de Vargas Llosa dedicado: las Cartas a un joven novelista. En 2011, cuando Letras Libres España cumplió diez años, participé en la organización del aniversario. Una de las tareas era recibir a los ponentes de las charlas de celebración y llevarlos a la sala Ramón Gómez de la Serna, en el Círculo de Bellas Artes. El último acto del aniversario era una conversación entre Enrique Krauze y Vargas Llosa. Esa madrugada, Félix, que había venido a Madrid a los actos de Letras Libres, falleció de un ataque al corazón en casa de mi hermana. Esa tarde, en shock por la muerte de nuestro amigo, fui con Jonás Trueba a recoger a Vargas Llosa. Hablamos un poco, sobre Félix, en el ascensor: de esa entrevista, de lo joven que era. Creo que pensé en lo raro que era conocer al escritor más importante de nuestra lengua en esas circunstancias. Después intercambiamos algún correo: siempre me impresionaba ver su nombre en la bandeja de entrada.

Escribió para agradecer o celebrar algún número de la revista, le di las gracias por un artículo que dedicó a Letras Libres en El País, lo vi presentar espectacularmente Tiempos recios, nos mandó el relato Los vientos para el veinte aniversario de la revista, vino a la celebración de ese cumpleaños de Letras Libres. Agradecía los envíos; me hizo comentarios atentos y generosos de una novela mía. Siempre lo rodeaba mucha gente y daba entre pudor y agobio acercarse y molestarle, pero charlé un momento con él en un acto literario después del covid. Le conté a Jonás: por fin lo he conocido en persona. Pero si ya lo conoces, me dijo Jonás. Había olvidado ese encuentro anterior, imagino que por la conmoción de la muerte de Félix, ese amigo común que de tantas maneras distintas nos había presentado.

Este artículo se publicó originalmente en El Periódico de Aragón.


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