Valentín Roma
Retrato del futbolista adolescente
Cáceres, Periférica, 2019, 208 pp.
“Buen manejo de las dos piernas.” “Rápido.” “Lee la jugada con astucia.” “Temeroso.” “Evita el cuerpo a cuerpo con los adversarios.” “Muy inconsistente.” Los dictámenes del ojeador de juveniles se articulan sobre el presupuesto de una observación imparcial, pero su contenido tiene más de intuición que de juicio objetivo y es solo uno: “Ese llegará y ese otro no llegará”. Valentín Roma (Ripollet, 1970) “llegó”: durante un par de años jugó en el Atlético de Madrid y en las categorías inferiores de la selección española de fútbol. Y sin embargo esta experiencia (excepcional desde el punto de vista estadístico) no constituye lo más relevante de su nuevo libro, cuyo tema central es, por el contrario, el desclasamiento de su protagonista y los profundos cambios que este introduce en su forma de ver el mundo.
Retrato del futbolista adolescente es en realidad un palimpsesto, una reescritura no carente de distancia crítica (y de un sentido del humor melancólico pero eficaz) de Retrato del artista adolescente (1916); como la de James Joyce, la novela de Valentín Roma tiene por tema el descubrimiento del mundo adulto y sus servidumbres, de la sexualidad y del arte, por parte de un joven, y es también la narración de un desencanto: no del catolicismo (como en Joyce) sino de la ilusión de dejar atrás los orígenes. Su “futbolista adolescente” habita dos espacios (el de la casa familiar y el de la práctica profesional del fútbol de élite) de ideología específica y en contradicción (la conciencia de clase y la aspiración al éxito individual) cuyo sujeto es de naturaleza diversa (la clase en uno y el profesional exitoso en otro) y en los que ocupa roles distintos, de subordinado en el hogar y de individuo autónomo (y privilegiado) en el campo de juego. Ninguna instancia muestra mejor las diferencias entre ambos espacios como el momento de saltar al césped, en el que el terror que inducen la multitud y su exigencia de responsabilidades es conjurado por el futbolista mediante manifestaciones de religiosidad y cábalas infantiles. “Cuando nos vestíamos de futbolistas”, escribe Roma, “adquiríamos bula para transgredir todos los límites. Se nos autorizaba a ser mentirosos y acaparadores, a ensañarnos con el único objetivo de medir nuestro grado de inclemencia. Después, al abandonar el vestuario, regresábamos a los valores de los que habíamos sido exonerados. Parecía como si la ducha tras el partido fuese un bautismo que nos enviaba de vuelta a los idearios familiares, una regresión de edad y de clase.”
Al igual que el Stephen Dedalus de Joyce, el protagonista de la novela de Roma ensaya un escape que es también una renuncia doble, a la ideología paterna y al ideal de la movilidad de clase; subyace a él el convencimiento (que el autor nunca explicita, pero permite extrapolar de la lectura) de que no hay demasiadas diferencias entre la fábrica donde trabajan el padre y los vecinos (“nuestra primera cicatriz política”, la define) y la rutina de entrenamientos y partidos, de firma de contratos y de lesiones, de conjuras de equipo y de presidentes enrabietados, en torno a la cual orbita una práctica del deporte que es vista como un privilegio: en el fondo, ambos espacios no son tan antitéticos como complementarios, ya que en los dos se practica el disciplinamiento de una fuerza de trabajo sin conciencia de sí misma.
Si la novela anterior de Valentín Roma (El enfermero de Lenin, 2017) narraba la enfermedad del padre y la dignidad con la que este la enfrentó convirtiéndola en una denuncia, Retrato del futbolista adolescente se abre a otras formas del malestar, las padecidas por una generación de españoles nacidos entre finales de la década de 1960 y mediados de la de 1970, los hijos universitarios de padres campesinos radicados en las periferias fabriles cuya inadecuación fue el resultado de contradicciones irresolubles pero necesarias. De ellas no hay mejor retrato en este libro que el de la escena en la que la familia se atiborra de gambas y bebe clarete gratis en un pueblo costero: el presidente del club les ha regalado una semana todo incluido porque su hijo ha marcado un gol en la final de la Copa del Rey y durante unos días todos disfrutan de una opulencia que imaginan se repetirá innumerables veces en el futuro; pero ese futuro nunca llega, y la escena permanece como un destello de luz entre dos previsibles oscuridades, que son la parte del león de la historia española reciente para los que pertenecen a su clase. ~
Patricio Pron (Rosario, 1975) es escritor. En 2019 publicó 'Mañana tendremos otros nombres', que ha obtenido el Premio Alfaguara.