Las conversaciones entre historiadores sirven –y quizá lo consigan mejor que otros formatos– para repasar interpretaciones distintas de un mismo hecho, reconsiderar hipótesis que se creían descartadas, corregir equívocos y, en especial, para mostrar la complejidad del pasado y la pluralidad de maneras de analizarlo desde el presente. Para debatir sobre la conquista, reunimos a dos de los especialistas más reputados en el tema: Rodrigo Martínez Baracs y Guilhem Olivier. En su diálogo van llenando vacíos, añadiendo información, recordando fuentes, resaltando momentos cruciales, oponiéndose a nociones caducas, en suma, destilando nuevas lecturas del episodio que cambió la historia de este territorio y aun del continente, de ese violento y fascinante encuentro entre dos mundos que todavía excita la imaginación de los mexicanos.
Rodrigo Martínez Baracs (RMB): Este año se conmemora el quinto centenario de la conquista de México. El tema resalta por la pluralidad y complejidad de sus aspectos, significados y consecuencias, y nos incomoda como mexicanos con el fantasma de la derrota, como nos obligó a enfrentarlo Miguel León-Portilla en su Visión de los vencidos. Una manera de aproximarnos a la conquista podría ser la de Fernand Braudel, quien definió tres grandes tiempos históricos: la larga duración, los movimientos coyunturales y los acontecimientos, dando lugar a un “estallido de la historia”, que indaga todos los aspectos de la existencia con el auxilio de todas las ciencias.
En la perspectiva de la larga duración, el descubrimiento y la conquista de México y el continente americano, el Encuentro de Dos Mundos –así lo llamó León-Portilla– sobresale como una de las más grandes conmociones de nuestra historia, que provocó a lo largo de las décadas y siglos siguientes un conjunto de transformaciones radicales en todos los aspectos de la vida humana: tecnológicos, bacteriológicos, políticos, económicos, ecológicos, sociales, culturales, culinarios, religiosos, lingüísticos, etc. Esta gran transformación es una de las revoluciones de la historia de México después del primer poblamiento de América y de la revolución agrícola. La Independencia, la Reforma y la Revolución mexicana configuran el “ciclo de las revoluciones burguesas”, según Enrique Semo, y se inscriben en el proceso multisecular iniciado por la conquista, primera mundialización, que inicia nuestra transición al capitalismo.
En la perspectiva de los movimientos coyunturales, al apreciar los efectos de la conquista, se ha considerado la catástrofe demográfica, debida fundamentalmente a las enfermedades infecciosas que trajeron los conquistadores. La baja de la población indígena y el descubrimiento de las minas de plata del norte de la Nueva España resultaron determinantes para la conformación de la estructura económica novohispana, con las haciendas y los ranchos que caracterizaron al campo mexicano hasta la reforma agraria del siglo XX, en conflictiva simbiosis con los pueblos de indios.
Debe considerarse la discusión sobre los elementos de continuidad y cambio que trajo la conquista. A partir de las investigaciones de James Lockhart, entre las dimensiones del imperio de la Triple Alianza, que se derrumbó en 1521, y el un tanto mítico calpulli comunitario, se hizo visible la unidad política básica del mundo mesoamericano, el altépetl, reino o señorío, que se mantuvo vivo tras la conquista (bajo el nombre de pueblo de indios), con autoridades indígenas propias, organizadas en un cabildo, con gobernador, alcaldes y regidores. Lockhart habló de la double mistaken identity, “falsa identificación mutua”, en la que los españoles estaban satisfechos porque impusieron a los indios instituciones españolas como el cabildo, y los indios también, porque sabían que a través del cabildo continuaban muchas de las modalidades de su vida política. En todo caso, se confirma que México es muchos Méxicos, cuyas múltiples historias se deben estudiar en su compleja e imprevisible especificidad.
Y en la tercera perspectiva, la historia de los acontecimientos, puede recordarse que en la primera edición de su Mediterráneo, de 1949, Braudel descalificó la “espuma” de los acontecimientos, pero en la segunda edición, de 1966, eliminó esta descalificación, al tiempo que la indagación histórica iniciada por la escuela de los Annales se abría a todos los aspectos del existir. Y el estudio cuidadoso de cualquier microhistoria nos revela una rica pluralidad de aspectos, que rebasa nuestras preguntas iniciales y abre nuevas.
Un primer acontecimiento de la conquista podría ser el de 1502, cuando Moctezuma, recién nombrado hueytlatoani, se enteró de la existencia de los españoles y sus terribles armas, pues una canoa mercante mesoamericana (nahua o maya) se topó en el golfo de Honduras con una embarcación española de Cristóbal Colón, en el cuarto de sus viajes a “las Indias”. A lo largo de sus dieciocho años de gobierno, Moctezuma fue recibiendo más pruebas de la presencia en las islas antillanas de hombres extraños, con una tecnología letal y que habían traído epidemias y explotación. Tal vez por eso el emperador se llamó Moteuczoma, “Tu señor frunce el ceño”, en náhuatl. Así, tal vez, se formaron los famosos presagios, como rumores de la conquista… En todo caso, los mesoamericanos descubrieron a los españoles mucho antes de que estos descubriesen a los mexicas.
Guilhem Olivier (GO): Como bien lo apuntas, es muy complejo el tema de la conquista y los enfoques para abordarlo son diversos. En un afán de enmarcar este acontecimiento en la historia, tanto del Viejo Mundo como del “Nuevo”, la historia de larga duración nos proporciona elementos para explicar la expansión de Occidente en los siglos XV y XVI, y para tratar de entender la “derrota” de los pueblos indígenas.
Ahora bien, si consideramos el episodio mismo de la conquista, no solo del centro de México sino también de otras zonas de Mesoamérica y más allá en el norte, es necesario precisar que esta derrota fue parcial, es decir, no todos los pueblos autóctonos estuvieron del lado de los “vencidos”. Estudios recientes sobre los “indios conquistadores” recalcan y detallan la participación de los mismos pueblos mesoamericanos en el proceso. Si bien las cifras que manejan las fuentes de la época no son siempre confiables, se habla de más de cien mil aliados tlaxcaltecas, tezcocanos y de otros señoríos que participaron en la toma de Tenochtitlan en 1521. Obviamente estos actores no tuvieron la misma percepción de los acontecimientos y el peso de sus intervenciones se presenta de manera muy diferente según las fuentes.
Cualquier estudio histórico sobre un evento de tal magnitud debe en primer lugar sopesar con cuidado el tipo de fuentes y de documentos disponibles. Son muy conocidos los relatos de los conquistadores, desde las Cartas de relación de Cortés y la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo hasta las relaciones de Andrés de Tapia y fray Francisco de Aguilar. Existen también los escritos en náhuatl que ofrecen una versión indígena de la conquista muy distinta a la de los españoles. Incluso tenemos testimonios en español por parte de autores mestizos –como Diego Muñoz Camargo o Fernando de Alva Ixtlilxóchitl– que celebran la colaboración de sus antepasados, respectivamente tlaxcaltecas y tezcocanos, con los conquistadores. Es más, al hablar de estos últimos, Muñoz Camargo los designa como “los nuestros”; y en el Lienzo de Tlaxcala, serie de pinturas que representa todas las conquistas de los ejércitos tlaxcaltecas al lado de los españoles, no aparece el primer enfrentamiento entre conquistadores y tlaxcaltecas, como si ambos siempre hubieran sido aliados…
Se ha escrito que los testimonios de los españoles son más fidedignos para reconstruir la historia de la conquista. Los relatos indígenas son más tardíos –pero recordemos que Bernal Díaz escribe también muchos años después de los hechos– y a menudo exageran la crueldad de los conquistadores o el papel de sus aliados indios, que presentan como determinante para conseguir la victoria.
Así, algunas versiones de las “matanzas” de Cholula y del Templo Mayor de Tenochtitlan representan a los españoles como verdugos despiadados ejecutando a los indios indefensos y casi desnudos –motivo que retomará fray Bartolomé de las Casas–, en actos de brutalidad destinados a amedrentar a la población inocente y a demostrar la superioridad de los invasores. Pero ¿acaso no tenían guerreros los pueblos mesoamericanos? ¿Cómo se construyeron los “imperios” mexica y los de otros pueblos a lo largo de la historia prehispánica? ¿En verdad los mexicas no intentaron defenderse y atacar a los españoles en espacios cerrados donde podían tener ventajas estratégicas?
Un caso complejo se encuentra en el relato en náhuatl de los colaboradores de fray Bernardino de Sahagún. Con el famoso libro XII del Códice florentino, tenemos una detallada descripción –recopilada hacia 1555– de la conquista: los presagios que la anunciaron, la llegada de los españoles, la captura de Moctezuma, la matanza del Templo Mayor, la Noche Triste, el sitio y la toma de la capital mexica y la rendición de Cuauhtémoc. Se trata de un testimonio excepcional que ofrece la visión de los sobrevivientes. El relato no es, como uno imaginaría, una narración favorable a los mexicas. En realidad, los habitantes de Tlatelolco, de donde proceden los colaboradores nahuas de Sahagún, aparecen como los valientes defensores de Tenochtitlan, mientras que los tenochcas –que habían conquistado a los tlatelolcas unos años antes– son descritos como unos cobardes y Moctezuma es presentado como el culpable de la derrota.
Pero tampoco podemos confiar ciegamente en los relatos de los conquistadores: Cortés calla actuaciones suyas que no le favorecen y en ocasiones trastoca los hechos para pretender, ante los ojos de Carlos V, que siempre domina la situación. Por ejemplo, durante el cautiverio de Moctezuma, nos narra cómo “muchas veces” dejó salir de cacería al rey mexica acompañado de tres mil “señores y personas principales”, esto es, mexicas, junto con cinco o seis españoles, después de las cuales Moctezuma “volvía siempre muy alegre y contento al aposento donde yo lo tenía”. Es decir, el dominio total de Cortés sobre su real rehén. Ahora bien, otras fuentes –españolas– dan una versión muy distinta: en lugar de cinco o seis españoles, nos percatamos que fueron doscientos los hombres de Cortés encargados de la custodia del tlatoani –e incluso ¡con toda la artillería!–, y en cuanto a los tres mil acompañantes indígenas, resultan ser… ¡tlaxcaltecas! Cabe precisar que la organización de una cacería real era un acto político de prestigio, de modo que Cortés no habría dejado a Moctezuma manifestar su poder –¿o tal vez recuperarlo?– sin tomar sus precauciones, por lo cual su versión de los hechos no es verosímil. Otro hecho polémico que encontramos en las Cartas de relación es la supuesta entrega por parte de Moctezuma de su reino a los españoles, según dos discursos que el tlatoani habría pronunciado y que Cortés transmite en sus cartas.
Si pasamos a la Historia verdadera de Bernal Díaz, varios especialistas han sorprendido al viejo conquistador en flagrante mentira en distintas ocasiones. No se trata de negar el valor de su testimonio –o del de Cortés– sino de analizar con cuidado nuestras fuentes, un ejercicio que tú has hecho en varios trabajos, por ejemplo, con las fuentes tlaxcaltecas o michoacanas.
RMB: Tienes razón, para el estudio de la conquista de México contamos con un conjunto de fuentes sin duda insuficientes y parciales, pero relativamente abundantes y escritas desde varios puntos de vista. Nos hemos de valer de las dos facultades fundamentales del historiador: la crítica (de las fuentes y argumentos) y la imaginación.
Contamos con los relatos de los conquistadores e historias que recogen nuevos testimonios. Casi todos pertenecen al bando cortesiano, salvo Juan Cano (cuya Relación conocemos gracias a la de Alonso de Zorita), que vino con Narváez. Pertenecía al bando de Velázquez y se casó con doña Isabel Moctezuma, hija de Moctezuma, por lo que odiaba a Cuauhtémoc, su primer marido, y a Cortés, que había tenido una hija con ella. De la conquista de Tenochtitlan se cuenta con testimonios en náhuatl: el libro XII del Códice florentino y los Anales de Tlatelolco representan ambos la visión del altépetl de México-Tlatelolco, sometido al de México-Tenochtitlan, y muestran orgullo por haber sido más valientes que los tenochcas, como bien lo señalas. Elaboraciones más tardías, como las del Códice Aubin y de Cristóbal del Castillo, dan un punto de vista tenochca de la matanza del Templo Mayor y de la huida de la Noche Triste, en la que murieron quinientos españoles y diez veces más tlaxcaltecas.
Mencionaste las versiones de historiadores indígenas o mestizos que representan la historiografía de sus respectivos altépetl. A diferencia de la historiografía tlatelolca, todos buscan asentar que ayudaron a los españoles en la conquista y se cristianizaron y sometieron voluntariamente, con el fin de obtener favores para sus señoríos y señores. Predominó la historiografía mexica a través de don Hernando de Alvarado Tezozómoc, fray Diego Durán y fuentes afines. En segundo lugar quedó la historiografía de la fracción tezcocana antimexica proespañola, encabezada por Ixtlilxóchitl en la obra en español de su descendiente mestizo don Fernando de Alva Ixtlilxóchitl. La fracción tezcocana promexica quedó silenciada. Igualmente silenciada quedó la historiografía de los vencidos tepanecas de Tlacopan y más aún del otrora poderoso Azcapotzalco. Representa a la historiografía tlaxcalteca el mestizo don Diego Muñoz Camargo, quien escribió en español, y la menos conocida y muy notable Historia cronológica de Tlaxcala, del siglo XVII, escrita en náhuatl por don Juan Buenaventura Zapata y Mendoza. El chalca don Domingo Chimalpahin representa la historiografía de Chalco Amaquemecan en una perspectiva amplia que la sincroniza con la historia de los principales altépetl mesoamericanos y europeos. Escribió sus anales y memorias en una lengua náhuatl elegante y eficaz, y su obra solitaria se compara con la Historia general de las cosas de Nueva España, producción colectiva de Sahagún y sus colaboradores nahuas. También la historiografía michoacana, la Relación de Michoacán, escrita hacia 1541 por fray Jerónimo de Alcalá, da una versión de la conquista que destaca el sometimiento voluntario a los españoles del cazonci y del actual gobernador de Michoacán, don Pedro Cuínierangari. Y el siguiente gobernador, don Antonio Huítzimengari, fue un gran conquistador y poblador del norte chichimeca. El Mapa de Cholula, del siglo XVIII, muestra la matanza de Cholula de octubre de 1519 de manera prominente, pero no se la reprocha a los españoles, sino a los malos cholultecas, que habían planeado atacarlos y fueron justamente castigados en la matan-za. En realidad, Cortés no fue inculpado por la matanza de Cholula por los indios, sino por los españoles enemigos de Cortés, como Diego Velázquez, el traidor traicionado y gobernador de Cuba. También forman parte de las historiografías de los altépetl los diferentes códices que muestran su participación en las conquistas de las distintas regiones de la Nueva España, de Guatemala al norte chichimeca.
Otra fuente importante es el mencionado juicio de residencia de Cortés, iniciado en 1526 y nunca concluido. Los largos cuestionarios son en sí mismos informativos y las respuestas de los cientos de testigos, aunque repetitivas, aportan inesperados detalles. Mi padre, José Luis Martínez, fracasó al tratar de promover una edición completa de la residencia de Cortés. Y tampoco se han estudiado bien las residencias de Pedro de Alvarado y Nuño de Guzmán. También valiosas son las Relaciones de méritos y servicios de los conquistadores, españoles e indios, que comenzó a aprovechar Hugh Thomas en su historia de la conquista de México. Al analizar a Cortés en su inconclusa Historiografía mexicana del siglo XVI, mi padre se dio cuenta de la dispersión de los documentos relativos a tan importante personaje para nuestra historia y reunió una amplia selección en los cuatro volúmenes de sus Documentos cortesianos, en su mayor parte cartas, documentos judiciales y parte de la Residencia, que complementan su biografía de Hernán Cortés, de 1990.
En este campo son notables los trabajos de María del Carmen Martínez Martínez en los archivos españoles. Entre otros temas de la conquista, estudió la petición del pueblo de la Villa Rica de la Veracruz a su cabildo del 20 de junio de 1519, que es el primer documento español conocido escrito en México (descubierto por Alfonso Martínez Cabral), que permite reformular la cronología de los cuatro decisivos meses que pasaron los españoles en Veracruz (de abril a agosto de 1519), antes de emprender el camino a Tenochtitlan. Firman esta petición unos cuatrocientos conquistadores, y la investigación de cada uno por Carmen Martínez se une a los estudios “prosopográficos” de los conquistadores (Víctor Álvarez, Bernard Grunberg), para conocer su proveniencia, trayectoria, profesión.
Ciertamente no eran soldados los conquistadores, pues no recibían un sueldo, eran más bien empresarios del expolio armado de las Indias, continuadores de los guerreros de la reconquista española. Fueron unos quinientos los que vinieron con Cortés, pero muchos más fueron llegando, particularmente los mil de Narváez. Y en lo que se refiere a las decenas de miles de aliados indígenas, se confirma que, como lo dijo Friedrich Katz, la conquista fue una rebelión indígena antimexica dirigida por los españoles. O, como reza el dicho, la conquista la hicieron los indios y la independencia los españoles. Ahora bien, la pregunta es por qué tantos señoríos mesoamericanos aprovecharon la llegada de los españoles para rebelarse contra los mexicas. Tal vez estaban hartos de las guerras y sacrificios permanentes que imponía este imperio teocrático y militarista.
GO: Solo añadiría una última fuente, la arqueología, la cual si bien se dedica generalmente al estudio del periodo prehispánico, también puede proporcionar datos interesantes sobre ciertos episodios de la conquista. Pienso en las excavaciones realizadas en el sitio de Zultépec-Tecoaque (Tlaxcala), donde se encontraron restos óseos de indígenas, africanos y tal vez españoles –con marcas que permiten suponer que fueron comidos–, así como de animales de origen europeo. Sabemos por las fuentes escritas que varios españoles y tlaxcaltecas fueron capturados y sacrificados en esta zona en 1520.
Ya hemos aludido a varios motivos para explicar la caída del imperio de Moctezuma. Sin embargo, creo importante abordar dos temas estrechamente relacionados: el regreso de Quetzalcóatl y la divinización de los españoles.
En primer lugar, veamos el famoso mito del regreso de Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada, aducido a menudo para justificar la supuesta pasividad y la derrota de los mexicas. Otros autores consideran que la idea del regreso de Quetzalcóatl es un mito colonial o incluso una invención del mismo Cortés para explicar la supuesta entrega del reino que le hiciera Moctezuma. Si examinamos las fuentes, encontramos la mención del regreso de Quetzalcóatl en la segunda Carta de relación de Cortés, pero también en la Historia de Sahagún y en otras fuentes redactadas en español. Algunas de estas fuentes son confusas o están marcadas por una visión cristiana que llega a identificar a Quetzalcóatl con un misionero o santo. Ahora bien, destacados especialistas como Henry B. Nicholson y Michel Graulich consideran que las fuentes son fidedignas para establecer la existencia prehispánica de la idea según la cual se esperaba el regreso de Quetzalcóatl. Por una parte, los discursos atribuidos a Moctezuma en la segunda Carta de Cortés también han sido reportados por otros testigos. Por otra parte, la concepción del regreso de una deidad es conforme a la concepción cíclica del tiempo que fundamenta la cosmovisión mesoamericana. De acuerdo con este esquema, Tezcatlipoca, el Señor del Espejo Humeante, y Quetzalcóatl alternaban como Soles de las distintas eras cósmicas (los famosos Cinco Soles), y en vísperas de la conquista los mexicas vivían bajo el Sol dominado por su deidad tutelar Huitzilopochtli, estrechamente vinculada con Tezcatlipoca. De manera que la asociación de la llegada de los españoles con el regreso de Quetzalcóatl para derrotar el poder de Huitzilopochtli-Tezcatlipoca era perfectamente lógica, tanto más que el año 1 Caña, 1519 –cuando llegaron los conquistadores–, era el nombre calendárico de la Serpiente Emplumada y coincidía con su fecha de nacimiento. Por ello, cabe la posibilidad de que Moctezuma haya estado angustiado por el “regreso” de Quetzalcóatl, cuyo trono ocupaba “solamente por un tiempo”, y que la “entrega” de su reino a los españoles mencionada por Cortés tenga algún fundamento.
De allí la segunda pregunta: ¿Los conquistadores fueron considerados como teteo, como “dioses”? En efecto, fuentes en náhuatl como los Anales de Tlatelolco y el Códice florentino registran que los españoles fueron designados con este término. Desde Clavijero en el siglo XVIII, se ha propuesto que el término teteo o teules –como aparece en ciertos escritos del siglo XVI– venía de la palabra teuctli, que significa “noble”, o bien que las fuentes en las cuales se nombraba de esta manera a los recién llegados eran tardías y manipuladas por los mismos conquistadores. En realidad, no cabe duda de que los mesoamericanos llamaron “dioses” a los españoles, tanto entre los pueblos nahuas como entre los mayas y otros. De esta manera los pueblos indígenas integraban a los españoles en su visión del mundo y los colocaban en una categoría de seres –los dioses– mucho más amplia que la categoría occidental de “Dios”. En efecto, los dioses mesoamericanos podían aparecer de muy distintas maneras –en ocasiones como hombres– y sus relaciones con los mortales eran muy distintas a las que prevalecían entre los cristianos y su Dios. Así, en Mesoamérica, si bien los dioses eran temidos y venerados, también era posible establecer relaciones de reciprocidad con ellos. Un ejemplo es el de Tezcatlipoca, con quien los nahuas llegaban a discutir, a insultarlo e incluso a pelear con él, capturarlo y exigir dones a cambio de su libertad. Además, los dioses eran mortales –claro, después renacían– y realmente morían a través de sustitutos humanos durante rituales específicos. Niños, mujeres, jóvenes, adultos, ancianos –esclavos la mayoría– eran elegidos para personificar a distintas deidades y después eran sacrificados a lo largo del año ritual para así regenerar a los diversos miembros del panteón. De manera que al ataviar como dioses a los españoles, y a Cortés en particular, cabe la posibilidad –como lo planteó Molly Bassett– de que fuera para eventualmente… ¡sacrificarlos!
En pocas palabras, los autores que escribieron que era “denigrante” pensar que los indígenas identificaron a los conquistadores con dioses –idea que implicaría el fanatismo e incluso la “estupidez” (sic) de los mesoamericanos– no tomaron en cuenta las concepciones autóctonas de la divinidad. El hecho de llamar teteo a los españoles no conlleva una actitud de sumisión hacia ellos. Un testimonio de ello aparece en la Relación de Michoacán: el cazonci o rey mandó ataviar como dioses a los conquistadores y dijo: “Estos son dioses del cielo.” Ahora bien, antes de ataviarlos, el cazonci intentó asustarlos y demostrarles su poderío al organizar una gran cacería con todos sus guerreros armados.
Sin lugar a dudas, los españoles eran seres diferentes, y por lo tanto podían integrar la amplia categoría de los seres divinos mesoamericanos; aun así, podían ser atacados y derrotados… Y creo que necesitamos revisar esta idea –esta sí “denigrante”– según la cual los “vencidos” se quedaron “pasmados” y sin reacción, debido a sus “creencias religiosas”, ante los europeos.
RMB: Concuerdo con tu defensa de que los mesoamericanos vieron a los españoles como “dioses”, en el sentido mesoamericano de la palabra, y de que Moctezuma pudo asociar la llegada de Cortés con el regreso de Quetzalcóatl. La cesión de su poder a Carlos V se presta más a duda, aunque también la registran testigos de la residencia de Cortés. Pero el hecho es que Moctezuma, desde que llegó al poder en 1502, recibió informaciones sobre la presencia en las islas antillanas y en Centroamérica de los españoles, y esto lo debió incomodar. Es raro que durante los veinticinco años de la fase antillana (1492-1517) los españoles no hayan sabido de la existencia de México.
En su reciente libro sobre el encuentro de Cortés y Moctezuma, Matthew Restall también piensa que entre los planes de Moctezuma estaba sacrificar a los españoles, e incluso que no trató de impedir su avance sino más bien buscó atraerlos a Tenochtitlan, con el fin de tenerlos como ejemplares de su maravilloso zoológico y museo de historia natural. Después de la batalla de Centla (Tabasco) y de la matanza de Cholula, y acompañados por miles de guerreros tlaxcaltecas, no creo que Moctezuma haya recibido a los españoles de buena gana. Ciertamente Moctezuma buscaba la manera de destruir a los invasores españoles, y la ocasión se la dio en mayo de 1520 la llegada a Veracruz de la armada anticortesiana de Narváez, quien hizo lo mismo que Cortés: fundar una villa, aliarse con el cacique gordo de Cempoala e iniciar tratos con los embajadores de Moctezuma. Cortés y sus aliados tlaxcaltecas derrotaron a Narváez y sus aliados cempoaltecas en Cempoala casi al mismo tiempo que en la ciudad de México el capitán Pedro de Alvarado hizo la matanza del Templo Mayor, que debe verse como una batalla de la misma guerra, desatada por la irrupción de Narváez. Nada impide que, como lo dices, el plan de los mexicas haya sido sacrificar a los españoles en la fiesta del mes Tóxcatl. Como en Cholula, los españoles se les adelantaron…
GO: Llegamos al final de este diálogo sobre la conquista y muchos aspectos se nos quedaron en el tintero. La personalidad de los principales actores del drama ha hecho correr mucha tinta y quisiera detenerme en la figura controvertida de Moctezuma. Me inspiro en el gran libro de Michel Graulich sobre el tlatoani mexica, recién traducido al español. Al examinar su reino antes de la llegada de los españoles, nos percatamos de que fue un estadista consciente de las debilidades de su imperio; de allí varias campañas militares realizadas para consolidarlo –por ejemplo, al integrar enclaves independientes–, y sobre todo para debilitar el Valle de Puebla, principal adversario de la Triple Alianza. También realizó reformas administrativas con el propósito de aumentar la coherencia del imperio, controlar a los nobles y reforzar la autoridad del poder central. Por otra parte, ante los conquistadores, después de medir su poder –por ejemplo al influir sobre los mayas chontales de Centla para que los atacaran–, el tlatoani adoptó varias estrategias para contrarrestar su avance; por ejemplo, tácticas mágicas inspiradas en los mitos. Moctezuma mandó a la costa a un personaje que se parecía tanto a Cortés que los propios españoles, divertidos, lo llamaron Cortés. En realidad, el tlatoani esperaba reproducir la maniobra de Tezcatlipoca en Tollan, quien presentó ante Quetzalcóatl un espejo para confundirlo. A la vez, empleó recursos más drásticos para luchar contra los extranjeros. Ya mencionaste que la supuesta matanza de Cholula fue muy probablemente una emboscada: acusado, Moctezuma tuvo que confesar que había tropas suyas alrededor de la ciudad y la guarnición española de Veracruz fue atacada al mismo tiempo. Y lo mismo se puede decir de la matanza del Templo Mayor.
Estos elementos contribuyen a revalorar la personalidad de Moctezuma. El orgullo y la tiranía del tlatoani se pueden ahora colocar entre los mitos que los vencidos de la conquista forjaron para explicar el castigo del rey transgresor, chivo expiatorio de la catástrofe que fue la conquista. También debemos renunciar al cliché de los indios indefensos y pacíficos que esperaron hasta el último momento para enfrentar a los españoles que perpetraban matanzas gratuitas. En realidad, los mexicas sí se defendieron y Moctezuma no fue el soberano supersticioso y cobarde que abandonó su imperio sin pelear contra los extranjeros. ~
(ciudad de México, 1954) es historiador. Autor, entre otros títulos, de Convivencia y utopía.