El Manifiesto comunista parece escrito ayer al mediodía. Es de 1848. Qué claridad y qué contundencia. Texto limpio y sencillo. La película que incita a leer o releer este panfleto clásico que funda el comunismo es El joven Karl Marx, de Raoul Peck. Discusiones, barullos, miseria, intelectuales contra el mundo. Es romántica, si no supiéramos lo que vino después. La amistad de Marx y Engels, la noche en que redactan el manifiesto que cambiaría el mundo, el agobio de plasmar las ideas y conseguir comida, los desahucios, el casero y el tendero, la policía. La peli es viva y actualísima.
El resumen de este tiempo convulso –el de hoy– lo clava Manuel Muñiz, decano de la IE School of International Relations and Senior Associate of the Belfer Center for Science and International Affairs, Harvard University, en Social Europe. Paloma Farré lo ha traducido en Ctxt.es: El populismo y la necesidad de un nuevo contrato social. Es un artículo técnico y conciso cuyo subtítulo es: “Si la riqueza se concentra en el capital, será necesario algún tipo de democratización del capital.” O sea, una apelación a la inteligencia para no llegar, ¡otra vez! al mundo en llamas que anunció y desató el panfleto citado. Tuvimos que pasar el fascismo, la Revolución rusa, el comunismo y dos guerras mundiales para que hubiera un –ahora se nos antoja fugaz– Estado del bienestar o contrato social.
Mutandis mutandis la situación se ha reproducido y estamos en la opípara precariedad, la aceleración –Luciano Concheiro– y el agobio. El mutatis mutandis incluye, por supuesto, la mejoría general: todos somos pinkerianos: con mirada amplia la vida ha mejorado, incluso se ha alargado (quizá demasiado). Pero la panorámica histórica, el ciclo largo, no se fija en el detalle en el que estamos inmersos, en este martirio sobrevenido, en este shock (Naomi Klein) brutal que nos aflige y nos devora. No hay revoluciones como las de antes (La revolución divertida, de González Férriz: el procés catalán) o se abortan antes de arrancar, al menos hasta ahora. Pero sería ingenuo pensar que el proletariado (sea lo que sea eso ahora, o se llame como se llame) no hace nada. Las locuras populistas, los votantes de Trump, el disparate absurdo del Brexit o la sacudida catalana son alertas ya bastante serias. Cualquiera de esos espasmos, o todos juntos, pueden dar un latigazo por donde menos lo esperemos y reventar la tela de araña en la que nos columpiamos.
En la comedia Saint-Amour (Benoît Delépine y Gustave Kervern, 2016), Michel Houellebecq interpreta brevemente a un hombre que alquila su casa, pero él y su familia han de dormir en el garaje. También, el mundo que describe Comanchería (David Mackenzie, 2016), poscrack del 29, Steinbeck. Saint-Amour, con un inmenso Depardieu, refleja otra pulsión del momento atroz que nos lleva: la escasez de sexo que acreditan las encuestas. Son microchispazos que resultan invisibles a la escala panorámica de Pinker, pero que están ahí, aquí, junto al desaforado consumo de fármacos, drogas y brebajes. Lo del sexo en declive nos lleva a los abusos sexuales pos-Weinstein y, en general, a la situación de la mujer, que está sencillamente atascada: no avanza ni un milímetro y, quizá, con los tiempos atroces y precarios, retrocede en la invisibilidad, en el despiadado forcejeo diario. Pinkerianamente, como en casi todo, hay progreso. Pero el enfoque amplio, a la hora de vivir nuestras vidas reales, no nos vale (Borges: tantas cosas y tanto tiempo y todo lo que pasa me pasa a mí y ahora). Hay que empujar. En fin, en Arabia Saudí las mujeres ya pueden sacarse el carné de conducir. Otra cosa que está muy bien en la peli del joven Marx es la fuerza de su mujer, Jenny von Westphalen, que les ayuda a redactar el manifiesto y a vivir en pleno sinvivir. Cualquiera que escriba con veinticuatro años (si es que hay alguien), la edad de Marx en ese momento, debe ver esta peli. Engels tenía veintidós. Intentando pensar en una moto sin frenos.
En Breve historia del pensamiento económico, de Alessandro Roncaglia, he encontrado una frase muy chula de Adam Smith (el de “la mano invisible del mercado”, la metáfora que condensa nuestro vibrátil mundo de algoritmos locos). Dice así: “La mayor parte de la felicidad humana procede de la conciencia de ser amado.” La perla es de su primer libro, La teoría de los sentimientos morales (1759). También escribe Smith en ese tomo de autoayuda en el que apela a la empatía: “Por muy egoísta que se suponga que es un hombre, hay ciertamente algunos principios en su naturaleza que lo llevan a interesarse por la suerte de otros y a hacer de su necesidad algo necesario para él, aunque de ello no obtenga nada, salvo el placer de contemplarla.”
También hay una frase muy buena que cita Heribert Prantl en el diario alemán Süddeutsche Zeitung y que dice: “La fuerza de un pueblo se mide por el bienestar de los débiles.” Como explica en su artículo, la frase es de la Constitución suiza. En fin. Este diario difunde la nueva filtración llamada Paradise Papers. Tal como está el mundo esta filtración parece propaganda de los propios evasores: incita a emularlos, a evadirse con el dinero que corre loco sin control.
Escribo este gañido en casa de Luis Alegre, sobre el Ebro y el cierzo (y me acuerdo de Félix Romeo, que escribía por casas y bares), viendo una foto de Rafael Azcona en el calendario de la Filmoteca Española de 2015. Al principio de su terrible novela Los ilusos (1958) piensa el protagonista: “Ahora, a no acoquinarme. Si me acoquino, estoy perdido.” ~
(Barbastro, 1958) es escritor y columnista. Lleva la página gistain.net. En 2024 ha publicado 'Familias raras' (Instituto de Estudios Altoaragoneses).