Laura J. Snyder
El ojo del observador: Johannes Vermeer, Antoni van Leeuwenhoek y la reinvención de la mirada
Traducción de José Manuel Álvarez-Flórez
Barcelona, Acantilado, 2017, 536 pp.
El oculocentrismo o privilegio de la vista sobre los demás sentidos, tan característico de la cultura occidental, ha seguido manteniéndose gracias a las innovaciones tecnológicas aparecidas en diversas épocas. Si todos fuésemos tan miopes como quien escribe esta reseña, o padeciéramos de vista cansada y no existiesen lentes que nos ayudasen a corregir nuestros defectos visuales, el resto de sentidos gozarían hoy de mayor importancia. Pero no ha sido así, y este ensayo de la historiadora y académica estadounidense Laura J. Snyder da fe de ello. El ojo del observador podría entonces leerse como una historia de la tecnología óptica surgida en el siglo XVII que nos enseñó a ver de otro modo, tanto en el campo de la ciencia como en el del arte. Para desarrollar sus ideas, Snyder se centra en dos individuos que nacieron en 1632 en la misma ciudad –Delft– de la antigua República Neerlandesa: Antoni van Leeuwenhoek, fabricante autodidacta de lentes y otros instrumentos ópticos, hoy conocido como “el padre de la microbiología”, y el pintor Johannes Vermeer. Como resume la propia autora en su epílogo, ambos utilizaron instrumentos como microscopios, espejos o cámaras oscuras “para ver más allá de la superficie, más allá de lo inmediatamente visible, para ver más de lo que puede apreciar el ojo”. Gracias a ello, “los dos comprendieron que en el mundo natural había más de lo que se veía en la superficie y los dos creyeron que formaba parte de su tarea como ‘investigadores de la naturaleza’ mirar más profundo, ver lo que había debajo”.
Quienes piensen que la autora va a abordar de lleno el tema principal –la reinvención de la mirada en el siglo XVII gracias a la tecnología óptica– en el primer o segundo capítulo necesitan ser advertidos de que no va a ser así, pues este libro es una suerte de menú-degustación que requiere compromiso y paciencia por parte de los lectores. Las reflexiones de Snyder acerca de los descubrimientos microbiológicos de Van Leeuwenhoek o de las técnicas pictóricas aplicadas por Vermeer gracias a sus conocimientos de óptica van a ir desgranándose poco a poco. En paralelo, los lectores irán encontrando en cada parte de las doce que componen el libro los distintos aspectos de una radiografía sociocultural de los Países Bajos en el momento histórico en que lograron su independencia de España, tras la Guerra de los Ochenta Años. La ensayista necesita presentar al detalle el contexto en el que surgieron las mentes de estos dos individuos que nos ocupan para demostrar que habían nacido en una tierra fértil para su creatividad y descubrimientos. No hemos de olvidar, y la autora nos lo recuerda, que a pesar de contar solamente con un pequeño trozo de tierra cenagoso en el norte de Europa, los Países Bajos fueron una gran potencia gracias a su imperio colonial. Así, Snyder nos muestra, siempre a través de datos bien contrastados, que en la República Neerlandesa del siglo XVII florecía el mercado de la pintura y las artes decorativas. Además, la ética del trabajo y los avances sociales de esta próspera nación –incluidos los relacionados con las mujeres– eran admirados en toda Europa.
Si bien se agradecen la profusión de datos y el rigor histórico que la autora exhibe, no haría ningún mal al libro suprimir varias decenas de páginas, especialmente las dedicadas a demostrar de dónde proceden sus investigaciones; todo lo contrario: le aportaría mayor tensión y evitaría las frecuentes digresiones en las que se nos proporciona información no relevante para el tema principal del ensayo, como hipótesis y elucubraciones sobre los orígenes geográficos de la esposa del pintor Pieter de Hooch o las circunstancias en las que Van Leeuwenhoek pudo conocer al médico neerlandés Reiner De Graaf, quien convenció a aquel para que enviase sus observaciones científicas a la Royal Society de Londres.
En cambio, algunas partes, como la quinta, titulada “Ut pictura, ita visio”, son excelentes ejemplos del mejor ensayo histórico divulgativo. En ella la autora comienza recreando una escena que transcurre en 1623 en casa del poeta Constantijn Huygens y en la cual su hijo primogénito, también llamado Constantijn, reunió a un grupo de conocidos para mostrarles una cámara oscura y otros inventos traídos de Inglaterra. De esta escena tan específica se sirve Snyder para, inmediatamente después, abrirnos la puerta de la historia y evolución de las cámaras oscuras y de su empleo a cargo de los pintores de distintas épocas hasta centrarse finalmente en el uso específico que le daba Vermeer en la composición de sus óleos. Son destacables también los momentos en los que Snyder hace una lectura detallada de las obras del pintor de Delft en las que se advierte con mayor claridad su uso de este instrumento óptico, pues la autora logra que los pigmentos, sombras y tonos hablen por sí mismos: “Vermeer comienza a hacer un uso abundante de pointillés, toques globulares de pintura opaca gruesa, de un blanco puro o ligeramente amarillento, para indicar esos halos o discos de confusión [producidos por la cámara oscura]. Esparce esos pointillés a lo largo del borde del agua en Vista de Delft, acentuando el juego de luz en las diferentes texturas del agua y de las embarcaciones de madera […].” Es particularmente en pasajes como esos donde Snyder, coherente con el tema que desarrolla en El ojo del observador, enseña a ver a los lectores del siglo xxi, liberando nuestros ojos de los prejuicios y automatismos acumulados durante siglos. ~