Jon Fosse, una dramaturgia de paisaje

Desde su primera obra, Fosse decreta una idea sobre el teatro con temas y formas que perfilan un núcleo de preocupaciones recurrentes.
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Tras una serie de malas experiencias como espectador, el dramaturgo noruego Jon Fosse (Haugesund, 1959) juró nunca volver a pisar un teatro. Sin embargo, años más tarde le encomendaron escribir una pieza escénica y, para su sorpresa, el medio le pareció el más adecuado para la manifestación de su escritura; la economía expresiva que requiere el arte dramático, sus posibilidades conceptuales, así como el uso práctico y simbólico de los silencios se ajustaban a su impronta creativa. Esto encuentra concordancia cabal con el veredicto de su recién concedido Premio Nobel, al afirmar que su obra narrativa y dramática “da voz a lo indecible”.

Semejante declaración provoca intriga a quien desconoce su obra, aunque se puede recurrir a la aseveración de Arthur Miller cuando dice que el verdadero drama sucede entre las grietas de lo que acontece. Si bien el dramaturgo norteamericano no es citado como influencia de este prominente autor, el más representado en la comunidad europea en 2013, su estilo está directamente atravesado por la herencia de Harold Pinter por el uso del silencio como arma expresiva, de Thomas Bernhard –quien hizo del verso libre una musicalidad escénica particular–, así como el ascetismo expresivo de Samuel Beckett y, desde luego, Henrik Ibsen, a quien reconoce como el verdadero poeta de las tinieblas.

Ya desde su primera obra, Alguien va a venir –considerada por el autor como una respuesta directa a Esperando a Godot, en donde una pareja se aleja de todo para estar juntos y aguarda la amenaza de interrumpir su idilio por un otro que efectivamente llega–, Fosse decreta una idea sobre el teatro con temas y formas que van perfilando un núcleo de preocupaciones recurrentes. Estas se encuentran determinadas por un existencialismo que conjunta la filosofía del lenguaje y un temperamento absolutamente impregnado por su geografía natal y fe religiosa.

Su estilo dista de ejecutarse bajo una pauta abstracta y nos presenta situaciones en las que abundan personajes regularmente sin nombre y hechos tan cotidianos como esperar una visita familiar o a un hijo, ir a la tienda, perder a un perro, estar absorto frente a un ventanal, encontrarse anclado a una adicción o, simplemente, mostrar la inercia de la convivencia diaria. Todo se expone bajo una aparente simpleza en la que breves atisbos dan cuenta de una corriente interna de conflictos insondables que por lo regular evaden ir hacia un final o una conclusión definitiva a lo que presentan.

Como buen retratista, Fosse impone sobre toda escena concurrida una distancia que provoca una suerte de realidad intensificada, en donde, más que exagerar toda acción por medio del simulacro que ejerce el lenguaje o los recursos mal entendidos del drama, desnuda hasta el esqueleto las motivaciones reales de sus personajes por medio de frases austeras que parecen indicar la expresión de un coloquialismo local en obras como La noche canta sus cancionesEl hijo y Los perros muertos o en la absoluta frugalidad comunicativa de Libertad Yo soy el viento, en donde los temas de decisiones vitales o el enfrentamiento con el otro se reducen a intercambios verbales que asemejan un silogismo lógico puesto en acción. El uso de esta economía lingüística evidencia el impacto que el filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein tiene sobre el autor nórdico, pues justamente es reconocido por sus reflexiones acerca del lenguaje como un disfraz que distancia al pensamiento de sus objetivos reales, así como la imposibilidad de enunciación ante lo inefable acuñada en una de sus frases más representativas: “de lo que no se puede hablar hay que callar”.

Fosse forja la tensión dramática de sus obras a partir de este tipo de preceptos filosóficos, estableciendo el contrasentido de expresar lo inexpresable con un deliberado uso del silencio que, más que un ritmo, provoca una densidad palpable sobre los individuos y las atmósferas. Esto también permite que se transmita la oscuridad latente del paisaje invernal, con ese anhelo de luz y una gélida quietud dramática que ofrecen una refracción del paisaje nórdico. Se podría aseverar, sin pecar de exageración, que las obras dramáticas de Fosse poseen una temperatura muy específica.

Debido al foco que le ha puesto últimamente el prestigiado galardón, se ha hablado mucho de su faceta como creyente de la religión católica, particularmente con una frase proferida por él mismo que ya casi se ha convertido en su eslogan publicitario: “Escribir es como rezar.” Trazas de esta adscripción, gracias a la cual algunos críticos lo encasillan dentro de un denominado realismo místico, pueden vincularse a su propensión al silencio (derivada de una infancia dentro de la práctica en la fe de los cuáqueros), su respeto e integración natural de la geografía a su temperamento artístico, así como el empleo de la reiteración como un auténtico mantra y escudo para los temores del alma que exhiben sus personajes. Obras como Rambuku, acaso uno de sus ejercicios más simbólicos, ofrecen a su vez una excursión pragmática por la idea de la promesa de un cielo ante una pareja de ancianos que están listos para morir y aspiran a alcanzar aquel estado inerte y luminoso a cambio de la vida que no supieron vivir en conjunto.

Es de suma relevancia que el Premio Nobel se haya decantado por un autor dramático, ya que suele no interesarse por este género; el último galardonado fue Harold Pinter en 2005. Usualmente el reflector que ofrece permite revisar al autor electo al menos por el año que dure su reinado, en el caso de Jon Fosse queda por verse si este interés puede traspasar a los escenarios. Al menos en Iberoamérica, en donde si bien ha sido representado por directores como el argentino Daniel Veronese y en México por Jorge Vargas y Juan Manuel García Belmonte, queda una tarea escénica pendiente que de igual modo apela a la necesidad por una traducción de la mayor parte de sus obras teatrales, ya que solo se cuenta con el volumen publicado en 2011 por la editorial argentina Colihue.

Para quienes no hemos tenido la oportunidad de ver su obra representada, provoca expectación la resolución escénica que pueda tener este prominente autor con ese estilo astringente y minimalista que bien puede captar la atención de nuevas audiencias si se considera atentamente la complejidad de su universo. La obra dramática de Jon Fosse dista de ser una experiencia de entretenimiento, pues busca provocar en el medio teatral una ruptura con el tiempo cotidiano que ofrenda un riguroso ejercicio acerca de la conciencia de lo que implica estar vivo. ~

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es dramaturga, docente y crítica de teatro. Actualmente pertenece al Sistema Nacional de Creadores-Fonca.


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