La búsqueda incesante de la impureza

El síndrome de Falcón. Literatura inasible y nacionalismos

Leonardo Valencia

Pontificia Universidad Católica del Ecuador

Quito, 2019, 480 pp.

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El siglo XXI comenzó para la literatura latinoamericana bajo un signo doble y, hasta cierto punto, paradójico. Por un lado, cansadas de la inflación noventera de autores españoles, las grandes editoriales comenzaron a interesarse de nuevo en lo que ocurría de este lado. Así, sellos como Alfaguara desembarcaron con el proyecto de reunir las diversas voces latino- americanas alrededor de un proyecto de gran escala. Sin embargo, no contaban con la reacción de autores como Alberto Fuguet y Jorge Volpi, quienes se opusieron a cierta forma consagrada de “ficción latinoamericana”, que ellos consideraron alienante para el lector y el escritor. Desde luego, el chileno y el mexicano publicaron y siguen haciéndolo con transnacionales, pero lo hicieron con la voluntad de vehicular una imagen de América Latina más urbana, conectada con el resto del globo, en la que se privilegiaban los espacios de tránsito como aeropuertos, malls y tantos otros. También formularon una literatura sin señas de identidad, ficciones que muy bien podían pasar por novelas estadounidenses, francesas o alemanas, lo que fuera.

Desde luego, otros autores latinoamericanos se sirvieron de la crónica o el artículo periodístico, cuando no del ensayo, para dar forma a sus inquietudes. El hecho de que escogieran el ensayo no deja de ser sintomático. Ya lo dijo el peruano José Miguel Oviedo en su Breve historia del ensayo hispanoamericano (1990): desde la emergencia de las repúblicas latinoamericanas, el ensayo sirvió para indagar y cuestionar las identidades, sean estas nacionales o continentales. Uno de los avatares más recientes y mejor logrados, sin dejar de plantear polémica, es El síndrome de Falcón de Leonardo Valencia. Desde que fuera publicado originalmente (2008), ha sido reeditado y enriquecido o reformulado, pese a que en el fondo siga conservando el aliento crítico de sus inicios. El libro está formado por textos heterogéneos que aparecieron bajo condiciones y en momentos distintos de la vida de Valencia, un autor ecuatoriano e italiano que ha vivido en España, Perú y otros países. Dichos textos están repartidos en tres grandes acápites: “Sobre autores”, “Sobre literatura ecuatoriana” y “Sobre la escritura”, lo cual manifiesta la diversidad de inquietudes que guían la reflexión del escritor. No obstante, llama la atención la coherencia secreta que reúne el conjunto de ensayos, una coherencia que es el resultado tanto de la subjetividad detrás –la de Valencia–, como de interrogantes que evolucionan y se problematizan con el paso de las páginas y secciones, generando resonancias que no por secretas dejan de ser elocuentes.

Al igual que varios autores de su generación, Leonardo Valencia también declara la guerra a cierta forma de representación latinoamericana, canonizada y ya vetusta. En el ensayo titulado “El tiempo de los inasibles”, por ejemplo, escribe que “las editoriales siguen buscando novelas representativamente latinoamericanas y catapultan con premios a autores que, por su nacionalidad, cumplen esa condición”. De todos los escritores latinoamericanos que les son más o menos contemporáneos, me parece que el colombiano Juan Gabriel Vásquez es quien más sintoniza con sus ideas. A diferencia de los autores en la órbita de MacOndo y el Crack, Juan Gabriel Vásquez no propone una ruptura con la tradición sino más bien una continuidad (si por esta se entiende una relectura de los clásicos). Así, no se trata de evacuar el “realismo mágico” sino de entender verdaderamente la originalidad de la obra macondiana, lamentablemente secuestrada por una crítica obtusa por nacionalista y, en consecuencia, folclórica. En la misma línea, Valencia propone una relectura de los clásicos nacionales que da un paso más allá en la medida en que reconfigura el canon en función de criterios estéticos antes que ideológicos: Jorge Icaza, legendario patriarca de las letras ecuatorianas, deja su lugar a escritores como Alfredo Gangotena o Javier Vásconez, autores que no se pueden encasillar, bajo riesgo de desnaturalizar lo audaz de sus propuestas y su voluntad por escapar de categorías nacionales.

Lo latinoamericano por un lado y lo nacional por el otro. ¿Se trata de dos caras de la misma moneda; o, más bien, de dos líneas condenadas a avanzar de forma paralela? En este aspecto, Valencia también muestra una postura singular, que a la vez hace eco a ciertos autores como Fernando Iwasaki, Roberto Bolaño, Horacio Castellanos Moya o el mismo Juan Gabriel Vásquez. Nacido en un país que considera como un excéntrico en el espacio literario latinoamericano, Leonardo Valencia apuesta por una literatura que no busque formular una condición nacional, sino que apunte a una extraterritorialidad lingüística y literaria. George Steiner, ensayista que dio forma a dicho concepto, daba como casos de extraterritorialidad a Vladimir Nabokov, Samuel Beckett y Jorge Luis Borges. Leonardo Valencia recuerda a latinoamericanos como César Aira, Julio Cortázar, Julio Ramón Ribeyro, Mario Vargas Llosa, Lupe Rumazo y muchos otros. Todos son escritores que, de un modo o de otro, han contribuido a crear un espacio donde no es necesario contar con un pasaporte, un lugar en el que subvierten las jerarquías, un territorio de imaginación sin fronteras, aunque con un horizonte infinito. Para Valencia esos autores forman parte de “la tribu errante”; en otras palabras, se integran a ese grupo de escritores que, desde el exilio, la migración, sea como se llame la trashumancia, están dispuestos a desmentir las cartografías existentes. De esta manera, plantean una diferencia ligera pero sustancial a la hora de definirse como escritores. Ellos no son peruanos, argentinos, cubanos, ni latinoamericanos por su nacimiento, ni siquiera por sus temas, sino más bien por la manera en que cuestionan y enriquecen una tradición lingüística.

En este sentido, ocurriría algo particular con los escritores latinoamericanos ya que para Leonardo Valencia el idioma español, más que ninguna otra lengua, poseería la cualidad de atravesar fronteras, sortear aduanas, y esto por más muros que haya de por medio. En consecuencia, el autor ecuatoriano concibe el lenguaje antes como un puente que como una trinchera. Un puente que vincula a los diversos países latinoamericanos entre sí y con España, reactivando la historia del idioma y a la vez generando un espacio poroso de circulación e intercambios. Para Valencia, por lo demás, concebir y practicar de esta manera la literatura sería un ejercicio que cuestionaría una idea centralizadora de lo literario. El escritor posicionado desde y en el idioma, antes que en la fatalidad de una pertenencia nacional, no escribiría desde una periferia, ni con el deseo de ser reconocido por un centro, sino más bien desde un margen y siempre en contacto con otros márgenes. Esta dinámica estaría determinada por la búsqueda incesante de la impureza, si por impureza entendemos la mezcla de géneros, la inversión de jerarquías, el cuestionamiento de las tradiciones, el uso de un idioma concebido como un desafío antes que como un patrimonio. En suma, la literatura.

¿La extraterritorialidad que los escritores latinoamericanos reivindicaron a comienzos de siglo sigue vigente en este 2021? La respuesta no es sencilla, ahora que el repliegue nacionalista de muchos países impone nuevas fronteras, cada cual más original y siniestra que la precedente. Basta el ejemplo de las redes sociales, esa compleja sensación de libertad que ofrecen, mezcla de vigilancia sistemática y control sutil. Muchos podrían pensar que el escritor que esquiva aduanas, trasciende espacios, se ha convertido en una antigualla, un vestigio de un periodo en el cual se concebía con demasiada inocencia el rol de la globalización. Quizá se equivoquen, en la medida en que precisamente esa contraparte perniciosa de la globalización exigiría ahora más que nunca al autor apostar por una literatura que desde su concepción extraterritorial hasta su hibridez formal aspire a mostrar, que no a denunciar, las arbitrariedades de nuestro tiempo. Ese es un aspecto al cual apunta más la actividad como creador de Valencia que su reflexión como ensayista. Pienso en novelas como El libro flotante de Caytran Dölphin (2006) cuya redacción se efectuó en paralelo con una bitácora electrónica en la que el lector/navegante podía participar desde donde se encontrara en el proceso de escritura.

En el caso de Valencia, se puede afirmar lo que él mismo comenta en uno de sus ensayos con respecto de Mario Vargas Llosa: “la reflexión ensayística sobre la escritura ha pasado a formar parte importante, si es que no lo ha estado siempre, del trabajo del escritor”. En el ecuatoriano, lo mismo que en el peruano, no se puede disociar creación y reflexión, ambas forman parte del mismo proceso. Un proceso que para Valencia significa apostar por el cosmopolitismo en un periodo como el actual, marcado por una globalización que homogeneiza sin dejar espacio para la diversidad. En un contexto semejante, el autor procura el diálogo crítico con los clásicos nacionales y latinoamericanos, así como la fundación de una nueva vertiente en la que los literatos no deban obedecer a imperativos identitarios que los obliguen a cargar el pasado, tal y como ocurrió con el Falcón del título. Leonardo Valencia es un lector que lee a partir de la pasión, desde luego, pero también que interroga y no duda en corregir. El resultado es una invitación a la reflexión y, por supuesto, al debate acerca del ejercicio literario en nuestro tiempo, un tiempo de derrumbes de fronteras y nacionalismos, también de territorios y utopías quizá cada vez más inaccesibles. ~

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(Lima, 1980) es docente de literatura latinoamericana en el Instituto de Lengua y Literaturas Hispánicas de la Universidad de Berna


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