Recientemente, a raĆz del caso aĆŗn abierto sobre Florence Cassez que tiene enconados, cansados, hartos a todos sus involucrados, incluidos los miembros de la sociedad civil interesados en el devenir de la justicia mexicana y del proceder de la policĆa en nuestro paĆs, fui testigo, como lo fuimos muchos, del exceso, de la desmesurada y desbordante manera en la que los periodistas, intelectuales, acadĆ©micos, locutores y todo lo que se les parezca, expresĆ³, expulsĆ³, y en algunos casos, escupiĆ³ a travĆ©s de las ventanas de los medios de comunicaciĆ³n, radio, televisiĆ³n y prensa escrita, su opiniĆ³n; pocos de los autores de las decenas de artĆculos parecĆan estar informados medianamente sobre el caso, pero la gran mayorĆa evidenciaba una franca ignorancia sobre las profundidades, oscuros recovecos y formas del affaire en su conjunto.
De la noche a la maƱana, un alto porcentaje de informadores, lĆderes de opiniĆ³n, libre pensadores, polĆticos, activistas, fuese la que fuese su profesiĆ³n y su currĆculum, dieron a conocer su postura y, peor, sus simples opiniones, muchas de ellas insulsas, carentes de Ć©tica y sin base periodĆstica –como si alguien se las hubiese solicitado con urgencia–, basadas, casi todas, en el mejor de los casos, en la lectura de un reportaje sobre el tema o de pĆ”rrafos extraĆdos del proyecto de sentencia de liberaciĆ³n de la francesa propuesto por Arturo ZaldĆvar Lelo de Larrea, y en el peor, en la idea de que su personalidad e importancia mediĆ”tica, aunque desconocieran casi todo sobre el affaire –por no decir que todo–, los facultaba para decir, hacer, opinar lo primero que les viniera a la cabeza a fin de contribuir con su verborrea, parafraseando a Gabriel Zaid, a las demasiadas opiniones.
En menos de dos semanas, el tiempo que transcurriĆ³ entre el anuncio de la propuesta de liberaciĆ³n de Cassez, y su deliberaciĆ³n en la Suprema Corte de Justicia de la NaciĆ³n, una gran parte de dichas personalidades, respetadas o no, informadas o no, se volvieron expertas en el asunto, capaces de citar artĆculos o reportajes de otros compaƱeros de profesiĆ³n que nunca leyeron en su dĆa –y ni les interesĆ³ hacerlo, ocupados, como estaban, en otra coyuntura oportunista–, al tiempo que, como era de suponer, contagiaron, en una especie de enfermedad de expresiĆ³n “democrĆ”tica”, a una sociedad civil necesitada de comentar, cuando no de insultar, dichos escritos y a sus autores.
¿DĆ³nde estaban todos estos periodistas, todos estos expertos sabelotodo, hace mĆ”s de seis aƱos, cuando se montĆ³ el arresto de la francesa y de su novio? ¿DĆ³nde estaban incluso en febrero de 2011, cuando un tribunal federal revocĆ³ el amparo de la acusada por Ćŗltima vez y confirmĆ³ la sentencia? ¿DĆ³nde, cuando Juan Villoro publicĆ³ su lĆŗcido texto “Cosa juzgada”? Algunos, lo sĆ©, porque entonces lo escribieron, estaban “convencidos” de la culpabilidad de Cassez, como el propio HĆ©ctor Aguilar CamĆn lo afirmĆ³ en Milenio, el 16 de febrero de 2011, en su artĆculo, “Cassez no vale una misa”.
Parece que ha sido un reportaje de Nexos, veraz e informado, pero bastante tardĆo, el que comenzĆ³ a cambiar la visiĆ³n de gente que, sin empachĆ³, apenas unos meses atrĆ”s felicitaba la actuaciĆ³n de nuestros cuerpos policiales, la visiĆ³n misma del propio director de Nexos; muy pocos leyeron el primer reportaje serio sobre el tema escrito por un mexicano, el de Guillermo Osorno, en Gatopardo, y menos aĆŗn el libro de Anne Vigna y Alain Devalpo que publicĆ³ Mondadori bajo el nombre de FĆ”brica de culpables y, aĆŗn menos, aĆŗn muchos menos, el de la propia Florence Cassez, que publicĆ³ OcĆ©ano. Y apenas muy pocos, lo que el abogado AgustĆn Acosta ha escrito al respecto. Antes de la propuesta de liberaciĆ³n del ministro ZaldĆvar, a casi a nadie le interesĆ³ saber mĆ”s sobre el caso de Florence Cassez. Ahora resulta, sin embargo, que todo MĆ©xico conoce al dedillo la maraƱa que, desde el 9 de diciembre de 2005, unos incompetentes han puesto en la agenda de los medios.
Lo anterior, evidencia que el oportunismo mediĆ”tico ha sido, de momento, el gran triunfador del affaire Florence Cassez, del que hasta el presidente de la naciĆ³n parece ser un experto, si se ha atrevido a decir aquello de las rendijas de la impunidad: todos se subieran al carro de la informaciĆ³n y de la propaganda; todos los periodistas comenzaron a saber sobre lo que hace seis aƱos, hace cinco, hace dos, les era de una indiferencia absoluta.
Los medios de comunicaciĆ³n y sus profesionales deberĆan hacer una autocrĆtica seria, porque fueron ellos quienes condenaron a Florence Cassez a 60 aƱos de prisiĆ³n con la divulgaciĆ³n en primera plana, en editoriales, en “reportajes” desinformados, en montajes televisivos, una realidad falsa, creada, inventada, una realidad de la que la seƱora Miranda de Wallace se ha convertido en vocera institucional.
De la noche a la maƱana, medios como CrĆ³nica, de linchar a Florence Cassez, han pasado a defenderla; medios como El Universal han suavizado todo los ataques, pero no han dejado de publicar las fotografĆas que la AFI les hizo llegar en sobres para su divulgaciĆ³n, o como Reforma, cuyos articulistas ahora la defienden, pero apenas hace dos aƱos su diario publicaba notas en las que con mala fe y mala intenciĆ³n rumoraban que Florence Cassez vivĆa como reina en la prisiĆ³n: su fuente, otra reclusa; o Milenio, experto en dar una de cal, por dos de arena ; o La Jornada que quiere ver caer a Genaro GarcĆa Luna , pero jamĆ”s ha dejado de editorializar sus notas con la frase “la secuestradora francesa”, sin que aĆŗn eso haya podido demostrarse. De la televisiĆ³n, es mejor ni hablar.
Ha llegado la hora de que los medios acudan al psicĆ³logo y traten en el divĆ”n su bipolaridad; ha llegado la hora de que la sociedad les exija el profesionalismo del que carecen, de que se abran los vehĆculos para llevarlos a los tribunales cuando difaman o divulgan informaciĆ³n no contrastada, mucho menos confirmada; es tiempo de que los medios comiencen a abrir el espacio de defensa de los lectores que periĆ³dicos como El PaĆs, tienen desde hace mĆ”s de 25 aƱos. De no ser asĆ, seguiremos viendo cĆ³mo cambian su postura como veletas defendiendo intereses precisos, privilegiando voces y callando otras acorde a su conveniencia y compromisos polĆticos, sin el menor respeto a la veracidad, al rigor, al pudor, y actuando con total impunidad.
Es momento de que dejemos de leer artĆculos que comienzan con la frase: “Yo no sĆ© si Florence Cassez es culpable o es inocente, pero…” De nada sirve que los nuevos expertos, perezosos de leer, de investigar, de profundizar sobre un tema serio (de preguntarse quiĆ©n es Israel Vallarta, quiĆ©n su hermana, quiĆ©n su cuƱado, quiĆ©n Eduardo Margolis, quiĆ©n SĆ©bastian Cassez, quiĆ©n Cristina RĆos Valladares, quiĆ©n Ezequiel Elizalde, quiĆ©n el padre de este, quiĆ©n la falsa madre coraje Isabel Miranda) comiencen diciĆ©ndonos que ellos no saben. Es hora de que sepan, si se les ocurre dar su opiniĆ³n, de quĆ© estĆ”n hablando. Los lectores debemos exigirlo.
ActualizaciĆ³n (Marzo 27. 16:51)
Este autor olvidĆ³ mencionar que la Revista Proceso, ha sido, desde hace varios aƱos, uno de los escasos medios que no ha quitado el dedo del renglĆ³n sobre las irregularidades del caso.
Periodista y escritor, autor de la novela "La vida frƔgil de Annette Blanche", y del libro de relatos "Alguien se lo tiene que decir".