(sobre La TV del más allá, de Ariel Guzik)
Situado en el lugar más recóndito del Museo de la Ciudad de México, se encuentra El Clauselito, una pequeña sala que inaugura exposiciones de artistas contemporáneos cuatro veces al año. Para acceder a este espacio es necesario cruzar el estudio de Joaquín Clausell; el escondite del pintor considerado “enemigo del régimen porfiriano” conserva algunos muebles y un sorprendente mural que abarca las cuatro paredes y que contrasta con la historia didáctica que muestran los que hay en la primera planta. La obra fue creciendo conforme el artista hacía manchas al limpiar sus pinceles en los muros, para después convertirlas en cientos de pequeñas pinturas. Una yuxtaposición de postales al óleo que llevan el mote de “la torre de las mil ventanas”.
La habitación contigua, antes utilizada como bodega, es El Clauselito. Este espacio de cinco metros cuadrados empezó a intervenirse desde hace dos años y es una iniciativa de Mauricio Marcín, curador de los proyectos que ahí se han presentado. Artistas como Ricardo Alzati, Saúl Villa, Fernando García Correa y Edgar Orlaineta, entre otros, han propuesto diversos diálogos y contrapuntos con el estudio de Clausell. Hace tres semanas se llevo a cabo la última inauguración programada de este año, La Tv del más allá del artista visual, científico, músico e iridiólogo Ariel Guzik.
La pieza es una especie de set diseñado con la estética futurista de los años sesenta donde el Dr. Chunga bien podría mostrarnos alguno de sus inventos. Las paredes son pizarrones con gráficas de color que explican el experimento realizado. Hay un sillón, un tapete y una preciosa televisión de madera. Este receptor o “TV” funciona al hacer girar la enorme rueda de mármol que tiene conectada, es decir, la pieza se alimenta de la energía que espectador le confiere. Es posible mirar dieciséis canales distintos y cambiarlos con un control remoto de un solo botón. Cada uno de los canales recibe radiofrecuencias naturales del fondo cósmico que derivan en información visual y sonora a través de un decodificador: las señales toman formas lineales que sugieren las de galaxias espirales o cuerpos celestes y reproducen diversos sonidos, parecidos al de la estática de un radio.
Al parecer, 380.000 años después del Big Bang, la radiación que esta gran explosión produjo se enfrió a menos de 270 grados centígrados y, con esa temperatura, terminó por separarse del resto de las partículas existentes para moverse con libertad en el cosmos. Esa radiación, llamada fondo cósmico de microondas, contiene datos de las épocas más tempranas del Universo, por lo tanto, su estudio es esencial para el entendimiento del origen del mismo. En la nieve de un canal sin emisión de una televisión análoga cualquiera o en el ruido lejano de las líneas telefónicas, por ejemplo, es posible ver y escuchar el 1% de estas radiofrecuencias.
El mural de Clausell evidencia una serie de viajes supuestos que el pintor realizara desde el clandestino cuarto de azotea del antiguo Palacio los Condes de Santiago de Calimaya, ahora Museo de la Ciudad de México. No me resulta extraño que la pieza colindante, en la cima de la torre de Clausell, cifre y condense las microondas más distantes del Universo –mismas en las que algunos astrofísicos buscan vida extraterrestre– para permitirnos un viaje espacial desde la comodidad del televisor.
– Verónica Gerber
(ciudad de México, 1981). Artista visual que escribe.