He buscado información sobre la Escuela Normal Isidro Burgos de Ayotzinapa en la internet. Me topo con más preguntas que respuestas. Ya comenté que ignoraba, por ejemplo, que esa Normal está escindida en lo esencial por una radical confrontación: los estudiantes se identifican de manera unánime con las luchas “por la educación” de —digamos— la izquierda, mientras que sus maestros se identifican con la “lucha por la educación” oficial.
Es decir, que si los estudiantes de la Normal actúan dentro de los parámetros de la Coordinadora Estatal de Trabajadores de la Educación en Guerrero (CETEG: sección de la Coordinadora Nacional de los Trabajadores de la Educación, CNTE), sus profesores son militantes del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE).
He ahí una mezcla químicamente inestable. Por eso ha marcado en buena medida los últimos episodios de la prolongada historia de conflictos que hay en esa Normal. A partir de 2011, los líos han derivado de si el director es aliado de los maestros de la SNTE o de los alumnos de la CNTE. En noviembre de 2011, el reemplazo de un director provocó el conflicto que culminó en la gresca que, un mes más tarde en Chilpancingo, arrojó un saldo de tres muertos, dos estudiantes y el empleado de la gasolinera.
Y no es solamente la rivalidad entre la CETEG y el SNTE, sino las que hay entre las innumerables facciones del espectro político de un estado históricamente retorcido: diputados, partidos, facciones de partidos, la universidad del estado y decenas de Frentes, Asambleas y Movimientos. Todos, y sus aliados o adversarios federales, meten mano en Ayotzinapa, más por sus activos para diversas luchas político-sociales que por su función educativa. Un ejemplo: el líder de una Asamblea Popular de los Pueblos de Guerrero (APPG), Pablo Sandoval Cruz, acusó a dos exgobernadores de “infiltrar” la Normal para causar la gresca de Chilpancingo y culpar al gobernador en funciones. Al denunciar esa infiltración implicaba —desde luego— que su asamblea también se infiltra para conducir el activismo normalista hacia sus propios fines. Me pregunto en qué medida todos estas facciones, partidos, sindicatos, coordinadoras, gobernadores y exgobernadores (además de los movimientos guerrilleros y el narco) tienen responsabilidad por lo ocurrido en Iguala.
Otro dato interesante son los números. Según este reportaje en 2013, la Normal recibió 66.5 millones, presupuesto que en 2014 bajó a 49.2 millones. En 2013, el gasto equivale a 126 mil pesos por cada uno de los 522 alumnos.
La nómina se queda con el 70% del dinero: los salarios de 55 profesores y 110 “trabajadores administrativos” (empleados, cocineros, intendentes) consumieron 46.77 millones en 2013 y 34.1 en 2014.
Eso quiere decir que en 2013, a cada uno de esos 165 empleados le correspondieron, en promedio, 283 mil pesos. Otra pregunta, obvia, es ¿por qué hay ciento diez “empleados, cocineros, intendentes” para atender a 522 alumnos, es decir, un empleado por cada cinco estudiantes? ¿Y cuántos cocineros se necesitan para cocinar comida que, según todas las versiones, casi no existe?
Además de la nómina, en el caso de 2013, la Federación aportó 4.2 millones para apoyar “programas educativos y construcción de espacios académicos”. 2.9 millones fueron para “proveedores” de uniformes, material didáctico y deportivo. Lo que queda es para comida, “gastos de operación”, material de limpieza, “premios”. Los alumnos del séptimo y octavo semestre se reparten 1.2 millones de beca estatal y 788 mil de beca federal. Los de los primeros seis semestres reciben solamente 33 pesos diarios, que es el motivo por el cual se dice que salen de la escuela a buscar dinero. El “comité estudiantil” administra los ingresos por venta de frijol, maíz y flores.
Una regla no escrita de la Normal —dentro de la abyecta “cultura” de la novatada— establece que los alumnos de los primeros dos semestres, prácticamente a las órdenes de los alumnos “veteranos”, deben salir a las ciudades vecinas a hacer lo que se les ordene. Y novatos eran las decenas de estudiantes que fueron a Iguala esa noche triste, con alguna misión sobre la que hay tantas versiones como interrogados. (Porque ni siquiera eso se ha logrado aclarar). Menos de la mitad volvió a la escuela y muchos han desertado desde entonces: son víctimas hasta de sus compañeros.
No debió suceder el crimen de Iguala. No debe repetirse. Los culpables deben ser castigados, todos los culpables, absolutamente todos los culpables.
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.