¿Cuándo fue la última vez que te sentiste tentado, aun brevemente, de hacer algo un poco inmoral? Mentir, traicionar la confianza de un amigo, colarte en una fila o llevarte un poco más de lo que te correspondía? Estoy dispuesta a apostar que ha sido hoy. Quizá en la última hora. Tentaciones más grandes nos persiguen, especialmente las que implican sexo o dinero. Y, quizá hasta un extremo asombroso, a menudo nos elevamos sobre esas tentaciones y actuamos moralmente. Pero ¿cómo afecta la manera en que los demás ven nuestras acciones a nuestra lucha interna con la tentación? ¿Quién es mejor persona: el que actúa moralmente cuando se siente tentado o el que no siente la tentación?
Hay dos corrientes de filosofía moral que, simplificando, hacen predicciones opuestas sobre qué tipo de acciones se considerarán más morales. Un argumento, asociado con Aristóteles, es que una persona realmente moral querrá con sinceridad hacer lo correcto, y que ninguna parte de ella sentirá la tentación de actuar de un modo inmoral. Otro argumento, asociado con Immanuel Kant, es que una acción es realmente moral solo si no es algo que tú quieres hacer: de lo contrario, una persona simplemente realiza sus deseos, y aunque el resultado pueda ser positivo, no se debería considerar especialmente moral. Esos filósofos están discutiendo sobre qué acciones deberíamos juzgar más morales. Pero ¿cuál de esas dos visiones muestra mejor cómo la gente común y corriente razona sobre la moralidad?
Para responder la pregunta y descubrir cómo razona la gente sobre la forma de superar las tentaciones en una vida, mi equipo reunió a más de doscientos cincuenta niños, de entre tres y ocho años, y casi cuatrocientos adultos. A cada participante se le pidió que presentara escenarios comprensibles para los niños donde dos personajes actuaran. Una historia, por ejemplo, describió a dos niñas que habían roto algo de su madre. Las dos le decían al final la verdad a su madre. Y las dos querían decir la verdad, y querían hacer lo correcto. Pero una de las niñas también estaba tentada a mentir para evitar el castigo, y decía la verdad aunque le resultaba difícil. A la otra le resultaba fácil decir la verdad, y no se sentía tentada a mentir, porque no le preocupaba el castigo. Luego preguntamos cuál de los dos casos era más loable moralmente.
Encontramos una llamativa diferencia de desarrollo: los niños de entre tres y ocho años consideraban que alguien que hace lo correcto sin sufrir deseos inmorales es moralmente superior a alguien que hace lo correcto superando deseos en conflicto, pero los adultos tenían una intuición opuesta. Y estos juicios aparecieron en una amplia cantidad de tentaciones inmorales, incluyendo la mentira, no ayudar a un hermano y romper una promesa. Aparecían si preguntábamos quién debería ser recompensado por sus acciones, quién era “más bueno”, o quién tenía más posibilidades de actuar moralmente en el futuro.
Que los adultos favorecieran el personaje en conflicto era en cierto modo sorprendente, porque mucha investigación previa mostraba que los adultos juzgan las intenciones y deseos negativos como moralmente reprochables. Pero aquí hemos identificado situaciones en las que los adultos dan más crédito moral a gente que tiene deseos negativos, en vez de solo deseos positivos. Esto puede ser porque, como Kant, los adultos ven el deseo de actuar inmoralmente como un componente esencial de lo que es un acto realmente moral, en vez de una acción disfrutable que tiene un resultado positivo. De este modo, solo cuando queremos ser malos tenemos la capacidad de elegir el bien.
Por supuesto, hay otros tipos de tentaciones inmorales que los adultos pueden juzgar de un modo tan severo como lo hacen los niños. Por ejemplo, es improbable que una persona que se siente tentada a abusar de un niño pero supera la tentación se considere más moral que alguien que nunca ha sentido la tentación de abusar de un niño. En estudios posteriores queremos observar más de cerca las características de las tentaciones que llevan al elogio moral y las que conducen a la condena.
Mientras tanto, nuestros descubrimientos hasta la fecha sugieren que los niños comienzan con una psicología moral aristotélica, juzgando a individuos que no luchan con decisiones morales más morales que los que sí lo hacen. Pero en algún momento, después de los ocho años, pasan a un marco más kantiano, donde juzgan la validez de las acciones morales según lo difícil que fueran las acciones para los actores.
Entonces, ¿qué cambia a medida que envejecemos?
Una posibilidad es que los niños carezcan de experiencia de primera mano con el conflicto interior. A primera vista, esto parece raro: sin duda, los niños se portan mal a menudo y por tanto podría parecer que deben sentir la tentación de actuar inmoralmente todo el tiempo. Pero también podría ser que los chicos a menudo no hayan sentido, a la vez, el deseo de ser malos y el deseo de ser buenos, y que ganar experiencia con este tipo de lucha interna personal a medida que pasa el tiempo les ayude a valorarla, o al menos a no condenarla, en los demás. Un factor relacionado podría ser una apreciación creciente por la fuerza de voluntad.
Finalmente, y de manera intrigante, puede que los niños prefieran de forma inherente a personas con una personalidad unificada. A medida que envejecemos, sin embargo, llegamos a apreciar los matices de un carácter más complejo que permite tanto la tentación como la fuerza de voluntad para superarla.
Así que la próxima vez que te sientas culpable por experimentar tentaciones inmorales, relájate. Puede incluso que obtengas un elogio extra de tus amigos adultos, siempre y cuando hagas lo correcto al final. Tus hijos, por otro lado, te juzgarán con dureza. ~
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Traducción del inglés de Daniel Gascón. Publicado originalmente en Aeon. Creative Commons.
Es psicóloga, Es investigadora posdoctoral asociada en la Universidad de Yale.