Fotografiar todo aquello que desaparece

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La fotografía perpetúa lo que está condenado a desaparecer, el instante. Lo congela y así permite detallar el movimiento, el acto. Aísla lo que pertenece a un conjunto vital, aun cuando el fotógrafo componga una secuencia o una serie. Lo que queda fijado dentro del marco de su mirada ha sido descontextualizado de su naturaleza y eternizado. De manera inevitable, desde luego, pues es una cualidad intrínseca al propio medio con que trabaja, Sebastião Salgado (Aimorés, Brasil, 1944) realiza este proceso en su trabajo más reciente, Génesis, por partida doble: captura ese momento que de otra forma pasaría desapercibido, y además lo hace con el paisaje, la fauna o la sociedad tan condenadas a desaparecer como el propio instante. Parcelas del mundo inmaculado, o casi, que resisten la influencia de la civilización, al menos aquella que resulta más visual y obvia, y que existen en los extremos del planeta o en la franja tropical.

Aclamado incluso a niveles de ídolo pop, Salgado es un fotógrafo reconocido por su manejo extraordinario de los grises y por los temas de denuncia de sus fotorreportajes. Lo primero requiere un gran control de la técnica y una idea muy precisa de la imagen que quiere lograr. La suya ha sido tan efectiva que ha creado escuela, y ahora, con la facilidad de la tecnología digital, se han multiplicado sus imitadores. En cuanto a lo segundo, su ensayo fotográfico es deudor del trabajo de fotógrafos como W. Eugene Smith, que acostumbraba a hacer largas inmersiones para sus series. Por ejemplo, Country Doctor (1948), sobre un médico rural de la América profunda, o A Man of Mercy (1954), sobre la labor que el doctor Albert Schweitzer desempeñaba en África ecuatorial.

En el periodismo de hoy son muy pocos los que pueden pasar largas temporadas explorando un lugar o siguiendo a una comunidad (de personas o animales, en el caso de Génesis), y Salgado es uno de esos privilegiados, gracias a llevar bien lo que la agencia Magnum, a la que perteneció durante quince años, descubrió a mediados de los años cincuenta: el fotoperiodismo podía financiarse mediante exposiciones en espacios museísticos y mediante la venta de copias numeradas a coleccionistas de arte. La holgura del tiempo le ha permitido, por ejemplo, permanecer tres meses en las islas Galápagos, la primera estación de este proyecto, o vivir con los kuikuros, una etnia de Mato Grosso, durante un mes.

Sin embargo, quizás lo que hace que Salgado destaque sobre otros fotógrafos técnicos y con recursos sea, precisamente, esa capacidad para retratar de manera sistemática aquello que desaparece. Lo dejó patente en su serie Workers, que comenzó a mediados de los noventa: buscó por medio mundo a aquellos trabajadores que se dedicaban a oficios que la industrialización extinguiría pronto. Con este precedente, salió tras los vestigios de la Tierra más aislada. En 2004, ya en plena madurez personal y profesional, comenzó a visitar desiertos, sabanas, glaciares, selvas; a convivir con las etnias piaroa, nenet, zo’e, surma, san… Finalizó la travesía cuando iba a cumplir setenta años.

Según la comisaria Lélia Wanick, pareja del fotógrafo y cofundadora de la agencia Amazonas Images, el fotógrafo ha logrado captar “el mundo tal cual fue”, gracias a la todavía existencia de parajes, animales y pueblos que “han esquivado el brazo largo del mundo actual”. Sin llegar al impactante dramatismo de Workers o Migrations, esta nueva serie mantiene la belleza en cada fotografía, gracias a una fabulosa profundidad de campo y a una composición clásica y muy cuidada, tanto en los paisajes como en los retratos. Ambas, marca de la casa.

Las últimas imágenes a color publicadas por Salgado fueron para la mítica y desaparecida revista Life, en 1987. En Génesis –que se expone en el Caixa Fórum de Madrid, hasta el 4 de mayo, y que recorrerá otras sedes de esta obra social en Barcelona, Zaragoza, Palma de Mallorca, Tarragona, Lleida y Girona– el autor se mantuvo fiel al tritono a pesar de los colores impresionantes que le ofrecía la naturaleza. Las casi doscientas cincuenta fotografías en gran formato, que se ofrecen en cinco divisiones marcadas por su zona geográfica, son siempre en blanco y negro.

En “La Antártida y los confines del sur” Salgado logra varias de las mejores fotografías de la exposición al “humanizar” a los animales. Es decir, la inmovilidad y descontextualización del instante concede la apariencia de rasgos o cualidades humanos a los individuos retratados de una especie, como la pareja de albatros ceja negra de las islas Willis, donde uno descansa en el pecho del otro, contemplando el océano; o las aletas entrelazadas de los elefantes marinos. O la emblemática imagen de la iguana marina de las Galápagos, del apartado “Santuarios”. Estas fotografías son premios a la paciencia, a la espera del momento en que esa gestualidad se presenta como una gracia, en el mejor de los casos acompañada de una luz tenue que precipita los contrastes. Más ordinarias, sin embargo, son las imágenes que ya se han visto tantas veces en documentales de naturaleza: la aleta del cetáceo a punto de sumergirse, por ejemplo, o las dunas y sus juegos de sombras, demasiado explotadas visualmente.

La secuencia general de Génesis es bastante ágil, gracias a la versatilidad de géneros que maneja Salgado. Desde los grandes planos abiertos en los que las setecientas cincuenta mil parejas de pingüinos de la isla Zavodovski colonizan el paisaje hasta la nocturna del leopardo que bebe agua en Namibia. Desde el posado franco del primer plano de los surma escarificados y adornados que miran a cámara hasta el simulado de la adolescente himba que se descubre el torso y mira fuera del encuadre mientras cuida del ganado, en el capítulo “África”.

Estos tipos de discurso visual se alternan con el fotorreportaje más clásico, en el que se intuye que el fotógrafo al fin ha logrado mimetizarse con el entorno. Al dejar de llamar la atención, los pobladores se concentran en sus tareas. Consigue así documentar la trashumancia de los dinka, en Sudán del Sur; la construcción de las casas elevadas en los árboles, hasta veinticinco metros de altura, de los korowais; la vida diaria y religiosa de los pobladores de las montañas Simien de donde surgen los afluentes del Nilo, en Etiopía.

En la cuarta sección, “Las tierras del norte”, se encuentra el fotoensayo más destacado de esta exposición, el dedicado a los nénets. Estos habitantes nómadas del Círculo Polar pastorean renos y enfrentan temporales de fuertes vientos y temperaturas de cuarenta grados bajo cero. Tanto a ras del suelo como en helicóptero, Salgado los siguió durante la travesía del Obi, cinco mil cuatrocientos kilómetros sobre una arteria fluvial congelada, y dejó al descubierto la enorme logística y los cuantiosos medios que despliega en sus producciones. En la secuencia dedicada a los nénets se les ve en las labores de ganadería, enlazando los renos, montando su vivienda, empacando sus escasas pertenencias, guiando sus caravanas, tanto bajo un vendaval como con un clima apropiado para continuar su migración constante.

A partir de estas imágenes –y de una mínima documentación– no puede decirse que los nénets sean o se comporten como los “primeros habitantes de la humanidad”, que es la idea que quiere transmitirnos Salgado, pero sí destaca su lucha ganada a la naturaleza y sus vicisitudes, gracias a la habilidad e inteligencia que han permitido que el hombre se adapte a sus circunstancias y sobreviva. Igual sucede con las tomas de al menos una tribu del Amazonas, del apartado final “La Amazonia y el pantanal”. Los piaroas están organizados en poblados en permanente contacto con la civilización occidental, incluso totalmente integrados, aun cuando posen con atuendos tradicionales que utilizan en una “celebración” pero no en su cotidianidad. Existen otras etnias algo más aisladas dentro de la selva amazónica, entre las que están algunas poblaciones de yanomami o la zo’e, “250 ó 275 personas repartidas en diez aldeas”, que Salgado logra retratar en tareas de supervivencia, como la caza. Es en ese relativismo donde quizás falla uno de los mensajes de Génesis, que pretende hacer un “viaje al pasado”, que no es tal. En todo caso, concierne a un enfoque conceptual y no a su incuestionable calidad artística.

El otro gran mensaje del proyecto es ecológico, y difícilmente discutible. Tiene que ver con que lo fotografiado hoy puede desaparecer en los próximos años. El último cartel, firmado por el fotógrafo y la comisaria, asegura que esta exposición es “un llamado a pasar a la acción” para evitar la destrucción de los volcanes de Siberia y Canadá, los tepuyes brasileños y venezolanos, el cañón del Colorado, los bosques de Papúa Nueva Guinea y Madagascar, los parajes inhóspitos de Kamchatka e Indonesia, el hielo del Ártico y el Antártico; en fin, del planeta inmovilizado y expuesto por Sebastião Salgado. ~

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(Lima, 1970) es escritor y periodista. Su último libro es la novela Tiempo de encierro (Lengua de Trapo, 2013).


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