Petkoff, el resistente

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"Siempre ayuda”, me dice Teodoro Petkoff por teléfono, desde Caracas. “Tiene un significado político obvio que ayuda a hacerle frente con más fuerza a la situación.” Lo que ayuda es el Premio Ortega y Gasset de Periodismo con el que fue reconocido por su trayectoria profesional, y la situación es la censura a la libertad de prensa, que el director  de Tal Cual, cuando le aconsejaban no responder a las declaraciones oficiales: “El que calla, otorga.” No contempla el silencio ni la negociación encubierta, mientras continúa su actividad: “Los juicios no me afectan en absoluto”, me asegura un día después de que una jueza de Caracas le dictara, otra vez, prohibición de salida del país y la obligación de presentarse ante el juzgado cada siete días. “Continúo con mi editorial. Los temas los da la coyuntura.”

En un pequeño ordenador, Petkoff ve la ceremonia del Ortega y Gasset vía streaming, y reafirma aquello que le escuché decir una noche en la redacción de Tal Cual, cuando le aconsejaban no responder a las declaraciones oficiales: “El que calla, otorga.” No contempla el silencio ni la negociación encubierta, mientras continúa su actividad: “Los juicios no me afectan en absoluto”, me asegura un día después de que una jueza de Caracas le dictara, otra vez, prohibición de salida del país y la obligación de presentarse ante el juzgado cada siete días. “Continúo con mi editorial. Los temas los da la coyuntura.”

El acoso y derribo de la prensa venezolana siguió una hoja de ruta que ha logrado normalizar la mordaza. En 2003 se abrió el primer proceso judicial contra Tal Cual pero no prosperó, quizás porque en aquel momento el régimen todavía se empeñaba en aparentar una normalidad democrática. Tres años después, se inició un segundo juicio por un texto del humorista Laureano Márquez. El tribunal dictó sentencia en contra del autor y contra Petkoff, un antecedente que se generalizaría. “La multa superó los cincuenta mil dólares”, recuerda Humberto Mendoza D’Paola, su abogado defensor quien, como otros colaboradores, trabaja ad honorem. Entonces, Petkoff ideó una colecta pública para pagarla y volcar al público contra la censura. Otros procesos llegaron, cuando el periódico fue “apercibido” para evitar que cubriera los asesinatos del fiscal Danilo Anderson o de los militares disidentes de la Plaza Altamira, y cuando desafió el decreto del gobierno que impedía publicar imágenes de la violencia callejera que asuela el país.

Para entonces, la prensa se mantenía gracias a que algunas empresas privadas desafiaban la línea oficial, pero “los juicios contribuyeron en gran medida a perder anunciantes”, asegura Mendoza. Junto a las multas, la crisis económica venezolana y el desabastecimiento de papel, la falta de publicidad acosó a Tal Cual, que ha tenido que reducirse año tras año y migrar a lo digital. “Subsistimos porque se recortaron significativamente los gastos –afirma Xabier Coscojuela, jefe de redacción del medio–. De 42 periodistas, quedamos diez.”

Cuando asumió el periodismo como nueva profesión, Petkoff abandonó la arena política y la pretensión de alcanzar el poder, que había intentado primero como guerrillero de izquierda y, luego, como candidato presidencial del Movimiento al Socialismo. Nunca le escuché renegar de esa decisión, aunque habría sido muy fácil para él abrazar el nuevo régimen y detentar el poder a la sombra de Chávez, como hicieron muchos de los políticos históricos. Cuando le pido comparar el comportamiento del poder de entonces con el actual, me dice: “Cada situación tiene su marco histórico concreto pero en el fondo es la misma actividad represora. Represión pura y dura.”

El año pasado llegó la penúltima demanda del diputado y militar Cabello por “difamación agravada”. Aunque se inició por un artículo de opinión escrito por un colaborador externo del periódico, se señaló a Petkoff. Desde entonces, tiene “el país por cárcel”, como dijo durante el video que grabó para su difusión en Madrid. La segunda demanda del hombre fuerte del régimen se ratificó el 22 de abril de este año, pocos días antes de la entrega del Ortega y Gasset. Según la parte acusadora, existe “difamación agravada continuada” por reproducir una información que relaciona a Cabello con el Cartel de los Soles, dedicado al narcotráfico internacional, publicada en el diario español abc –que cita a Leamsy Salazar, militar y jefe de seguridad del propio diputado, asilado en Estados Unidos–. Los soles son las insignias que tienen los más altos rangos militares en Venezuela. Una semana después de recibir el premio, el tribunal dictó contra Petkoff y otras veintidós personas de tres periódicos (El Nacional, La Patilla y Tal Cual) nuevas medidas restrictivas. De ser hallado culpable en cualquiera de los dos procesos, como es previsible que ocurra ante la falta de autonomía del Poder Judicial, podría ser condenado a cuatro años de cárcel.

En el caso de Petkoff, con más de ochenta años, sería confinado en su residencia. Prisión reducida a los metros cuadrados de un apartamento, con la compañía permanente de los esbirros. ¿Qué significa para Petkoff esa posibilidad de volver a estar preso? “Bueno, chico, como dijo el filósofo aquel: como vaya viniendo, vamos viendo”, dice con su voz ronca que, aunque ahora suena cansada, no pierde esa mezcla de lucidez, valentía, humor e iconoclasia. Un tono, un brillo, una reverberación que no calla. Petkoff sigue en pie, resiste, y la opinión pública internacional lo observa. ~

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(Lima, 1970) es escritor y periodista. Su último libro es la novela Tiempo de encierro (Lengua de Trapo, 2013).


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