Salman Rushdie

En febrero de 1989, el ayatolá Jomeini, líder supremo de la República Islámica de Irán, emitió una fetua que condenaba a muerte a Salman Rushdie. Durante una década el novelista tuvo que vivir en la clandestinidad, rodeado de policías y trasladándose constantemente de un domicilio a otro. Ahora, Rushdie ha contado esos años en Joseph Anton (Literatura Random House, 2012), el relato íntimo y minucioso de un secuestro; un amplio retrato del mundo político y cultural, y la historia de una batalla clave por la libertad de expresión, que fue un anticipo de muchas de las que se han producido después.
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Joseph Anton es la crónica de su vida bajo la fetua. Al mismo tiempo, es la historia de su formación como escritor y un relato de supervivencia. ¿Por qué ha decidido escribir esta historia ahora?

Quería esperar hasta el momento en que tuviera una distancia adecuada, porque durante mucho tiempo no quise escribir sobre esa época: quería hacer cualquier cosa salvo revivirla. Pero sabía que algún día lo haría. Les decía a mis amigos que quizá fuera mi pensión para la tercera edad. Quizá, cuando no tuviera nada más que contar, podría escribir este libro y pagar las facturas del hospital. No he llegado a eso, pero esperé hasta el momento en que el instinto del escritor te dice que estás listo. Y eso es lo que ocurrió. Pensaba que mi vida llegaría a un lugar más tranquilo y que desde él podría pensar en esa época y escribir sobre ella de forma adecuada, como un libro, y no como un texto excesivamente emocional. Las autobiografías que más admiro se parecen a los otros libros de esos escritores. La autobiografía de García Márquez se lee como un libro de García Márquez y no otra cosa distinta. Tiene la misma sensibilidad, la misma fuerza creativa, que el resto de su obra. Durante mucho tiempo yo no sabía cómo hacer eso, cómo escribir un libro que pudiera estar junto a mis demás libros, como un igual. La razón por la que elegí contarlo en tercera persona es que, con el tiempo que ha pasado, el autor que narra la historia ya no es la misma persona que el protagonista. En parte porque el segundo es mucho más joven. Yo tenía 41 años cuando esto ocurrió; han pasado veinticuatro. Así que escribo sobre el carácter, las decisiones y las elecciones de una persona mucho más joven. Usar la tercera persona me permitía establecer esa distancia: el autor Salman Rushdie no es exactamente el mismo que el personaje Salman Rushdie que aparece en el libro, en parte por la edad, pero también porque las tensiones que sufría eran enormes y me empujaron en toda clase de direcciones distintas. Crearon una diferencia de carácter, aunque fuese temporal. Cuando decidí escribir el libro, me parecía que tenía suficiente distancia del material como para contar la historia de manera objetiva.

Usted nació en una familia que no era especialmente religiosa. Su nombre deriva de Ibn Rušd, a quien en Occidente se conoce como Averroes.

Averroes, que era español y cadí en la España del siglo xii, fue uno de los grandes pensadores liberales de la época. El gran pensador conservador de la época era Al-Ghazali, y la batalla entre los dos es en realidad la batalla que se sigue produciendo en el islam desde entonces: el enfrentamiento entre los conservadores literalistas y estrechos de miras y las voces progresistas y abiertas. Desgraciadamente, parece que en este momento las voces progresistas han perdido. Ninguna derrota es permanente. Pero, ahora mismo, eso es lo que parece.

Usted conocía la historia del islam y había estudiado el Corán en Cambridge. En Los versos satánicos fabuló sobre uno de los episodios del origen de la religión. ¿Esperaba que hubiera controversia?

Imaginaba que podía haber gente a la que no le gustara. Pero tampoco tenían que leerlo. La religión que aparece en el libro no se llama islam, y está poderosamente fantaseada en esa secuencia de sueños, aunque, por supuesto, tomaba muchos elementos del islam. Pero una de las cosas que intenta abordar el libro es el fenómeno de la revelación. Claramente, sabemos por mucha gente que la experiencia mística ocurre de verdad. Hay gente que tiene visiones, como Juana de Arco o San Juan de la Cruz. Hay toda una tradición literaria. Y, si te fijas, las descripciones de su experiencia son muy similares. Por tanto, existe un fenómeno. La experiencia mística no es un fraude: ocurre. Pero, exactamente, ¿cómo se produce? Y, por decirlo de una manera sencilla, como hice en el libro, cuando Mahoma dice haber visto al arcángel Gabriel, el arcángel es enorme. Dice que está en el horizonte y llena todo el cielo. Eso es un ángel bastante grande. La pregunta es: si estuvieras al lado de Mahoma en ese momento, ¿verías el ángel? Y si no lo vieras, y creo que yo no lo vería, también tendrías que admitir que él es sincero, que no lo está inventando. Y eso me lleva a la conclusión de que esta clase de experiencia es interna y no externa. No tiene que ver con la realidad objetiva sino con algún tipo de realidad subjetiva muy interesante. Quería explorar ese asunto. Y, claro, eso es blasfemia, obviamente. Bueno, ¿y qué?

Uno de los aspectos más interesantes del islam es que se puede estudiar como un acontecimiento histórico. No podemos hacer eso con ninguna otra de las grandes religiones. Los registros del Imperio romano de la época de Jesucristo no contienen ninguna referencia a él. Aunque era un imperio que lo registraba y anotaba todo, no hay pruebas de que un líder espiritual de esas características fuera crucificado, etcétera. Las historias del Evangelio son de unos cien años después. Jesucristo no es una figura  histórica: es una figura semihistórica. En cambio, lo sabemos todo sobre Mahoma. Sabemos dónde nació, sus circunstancias familiares, sabemos que era huérfano, que su familia no iba bien de dinero, que se casó con una mujer más rica, que tuvo éxito como mercader. Sabemos que la sociedad de la Arabia de la época vivía una transformación desde una sociedad nómada hacia una sociedad urbana, que una de las consecuencias era el paso de una ley matriarcal a una ley patriarcal, conocemos los conflictos sociales y las dificultades. Es decir, sabemos mucho.

Si uno lee el Corán a través de la lente de la historia, ve que es un producto de su época. Hay historias bíblicas en el Corán: aparece Abraham, aparece el nacimiento de Jesús. Pero son distintas. Hay un capítulo que se titula “Maryam”, María, donde se dice que Cristo nace en un oasis. Es una variación del desierto.

Cuando, antes de convertirse en un profeta, Mahoma viajaba como mercader siguiendo las rutas comerciales, todos los oasis en los que detenían eran dirigidos por unos cristianos que pertenecían a la secta de los nestorianos. El cristianismo nestoriano era una versión del cristianismo en el desierto árabe, y los nestorianos tenían sus propias variaciones de las historias bíblicas, adaptadas al desierto.

En el cristianismo nestoriano, Cristo nace en un oasis bajo una palmera, exactamente igual que en el Corán. Pero no es igual que la historia en ningún otro sitio. Así que resulta bastante claro que Mahoma viajaba, escuchaba historias y esas historias encontraron un lugar en su libro. Si eres un historiador, eso es obvio. Si eres un pensador religioso conservador, es blasfemia. Así que la historia se convierte en blasfemia. Utilizar las herramientas habituales de la historia se transforma en algo prohibido. Por tanto, quizá la razón de todos estos problemas es que estaba intentando abordar esta historia sobre los orígenes no desde el punto de vista de una persona religiosa, sino de una persona no religiosa, que siente un interés histórico y psicológico por ella. Y, en todo caso, es una sección bastante breve de la novela. No es la trama principal. Es un fragmento onírico de un personaje que además se está volviendo loco.

Usted había escrito novelas, como Hijos de la medianoche y Vergüenza, donde la historia era esencial. No era el caso de Los versos satánicos, pero paradójicamente en este libro fue donde la historia y la política internacional invadieron su vida privada.

Fue una cuestión de mala suerte. Jomeini era viejo, se estaba muriendo y necesitaba alguna manera de enardecer  a la gente tras el desastre de la guerra con Iraq. Tuve la mala suerte de ser la última batalla de Jomeini. He pensado a menudo que si Los versos satánicos hubiera salido un año más tarde, o si Jomeini hubiera muerto seis meses antes, nada de esto habría ocurrido. No estaríamos teniendo esta conversación. Eso no quiere decir que no hubiera habido un debate. Pero muchas veces hay debates sobre libros, y luego el debate termina y tú pasas a otra cosa. No se habría convertido en esta especie de saga si no hubiera sido así.

En el mundo literario tuvo grandes defensores y también algunas críticas. ¿Cuáles son sus mejores y peores recuerdos en ese sentido?

Mis recuerdos de la reacción de todo el mundo literario en la época son muy buenos. Me sentí fantásticamente apoyado por casi todo el mundo. En Francia se publicó un libro que se tituló Pour Rushdie y luego se tradujo al inglés, donde cien autores musulmanes escribieron en apoyo de Los versos satánicos y de su autor. Fue valiente, porque todos ellos vivían en países islámicos. Así que sobre todo recuerdo eso.

Hubo algunas personas que se pusieron en mi contra, pero realmente no me importa. En el libro hablo de mi disputa pública con John Le Carré. Lamento que ocurriera, porque lo considero un escritor muy bueno y dos o tres  de sus libros me parecen excepcionales. Lo conocí antes deque esto ocurriera y nos llevábamos bien, así que me sorprendió cuando se puso al otro lado. Y creo que se  arrepiente. Vi una entrevista donde decía que quizá  se hubiera equivocado, pero, como es un hombre muy orgulloso, explicaba: “Quizá me equivoqué, pero lo hice por las razones correctas.”

Creo que los dos pensamos que podríamos habernos contenido un poco más, que nos dejamos llevar. Aunque fue divertido. Aun así, creo que es importante responder a uno de sus argumentos. Él decía: “Si te enfrentas a un enemigo conocido, ya sabes cómo es, y no deberías quejarte cuando te ataca, porque ya sabías que era así.” Eso parece razonable, si no tenemos en cuenta que la historia de la literatura muestra que los escritores siempre han hecho eso. Los escritores siempre han atacado a los tiranos y a hombres malvados que ocupaban el poder, y sabían perfectamente cómo eran.

Cuando Mandelstam escribió su famoso poema sobre Stalin, sabía cómo era Stalin. Y, sí, Stalin lo mandó a un campo de trabajo y Mandelstam murió, pero no fue culpa suya: fue culpa de Stalin. La literatura siempre ha atacado a los tiranos. Lorca sabía cómo era Franco. Pero eso no le impidió oponerse públicamente. Y perdió la vida. Pero no fue culpa de Lorca, fue culpa de Franco. El argumento que dice que no debes atacar a la gente si sabes que es violenta o radical es un insulto a la historia de la literatura, porque uno de los aspectos más majestuosos de la literatura es que siempre ha hecho eso. Por eso los tiranos temen a los escritores. Porque los escritores dicen la verdad, sin temer las consecuencias.

En algunos casos parecía haber una especie de desplazamiento de la responsabilidad.

En mi caso concreto, cuando ocurrió, todavía no habíamos vivido los siguientes veinte años de ataques islamistas contra todo tipo de cosas. No había un contexto. Parecía algo surgido de la nada. Y para mucha gente era fácil pensar: “Bueno, si los ha ofendido tanto, debe de haber hecho algo malo. Y, por tanto, es culpa suya.” Creo que ocurrió a causa de esa falta de un relato, de un marco narrativo. Ahora, con un cuarto de siglo de experiencia de esa clase de cosas, es mucho más fácil encontrar un marco narrativo y situar esta historia en un relato más amplio. Entonces no se podía y por eso alguna gente desplazaba la culpa. Se creaba una confusión. En la época, cuando yo intentaba señalar que había un relato más amplio, y que si uno se fijaba en el mundo islámico podía ver la situación de muchos otros escritores, mucha gente pensaba que solo quería justificarme y no se lo tomaba en serio. En muchos sentidos, hasta los atentados del 11-s no se empezó a entender ese relato más amplio. Yo vivía en Nueva York entonces y en las semanas posteriores a los ataques nadie hablaba de otra cosa. Dos o tres periodistas importantes y bastante experimentados me dijeron: “Ahora entendemos lo que te pasó.” Pensé: “¿De verdad? ¿Ha tenido que ocurrir esto? ¿Esos dos edificios han tenido que caer y miles de personas han tenido que morir para que entiendan algo que es una puta obviedad?” Pero creo que era cierto. En ese momento, esta historia pequeña y marginal se convirtió en cierto modo en la historia de todo el mundo. Se volvió comprensible.

En este libro hace también un duro retrato de la prensa. Algunos periódicos lo presentaban como un tipo  desagradecido y arrogante.

Por eso he inventado el Daily Insult. En un periódico, ahora no recuerdo cuál, una periodista había encontrado un estudio que decía que las mujeres hermosas prefieren salir con hombres que no son atractivos porque les prestan más atención. Y añadía: “Es una gran noticia para Salman Rushdie.” Bueno, pues muchas gracias. Pero ese tono desagradable y gratuito solo estaba en los medios ingleses, ni siquiera en los escoceses e irlandeses. Era una cuestión de la prensa de Londres. Nunca tuve esa sensación con respecto a otros periódicos europeos, estadounidenses, latinoamericanos, de Australasia, de la India. Solo ocurría en ciertos segmentos de la prensa inglesa, y todavía sigue. Cuando salió el libro, elDaily Mail publicó un artículo larguísimo para explicar que yo era un tipo horrible, que había costado mucho dinero al país y ahora iba a ganar dinero con este libro y debía devolverlo. Ese era el argumento. Es decir: Dios no quiera que un país tenga que gastar dinero en defender del terrorismo internacional a uno de sus ciudadanos. Después debería devolver el dinero. Eso salió la semana pasada. Así que el Daily Insult sigue vivo y coleando.

Dice que la percepción de su caso cambió con el 11-s, pero algunas posiciones políticas variaron un poco antes.

Combatimos en una larga campaña política para educar, informar e impulsar a los políticos europeos, estadounidenses y latinoamericanos. En 1995, cuando salió mi libro El último suspiro del Moro, hice una extraña gira que incluía América Latina. Pude reunirme con el ministro de Exteriores argentino y hablar con él de mi caso, y se mostró muy comprensivo. También fue así en México. En Chile no salió tan bien, pero en esa época era un lugar extraño. Aunque Pinochet ya no estaba en el poder, en algunos sentidos seguía siendo una fuerza dominante. Ahora el país está mucho mejor. Poco a poco conseguí acceder a figuras políticas y, país a país, logré que empezaran a  mostrarse más comprensivos y finalmente pude reunirme con Bill Clinton. Después, Blair llegó al poder en el Reino Unido y Robin Cook se convirtió en ministro de Exteriores. Es muy raro cómo funciona el mundo. Yo conocía a Cook desde hacía mucho tiempo: veinte años antes, los dos habíamos trabajado en una campaña por la reforma electoral en Inglaterra. Así que éramos viejos camaradas. Y, por supuesto, el mundo no debería funcionar así. ¿Por qué debería importar que me conociese personalmente o no? Pero llegó al poder y estaba decidido a solucionarlo. Me dijo: “Esto es terrible. Deja el asunto en mis manos, vamos a solucionarlo.” Pensé que no había oído hablar así a un político británico en mucho tiempo. Y, de repente, el Reino Unido empezó a actuar con energía. La Unión Europea se sumó, Estados Unidos apoyó. Y eso es lo que hizo que al final los iraníes negociaran y el problema se resolviese. Me hizo pensar que, si esa energía hubiera estado allí desde el principio, quizás esto no habría durado tanto.

Pero, durante mucho tiempo, el gobierno conservador británico tuvo la idea de que ofrecería protección, de que se encargaría de que yo estuviera seguro, pero no quería montar un lío. El gobierno pensaba que lo mejor era que yo esperase, mantuviera la boca cerrada –algo que no se me da bien– y dejar que el asunto desapareciera. Para mí estaba bastante claro que no iba a esfumarse, que al final habría que resolverlo de alguna manera. El gobierno conservador no tenía esa energía. Estaba más interesado en mostrarse grosero cuando hablaba de mí. Thatcher no lo fue, pero los dos miembros más importantes de su gabinete fueron muy groseros en público con respecto a mí. Cuando conocí a Thatcher fue extraño: lo último que uno esperaría de ella es que fuera tan toquetona. Que la primera ministra te manoseara no entraba en absoluto dentro de lo previsto. Pero, a la vez que te decía: “¿Cómo está, querido?”, explicaba que no había nada que hacer. En cierto momento, dijo que la única solución era esperar un cambio de régimen en Irán. No hubo una auténtica iniciativa diplomática.

Los franceses lo intentaron. A mediados de los noventa hubo una iniciativa importante de la Unión Europea, dirigida por Francia, y estuvo a punto de funcionar. Recibimos toda clase de señales de los iraníes que indicaban que iba a tener éxito. Hubo una lucha de poder en Irán y en el último minuto cambiaron de opinión y se retiraron. En Francia, llegó un momento en el que los políticos de todos los partidos mostraban su apoyo, con la excepción de Mitterrand, que nunca quiso reunirse conmigo. Jack Lang, que era el número dos en su gobierno, hizo un gran esfuerzo para que Mitterrand se involucrara y no lo consiguió.

¿Cuál fue el peor momento de esos años?

Cuando pensé que habían atacado a mi hijo. Resultó ser una serie de malentendidos, pero hubo varias horas en las que pensé que lo habían matado o secuestrado. Fue la única vez en que me derrumbé por completo. Recuerdo que le dije al agente de policía que si lo habían secuestrado y me querían a mí como rescate, no podrían detenerme: me entregaría. Y él respondió: “Señor, eso solo ocurre en las películas. En el mundo real, si los han capturado –es decir, a mi hijo y a la madre de mi hijo–, es casi seguro que estén muertos. La pregunta que debe hacerse es si usted también quiere morir.” Es tremendo oír algo así cuando estás en tu peor momento. Y luego resultó que todo era un malentendido. Se habían quedado más tarde por una cosa del colegio y, cuando la policía fue a investigar, miró la casa equivocada. Otro momento terrible fue cuando se produjo el atentado contra William Nygaard, mi editor en Noruega [que recibió tres disparos en 1993. En 1991, el traductor al japonés, Hitoshi Igarashi, fue asesinado, y el traductor al italiano, Ettore Capriolo,  fue seriamente herido].

¿La fetua lo cambió como escritor?

Creo que no. Una de las cosas de las que estoy más orgulloso es que, si no supieras nada de mí y vieras mis libros, creo que no advertirías que algo terrible ocurrió en 1989 y a partir de ese momento todos los libros son diferentes. Creo que los libros tienen su propia continuidad. Y eso es algo que hice de una manera muy consciente. Ya no era un niño, tenía 41 años, había escrito cinco libros, y ya sabía el tipo de viaje que quería hacer como escritor. Así que pensé: “Sigue. No te desinfles. Sé el escritor que querías ser.” Y una de las cosas de las que me siento orgulloso es que lo conseguí. Los libros siguieron su propio camino. Por supuesto, les afectó lo que me ocurrió. Harún y el mar de las historias trata en parte de la batalla entre el lenguaje y el silencio y, por supuesto, eso tiene que ver con lo que me ocurría. Shalimar el payaso incluye un retrato de un terrorista islámico y quizá no lo habría hecho si no hubiera tenido que pasar mucho tiempo pensando en el terrorismo islámico. No digo que no afectara a mis libros. Pero no creo que cambiara el tipo de libros que eran.

Usted habla en Los versos satánicos de cómo surge lo nuevo. Después de su caso, ha habido numerosas muestras de indignación por otras obras artísticas. Parece que se ha instalado una sensación de miedo.¿El mundo es un lugar menos tolerante?

Si nos limitamos a la historia del ataque a Los versos satánicos, a su autor y a sus editores, no nos fue tan mal. La gente intentó suprimir el libro y el libro sigue ahí, traducido a unos cincuenta idiomas. Intentaron suprimir al autor y el autor, bueno, no está suprimido. Pero la percepción es diferente si miras la historia más grande, el miedo que produjo este episodio y cómo inspiró muchos acontecimientos, no siempre por parte de los musulmanes. En la India, después de que se prohibiera Los versos satánicos por presión de los extremistas musulmanes, había extremistas hindúes que decían: “Mira, los musulmanes consiguen prohibir cosas.” Y de repente comenzó una competencia por prohibir. Si los musulmanes quieren prohibir una cosa, nosotros queremos prohibir esta y los sijes aquella. Hubo una escalada de este tipo de actividades y en la industria se ha extendido cierto temor. Se ha vuelto más difícil escribir, no ya libros que tengan una visión crítica del islam, sino que simplemente traten del islam. Es  más difícil encontrar editores, la gente está muy nerviosa. Y, en ese sentido, no ha sido una victoria. La historia quizá no haya terminado, pero todavía no podemos decir que hayamos vencido.

Usted es uno de los escritores que mejor representaba el mundo multicultural y poscolonial. Sin embargo,  con la fetua se convirtió también en víctima del relativismo cultural. En Joseph Anton critica la idea de una única identidad, a la que opone la visión plural de la literatura. Y también se muestra contrario al uso de la etiqueta de islamofobia.

Tengo un problema con esa palabra, porque creo que es aceptable odiar las ideas de la gente. Si sientes una fobia hacia las ideas de la gente deberías poder decirlo. Nadie discute eso, salvo cuando hablamos de religión. Puedo odiar las ideas nazis, sin que me llamen “nazífobo”. Si pensaras que la Tierra es plana, yo podría burlarme de ti, sin que nadie me llamara “tierraplanáfobo”. En toda sociedad abierta tiene que ser aceptable criticar las ideas de otras personas, incluyendo las creencias. No se puede decir que un tema es una zona vedada. Otra cosa es que en Europa haya toda clase de grupos extremistas que atacan a gente de origen musulmán. Eso es horrible: hay que rechazarlo y detenerlo. Hay que establecer una separación entre la gente y aquello en lo que cree. Sí, por supuesto, tienes que defender a la gente. Pero no significa que necesariamente tengas que mantenerte apartado de lo que creen. La gente siempre está satirizando la religión. Todas las religiones, salvo el islam, han aprendido a soportar la sátira. Uno ve chistes sobre el papa todos los días. Y ahora, con todos los escándalos de pedofilia, hay críticas constantes a la Iglesia católica, pero nadie incendia el mundo por eso. Hace poco fui a ver un musical en Nueva York, The book of mormon, escrito por los guionistas de South Park, que es tremendamente divertido y muy crítico con los mormones. Y la Iglesia mormona lo apoyó y puso anuncios en el programa que decían: “Ahora que has visto la obra, puedes leer el libro.” Es una actitud adulta. A veces se dice que, como el islam es una religión joven, todavía está en su edad media y que, si  le damos tiempo, madurará. Pero el mormonismo tiene menos de doscientos años y ya es sofisticado y tolerante en ese aspecto. Así que no creo que tener mil quinientos años sea una excusa. Es como decir: “Tenemos mil quinientos años y somos violentos, pero cuando lleguemos a nuestro siglo xviii tendremos nuestra Ilustración.” No tiene sentido. La única manera de mirar hacia delante, especialmente ahora que el mundo es tan pequeño y que el  islam tiene tantas relaciones con el resto del mundo, es entender que solo hay una forma de abordar el asunto: tener una piel más gruesa. Y no empezar a destrozar cosas cada vez que alguien hace una caricatura de Mahoma o cuelga un video idiota en YouTube. Francamente, hay tanta basura en YouTube que, si quieres encontrar algo que te ofenda, lo encontrarás. Busca algo que insulte a cosas que te importan: seguro que lo encuentras. Si quieres encontrar algo que te ofenda, está a tu alcance. Pero la mayoría de la gente piensa que eso es una tontería, que  hay cosas en YouTube que son interesantes y otras  que no lo son, y ve algo que no le gusta y continúa con su vida. No se marcha a quemar un consulado, a asesinar a gente que no ha tenido nada que ver con la cosa que le ha ofendido.

Me llama la atención la paranoia que hay en el islam: como si hubiera una enorme conspiración para difamar y degradar al islam, y esa conspiración estuviera dirigida por los estados occidentales. Así que, tras este episodio, el líder de Hezbolá explica a los fieles que esto fue organizado por la inteligencia estadounidense. Eso es patético y muestra que el auténtico objetivo no es el video. Nasralá no es estúpido, sabe que el video no es obra de la inteligencia estadounidense. Lo usa como pretexto para alimentar el sentimiento antiestadounidense. Siempre hay personas que usan estos casos por motivos políticos y es una pena ver que en el mundo musulmán hay gente que cae en la trampa una y otra vez. Esta trampa estaba preparada: el tipo hizo el video para ofenderlos. Es como una trampa para ratones con un trozo de queso: pues bien, el ratón va directamente a él una y otra vez. La respuesta real a la basura de YouTube es encogerte de hombros. No hace falta provocar un incendio mundial. Y eso es un problema del islam actual. Antes no era así. Cuando yo era joven, el mundo musulmán era un lugar mucho más tolerante. En el islam indio, que tiene una gran influencia sufí y estaba muy secularizado, podías decir lo que quisieras y nadie te atacaba. Podías decir que Dios no existía y la gente discutía contigo si quería o no se molestaba en hacerlo. Mi abuelo era así: era un hombre muy religioso, que iba de peregrinaje a La Meca. Pero podías decirle cualquier cosa. No había temas prohibidos. Y esa es esencialmente mi posición cuando escribo un libro: no hay zonas prohibidas. Si quiero escribir sobre algo, lo hago. Y esa es la única manera de escribir los libros: si empiezas a decir que hay áreas enteras sobre las que no se puede escribir, acabas creando una especie de literatura soviética. Y todos recordamos cómo era. Si quieres un mundo de Mijaíl Shólojovs, esa es la manera de crearlo, de producir esa literatura castrada. La literatura es polémica, hace preguntas que la gente que está en el poder no quiere que se hagan. Habla del mundo. Dice: “No acepto necesariamente la forma en que describes el mundo. El mundo no es así, es de esta otra manera.” Y esa es una de las cosas que debe hacer un artista: ser inquisitivo, poco convencional e irrespetuoso. Si les dices que no deben ser así sino que hay una línea y no deben cruzarla, destruyes la verdadera naturaleza de la forma. Si quieres que en el mundo exista una cosa como el arte, tienes que aceptar que los artistas se comportan muy mal, no son educados y hacen toda clase de cosas deplorables. A menudo, ni siquiera son particularmente agradables. Pero sin ellos tendríamos un mundo mucho menos interesante.

Joseph Anton es la crónica de una pesadilla. Sin embargo, tiene muchos momentos de humor.

Incluso en la época, me sorprendía que gran parte de lo que ocurría era divertido. Les decía a mis amigos: “Si no fuese por el hecho de que no tiene ninguna gracia, todo esto sería bastante gracioso.” Hubo muchos episodios que tenían elementos de comedia: una comedia negra, pero comedia a fin de cuentas. En todos esos años, la ocasión en que estuve más cerca de morir se produjo en Australia, cuando nuestro auto chocó con un camión lleno de estiércol (que afortunadamente no se derramó). El camión nos pegó y chocamos contra un árbol. En condiciones normales, todos los ocupantes del auto habríamos muerto. Pero los tres salimos sin rompernos ni un hueso: fuimos muy afortunados. Luego llegó la policía y empezó a interrogar al conductor del camión porque sospechaban que tenía vínculos islamistas. No creo que tuviera ni idea de quién era yo. De pronto la policía le preguntaba por Al Qaeda. Cuando llegó la ambulancia, yo estaba sentado, me había llevado un golpe en el brazo, y el tipo de la ambulancia me dijo: “Señor Rushdie, quizá sea un mal momento, pero ¿puede darme un autógrafo?” Era todo como una obra de Dario Fo, solo que era verdad. Esa es también una sensación que tuve al escribir esta historia: que se leía como una ficción, pero no lo era. El hecho de que parezca una ficción hace que sea una lectura más interesante. Pero, desde luego, no fue divertido en el momento. El otro día me preguntaron si creía que pasar por todo eso me benefició, por todas las extrañas experiencias que viví. Respondí que, si pudiera elegir, preferiría habérmelo ahorrado. Porque me iba bien. Había escrito libros que habían sido bien recibidos, tenía una reputación como escritor. Lo único que quería era seguir con ello. Si hubiera podido ahorrármelo, habría sido mejor. ~

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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