Una mujer ucraniana se enfrenta a un soldado invasor ruso y le dice que se meta semillas de girasol en los bolsillos para que cuando muera florezcan en tierra ucraniana. Un hombre en Melitopol se acerca a varios soldados rusos invasores y les dice “¿Qué coño hacéis aquí? Yo también soy ruso, pero vivo en este país. Vosotros tenéis vuestro país, nosotros el nuestro. ¿No tenéis problemas que resolver en vuestro país?” Un individuo se para frente a una columna de tanques rusos que avanza en una carretera. Los trece soldados ucranianos que defendían la Isla de las Serpientes en el Mar Negro mandaron a la mierda a los invasores rusos antes de morir: “- ¿Le digo que se vaya a la mierda? *sube el volumen* – Buque de guerra ruso, ¡váyase a la mierda!” Un soldado ucraniano se inmola para destruir con explosivos un puente en la frontera con Crimea para evitar el paso de los invasores rusos. El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, sigue en Kiev e insiste que la ciudad y el país aguantan y que no abandonará Ucrania en ningún momento; mientras desafía a Putin y le repite que no se rendirá, mantiene constantes contactos con presidentes occidentales para ganar su apoyo. Miles de ucranianos se unen a milicias improvisadas, aprenden a hacer cócteles molotov y a identificar a saboteadores.
Putin está creando muchos mártires y héroes ucranianos. Es posible que el relativo fracaso de la ofensiva rusa en Ucrania no sea un hecho definitivo ni tampoco muy significativo. Estamos en el tercer día de la invasión. Como han señalado varios analistas, que caiga Kiev no significa que caiga Ucrania, y que no caiga tampoco. Pero si realmente Rusia consigue superar su fracaso inicial –ha sufrido bajas muy importantes, pero sobre todo no ha cumplido lo que parecía su objetivo, que es un conflicto “maximalista” y una guerra relámpago–, se enfrentará a una oposición feroz y valiente. La moral ucraniana es altísima. Los ucranianos desean la paz y saben que la única manera de alcanzarla es expulsando al invasor. Las tropas rusas, en cambio, tienen la moral bajísima. Quizá no sean documentos representativos de todo el ejército, pero en los vídeos que circulan por las redes los soldados rusos capturados parecen humillados y sorprendidos: les han hecho creer que iban a liberar el país y que los recibirían con los brazos abiertos. Algunos incluso dicen, desconozco si es porque les han hecho decir eso, que realmente pensaban que estaban realizando maniobras militares, no una invasión en toda regla.
Mientras, en Rusia la televisión muestra solo imágenes de soldados rusos en Donetsk y Lugansk, en el Este; el gobierno ha pedido a medios independientes como TV Rain, Eco de Moscú y Novaya Gazeta que eliminen todas sus informaciones sobre la guerra; aumentan las muestras de descontento, incluso por parte de intelectuales cercanos al Kremlin, y el gobierno se prepara para aumentar la represión (incluso con planes de reintroducir la pena de muerte).
Invadir un país es mucho más sencillo (sobre todo con una fuerza militar masiva como la rusa) que ocuparlo. Y no es nada fácil mantener la ocupación de un país en el que su presidente admite que luchará hasta el final, en el que la radio anuncia cómo hacer cócteles molotov, en el que hay voluntarios civiles armándose ejemplos constantes de heroísmo. Eso sin contar con que la OTAN empieza a despertar y asume que este ataque no es sólo a Ucrania sino a todo Occidente.
El Kremlin solo puede hacer una cosa si quiere cumplir sus objetivos tras la invasión: convertir Ucrania en un campo de concentración masivo. Cada vez está más claro que los ucranianos no le dejarán.
Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).