Imaginemos a una mujer. Una mujer francesa de cabello rojizo, antigua modelo de las revistas Vogue y Harper’s Bazaar. Digamos que la mujer sostiene una escopeta con la que apunta hacia nosotros. Entonces cierra un ojo para ajustar la mira del arma, aunque también lo hace para seducirnos.
La mujer dispara, pero lo hace en dirección a un lienzo en blanco que cuelga de un muro. El lienzo es una superficie rellena de bolsas de pintura recubiertade yeso. Al impacto de bala, las bolsas explotan, dejando escapar el líquido de colores. Se puede decir entonces que el lienzo sangra y con ello se configura una pintura-disparo.
Esta es quizá la imagen que mejor describe el trabajo de la artista Niki de Saint Phalle, a quien el Museo Guggenheim Bilbao dedica su primera gran retrospectiva en España desde el 27 de febrero hasta el 7 de junio de 2015.
La imponente estructura del museo, recubierta de paneles brillantes de titanio, se ubica a un costado de la ría del Nervión, un cauce de aguas verduscas que, en forma de signo de interrogación, atraviesa la ciudad de Bilbao. El contraste entre la luminosidad de los paneles del recinto y el agua turbia de la ría genera una impronta similar a la que el trabajo de Saint Phalle deja en el ánimo. Es una sensación vaga, una intuición inexacta, como de extrañeza.
Al enfrentarse con los cuadros deNiki, uno se sumerge en un mundo tan colorido como tenebroso. Basta mirar detenidamente alguno para que las sensaciones se intensifiquen y se vuelvan confusas. A primera vista resaltan los colores alegres, pero si se mira con atención se descubren elementos sombríos que tornan la superficie en un paisaje oscuro.Finalmente es difícil determinar si la experiencia es agradable o inquietante.
Quizá sea así porque cada uno de los elementos, ya sea el material, el color o los objetos elegidos, evidencian parte de su proceso creativo. Es decir, que a través de esos objetos Niki revela sin disimulo las razones que influyeron en la creación de la obra. Pongamos de ejemplo el cuadro “Retrato de mi amante”, una camisa salpicada en pintura, con claro influjo de Jackson Pollock, acribillada con numerosos clavos. Arriba del cuello de la prenda cuelga una diana real atravesada por algunos dardos. De él, Saint Phalle dijo:
"Era una pieza de vudú. Un exorcismo. Había alguien que se me había metido dentro de la piel y yo sabía que no me convenía. Mi forma de salir de la relación fue robar una de sus camisas y pegarla a un tablero. Le coloqué una diana a modo de cabeza y lo maté ritualmente tirándole dardos. No tardé en curarme de él. Creo mucho en la importancia de los rituales".
Volvamos al momento en que Saint Phalle sostenía un arma. Imaginemos que la artista está rodeada de un grupo de individuos, entre ellos, el crítico de arte Pierre Restany, fundador del grupo del Nuevo realismo del que Niki formó parte como la única mujer, y Jean Tinguely, escultor, pintor y pareja de Saint Phalle, además de algunos amigos y reporteros. Tinguely es quien la empujó a llevar a cabo ese evento. Sucedió después de escuchar la idea de Niki: Alguna vez en una exposición, mientras el público lanzaba los dardos hacia uno de sus cuadros-diana (cuadros con dianas reales que sólo podían consumarse con la participación del público que lanzaba dardos), imaginó que el cuadro contiguo al suyo, una obra en relieve completamente blanca de otro artista, sangraba pintura.
Esa sería la primera sesión de tiro de Niki, para la que alquiló una escopeta de feria calibre 22. Después vendrían veinte sesiones más. Pero en ese momento, Saint Phalle no podría saber que se convertiría en una de las primeras artistas del performance y que aquellas piezas, los cuadros-diana y las pinturas-disparo, formarían parte de las obras fundadoras en la historia de los happenings.
Si bien los intereses filosóficos de Saint Phalle a lo largo de su trayectoria fueron de lo más variados, desde un principio confluyeron en dos temas: la violencia y la feminidad. Su trabajo concibe a las mujeres como víctimas, pero también como heroínas. Se habla de las denominadas Nanas, monumentales figuras femeninas que representan la idea de las diosas de la fertilidad y los nacimientos. Son mujeres de caderas generosas y curvas extremas pintadas con colores y figurillas alegres. Pero en su tamaño exagerado y en la exuberancia de sus formas se entiende que nada tienen que ver con el concepto de feminidad establecido, sino con una declaración, con un manifiesto feminista que aboga por el empoderamiento de las mujeres.
Concentrémonos ahora en su vida. Su verdadero nombre era Catherine-Marie-Agnès Fal de Saint Phalle. Fue una artista profundamente involucrada en la política y una mujer guiada por un feminismo avanzado a su tiempo. Además, fue una figura pública tan famosa como Andy Warhol en EUA durante los años 60. Lo sabemos porque Camille Morineau, la curadora de la exposición que presenta el Guggenheim Bilbao, lo afirmó así en una entrevista.Dicho esto, no parece extraño que en octubre de 2014 la compañía Google haya dedicado uno de sus famosos doodles al 84 aniversario de su nacimiento.
Sabemos también, porque ella misma lo reveló, que fue violada por su padre a los once años, que más tarde padeció repetidas crisis nerviosas que la llevaron a permanecer algún tiempo en instituciones psiquiátricas, que fue diagnosticada con esquizofrenia y que cedió la custodia de sus dos hijos a su primer marido para dedicarse por completo al arte.
La obra de Saint Phalle expresa más violencia que alegría, como se puede apreciar en su serie Madres devoradoras, figuras que parecen la antítesis de las Nanas. Al observar estas esculturas de femineidad violenta y destructiva, el espectador experimenta de nuevo una suerte de contrariedad. Basta echarle un ojo a la pieza “El aseo”: una mujer de dimensiones grotescas se arregla frente al espejo. Lleva tubos en el pelo, demasiado maquillaje en el rostro y sus pechos cuelgan deformes. El batín que viste es rojo y tiene un estampado de líneas negras que serpentean como acechando a pequeños corazones. Contrario al concepto del amor maternal, la escultura provoca rechazo e impacta en mayor medida por sus contrastes. Lo mismo sucede con el resto del trabajo de Saint Phalle, ya sea por la contundente agresión de los disparos, por el tamaño de las piezas, por la técnica que utiliza o por la desenfadada libertad con que emplea el color, su obra es siempre poderosa e intensa y no permite una sola interpretación. Las sensaciones que genera son casi siempre ambiguas.
En muchas de sus acciones Saint Phalle sobrepasó los límites. Fue así como su trabajo abandonó las salas de los museos e irrumpió en el ámbito exterior. En 1979 comenzó el desarrollo de un parque al que denominó Jardín del taroten la Toscana italiana, con lo que se convirtió en la primera artista del mundo en dejar su impronta en el espacio público. La construcción del jardín —inspirado en el extravagante Parque de los monstruos que Pier Francesco Orsini construyó en Bomarzo (Italia) en el siglo XVI— le llevaría alrededor de 17 años y se convertiría en su proyecto más ambicioso, pues ella lo costeó en su totalidad, en parte a través de la creación y venta de un perfume, además de joyas, grabados y algunos libros.
Niki de Saint Phalle falleció en el año 2002 en Estados Unidos debido a un enfisema pulmonar ocasionado por trabajar con su material favorito, el poliéster. Le sobreviven una hija, Laura Duke; un hijo, Philip Mathews; tres nietos y dos bisnietos, además de la obra que revaloriza el Museo Guggenheim Bilbao como parte fundamental en la genealogía del arte feminista.
(ciudad de México, 1979) trabaja como editora y como coordinadora de contenido en festivales de cine.