¿Cómo será el país dentro de 30 años, digamos, en el 2050? ¿Cuánto se ensanchará el mundo para las jóvenes? ¿Será su género lo que determine sus estudios, su lugar en casa, la hora en la que regresen por la noche? ¿Habrá protocolos de Uber y monitoreo entre amigas? ¿Habrá 25 denuncias diarias por violación en México? Treinta años a la velocidad con la que gira hoy el planeta pueden ser suficientes para que la sociedad, los hombres, las mujeres, la libertad y las protestas tengan valores y formas distintos a los de hoy. Es más, quizá pongamos a protestar a nuestros avatares.
Durante la marcha del 8 de marzo en la Ciudad de México dediqué muchas horas a hacer estas preguntas a muchas mujeres que protestaban en distintos grupos. Traté de meterle diversidad a mi sondeo y con la ayuda de mi socia Gabriela Rivera recopilé opiniones entre niñas pequeñas, adolescentes, universitarias, mamás, integrantes del bloque negro, periodistas, abuelas, señoras elegantes, comerciantes, policías y jóvenes rastas, entre muchas otras.
La idea no era tanto descubrir una tendencia como enfrentar nuestras propias hipótesis sobre el futuro, y lo que nos encontramos fue, además de una hermosa solidaridad y disposición de las manifestantes para charlar, el registro de los dos futuros de siempre: la distopía y la utopía. Lo interesante fue ver el contenido de esos dos escenarios.
Fotos de Marisol Martínez.
La distopía
Nada va a cambiar. Las mujeres seguirán siendo violentadas y las calles o los espacios públicos virtuales se seguirán llenando de protestas. La rabia estará presente, el poder será masculino y opresivo, pero habrá muchas más mujeres en la lucha. En esta distopía se incluyen tanto el sistema económico como el carácter del género. Los hombres serán moldeados por sus pulsiones sexuales y las mujeres, como los hombres pobres, vivirán el sometimiento del poder económico. El mundo usa para caminar motores que lo degradan. Es más, algunas de las mujeres con las que charlé incluyeron en la distopía la destrucción de las ciudades como las conocemos ahora y propusieron mayor sororidad para hacer frente a un mundo más violento y más difícil.
La utopía/protopía
En realidad no topé con la esperanza de un mundo ideal ni perfecto ni arreglado en función de las protestas femeninas. Creo que lo que hay es una saludable protopía. El concepto fue acuñado hace poco por el fundador de la revista Wired, Kevin Kelly, y me parece útil: denomina un progreso gradual lleno de agujeros que se tienen que seguir tapando, pero siempre con una dirección positiva. Eso encontré en la imaginación de muchas de mis entrevistadas: mujeres más libres y más racionales, hombres más conscientes, protestas por sororidad en aspectos menos dolorosos que los asesinatos impunes y las violaciones frecuentes. Tomar la calle o los espacios públicos seguirá siendo una herramienta de solidaridad, pero la rabia habrá quedado atrás. Habrá violencia contra la mujer y contra los niños y contra los hombres, pero será menor y será castigada. Para fundamentar esta protopía alegaron razones como la forma en la que están educando a sus hijos varones, la comprensión y apoyo de los jóvenes que las rodean, los cambios que han visto en sus padres, las leyes que se han aprobado en el país. Me llamó la atención que entre las protopistas hubiera chicas con el rostro cubierto con pasamontañas negro y las manos ocupadas con spray para grafitear.
¿Quién tendrá razón? ¿Las que constatan el horror presente o las que ven cambios pequeños pero ya positivos en el presente? ¿Qué habrán pensado del futuro las feministas de hace algunas décadas?
Hace solo 30 años, mi madre era socialmente bloqueada en algunos espacios por ser una mujer independiente y estar divorciada. Hoy vivimos en un mundo radicalmente distinto, entre otras cosas gracias a mujeres que, como ella, abrieron espacios laborales y estiraron las relaciones sociales.
Hoy las batallas para conseguir mayor libertad aún son indispensables en las calles y en las leyes, pues aunque mi madre y mi abuela y muchas mujeres como ellas quitaron el blindaje a infinidad de puertas, la sociedad sigue dividida por género y el valor de uno de estos géneros aún se ve inferior.
En un extremo, esa infravaloración es el arropamiento de los asesinatos y las violaciones fuera y dentro de casa, de las actitudes de posesión y de la violencia. En su versión descafeinada, esa minusvalía social conduce a diferencias laborales y barreras profesionales. En versiones intermedias genera acoso, inhibe libertades sexuales y obstaculiza la articulación de la maternidad con otras facetas individuales. En todas sus variantes, la subestimación a las mujeres es un obstáculo para la libertad, pero también es cierto que el mundo de hoy es más ancho que el de mi madre, más grande que el de mi abuela.
Por eso estoy del lado de las optimistas. Imagino que en unas décadas la división por género ya no será relevante. Quizá los mismos términos de femineidad y virilidad adopten connotaciones distintas, mejores. Seguirán existiendo los canallas y los depredadores, pero en general los hombres serán su mejor versión y las mujeres también, gracias a que desde hace décadas se lucha por ello.
es politóloga y analista.