Pierre Olivier Joseph Coomans, Public domain, via Wikimedia Commons

Andiamo a tavola

Pese a tantas heridas recibidas en batalla, tantos triunfos y derrotas, al cónsul romano Lúculo se le recuerda sobre todo por una breve anécdota culinaria.
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Lucio Licinio Lúculo fue un militar y político romano que mostró gran osadía y también sapiencia en las campañas militares. Fue cónsul setentaicuatro años antes de Cristo. Se jugó el pellejo en incontables ocasiones y, quien quiera conocer los detalles que lo convirtieron en uno de los grandes personajes de la Roma antigua puede acudir a historiadores clásicos o contemporáneos.

Uno de los clásicos, Plutarco, relata cierta batalla en la que Lúculo desenvaina la espada con suma anticipación, como si tuviera prisa por enfrentarse al enemigo. Asegura que los romanos vencieron ese día con “cien heridos y cinco muertos”, mientras que de los contrarios murieron más de cien mil.

Y como tal, hay muchas aventuras dignas de volverlo un personaje histórico. Mas resulta que Lúculo era un hombre que gustaba de tener invitados a cenar en casa, y era bien conocida la exuberancia de su mesa. Cierta ocasión en que no tuvo compañía, le sirvieron una cena modesta. Él se molestó y reclamó al criado. Éste se excusó diciendo que, al verlo solo, supuso que le bastaría con una cena frugal. “¿Cómo?”, le respondió Lúculo. “¿Acaso no sabías que hoy Lúculo cena con Lúculo?”

Tantas heridas recibidas en batalla, tantos triunfos, derrotas y muerte, tantas conquistas, y tenemos que hoy a Lúculo se le recuerda sobre todo por una breve anécdota culinaria. Por todo el mundo hay restaurantes que se llaman Lúculo o Lucullus; pero sobre todo queda su ejemplo para que muchos comensales, cuando estamos solos, igualmente preparemos algo sabroso, y bien puesta la mesa, abramos una botella de vino para decirnos: “Hoy Lúculo cena con Lúculo”.

Con frecuencia tengo convidados en casa. Si alguno me comunica que no sabe si asistirá porque tiene algún compromiso posterior, suelo decirle: “Comes y te vas”. Y me doy cuenta de que a Vicente Fox, aunque los libros de historia le den un lugar en la alternancia democrática de México, en casa solo lo invocamos por aquel episodio sin cabida en el Manual de Carreño.

Inevitablemente la mesa, mientras se degustan cosas deliciosas, es el espacio para hablar de deliciosidades.

Por supuesto a Eusébio da Silva Ferreira se le conoce más por sus goles, en especial por aquel partido de 1966 contra Corea del Norte, que por su inexistente fama de gourmet, pero como extranjero en Portugal, cada vez que en un bar nos ponían tremoços para acompañar a cerveja, alguien me contaba que Eusebio los llamaba “o marisco dos pobres”.

Allá también en Portugal hubo un poeta llamado Raimundo António de Bulhão Pato, que toda su vida se esmeró en encontrar el verso perfecto, el poema universal. En su “Belleza e morte” escribió:

Pobre florinha do val,
Da aurora ao primeiro alvor
Nasceu, e sorrindo, amou,
Mas com a tarde… expirou!

¿Pero quién lee eso ahora? En cambio, entramos en una tasca portuguesa y decimos anticuadamente en ese antiguo presente portugués: “Garçom, umas amêijoas à Bulhão Pato, por favor”.

¡Ah, cómo extraño Portugal!

Rossini también fue de buena mesa. Pero creo que es todavía más la gente que escucha sus arias que la que come turnedós Rossini. Yo aún no los he probado, a pesar de declararme rossiniano, fortunatisimo per verità.

Es en la Cenerentola, cuando los invitados del príncipe pasan a la mesa, donde Rossini hace una mezcla entre lo más feliz y más triste de la vida.

Andiamo, andiamo a tavola,
Si voli a giubilar.

Vamos, vamos a la mesa, volemos hacia el goce. Y en verdad llega la felicidad, pero ésta trae el temor de que todo sea pasajero.

E ho paura che il mio sogno
Vada in fumo a dileguar.

Tengo miedo de que mi sueño se esfume, y sí, el miedo ha de estar siempre ahí porque un día todo sueño se ha de esfumar. Pero hoy, al menos esta noche, Lúculo va a cenar con Lúculo y con su mujer y con sus amigos, y beberá vino, mucho vino, y brindará por la vida, y soñará con que los relojes se detienen, aunque el calendario siga avanzando.

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(Monterrey, 1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.


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